sábado, 19 de marzo de 2011

Evita en el cine

Esa mujer a la que todos miran

Publicado el 18 de Marzo de 2011


 

Desde hace décadas, la figura de la “abanderada de los humildes” fascina y se convierte en un gran reto para realizadores y actores. Quiénes y cómo la retrataron a lo largo del tiempo.
  Eva Perón es una figura intimidatoria para el cine y unas pocas películas sobre su vida comprueban la definición. En sólo tres aparece como personaje central, en otras dos en un rol secundario y un docuficción muestra sus años de adolescente y el viaje que emprendió a la gran ciudad. Intimida, acaso, por la potencia de su figura, la corta vida que tuvo, el mito, el recuerdo, el mármol, el amor, la pasión necrofílica.

Tal vez, además, por la desbordante energía y actividad que desplegó en su breve vida política y su cruenta lucha contra el cáncer terminal. Por ese motivo, hay pocas Evita en el cine, olvidables y de perfil bajo algunas, pero también santificadas y hasta cantando desde el balcón.

La primera es un mamarracho de 200 minutos concebido para televisión con Faye Dunaway como Evita y James Farentino en la piel del “dictador” Perón. Evita Perón (1981) de Marvin J. Chomsky construye una Argentina bananera, con palmeras decorativas y una Casa Rosada que parece el búnker de un tirano a punto de ser derrocado.


Dos años después, Eduardo Mignogna filma Evita, quien quiera oír que oiga, un puzzle entre documental y ficción con testimonios de diferente procedencia ideológica (Fermín Chávez, José Pablo Feinmann, Litto Nebbia, Cipriano Reyes, Silvina Bullrich, Félix Luna).

Mignogna reconstruye el viaje de Evita desde Junín a la Capital con  Flavia Palmiero interpretando a la adolescente que llega a la estación sin saber hacia dónde ir. En el medio de esa travesía, de ese viaje iniciático en un principio hacia la nada misma, surgen las entrevistas a cámara, a favor y en contra del personaje.

Pero Evita aún provoca temor. De alguna manera, las propuestas de Héctor Olivera y Leonardo Favio tienen algo en común: el segundo plano que se le da a la figura de Evita. En efecto, en Ay, Juancito (2004) el director de La Patagonia rebelde describe a Evita (Laura Novoa) como una figura decorativa frente al centro de la película, Juan Duarte (Adrián Navarro) y al rictus enojado que muestra Perón (Jorge Marrale) frente a los desatinos del bon vivant del peronismo. En Gatica, el Mono (1993) Favio cuenta la historia del boxeador en forma paralela a la gloria y el ocaso del movimiento hasta su derrocamiento en 1955. Cecilia Cenci como Evita no tiene una sola línea de diálogo en el film, aparece en dos escenas junto a Perón (Armando Capó) cuando ambos concurren a ver las carnicerías boxísticas de Gatica y sus rivales en el ring. Sin embargo, Favio dejará una escena extraordinaria, al momento en que Gatica concurra a ver a la Primera Dama en sus últimos horas. Allí, en una habitación sepulcral y con Perón y Gatica a ambos lados del lecho de la enferma, Favio inmortaliza a Evita utilizando una luz intensa que rodea su perfecto y ya huesudo perfil. Favio, el maestro Favio, santifica al personaje, que mantiene sus ojos cerrados frente a la visita del boxeador incondicional del movimiento. La escena culmina con Gatica (Edgardo Nieva) saliendo del lugar, llorando a rabiar, mientras se oyen fragmentos del último discurso de Eva Perón a su pueblo.


 


Pero ya estamos en 1996, el año en que Evita ya no intimida al cine. En principio Oliver Stone era el elegido para filmar la opera Evita, la creación de Tim Rice con música de Andrew Lloyd Webber. El modelo Broadway había triunfado en el teatro y las cercanías estéticas con aquellas opera rock de los años ’70 (Jesuscristo Superstar, Tommy, Lisztomanía) complacía de antemano a los fanáticos de este subgénero musical. Stone se corre del proyecto pero participa en el guión de Evita, tomando la posta Alan Parker que ostentaba el prestigio de Expreso de medianoche y The Wall, entre otras. La película se filma en la Argentina y Hungría y el huracán Madonna carga la pesada herencia del personaje. Jonathan Pryce interpreta a un Perón azorado y Antonio Banderas a un Che camaleónico, como sujeto narrador de la historia y partícipe esencial de la trama. La vida de Eva Perón aparece cronológicamente reflejada en la película a partir de un flashback inicial donde se informa de la muerte del personaje. Y, claro está, se trata de un musical Broadway donde todos cantan, el despliegue de masas y de presupuesto invertido son importantes y las licencias que se toma la historia, en algunos casos, resultan disparatadas. Pero el género es eso: la libertad para apropiarse de un personaje y un hecho concretos y elegir el camino del inverosímil con fundamento, o en todo caso, como necesidad estética. Pero la película de Parker corre con una desventaja: parece un objeto apolillado en comparación con las ópera rock de los años ’70, como si se tratara de un género que ya tenía su fecha de vencimiento al poco tiempo de nacer. Pese a los esfuerzos de Madonna (todo en Evita parece producto de un denodado esfuerzo) y del hit “Don´t Cry for Me, Argentina”, cantado desde del balcón del triunfo y de la derrota física, la película resulta soporífera en sus más de dos horas de duración.
 




Hasta que apareció el volcán Esther Goris en Eva Perón de Juan Carlos Desanzo, con guión de José Pablo Feinmann, constituyendo la biografía más  sanguínea sobre el personaje. El film arranca en 1951 con Evita discutiendo con los trabajadores ferroviarios que proponen una huelga. De allí en más, la estructura dramática apela a los flashbacks hablando del pasado adolescente del personaje y de su rabia interior frente a los poderosos de turno. El recorrido de la vida de Evita es convencional desde su esqueleto narrativo (sus trabajos en radio y en cine, el festival benéfico por el terremoto de San Juan donde conoció a Perón, su llegada al poder, su rechazo a los oligarcas). Sin embargo, pese a tratarse de un biopic histórico, Eva Perón triunfa por otros motivos. Evita en la piel y las vísceras de Goris es un personaje demoledor, un torrente de energía, amor, odio, gritos, puteadas y decisiones hasta ese momento inesperadas para una película que reflejara la vida del personaje. Evita-Goris (a esta altura resulta imposible separarlas) trata de cagón a Perón (Víctor Laplace) por no encarcelar a sus colegas militares; en su lecho de enferma recibe las visitas de su modisto Paco Jamandreu y de un hiperquinético y yonqui Enrique Santos Discépolo y les habla como dos marginados más; en una mesa plagada de fiambres reta a John William Cooke por no pedirle autorización para el primer bocado; en medio de su trabajo en la fundación que presidía lo califica de nazi a Raúl Apold; en la Casa de Gobierno tarda en recibir, y luego reprende y expulsa a las copetudas damas de la sociedad y hasta les recomienda volver a sus estancias con olor a bosta de vaca. Todas estas escenas, escritas para el lucimiento de una actriz, no tendrían la intensidad suficiente sin Esther Goris encarnando con autoridad a la amorosa y rencorosa Evita, quien calla su voz sólo en un par de instantes: cuando Perón la mira fijamente desde el balcón para que no acepte la candidatura a la vicepresidencia, en el momento en que su esposo le expresa que tiene los días contados. Allí, la frágil figura de Goris parece estallar en mil pedazos, mirándose al espejo, entregándose en cuerpo y alma a su performance más recordable. En ese minuto de silencio, en ese efímero instante, la actriz deja de ser tal para fundirse en el mito.

 


En cambio, la historia de Juan y Eva de Paula de Luque, en rodaje en estos días, se inicia en 1944 y culmina en octubre de 1945. El terremoto en la provincia de San Juan marcó el inicio de la relación entre Perón (Osmar Núñez) y Evita (Julieta Díaz) y la película contaría los sucesos –políticos, económicos, sociales, relacionados al mundo del espectáculo– junto a la historia de amor de la pareja hasta llegar al primero de los aniversarios litúrgicos del peronismo. Un punto interesante será ver a Alfredo Casero interpretando al embajador  estadounidense Spruille Braden, aquel enviado desde el Norte que unió y recibió el apoyo de los políticos opositores al Partido Laborista, que ganaría las elecciones en febrero de 1946. Y desde allí sí empezar la Gran Historia.



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