Barbara Broccoli, la hija del legendario productor de los films de James Bond, Albert “Cubby” Broccoli (hasta su muerte, en 1996), nació en 1960, un año antes de que su padre firmara contrato con Ian Fleming, así que, como ella misma dice en esta entrevista telefónica, “toda mi vida fue Bond”. Hoy, junto a su medio hermano Michael G. Wilson, son los continuadores de la obra de su padre, Cubby, y su socio en la productora Eon, Harry Saltzman; es decir, son quienes siguen produciendo las películas de 007, y por lo tanto, por su conocimiento desde adentro, sus testimonios son parte central del documental Everything or Nothing: The Untold Story of James Bond, estrenado en la televisión norteamericana y la inglesa (y en algunas salas británicas) el 5 de octubre pasado como parte los festejos por el cincuentenario del estreno de El satánico Dr. No, primera aventura de Bond en el cine, y adelantándose al estreno de Operación Skyfall.
El título del documental dirigido por Stevan Riley se traduce como Todo o nada: la historia jamás contada de 007, y aunque difícilmente los conocedores y fanáticos del personaje creado por Ian Fleming hace casi 60 años y su saga cinematográfica vayan a encontrar información realmente nueva sobre la producción de sus 23 películas oficiales y la extraoficial (Nunca digas nunca jamás), sus productores, y los hasta ahora siete actores que interpretaron al agente del martini-vodka agitado, pero no revuelto, la película impresiona por su cantidad de testimonios a cámara, y porque muchos de quienes estuvieron históricamente ligados a este medio siglo de Bonds en el cine –incluido el legendario diseñador de producción Ken Adam– hablan directamente para este film. Esto incluye a todos sus intérpretes excepto Connery, famosamente retirado del cine y todo lo que tenga que ver con la industria desde hace varios años. Y la verdad es que es bastante impresionante escuchar de boca de George Lazenby, el tipo que reemplazó a Connery cuando éste rompió relaciones con los productores –en principio por cuestiones de dinero–, protagonizando Al servicio secreto de Su Majestad, anécdotas tales como la de cómo consiguió el trabajo, cómo Broccoli y Saltzman le mandaron una chica a su habitación solo para asegurarse –dado que venía de esa actividad “dudosa” que era el modelaje masculino– de que no era gay, y cómo él mismo arruinó sus posibilidades de convertirse en una estrella cuando, en un momento de confusión y mareo, insistió en mostrarse en público como el contrario casi absoluto de Bond a fines de los ’60: un hippie. “Yo había adoptado el discurso de la paz y Bond trataba sobre la guerra.” O a Roger Moore creyendo que no estaba a la altura y reconociendo que era, en sus convicciones personales, demasiado blandengue para encarnar al espía con licencia para matar. O a Brosnan, con su característico sentido del humor, volviendo a demostrar por qué fue perfecto para los ’90.
“Era apenas un bebé cuando me llevaron a Jamaica para el rodaje de El satánico Dr. No, y puedo decir que ha sido una vida extraordinaria de viajar a lugares exóticos y conocer a gente increíble –cuenta Barbara Broccoli–. Supongo que lo me hizo involucrarme de lleno en el mundo de Bond, más allá de haberlo heredado de mi padre, fue que quería estar con él todo el tiempo posible. Fue de él que aprendí la pasión por hacer películas, la necesidad de querer dedicarme a esto en serio. Luego, hemos formado una suerte de gran familia: a Sean lo conocí cuando era muy pequeña, obviamente, pero con Roger Moore somos amigos, de él y de sus hijos, y me he mantenido muy cercana a Pierce y Timothy Dalton.”
EL AMERICANO IMPOSIBLE
Mediante un intensivo trabajo de archivo y montaje, Everything of Nothing reconstruye la historia de Ian Fleming y su personalidad adictiva, de cómo Bond fue algo así como “la autobiografía de un sueño: el sexo y los secretos, la bebida, el sadismo, cosas innombrables que Fleming deseaba”. Y también la de cómo Broccoli (el italoamericano criado en Queens que empezó en el cine junto a Howard Hughes) tuvo la iniciativa para llevar la creación de Fleming al cine y se asoció con Saltzman, que ya había adquirido los derechos, tras esa experiencia menor que fue una versión televisiva de Casino Royale protagonizada por un muy soso “Jimmy” Bond. Soso e inapropiadamente norteamericano: a pesar de haber nacido en Los Angeles, Barbara Broccoli se crió en el Reino Unido y siempre defendió, como su padre lo hizo originalmente con su elección de un por entonces desconocido Connery, la opción de actores británicos para el papel de 007, y fue resistida incluso cuando propuso, con total convicción, al hoy indiscutido Daniel Craig. Los jefes de los estudios, tanto en los ’60 como 40 años después, querían actores estadounidenses en el papel, o al menos estrellas británicas hollywoodizadas, como fue el caso de James Mason y Cary Grant en su momento. “Los estudios quieren proteger su inversión porque son películas caras, querían una estrella y no había tantas estrellas inglesas como hay hoy, como Hugh Grant. Pero Cubby y Harry pelearon por lo que creían que era lo mejor para la franquicia; es decir, estaban convencidos de que ellos tenían que crear una nueva estrella, porque estaban tratando con un nuevo tipo de héroe, y necesitaban alguien que se ajustara a sus cualidades. Probablemente un productor europeo hubiera querido a alguien como David Niven, no a un albañil escocés. Así que pelearon por Connery porque creían que era la mejor opción, porque vieron en él el potencial para esta suerte de antihéroe, apuesto, sofisticado y aparentemente en control por fuera, un géiser por dentro, el instrumento crudo del que hablaba Fleming. Y está claro que tenían razón: de no ser por Connery no estaríamos hoy acá”, dice Broccoli, en total justicia con el primer actor de la serie, a pesar de que la relación de él con Broccoli y en especial con Saltzman tuvo un mal final, después de que el actor protagonizara el regreso “extraoficial” de Bond, en Nunca digas nunca jamás, film que resultó de un litigio por los derechos de la idea para Thunderball entre el escocés Kevin McClory y Fleming, el capítulo más polémico que retoma el documental. “Hoy creo que mi hermano Michael y yo peleamos por Daniel porque creíamos que era el Bond justo para el siglo XXI –retoma Broccoli– y la gente estuvo de acuerdo.”
El tema es, dice la productora, “que lo libros de Fleming hablaban mucho acerca de lo que pasaba en el interior de Bond, sus diálogos internos. Eso es muy difícil de proyectar en la pantalla, porque Bond es un personaje que no habla mucho acerca de cómo se siente. Pero cuando aparece un actor como Daniel Craig, que consigue expresar este torbellino interno, y sus conflictos, es posible devolverle a Bond su humanidad”.
¿Y cómo deciden qué cambios son los que necesita Bond para mantenerse vigente en cada época? Brosnan pareció perfecto en su momento, con todo su humor y su ironía, muy de los ’90...
–Creo que la razón por la que la serie duró 50 años es porque los actores siempre reinventaron su personaje, crearon un Bond para su propio tiempo. De manera brillante, cada uno lo llevó a su propia época. En el caso de Pierce, había ocurrido que cuando llegó GoldenEye, la Guerra Fría se había considerado terminada porque había caído el Muro de Berlín, y entonces muchos dijeron: “No necesitamos a Bond, el mundo está en paz, todo es maravilloso, ¿quién lo quiere?”. Y nuestra respuesta fue: “No, se necesita un Bond porque ahora que cayó el Muro de Berlín es todo mucho más complicado; no sabemos quiénes son los enemigos. El enemigo ahora estaba en las sombras –dice Broccoli, replicando el vehemente discurso con que M defiende de los oficiales del gobierno británico su trabajo en el MI6 en Operación Skyfall–. Entonces vino Pierce, que fue muy bueno para los ’90, para esta primera etapa pos-Guerra Fría, sofisticado, con humor, pero no tanto, la transición perfecta hacia los ’90. Pero cuando estábamos terminando Otro día para morir, la última de sus cuatro películas, ocurrieron los atentados del 11-S; un incidente terrible que proyectó una sombra enorme que nos llevó a pensar: ya no podemos tener un James Bond muy frívolo, tan fantástico. Tenemos que recalibrar la serie para los nuevos tiempos; y por ahora creo que seguiremos necesitando un Bond que tenga más humanidad, un Bond que sufra. Pensamos en enemigos que puedan encarnar aquello que el mundo teme en cada época, y un Bond para hacerles frente. Este Bond es el héroe que tiene que hacer muchos sacrificios, personales, por un bien mayor.
Pero cuando se le pregunta sobre qué injerencia puede haber tenido el éxito de Jason Bourne –definido a menudo, y al menos hasta la tercera película protagonizada por Matt Damon, como un Bond para el siglo XXI– o de series temáticamente afines como Homeland o 24, en la búsqueda de nuevos guiones y otras vueltas de tuerca para esa “reliquia de la Guerra Fría”, la amable Broccoli –que parece sinceramente enamorada de Bond y no solo del dinero que la saga le ha reportado a su familia por medio siglo– se escapa por la tangente de la corrección: “Soy una gran fan de Jason Bourne, creo que sus films son divertidos y emocionantes y que están muy bien hechos. Y creo que su éxito es muy bueno para nosotros, porque es bueno para el negocio del cine: si la gente la pasa bien yendo a ver películas a una sala, va a volver. Pero tendemos a referenciar siempre hacia adentro del universo Bond, porque es muy rico en libros y películas, está repleto de material. Pero cuando se estrena una de Bourne, los que hacemos Bond vamos a verla con todas las ganas del mundo, como todos”.
Así que, qué depara Bond para el futuro, no se sabe, en especial ahora que Mendes buscó sacudir un poco un universo que lleva décadas consolidándose. Lo único que es seguro, como aseguran al final los créditos de cada película, es que James Bond Will Return..., y que el mundo al que regresará estará –basta leer los diarios de los últimos meses nomás– no menos agitado y revuelto que de costumbre.
MI ESCENA DE BOND FAVORITA
Poética para matar
Por Carlos Gamerro
James Bond se convirtió en un fenómeno cinematográfico, hoy por hoy casi del todo independizado de las novelas que le dieron origen (¿cuándo fue la última vez que vieron a alguien leyendo una de James Bond)? Los clasicistas que todavía proponen a Sean Connery como el Bond insustituible suelen apoyarse en la facha y la clase del actor (arquetipo del caballero inglés que por una de esas paradojas del arte y de la historia ha devenido líder independentista escocés) y la calidad de las películas, pero a eso hay que agregar que las de Connery son las últimas, quizás las únicas, películas de Bond que se parecen a las novelas que les dieron origen. Suele señalarse a Roger Moore como la cara visible de esta traición, pero quizás fue la magistralmente disparatada Casino Royale, con David Niven, la que decidió este divorcio definitivo entre letra e imagen. Soy, que yo sepa, al menos por estas tierras, uno de los últimos dinosaurios que accedieron al mundo de 007 antes por la letra impresa que por la pantalla de colores: en mi adolescencia me leí casi todas las novelas de Ian Fleming en inglés. Algo que suele olvidarse: están maravillosamente bien escritas, en un inglés tan elegante y helado como el mundo que recrean. Raymond Chandler, en una carta a Ian Fleming, lo caracterizó de “sádico”: creo que este ajustado diagnóstico se aplica menos a sus tramas y a su protagonista que a su uso del lenguaje: preciso, infalible, despiadado, neutral. Escribo estas palabras en un breve paso por Suiza, país que en mi opinión resume, más que su Inglaterra natal, la esencia de James Bond.
Poker de damas
Por Marcelo Figueras
Una de mis escenas favoritas del canon bondiano es, lo admito, una muy poco ad hoc: en ella no hay violencia ni acción ni tampoco sexo. Ocurre al promediar Casino Royale (2006), y en un setting más bien hitchcockiano: el vagón comedor de un tren de alta velocidad que se dirige a Montenegro. Allí Bond conoce a Vesper Lynd (Eva Green), la encargada de financiar la partida de naipes con la cual Bond arruinará al villano. Eso es lo que inspira la frase con que Vesper se presenta: I’m the money. Pero la expresión puede ser interpretada de modos que exceden al literal, y por eso Bond replica que, a juzgar por lo que está a la vista, ella parece valer cada penique de ese dinero.
Lo que sigue es un intercambio de estocadas verbales digno del Hollywood de la Era Dorada. Bond se mofa del nombre de la muchacha, sin entender aún qué significará para él. (Vesper significa, entre otras cosas, vísperas, y la primera vez que Bond lo menciona está precisamente en la antesala de su único enamoramiento.) Cuando ella le pide precisiones respecto del bluffing en el poker, Bond, que pronto remarcará cuán masculino es el atuendo de Lynd, responde: “Uno lee (o juega con, dado que el verbo que usa es to play) al tipo que tiene del otro lado”... como de hecho Bond tiene a Lynd, sentada más allá de la mesa. A continuación ella juega el juego, “leyendo” las características personales de Bond y enrostrándole que concibe a las mujeres como placeres desechables. Y para rematar le dice, como si Bond mismo no pudiese ser más que un placer de esa clase, que tiene un culito “perfectamente formado”.
La frase que Vesper no dice, pero queda flotando, es: “Bienvenido al siglo XXI, Mr. Bond”.
Shock
Por José Pablo Feinmann
La escena de apertura de Dedos de oro era maravillosa. Creo que nunca fue superada. Y desbordaba humor cruel. Era así: luego de colocar explosivos plásticos en un cuartel cubano (o algo semejante; esto no importa mucho porque las películas de Bond no son anticomunistas, o no lo son, digamos, de un modo ostensible y burdo) 007 entra en una habitación en la que una mujer toma un baño con un calefactor eléctrico cerca de la bañera (¿un calefactor eléctrico en el trópico? Bue, no importa). Ella se cubre con una toalla (no hay desnudos totales en las películas de Bond), se le acerca, lo abraza y lo besa. Al separarse, Bond ve en la retina de ella la imagen de un hombre que está por acuchillarlo por la espalda. Se hace a un lado, veloz y sagaz. El hombre acuchilla a la mujer. Bond lo golpea. El hombre cae dentro de la bañera. Bond agarra el calefactor y lo tira adentro de la bañera. El hombre muere electrocutado. Bond se emprolija el smoking blanco y, entre el desdén y el elegante tedio, comenta: “Very shocking”. Sale y comienzan los títulos de la espléndida música de John Barry y la canción “Goldfinger” gloriosamente cantada por Shirley Bassey.