“Admiro a Borges, pero nunca habla de sexo”
Foto: Pablo Stubrin
02-09-2010 / El excéntrico director británico vino a presentar una investigación detectivesca sobre un cuadro de Rembrandt y se reunió con Kodama. Sus inicios junto a Lennon y Jagger y su próximo proyecto: una porno del Antiguo Testamento.
Por Martín Mazzini
REVISTA VEITITRES - CULTURA
Peter Greenaway está de buen humor en el último piso del hotel Faena. Humor británico, en el que cuesta reconocer la línea que separa las declaraciones serias de la ironía o, directamente, el delirio. Será que hoy almorzó con Alan, el dueño de este edificio “tan Greenaway”, con sus pasillos de techos bajos abarrotados de alfombras rojas y negras, luces tenues y sillones ampulosos. O que mañana se encontrará con María Kodama, la mujer de un escritor que comenzó a admirar en los años ’60, mientras estudiaba arte junto a John Lennon y Mick Jagger.
Como sea, Greenaway bromea por la cantidad de preguntas que prepara una colega, se divierte con el traductor y se extiende hablando de la muerte del cine, el centenario concepto de multimedia y la importancia nodal de la pornografía y la religión –que unirá en su próxima película– en nuestra época.
Nacido en Gales hace 68 años y con la muerte anunciada para cuando cumpla 80 (dijo que se suicidará), el director de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, Zoo y El vientre de un arquitecto (películas tan controvertidas como atrapantes) vino por primera vez a la Argentina para presentar Rembrandt’s J’accuse, un documental en el que deconstruye el cuadro La ronda de noche (1642) y a sus “34 personajes, más un perro” para demostrar que el pintor hizo una denuncia de asesinato cifrada: “Un CSI del Renacimiento”, la describió The Guardian. Y la primera inquietud es saber si se ajustó a los hechos o se tomó “libertades creativas”. “La historia no existe, existen los historiadores. La verdad histórica es subjetiva. Tenés los 24 tomos de Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano de Edward Gibbon y Gladiador de Ridley Scott: ¿cuál es más importante? No leí todos los libros académicos sobre Rembrandt pero sí bastantes: la idea de la homosexualidad es histórica, las de dos chicas-duendes es del siglo XVIII, y la relación de algunos personajes con la prostitución de niños también. Pero hay teorías mías como la explicación del guante en la mano izquierda y el Descenso de Cristo al infierno, que era parte del vocabulario de Rembrandt.”
–¿Qué hubiera dicho Rembrandt?
–Hubiera lanzado un suspiro de alivio y dicho: “Por fin alguien entendió mi obra”.
Le pregunto cómo funciona la idea de un cuadro denunciando un crimen mientras las cámaras omnipresentes, de Abu Ghraib al municipio de Tigre, captan delitos todos los días. Pero prefiere decir que “cada película crea a sus predecesores. Aquí son Blow up, donde se capta un asesinato en una foto, y Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie, donde todos son sospechosos”.
Greenaway toma un vaso de agua y empieza a calentar la charla: “A veces las influencias son más conscientes –dice–. El año que viene haré una película sobre Vivaldi, en Venecia. Pienso rehacer Muerte en Venecia, de Visconti, pera esta vez el affaire sexual entre un chico de 14 años y un hombre que toca el fagot será felizmente consumado”.
No hay casi nada más en la vida para Greenaway que sexo y muerte. Arte, quizás. Por eso, hasta una pregunta sobre Borges y su influencia derivará en “eso”. “Se hicieron muchos intentos de llevar a Borges al cine y todos fracasaron por completo. Su uso de las palabras es extraordinariamente particular. Es muy difícil asociarlo a mis películas, así que no les daré la respuesta que quieren. Borges es tan económico: si Tolstoi le hubiera dado Guerra y paz, que tiene 5.000 páginas, la hubiera escrito en seis y hubiera sido mejor novela. Puede haberme influido su metodología cerebral, su forma de organizar los hechos. Siempre hago películas de catálogos. Todas.”
–¿Por qué? –pregunto.
–Porque es fácil –dice, y sigue–. Borges no es tan pictórico como García Márquez, aunque las películas basadas en sus libros también son horribles. Memoria de mis putas tristes es la novela más borgeana de Márquez... Lo único que lamento de Borges es que nunca hable de sexo. Salvo en “Emma Zunz”.
Esta no es la primera vez que Greenaway se mete con la pintura, o que la pintura entra en su obra: algunos de los cuadros de El contrato del pintor eran suyos. “Quería ser pintor de paisajes. Fui a la escuela de arte en Londres en los swinging sixties. Fui un gran amigo de Lennon, cursé con Jagger... todos queríamos ser pintores. A mí me frustraba que fuera una profesión tan solitaria. Y no poder poner música en la pintura.” El último experimento es su faceta de VJ: a través de una pantalla táctil, hace “cine en vivo” mientras un DJ hace música. “Soy afortunado de poder escribir el guión, dirigir y editar mi material. Pero no le recomendaría a nadie volverse cineasta, porque el cine está muerto.”
–¿Se considera un artista renacentista?
–Estoy demasiado preocupado por la política y la historia de los siglos XX y XXI para querer volver al Renacimiento. Pero una de las características de aquel fenómeno era la idea multimediática. Miguel Angel era poeta, pintor y escultor, pero también hacía tortas de casamiento. Por otro lado, el cuerpo humano está en el centro del arte occidental y la anatomía, de nuestras vidas. Cuando viajo, veo que la gente se escandaliza con mis películas, aunque la visión del cuerpo generalmente no está relacionada al sexo. Se sorprenden de que tengamos una anatomía.
El director de Bellasombra, la productora local que trajo Rembrandt’s J’accuse (en el Malba y centros culturales), se pone la campera: el tiempo terminó. Pero Greenaway todavía quiere contarnos algo a los periodistas argentinos, a quienes presume “buenos católicos apostólicos romanos”, o al menos criados en esa tradición. “Deberíamos reunirnos alrededor de esta mesa en un año, cuando habré terminado mi primera porno: la dramatización de seis historias del Antiguo testamento combinando sacrilegio con pornografía. Se debe hablar seriamente de pornografía: se volvió un concepto central de nuestra época.”
Los capítulos, enumera, estarán asociados a distintos tabúes sexuales: “1. Adán y Eva tentados a coger por Satán (voyeurismo). 2. La historia de Lot y sus hijas (incesto). 3. David y Batsheba (adulterio codificado, o el rodeo que hacen los judíos para aceptarlo). 4. La esposa de Potifar seduciendo a José, de 14 años (pederastia). 5. Sansón y Dalila (demonización de la mujer). 6. Salomé y la danza de los siete velos (del Nuevo Testamento, necrofilia)”. Antes de irse, Greenaway dice que “las religiones y el sexo no se llevan bien, lo cual es una locura: deberían apoyar la procreación”. En realidad, dice “Don’t go to bed”, “no van a la cama”, la última muestra de humor británico.
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