“Quise conocer a las chicas de los ’80”
La primera película del periodista aborda el “destape” en revistas como Libre y Shock, pero también da cuenta del “sexploitation” local en el cine clase B. Varias de las protagonistas de entonces recuerdan ahora a cámara aquella época.
Por Oscar Ranzani
"Nos habiamos ratoneado tanto", el documental sobre el "Destape" argentino, estrena el 26 de setiembre en el ArteCinema de Constitucion
La dictadura cívico-militar, iniciada el 24 de marzo de 1976, ejerció la censura de manera tan terrible como lo fueron todos los actos que protagonizaron los genocidas. Por lo tanto, el término “represión” era también aplicable por aquellos años a lo sexual. No es ésta una definición psicoanalítica sino la descripción de una época signada por la absoluta ausencia de libertad de expresión. Cuando en diciembre de 1983 asumió Raúl Alfonsín, tras siete años de terrorismo de Estado, la Argentina protagonizó un fenómeno que sólo puede compararse con lo que sucedió en España, tras la muerte de Francisco Franco: con la libertad de expresión nuevamente garantizada, se produjo un “destape” de famosas tanto en las revistas como en televisión y en el cine. Por aquella época, el periodista Marcelo Raimon tenía diecisiete años. Tiempo después, más precisamente desde fines de 1999, cuando Raimon se mudó a Washington como corresponsal de una agencia de noticias, “tal vez la nostalgia me hizo recordar un poco los años jóvenes”, cuenta el periodista y flamante cineasta a Página/12. Como consecuencia, entre 2005 y 2011, realizó el documental Nos habíamos ratoneado tanto, que da cuenta de ese fenómeno sucedido en la primavera democrática argentina. El film se estrena este jueves en Arte Cinema (Salta 1620).
“Fue la etapa formativa de todos los hombres de mi generación”, generaliza Raimon, quien reconoce que al pensar su ópera prima se propuso abordar este tema “desde un punto de vista entretenido”. “Y quise conocer a todas las chicas que nos ratoneaban en los ’80. Esas chicas formaban parte de un panorama muy particular. Para un tipo como yo, que tenía diecisiete años cuando se votó en el ’83, era un bombardeo de un montón de cosas. Era lo sensual y era también lo político. Para mí eran memorias y recuerdos”, explica el director.
Nos habíamos ratoneado tanto aborda fundamentalmente el “destape” en revistas como Libre, Shock y Destape, pero también da cuenta del “sexploitation” local en el cine clase B. Varias de las protagonistas de entonces recuerdan a cámara su participación en el “destape”: Silvia Pérez, Sandra Villarruel, Noemí Alan, Beatriz Salomón, Susana Torales, Cecilia Di Carlo, Silvia Peyrou y Elvia Andreoli, entre otras. Pero si las famosas de los ’80 narran sus recuerdos del “destape”, los periodistas entrevistados lo conceptualizan: algunos de ellos como integrantes de los proyectos editoriales de entonces (Carlos Ares, Jorge Manzur y Norberto Chab) y otros que explican su manera de entender aquel “destape”, como Carlos Ulanovsky y el recordado Jorge Guinzburg.
–¿El “destape” fue también una manera de liberarse de la represión militar que también reprimía lo sexual?
–Totalmente. Alguien que tiene trece años empieza a sentir curiosidad. Y no era sencillo. Lo más cercano que uno tenía al cuerpo de una mujer en una revista era una chica en malla. Pero en serio, ¿eh? En los años ’80, en medio de toda esa opresión, si uno era un chico de barrio y quería ver una película más o menos sexy tenía que ir a dos o tres cines de la Capital, donde podía sobornar al acomodador, que lo dejaba ir arriba. Ahora, un pibe de trece o catorce años no podría imaginarse eso con todo lo que tiene a disposición.
–¿Qué significaba hablar de “destape” en aquella Argentina con una democracia incipiente?
–Para mí era todo un paquete. A los diecinueve empecé a escribir y mi primer laburo fue en El Periodista. Los tipos de mi edad no procesábamos la llegada de la democracia con mucho bagaje. Era todo nuevo. Sabíamos que llegaba algo bueno, lo olíamos porque era fácil de percibir. Y encima estaba mezclado con una etapa de nuestra vida, la adolescencia, que nos hacía más sensibles. Era ir a las marchas de las Madres y al día siguiente ir a ver Atrapadas al cine. La idea del documental es contar eso, sobre esa época que fue tan especial y, al mismo tiempo, tan divertida.
–El destape implicaba también la recuperación de la libertad de expresión...
–Claro. Antes de eso, la única forma que teníamos de informarnos era con Humor. Y Libre fue el ejemplo de todo eso: tenías una nota sobre cómo tiraban a los desaparecidos desde los helicópteros al Río de la Plata (que era una nota buena porque tenían un buen staff periodístico) y dabas vuelta la página y estaba Leonor Benedetto en bolas. Toda la generación de periodistas que recién llegaban, los que habían quedado y habían sobrevivido como pudieron y los que volvían, querían hacer algo más o menos investigativo, pero les imponían lo que vendía en el momento, que eran las minas en bolas.
–¿Y el público consumidor cuál era?
–El público “formado”, si buscaba algo más destapado e intenso, compraba Libre, porque aparte tenía notas del Turco Manzur, del Turco Asís; después estuvo Pettinato. Pero también había una cara popular de todo eso: las revistas Shock y Destape eran el sucedáneo en papel de los cines de strip-tease de la calle Lavalle. Que yo sepa son los dos casos de “destape” que están claramente definidos o marcados.
–¿Cuál cree que fue la herencia de esa transgresión y de esa estética de belleza de los ’80 en los ’90 con el auge de la frivolización?
–Se corta. Cuando llega el gobierno de Menem se impone un paradigma completamente distinto que engancha con esa globalización forzada. Esa entrada a los golpes de la Argentina en el tinglado económico internacional, la división de tareas, la privatización escandalosa tienen un correlato en la estética. Hasta que Alfonsín claudica con el “Felices Pascuas” había una idea de estar en la Argentina. También tiene que ver con que salíamos de una época completamente aislada. Nuestro mundo eran ciertas partes de Buenos Aires. En mi caso, mi mundo eran los recitales de rock argentino, y Corrientes entre Callao y 9 de Julio, donde estaban los cines que daban películas de rock. Y era un mundo muy chiquito. Cuando llega la democracia, ese mundo sigue siendo chiquito y básicamente argentino, muy local. Entonces había minas que reflejaban el gusto local: desde una Adriana Brodsky –que era la rusita del barrio y la rubiecita con cara de guerrera– hasta la “Negra” Susana Romero que, como dice el Turco Manzur en la película, “era una negra atorranta” que le gustaba tanto a un psicólogo como a un hincha de Quilmes. Todos los estereotipos de mujeres argentinas deseadas estaban ahí: la rubiecita, la pechugona, la morocha... Otra hipótesis del documental es cómo una cosa que parece ser tan frívola, como la estética femenina, sigue el rumbo del norte económico del país. Cuando llega el otro presidente, la Argentina empieza a formar parte del “Concierto de Naciones”, se globaliza. Miami pasa a ser un norte fundamental. Y yo creo que no es casualidad que las chicas pasan a homogeneizarse. La estética de las chicas que empiezan a aparecer en televisión es un híbrido completamente imposible de distinguir.