Los Padres del neoliberalismo hablan juntos por primera y quizás única vez. La historia del cómo se creó el Chile en el que vives, contada por ellos mismos. #ChicagoBoys 5 de noviembre en cines.
En plena Guerra Fría la Universidad de Chicago becó a un grupo de estudiantes chilenos para ir a estudiar economía bajo las enseñanzas de Milton Friedman. 20 años después, en plena dictadura, cambiaron el destino de Chile y lo convirtieron en el bastión del neoliberalismo en el mundo. Ésta es la historia de los Chicago Boys contada por ellos mismos: ¿qué estuvieron dispuestos a hacer con tal de lograr sus objetivos? ¿Cómo nació el modelo que hoy está en jaque? ¿Cómo explican los resultados en el largo plazo?
Un documental de Carola Fuentes & Rafael Valdeavellano
“Era como haber salido a caminar en Alemania y ver que los nazis seguían en el poder”
En la década del 60, el Estado indonesio asesinó entre uno y dos millones de personas por su presunta pertenencia al Partido Comunista. Casi 50 años después, el director estadounidense se encontró con represores que aún reivindicaban sus crímenes. El resultado fue un documental estremecedor que ayudó a descorrer el velo sobre uno de los genocidios más silenciados del siglo XX.
“Es como si Hitler hubiera ganado la guerra y Himmler fuera venerado como un héroe nacional, salvador de la patria”, dice Joshua Oppenheimer para definir el genocidio en Indonesia hace medio siglo. O como si los grupos de tarea que asolaron Argentina durante el Proceso hubieran seguido existiendo durante 50 años y disfrutaran en 2026 grandes cuotas de poder, como sucede hoy con la organización paramilitar Pemuda Pancasilla, que tiene tres millones de miembros y se manejan con la misma impunidad que tenían cuando perseguían y asesinaban indonesios en los 60.
En la macabra galería del genocidio, Indonesia tiene esa peculiaridad. Entre octubre de 1965 y marzo de 1966, en plena Guerra Fría, el Estado asesinó a entre uno y dos millones de personas por su presunta pertenencia al Partido Comunista. Con un control férreo del sistema educativo y los medios, ese arquetipo asiático de dictador que fue el general Suharto impuso a la sociedad una versión de la historia que justificaba la matanza en nombre de una seguridad nacional amenazada por el comunismo y, asombrosamente, por sus mujeres. En esta versión de los hechos, el grotesco tenía un importante lugar. Uno de los mitos que dispararon la matanza fue el de la presunta castración de seis generales ejecutada por mujeres de una poderosa organización feminista, Gerwani, que en aquella época contaba con más de un millón de miembros. Con éxito, el mito apuntó a despertar los temores latentes de una sociedad patriarcal con historias de danzas diabólicas de mujeres que terminaban arrancando los ojos a los militares antes de arrojarlos a un pozo de agua.
El silencio nacional y la complicidad internacional se mantuvieron durante décadas. En 2012, Joshua Oppenheimer comenzó a perforar este muro de impunidad con un documental, The act of killing, que conseguía algo casi imposible: filmar a los propios perpetradores confesando y alardeando de sus crímenes. No solo eso. Los genocidas, fanáticos del cine estadounidense, dirigían y actuaban en escenificaciones de sus crímenes realizados en estilo de película de gangster, western y hasta musical. El apogeo macabro-surrealista del documental es una escena del final cuando, en medio de un coro de indonesias suntuosamente vestidas en una idílica montaña, el genocida Anwar Congo es perdonado por dos de sus víctimas que, quitándose el alambre con que los asesinó, le agradecen por haberlos matado y enviado al cielo. Página/12 dialogó con Joshua Oppenheimer.
–¿Cómo surgió la idea de The act of killing?
–En 2001 fui a Indonesia a ayudar a trabajadores rurales a hacer un documental, The globalization tapes, sobre su lucha para formar un sindicato. Me di cuenta de que el obstáculo más grande era el miedo que tenían porque sus padres y abuelos habían sido asesinados por pertenecer a un sindicato en 1965. Hablaban mucho de una de las víctimas, sinónimo del genocidio: Ramli. Una cosa que lo hacía emblemático era que había muchos testigos que habían visto cómo lo asesinaban y lo dejaban en la plantación para que lo vieran los otros trabajadores. Una vez terminado The globalization tapes, los sobrevivientes sugirieron hacer una película sobre sus miedos, sobre lo que era vivir con los perpetradores del genocidio vivos y en el poder. Así me vinculé con el hermano de Ramli, Adi, que no sabía bien cómo habían pasado las cosas porque la familia misma tenía miedo de contarle lo sucedido. En ese momento intervinieron los militares que nos dijeron que no podíamos continuar con el documental y que amenazaron a los sobrevivientes sobre los que les podía pasar. Los sobrevivientes y el mismo Adi me dijeron que siguiera y sugirieron que hablara con los perpetradores. Al principio me dio miedo, pero para mi sorpresa y horror, vi que todos los asesinos alardeaban abiertamente sobre lo que habían hecho.
–Es una de las cosas que más impresionan del documental. Lo más frecuente es que las víctimas denuncien lo ocurrido y los perpetradores lo nieguen o lo justifiquen. Pero que los mismos genocidas se vanaglorien es algo extraordinario.
–Era como haber salido a caminar y encontrarme de golpe en Alemania y darme cuenta de que 40 años después del Holocausto, los nazis seguían en el poder. Normalmente los perpetradores niegan lo ocurrido porque ya no están en el poder. El hecho de que alardeen con impunidad es una clara prueba de que no es un documental sobre el pasado sino sobre el impacto del pasado en el presente.
–De manera que no tuvo que luchar para que contaran lo que había sucedido.
–Cuando hablamos con los perpetradores fuimos totalmente claros. Les dijimos que habían cometido una de las peores matanzas de la historia y que queríamos entender qué significaba para ellos y su sociedad. De manera que tenían plena libertad para decir lo que quisieran. Ahora bien, The act of killing va de la mano del documental que le siguió, The look of silence”. Hay una escena que finalmente sale en The look of silence, que es el origen real de ambos. Dos miembros de los escuadrones, ya muy entrados en años, me muestran con gran alegría el río donde ayudaron al ejército a matar 10.500 personas. Al final de este “paseo”, me pidieron que les tomara una foto, como si fuera el broche de oro de una salida feliz. Me di cuenta de que había algo genérico en la manera en que hablaban, casi más cercano a la actuación que al testimonio. Ahí supe que tenía que hacer dos documentales. Uno sobre el vacío moral que ocurre cuando los perpetradores ganan y una sociedad continúa viviendo en el terror y las mentiras de los triunfadores. Es un documental de la imaginación y la conciencia en la que se cruzan la terrible realidad de lo ocurrido con las justificaciones y fantasías de los responsables: su escapismo, su culpa, el impacto de los géneros fílmicos tenían en sus mentes. Este fue The act of killing. Pero había además otro documental que era sobre los sobrevivientes, que tenían que reconstruir sus vidas al lado de los asesinos que mataron a sus familiares. ¿Qué impacto tenía esto en sus vidas, sus rostros, sus sueños? Este fue el segundo documental, The look of silence, con la experiencia de Adi en el centro y con una confrontación que tiene con uno de los asesinos de su hermano.
–A nivel internacional, The act of killing tuvo un enorme impacto. ¿Cómo fue en Indonesia? A fin de cuentas es una sociedad que ha vivido con una versión muy distinta de las cosas.
–En 2012 se mostró The act of killing de manera secreta, aunque luego hubo miles de lugares donde se pudo ver el documental y, además, lo pusimos en Internet gratis en indonesio. Todo esto allanó el camino porque forzó a los medios indonesios y a la sociedad a reconocer después de décadas de negación que había habido un genocidio. En octubre de ese año una revista que forma parte del establishment indonesio, Tempo, hizo algo muy valiente. Envió a unos 40 periodistas a distintas partes de Indonesia para que averiguaran si había otros casos de genocidas que se jactaran de lo ocurrido. El resultado fue una doble edición dedicada a The act of killing que incluía 75 páginas de perpetradores que alardeaban sobre lo que habían hecho. Con esa edición se quebró un silencio mediático de 47 años sobre lo ocurrido. En este sentido, cuando apareció el segundo documental, The look of silence, las cosas habían empezado a cambiar. La première en Indonesia fue en diciembre de 2014 y fue auspiciada por la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el Jakarta Arts Council –ambas organizaciones gubernamentales– con publicidad en las calles y unos dos mil espectadores esa noche. En las tres semanas siguientes se proyectó en 116 ciudades y en 32 de las 34 provincias. Hubo otros eventos para el documental en cines, universidades, ONG, organizaciones religiosas y comunitarias. Lo mismo sucedió con la cobertura periodística. En enero de este año ya había habido más de 700 artículos y notas televisivas sobre el estreno.
–Con los documentales también se rompió un silencio internacional sobre el genocidio.
–Tanto Estados Unidos como el Reino Unido fueron cómplices del genocidio, algo que recordé durante mi discurso de aceptación del Bafta por The act of killing. En
Estados Unidos, medios como the New York Times reportaron lo ocurrido en los 60 como si fuera buenas noticias para la región con titulares victoriosos como “Una luz de esperanza para Asia”. Corporaciones estadounidenses usaron los campos de concentración indonesios como trabajo esclavo, lo mismo que sucedió con las corporaciones alemanas durante el nazismo. Desde ya que esto no fue una excepción a la regla sino algo sistemático que también ocurrió en América latina, Africa y el sudeste asiático. Es importante que esto se revierta. El 10 de diciembre de 2014 el senador Tom Udall introdujo una resolución en el congreso para exigir la desclasificación de los documentos sobre nuestra participación en el genocidio y un pedido público de disculpas.
–A pesar de todo esto, la realidad es que todavía no hay justicia. El Tribunal Popular Internacional en La Haya que empieza este 10 de noviembre es una señal de que no se ha avanzado mucho en Indonesia mismo. ¿Qué puede conseguir este tribunal?
–El presidente de Indonesia, Joko Widodo, presentó recientemente ante el Parlamento un proyecto de ley de verdad y reconciliación, pero este proyecto es más un intento de silenciar lo sucedido que de averiguar lo que pasó. No hay ningún mecanismo para llevar a la Justicia a los comandantes y, según el fiscal general, ni siquiera se deben publicar sus nombres. El hecho de que necesitemos este tribunal muestra que la propuesta oficial es totalmente inadecuada. En este sentido, el Tribunal es muy importante como crítica del silencio del gobierno y como creación de un tribunal de jerarquía internacional para construir un sólido archivo que sirva como contramemoria.
–En las violaciones de derechos humanos se puede distinguir dos modelos, el de la comisión de la Verdad y Reconciliación al estilo de Sudáfrica, o el de la justicia restaurativa, en el que se juzga a los responsables, como en el caso de Argentina. ¿Cuál cree que será el modelo que seguirá Indonesia?
–El modelo argentino. Por lo menos debemos intentarlo. El modelo sudafricano surgió porque tuvieron que optar entre la justicia y la paz, y encontraron ese mecanismo intermedio de la comisión de la verdad y reconciliación en el que nadie era llevado ante la justicia. Los sobrevivientes no quieren esto. Quieren un reconocimiento, quieren la verdad, quieren una investigación exhaustiva que abarque toda la comunidad y quieren alguna forma de justicia. La Justicia es un ritual que la sociedad tiene que atravesar para que quede claro que esto está prohibido para siempre, que nunca más puede suceder. Hasta que esto pase, hay un riesgo de repetición. Esto no quiere decir necesariamente llevar a todos ante los tribunales. La justicia podría juzgar a los que planificaron y ordenaron la matanza. Muchos de ellos han muerto, quizás la mayoría, pero en todo caso juzgarlos en ausencia en base a las pruebas que junte la comisión de la verdad. Habrá que ver si es posible. Pero si no lo es y hay que aceptar una reconciliación sin justicia, la condición básica e innegociable es que se pueda averiguar y revelar la verdad de lo ocurrido. Nunca se puede aceptar una reconciliación sin verdad que es la propuesta del actual gobierno. Es como pedirles a los sobrevivientes que perdonen a los perpetradores sin que estos siquiera tengan que reconocer lo que hicieron.
–Usted dedicó más de 10 años a estos proyectos con Indonesia. ¿Cuál es su próximo proyecto?
–No puedo revelarlo por razones contractuales, pero no va a ser con Indonesia. Pero desde ya que seguiré participando y ayudando en todo lo que pueda para que los sobrevivientes y la sociedad obtengan la justicia que se merecen.
Néstor Piccone sobre su primer libro La inconclusa ley de medios, La historia menos contada
Una reivindicación de la construcción colectiva de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y una interpelación a la matriz comercial de la comunicación argentina.
Carlos Ulanovsky, periodista y escritor, editó en el prólogo: "el libro tiene desde su título dos expresiones que lo definen. Inconclusa, llama a la ley, no solo porque esas chicanas legales no terminan de que se exprese en totalidad, sino por todo lo que será capaz de cambiar en un futuro si, como muchos esperamos, sigue su camino de cambio. Y también es importante el calificativo de “historia menos contada”. No es que no se haya hablado de la ley hasta ahora. Sí se hizo y en detalles abundantes, pero Piccone eligió hablar desde costados originales y poco frecuentados. De ahora en adelante, y sobre ciertos aspectos, ya nadie podrá alegar “Ah, no sabía”."
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es algo más que una ley En su momento actuó como catalizador de diferentes deseos de la sociedad y de los gobernantes e inclusive se convirtió en una causa nacional para los jóvenes que se iniciaron en la política en la primera década del siglo XXI.
La Ley de Medios cabalga sobre dos objetivos primordiales: desmonopolizar y promover la multiplicidad de voces. A contrapelo del mito fundacional de la radiodifusión argentina, monta una estructura que interpela la concepción comercial de la comunicación, por la que se considera una mercancía sujeta a los vaivenes del mercado.
Una ley no cambia las relaciones de fuerza de una sociedad, pero, en el caso que nos ocupa, sirvió para desnudar el dispositivo técnico, económico y político que tiene, en los medios, el más sofisticado escenario de relaciones de poder.
La ley tampoco modifica las relaciones de poder. Pero desde su gestación a través del mecanismo participativo de construcción demostró su eficiencia para denunciar, cuestionar e interpelar al poder que rige las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales surgidas en la sociedad neoliberal.
Introducción La Ley de Medios es algo más que una ley. En su momento actuó como catalizador de diferentes deseos de la sociedad y de los gobernantes e inclusive se convirtió en una causa nacional para los jóvenes que se iniciaron en la política en la primera década del siglo XXI.
Se construyó para garantizar el derecho a la información y a la libertad de expresión. Fue una iniciativa de la sociedad civil que el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner potenció con un coraje que ningún otro gobernante había exhibido al convertirla en política de Estado y al romper con el temor a los medios.
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual sintetiza deseos y demandas de diferentes sectores sociales, culturales, políticos y económicos.
En esta historia, tal vez la menos contada de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, se reconocen personajes y sectores, disciplinas y culturas, metodologías y experiencias que hasta el día del cierre de este libro continúan en la reescritura permanente del texto de esa batalla cultural que, como la revolución, parece (y es) un sueño eterno.
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual cabalga sobre dos objetivos primordiales: desmonopolizar y promover la multiplicidad de voces. A contrapelo del mito fundacional de la radiodifusión argentina, monta una estructura que interpela la concepción comercial de la comunicación, por la que se considera una mercancía sujeta a los vaivenes del mercado.
Una ley no cambia las relaciones de fuerza de una sociedad, pero, en el caso que nos ocupa, sirvió para desnudar el dispositivo técnico, económico y político que tiene, en los medios, el más sofisticado escenario de relaciones de poder.
La ley tampoco modifica las relaciones de poder. Pero desde su gestación a través del mecanismo participativo de construcción demostró su eficiencia para denunciar, cuestionar e interpelar al poder que rige las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales surgidas en la sociedad neoliberal.
Para destacar: El libro se imprimió en la Cooperativa Chilavert Artes Gráficas. Fue encuadernado en Cooperativa de Trabajo La Nueva Unión Ltda., y las tapas fueron laminadas en Cooperativa Gráfica 22 de Mayo (ex Lacabril), todas empresas recuperadas y autogestionadas por sus trabajadores.
LA INCONCLUSA LEY DE MEDIOS : LA HISTORIA MENOS CONTADA
La película busca justificar la versión de la verdad histórica de la Procuraduría General de la República a través de una pésima calidad de factura, afirma Luis Hernández Navarro. http://www.jornada.unam.mx/2015/10/22/espectaculos/a08n1esp
Luis Hernández, David Wood, Marcela Zendejas e Itzia Fernández, durante el debate efectuado en el Instituto GoetheFoto Roberto García Ortiz
Arturo Cruz Bárcenas
Periódico La Jornada Jueves 22 de octubre de 2015, p. 8
El documental La noche de Iguala fue calificado ayer como “bodrio,docufarsa y trabajo con estética de la PGR (Procuraduría General de la República)”.
Así lo consideraron los participantes en la mesa de análisis De Atenco a Ayotzinapa: cine documental e intervención política 2006-2015, realizada como parte de Docs Forum del décimo Festival Internacional de Cine Documental de la Ciudad de México (10DocsDF), que concluirá el 24 de octubre.
En el Instituto Goethe de la colonia Roma se dieron cita Luis Hernández Navarro, coordinador de Opinión del periódico La Jornada; Marcela Zendejas, Itzia Fernández y Bruno Varela (vía Internet), moderados por David Wood.
El documental La noche de Iguala,basado en una investigación de Jorge Fernández Menéndez, se estrenó hace días y lo ha envuelto la polémica. Los padres de los 43 alumnos desaparecidos han desautorizado la versión y han instado a boicotearlo.
Luis Hernández refirió la represión ocurrida en Atenco. La pregunta que uno se hace es: ¿cómo es posible que seis años después un grupo de estudiantes que en el momento de los hechos, si acaso tenían 16 años de edad, tuvieran tan presente y vivieran como una afrenta propia la agresión? Hay ahí un cruce de hechos significativos. Las redes del zapatismo se encargaron de poner la represión en la agenda política nacional. Funcionó un tiempo, pero no hay grandes libros sobre Atenco ni grandes relatos, y lo que existe como testimonio documental de lo sucedido es un documental elaborado por el canalseisdejulio. No sólo por ellos; participaron otros. Dura apenas 47 minutos y se volvió el instrumento fundamental para mantener vivas las manifestaciones.
La novedad es que ese documental del canalseisdejulio, agregó, se subió a Internet y se difundió masivamente. “El canalseisdejulio tiene una larga historia de hacer cine militante, hasta nuestros días. Este matrimonio, digamos afortunado, entre protesta y documentación de la protesta, tiene muy claramente una línea de continuidad con lo que sucede en la Ibero, con #YoSoy132, que ubica como uno de sus elementos centrales de crítica el control monopólico de los medios de comunicación en el país. Uno de los ejes centrales de su movilización es el señalamiento del duopolio televisivo, que no permite oxigenar la información con información real de lo que está sucediendo.
Es aquí donde aparece con toda claridad la finalidad del cine documental que busca influir políticamente contra la corriente con el objetivo de cuestionar el espacio de la verdad oficial... aspira, pero yo creo que esto no es posible, pero en el terreno de la discusión genera conciencia, sea lo que sea eso, y mantiene viva la memoria contra el olvido de un conjunto de agravios. El canal seis de julio mantiene viva una tradición militante.
Entre lo ocurrido en Atenco y Ayotzinapa media tiempo. “Claro, no es lo mismo los tres mosqueteros que 20 años después, y aunque entre 2006 y 2014 median ocho años, los cambios que ha habido en la producción de documentales son muy importantes. Esta pretensión de formar una guerrilla fílmica o de elaborar una televisión sin televisión, que esté creando contenidos informativos sobre los grandes agravios sociales se ha transformado de manera significativa en estos nueve años. Se ha transformado no solamente apostando a los proyectos de resistencia y a los contrahegemónicos, sino también transformando desde el poder.
“El documental militante se ha convertido también en un instrumento del poder, como lo podemos ver en el panfleto fílmico De panzazo, creación de Mexicanos Primero, dirigida por Juan Carlos Rulfo y Carlos Loret de Mola, que copia Waiting for Superman, de Davis Guggenheim, y que sirve de instrumento para el asalto a la educación pública y la crítica a los maestros por la derecha empresarial, articulando, desde la película, el intento de crear un gran movimiento social. Se exhibe en salas de cine comercial, se anuncia en parabuses y se transmite en televisión abierta. La cinta busca convertirse en un instrumento para establecer un conjunto de puntos que después son retomados en la famosa reforma educativa de Enrique Peña Nieto, que ni es reforma ni es educativa ni es de Peña Nieto.
“Este es un eslabón de documentalismo militante desde el poder que vemos en el último episodio con la película La noche de Iguala, de Jorge Fernández Menéndez... una gan operación de Estado que busca justificar la versión de la verdad histórica de la PGR, a través de, yo diría, pésima calidad de factura, aburrida, definitiva, que utiliza la estética PGR como elemento central. Cuando hablo de estética PGR me refiero a la proyección sistemática de todas estas escenas de capos capturados, como si fueran cabezas de animales salvajes colgados sobre la pared, o de decapitados, etcétera, etcétera, y que utiliza lo que ellos llaman el docudrama y que yo llamo docufarsa. Insiste en la representación ficticia de hechos supuestamente reales que se presentan sin ningún dispositivo crítico. Estamos hablando de una moneda de dos caras. Ayotzinapa representa, sin embargo, un salto en este tipo de documentalismo.”
Finalizó: La realidad con la que se producen los materiales de Atenco no es la de Ayotzinapa. Hace falta trabajar en una taxonomía sobre los orígenes, las producciones, los tipos de relación, pero hay un antes y un después de Ayotzinapa.