Glauber Rocha (1938-1981) fue uno de los más importantes directores del cine latinoamericano y uno de los fundadores del Cinema Novo, cine de oposición ―políticamente radicalizado y formalmente experimental― surgido en Brasil a mediados del siglo xx en abierto enfrentamiento a la colonización estética de Hollywood y al “falso populismo” de los estudios nacionales.
El presente volumen recoge una serie de ensayos, manifiestos, artículos críticos y entrevistas publicados en su mayoría por primera vez en español y tomados de sus dos libros más importantes: La revolución del Cinema Novo, donde Rocha define la estética y la economía-política implicadas en este movimiento latinoamericano de vanguardia; y El siglo del cine, que documenta su labor como crítico cinematográfico y evidencia el sistema de afinidades, alianzas y confrontaciones que caracterizó su vínculo con el neorrealismo Italiano, la nouvelle vague, el cine soviético y el western norteamericano, entre otras corrientes cinematográficas.
Posicionándose contra el cine clásico y el realismo estético (para Glauber Rocha, ambas expresiones de la razón burguesa) lo que predomina en estos textos es la afirmación del arte revolucionario como ritual de la anti-razón, como aproximación al imaginario popular y a su dimensión mágica con el fin de liberar el inconsciente cultural cristalizado en el mito. La consigna siempre reiterada es así la de la constitución de un cine épico-didáctico que articule el análisis crítico de la cultura con los desafíos del arte entendido como ritual agresivo, visceral, experiencia de choque y de contagio de pasiones que provoquen el impulso revolucionario.
(Caja Negra, 320 págs., $85.-)
Autor:
Glauber Rocha Edición al cuidado de:
Ezequiel Ipar Traducción:
Mariana de Gainza y Ezequiel Ipar Prólogo:
Ismail Xavier Comentario Glauber
Este libro acaba de salir. Se llama La Revolución es una Eztetyka. Por un cine tropicalista es una recopilación de textos de Glauber Rocha. Pensaba escribir sobre el en la columna de Perfil del domingo que viene, pero me avisaron que Glauber será la nota de tapa del suplemento cultural y que no quedaba bien que la contratapa fuera sobre el mismo tema.
Así que acá está, entre nuestras Primeras Páginas. Una de las cosas que quería destacar del libro es su editorial, ya que Caja Negra viene construyendo lentamente un catálogo con hitos notables. En materia de cine, el de Glauber se agrega a una trilogía espectacular compuesto por las Historia(s) del cine de Godard, el diario de Jonas Mekas (Ningún lugar adonde ir) y una selección de micro relatos de Alexander Kluge (120 historias del cine).
La Revolución es una Eztetyka es un libro muy potente, sobre todo porque aunque hayamos visto algunas de sus películas y leído algún escrito suyo, hoy sorprende una vez más encontrarse con la clara y revulsiva prosa de Glauber.
Glauber Rocha nació en 1938 y murió en 1981; su carrera cinematográfica comienza en 1959 y los textos recopilados se extienden entre 1957 y el año de su muerte. Hace apenas treinta años, pero parece que el combate ideológico, estético y económico que inflama estas páginas corresponde a un tiempo muy anterior, simplemente porque de esas llamas no quedan más que cenizas.
Aunque los temas que trata Glauber (qué filmar, cómo producir, cómo llegar al público, cómo construir un cine nacional, cómo dialogar con la historia del cine, cuál es la relación entre el arte y la industria, cuál es el lugar de la técnica,…) siguen siendo la base de cualquier discusión sobre cine en Latinoamérica, da toda la impresión de que la gran batalla terminó con una derrota. El cinema novo, es decir la gran construcción industrial-estética-política a la que apostó Glauber, en la que tuvo socios tan diversos como el Partido Comunista y algunos de los gobiernos militares brasileños, ese movimiento que le permitió en un momento a Brasil abrirse camino en el cine internacional como pocos países periféricos lograron hacerlo, dejó una herencia mucho más pobre de lo que sus objetivos pretendían.
Por un lado, el cuerpo del cinema novo no está construido de obras maestras, y la realidad del cine brasileño de hoy es el de una cinematografía magra, que habla el lenguaje de Hollywood en una versión degradada. Es decir, es parte de ese cine domesticado contra el que Glauber combatió denodadamente. Y en el resto de América Latina las cosas no son muy distintas.
Pero la causa de que las cosas hayan terminado tan mal hay que buscarlas también en las contradicciones del pensamiento de Glauber. Si uno lee entre líneas estas páginas, advierte que Glauber sabía que estaba apoyando términos contradictorios de la ecuación cinematográfica.
Quería un cine nacional apoyado por el Estado, quería que el público brasileño no le diera la espalda y quería también que el cine fuera libre y que se alejara del populismo de derecha a la americana y del populismo de izquierda del cine militante. Y no se puede. Y creer que se podía, apoyándose en los dogmas de la época y en el optimismo de la voluntad le costó la vida.
Glauber logró venderle el cinema novo a los Cahiers du cinéma y a los festivales europeos pero se terminó dando cuenta demasiado tarde que eso servía para muy poco. Por razones estratégicas Glauber fue sectario y discriminador (como lo atestiguan los casos de Sganzerla y Bressane y, en un plano más personal, Walter Lima), pero sus aliados terminaron traicionándolo, dejándolo solo con su cine y su discurso que empezó a girar en el vacío. En el fondo, no hay manera de elaborar un discurso noble sobre un arte subsidiado.
Queda el cineasta, el poeta, el intelectual que se adivina en este libro revulsivo, conmovedor, altamente instructivo para entender lo que fue el cine a principios de los sesenta, el momento de su mayor auge, en el que coincidieron el final de las carreras de los cineastas clásicos, la irrupción del cine moderno y la emergencia de los cines nacionales en la periferia. Pero también la guerra fría, las aspiraciones de la revolución, los delirios de la violencia. Detrás de esos furores aparece, nítida, la figura del cineasta bahiano.
Su vocación temprana, su educación acelerada, su admiración por los maestros, su espíritu de lucha, su alma de líder y lo que constituyó en definitiva su sello más personal y más contradictorio: sus películas estuvieron siempre al margen de sus batallas por crear una industria y encabezar un movimiento colectivo. En ellas, pero también en algunos de sus originales escritos, estuvo siempre diez pasos adelante de sus compañeros y allí volcó tanto su inconsciente como su cultura, su talento y su ambición por encontrar las imágenes que correspondieran al mundo y dieran cuenta de la evolución de la historia del cine. Glauber admiraba a Straub y a Godard. Sabía que no era un cineasta puro como el primero pero también que tenía algo que ofrecer que al segundo se le escapaba por ser parte de la cultura de un país central. Esa diferencia está allí, esperando que las cenizas vuelvan a arder sin la presión de los magnates ni la de los comisarios.
Fuente. http://lalectoraprovisoria.wordpress.com/comentario/
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