Fuente: http://www.farco.org.ar/index.php/es/actualidad/374-bahia-blanca-presentaron-un-libro-sobre-los-medios-hegemonicos-y-las-privatizaciones.html
El  periodista Luis Gasulla presentó en Bahía Blanca su libro “Relaciones  Incestuosas. Los grandes medios y las privatizaciones, de Alfonsín a  Menem”. Del evento participaron también medios alternativos y se  analizaron las consecuencias de las privatizaciones, y dentro de ellas  la concentración de medios en el país y la ciudad de Bahía Blanca.
      “La  relación de los gobiernos con los medios de comunicación es como una  relación de amor odio. Que hay siempre una tensión entre lo prohibido,  lo no dicho, en un toma y daca”, explicó el autor en la presentación,  ante los micrófonos de la FM De la Calle. Para ejemplificar, Gasulla  recordó que “el ex senador Eduardo Menem hablaba que en un momento de  los intentos de la re-reelección de su hermano Clarín le amenazaba con  tirarle doce tapas negativas. O sea, la lógica de la extorsión”. El  periodista también se refirió al grupo mediático local, de la familia  Massot, que como otros multimedios nacionales tuvo estrechos vínculos  con la dictadura. “Me parece que a los empresarios de los medios, ayer,  hoy, por lo menos a los grandes empresarios de los medios jamás les  interesó la verdad. La pelea es que a los periodistas les interese la  verdad” aseguró el periodista en Informativo FARCO.
Extracto: 
Los  medios y los gobiernos se vinculan en un eje de “amor-odio” que no  puede ser reconocido ni por unos ni por otros. Por los medios, porque  perderían la credibilidad que reclaman y proclaman. Por los gobiernos,  porque se los acusaría de estar al servicio de los formadores de  opinión y no del conjunto de la población. Ambos disputan el poder  simbólico de la sociedad, poder entendido como la relación  circunstancial pero permanente de intentar influir sobre ella. Así, se  necesitan mutuamente y, en las democracias liberales actuales, se  complementan. 
Un ejemplo de estas relaciones incestuosas fue el tratamiento editorial de los dos grandes matutinos —Clarín y La Nación—  durante el proceso de privatizaciones de las empresas de servicios  públicos durante el primer gobierno de Carlos Saúl Menem. En medio de  descaradas privatizaciones, el discurso imperante equiparaba al Estado  con el mismísimo demonio. Recordemos que, desde 1989, cuando el  justicialista y ex gobernador de La Rioja, Carlos Menem, asumió la  presidencia de la Nación argentina, se inició un proceso de  liberalización y desregulación de la economía sin precedentes que fue  acompañado por el predominio del sector financiero sobre el industrial.  Durante la marcha de este proceso se privatizaron las empresas de  servicios públicos del Estado mientras que, a su vez, una gran cantidad  de medios de comunicación —entre ellos los principales canales de  televisión y las radios capitalinas más importantes— también pasaron a  manos privadas. 
Al  mismo tiempo que el capital financiero, mediático y de los grandes  grupos económicos se concentraba, una visión negativa del Estado como  administrador se apoderaba de la opinión pública, de los medios de  comunicación, de políticos y de funcionarios. 
El cuento de Doña Rosa
¿Quién  influye a quién? ¿La sociedad argentina estaba harta de los servicios  públicos manejados por el Estado porque los diarios, Bernardo Neustadt y  la empleada pública del humorista Antonio Gasalla escribía y hasta  ridiculizaba la impericia estatal? ¿O tal vez la opinión pública se  había saturado de esperar años para conseguir una línea telefónica en su  casa? 
La  relación que existe entre la sociedad y los medios de comunicación de  masas es innegable: los medios están formados por personas que integran  la denominada "opinión pública" y, a su vez, la opinión pública  condiciona a los medios en menor o mayor medida, ejerciendo una presión  sobre ellos. Como afirma Denis McQuail: “La institución de los medios  forma parte de la estructura de la sociedad, y su infraestructura  tecnológica de la base económica y de poder, mientras que las imágenes y  la información que difunden son, obviamente, un aspecto importante de  nuestra cultura” (1). Sería imperdonable obviar la presión que la  opinión pública ejerce sobre los medios de comunicación pero también es  cierto —y más en las sociedades actuales, altamente mediatizadas— que,  la única opinión pública efectiva es la opinión pública publicada.
Es  necesario reconocer el rol que juegan los medios de comunicación  masivos en una sociedad que se caracteriza por la mediatización de la  experiencia ya que las representaciones iconocinéticas, la televisión en  primer lugar, y la radio y los medios de prensa escrita, luego,  establecen la agenda mediática y la manera en que el ciudadano debe  ubicarse frente a la noticia. Los medios informan pero también forman  opinión donde la noticia es una construcción social arbitraria de un  hecho y donde la realidad expresada por los medios no es una ventana  abierta al mundo sino una construcción donde se persuade —entendido en  términos aristotélicos—, donde algunos acontecimientos son noticias  —llegan a la luz— y otros no —se ocultan— y, especialmente, le otorgan a  la sociedad la agenda de discusión cotidiana que circulará en ella. Los  medios transforman las identidades culturales, influyen en las formas  de percibir hechos y personas, construyen lazos sociales y políticos,  robustecen conflictos y consensos. En ese sentido ¿Cuál era el rol que  debía cumplir el Estado según Clarín y La Nación entendiendo a la editorial como la conciencia abierta de un diario al igual que lo hicieron en Decíamos Ayer  los periodistas Eduardo Blaustein y Martín Zubieta? Investigar quién  habla y desde dónde habla es descubrir qué se busca decir, para qué y  por qué.
En  absoluto esto significa que los periodistas de ambos diarios no hayan  investigado y hasta denunciado los negociados en el proceso de venta de  las empresas pública, la corrupción y hasta la aparición de un “diputrucho”  en una sesión histórica del Congreso, pero las causas y consecuencias  de las privatizaciones jamás fueron abordadas desde un ángulo opuesto al  del gobierno menemista. Había que privatizar y cuánto antes, mejor. Eso  era incuestionable.
Como  señaló Bernardo Neustadt a este periodista, “a Doña Rosa nadie le puso  un revolver en la cabeza” para que legitimara la traición de Carlos  Menem y convalidara sus mentiras votándolo masivamente en 1995. La  sociedad acusó y criticó cuando lo quiso hacer, así como también apoyó y  votó a corruptos, genocidas y represores sabiendo de sus pecados, en  menor y mayor medida. Muchos medios, a su vez, como parte de la  sociedad toda, se enamoraron de algunos gobernantes otorgándoles más  espacio a los elogios y menos líneas a las denuncias, priorizando con  mayor énfasis algunas medidas y cubriendo algunas críticas. Algunas  noticias tuvieron más espacio que otras –no fue lo mismo la cobertura  mediática de la Plaza del Sí en apoyo a Carlos Menem que las tantas  Plazas del No a su política económica–. El ensayista Miguel Alsina  afirma que “la noticia es una representación social de la realidad  cotidiana producida institucionalmente que se manifiesta en la  construcción de un mundo posible”. (2) 
La  llegada de Carlos Menem al gobierno en 1989 sólo explotó, y con éxito,  ese odio hacia el Estado, no lo creó. Sin embargo, la “prensa gráfica  comercial”, intervino en la creación de consensos y construyó un  discurso que fue funcional al modelo neoliberal instaurado por el  gobierno de Carlos Menem y profundizado con la llegada de Domingo  Cavallo al ministerio de Economía. El hecho de repetir una y otra vez,  hasta el hartazgo, la inutilidad estatal y los beneficios de privatizar  las empresas de servicios públicos es lo que el recordado ensayista,  periodista y profesor, Aníbal Ford llamaba “mediaciones”, “dispositivos  de construcción de hegemonía (…) donde operan interpretaciones que  después se institucionalizan en el sentido común”. (3)
Cada  vez en que la política y los grandes medios se aliaron produjeron un  discurso unificado y un consenso social que minó expresiones  alternativas. Sucedió a comienzos de los 90 y se repitió durante los  primeros años del kirchnerismo. Los discursos incuestionables como los  totalitarismos políticos y discursivos siempre atentaron contra la  democracia. He aquí un momento de la historia argentina en la que las  aguas sociales (dentro de las que nada el subsistema periodístico) se  han dividido y no por obra y gracia de ningún Moisés.
¿Quién  creó ese inmenso odio hacia el Estado entonces? Difícil es tener una  respuesta exacta ya que no existe. Recordemos que “la acusación no es  prueba y que la condena depende de la evidencia y de un proceso legal”,  como dijo el célebre periodista Edward Murrow (4). En Relaciones Incestuosas   trabajé sobre la idea de imaginario social, el cual fue invadido por  el sentimiento de miles y miles de ciudadanos, en su rol de usuarios,  que vieron cómo los servicios esenciales manejados por el Estado,  funcionaban cada día un poco peor –el caso de la prestación de la  telefonía es ejemplar–. Ahora bien, a la sociedad no le interesaban las  razones de ese mal funcionamiento –si había un boicot interno o si  existía una política desde el propio de Estado de deshacerse de sus  empresas–, y cuando muchos políticos se animaron a hablar de la  posibilidad de privatizar comenzaron a ser vistos como actores  hollywoodenses, rubios y de ojos celestes. El trabajo de la “doña Rosa”  de Neustadt –el periodista televisivo más visto de esa época – es  innegable, como él mismo se encargó de señalar en vida y despertó mayor  influencia que docenas de editoriales del diario La Nación o alguna tapa de Clarín.  Pero Neustadt no obligaba a sus televidentes a que lo vieran todos los  martes a la noche y menos que llenaran la Plaza de Mayo para decirle  “Sí” a Carlos Menem. 
En la obra de Shakespeare Julio César,  dice Casio: “La culpa, querido Bruto, no está en nuestro destino, sino  en nosotros”. Sin embargo, un nosotros no puede ni debe significar un  todo absoluto, dado que hubo dirigentes, sindicalistas –los menos, cabe  aclarar–, políticos, periodistas de medios marginales y algún sector  minoritario de la opinión pública que supieron aventurar que el  neoliberalismo y la política privatista no sería una solución sino un  nuevo y, aún más grave, problema. Criticaron y resistieron, pero fueron  vencidos ante la indiferencia de las mayorías. En esos años, tanto los  periodistas como la opinión pública tuvieron alergia a la información  desagradable o perturbadora, y se dedicaron a devorar las bellezas que  el presidente Menem les “obsequiaba” en su cajita de cristal. Vivir la  fantasía y la apariencia no sólo fue un pecado de muchos políticos sino  también de una sociedad que se transformó en “público” y que estaba  harta de la burocracia estatal, la hiperinflación y las malas noticias;  prefirió a un vivo que a un serio, a un “roban pero hacen” que a un  honesto pero lento. El fin volvió a justificar a los medios. 
Hoy  aquellos temas que en otros tiempos no se discutían, están arriba de la  mesa, dispuestos a ser devorados. En el 2008, en una guerra de poder  nunca antes vista, un gobierno comenzó a cuestionar el poder de Clarín,  ese monstruo, temido como cualquier criatura de estas características y  tamaño, aunque creado por sus propios y futuros detractores. Esas  relaciones non sanctas de ayer son estas relaciones incestuosas de hoy  en que los ciudadanos y los periodistas sin compromisos políticos ni  económicos con un grupo empresario determinado, observan “la guerra”,  día a día, envueltos en una pelea estéril en donde la mayor perjudicada  es la verdad. El periodismo puede ser de izquierdas o de derechas; pero  siempre debería mantener es la honestidad consigo mismo que es la única  forma de serlo con el lector, con el oyente y con el televidente. El  compromiso ideológico no debería ir a contramano con la veracidad. 
Luis Gasulla
 (1)    Denis McQuail, Introducción a la teoría de la comunicación de masas, Barcelona, Paidós, 1999.
(2) Miguel Alsina, La construcción de la noticia, Madrid, Paidós, 1989.
(3) Aníbal  Ford, “La marca de la bestia. La narración de la agenda o las  mediaciones de los problemas globales”, apuntes de la materia Teoría  sobre el Periodismo de la carrera de Comunicación Social, Facultad de  Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. 
(4) Extraído de la película Buenas noches... buena suerte,  dirigida y protagonizada por George Clooney, 2005. En el film se relata  la historia del enfrentamiento entre el presentador de noticias de la  CBS Edward Murrow con el senador Joseph McCarthy. Fuente
http://www.periodicotribuna.com.ar/7797-imperdible-los-grandes-medios-y-las-privatizaciones-de-alfonsin-a-menem.html
 


 
 
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