FUE PREMIADA CON LA CÁMARA DE  ORO DEL FESTIVAL DE CANNES, ADEMÁS DE OTROS RECONOCIMIENTOS EN SAN  SEBASTIÁN, LONDRES Y BIARRITZ. SEGÚN SU DIRECTOR, EL DEBUTANTE  GIORGELLI, NO SE TRATA DE UNA PELÍCULA FESTIVALERA: “PARA MÍ, ES UNA  PELÍCULA POPULAR”.                                                            
ES UNA PELÍCULA DE AMOR
Si  es cierto que toda crisis implica una nueva oportunidad, el caso de  Pablo Giorgelli es, sin duda, uno de los mejores ejemplos para  corroborarlo. Hace varios años, Giorgelli –que era editor– la sufrió en  carne propia por diversos motivos. El principal fue la prolongada  enfermedad de su padre. A esa angustia se le sumó la ruptura de la  relación con su pareja, después de varios años de convivencia. Y por  supuesto, por aquella época todavía se producían los coletazos de la  crisis de 2001, situación que le provocó grandes dificultades para  conseguir empleo. Pero Giorgelli no se dio por vencido. En aquella época  en que se preguntaba qué quería de la vida, qué trabajo deseaba tener  y, sobre todo, qué cine quería hacer, nacieron las primeras pinceladas  del guión de Las acacias, su ópera prima, que se estrena este jueves en  la cartelera porteña. Jamás imaginó un debut en la realización como el  que se produjo: el film obtuvo la Cámara de Oro en el Festival de Cannes  de este año, uno de los galardones más importantes de la historia del  cine argentino. Entonces, la vida le abrió las puertas y el amor le dio  una revancha: conoció a su actual mujer trabajando para este  largometraje. Es por eso que Giorgelli dice que “toda la película fue un  proceso largo de maduración interior”. Como el que experimenta el  personaje de Las acacias. “Yo también me fui transformando a lo largo de  estos años. La película nació de un momento de crisis, pero termina en  un momento mío, donde yo me reencontré conmigo mismo”, afirma sin temor a  equivocarse.
¿Y  el argumento? Con sensibilidad, sutileza y mucho oficio, Giorgelli  construyó una historia simple, pero, a la vez, intensa. Rubén (Germán Da  Silva) es un camionero al que le cuesta comunicarse con los demás y que  tiene un conflicto interior, producto de un motivo relacionado con la  paternidad. Se gana la vida transportando acacias en un viejo Scania  entre Asunción y Buenos Aires. Su soledad lo hace mostrarse siempre  duro, metido en su mundo y parco. Un conocido le pide si puede  transportar en unos de esos viajes a Jacinta, una mujer paraguaya que  vive sola con su beba de cinco meses y que desea llegar a Buenos Aires  en busca de un futuro más próspero. El comienzo lo muestra a Rubén muy  reticente con su acompañante y hasta molesto con el llanto de la beba.  Pero poco a poco va estableciendo un recorrido por su mundo interno,  durante el tiempo que implica recorrer los 1500 kilómetros que realiza  con esta compañera de viaje y su hija. Y vivirá un proceso que lo  llevará a una especie de renacer.
La  Cámara de Oro no es el único premio que obtuvo Las acacias hasta el  momento, mientras el recorrido por el circuito de festivales continúa.  También cosechó el Premio Horizonte en el Festival de San Sebastián, el  de Mejor Opera Prima en el Festival de Londres y el Premio Mayor en el  Festival de Biarritz, entre diecisiete galardones. Pero Giorgelli nunca  imaginó que su primer largometraje y su primer festival –Cannes– le iban  a deparar semejante alegría. “Es increíble. Me parece que pasó hace un  año y medio y fue hace seis meses”, confiesa el director debutante.  “Terminamos la película, nos invitaron a Ca-nnes, dos semanas más tarde  la estaba enviando, siempre corriendo. De hecho, acá no la había visto  casi nadie porque no tuve ni tiempo. Acá la vio sólo el círculo íntimo”,  relata Giorgelli. Desde que Las acacias se proyectó en la Semana de la  Crítica los elogios comenzaron a crecer con un efecto de bola de nieve.  “Eso para nosotros era muchísimo, luego vino la premiación de la Semana  de la Crítica, y ahí ganamos tres premios: el de los directores  franceses, el de la crítica joven y uno hermoso que da el Sindicato de  Ferroviarios Franceses desde hace muchos años, cuyo jurado lo integran  cien personas. Es casi como un premio del público. Y la verdad es que  nunca esperé recibir un premio como la Cámara de Oro”, admite Giorgelli.
–¿Cree que si Las acacias no hubiera ganado la Cámara de Oro hubiera pasado inadvertida en la Argentina?
–Todavía  no sé si no va a pasar inadvertida, porque no estrenamos. Lo que sí ha  pasado fue que los medios y la gente que está atenta a la cultura  probablemente se han enterado. Pero también me pasó de encontrarme con  un amigo que no veía desde hacía mucho tiempo. Y le comenté que hice una  película. Y me preguntó: “¿Cómo se llama?, ¿De qué se trata?”. Ni idea.  Y te encontrás mucho con eso. La gente no sabe, no se entera. Hacer que  la gente se entere implica mucho dinero. Si tenés plata, es fácil.  Nuestra campaña, básicamente, es de boca en boca. Entonces, la verdad es  que no sé cuán advertida o inadvertida pasará la película en la  Argentina.
–El  viaje que emprende el camionero no es sólo externo, sino que también  establece un recorrido interior que le produce una transformación  personal. Esta es la esencia de la película, ¿no?
–Sí,  básicamente es eso. La película habla de la transformación interior de  un hombre. Ese camino tiene que ver con mis últimos años. Es algo con lo  cual me siento cerca e identificado, ese camino de la soledad al  renacimiento, al reencuentro con uno. Y la película, básicamente, habla  de la soledad, de la paternidad, de la dificultad para comunicarse con  los demás. Y como decía: de la posibilidad de renacer. Y cuando me  empezó a aparecer en la cabeza la idea de un viaje, ahí me empezó a  cerrar todo, porque creo que es una muy buena forma de mostrar un viaje  interior a través de un viaje exterior. Y ahí es donde empecé a armar el  guión. Y luego surgió la idea de que él podía ser camionero. Y como yo  había estado trabajando mucho en Misiones, dije: “Viene de Paraguay”,  porque me gusta esa zona. Y empecé a trabajar un poco el guión con  Salvador Roselli, casi por asociación.
–En esa relación que construye con Jacinta, ¿Rubén le encuentra un nuevo sentido a la vida?
–Sí.  La película cuenta el inicio de ese redescubrimiento posible que va a  haber en un futuro. Viendo la película, el espectador asiste al momento  en que esa coraza se quiebra. Pero él no tiene tan claro lo que le va  pasando. Se ve superado por la fuerza de eso que va descubriendo y no  puede hacer nada para evitarlo. Creo, incluso, que al principio trata de  resistirse. Todavía sigue actuando como aquel que fue en los últimos  veinte o treinta años y se resiste al cambio: se enoja, está de mal  humor. En un momento, se da cuenta de que ya no quiere eso, quiere algo  nuevo, elegir. Y entonces, estamos asistiendo al comienzo de una  transformación. De eso habla la película. Y desde el comienzo, siempre  la pensé y la sentí como una película optimista. Es positiva. Trata de  alguien que no puede decir lo que le pasa y, al final, se transforma.
–¿Por qué Rubén tiene dificultad para comunicarse?
–Porque  está encerrado en sí mismo y se convirtió en una especie de cowboy  moderno, un ermitaño a bordo de un camión del ’70. Y se cerró. Cuando  uno se cierra de ese modo, hay algo de dolor, de soledad y de  imposibilidad de modificarse. Y Las acacias es sobre alguien que está  herido.
–Dijo  también que Rubén es como una especie de acacia que va renaciendo. ¿Se  refería a la dureza de su carácter y su paso sutil hacia una mayor  docilidad?
–Sí,  básicamente tiene que ver con eso. Detrás de esa coraza, de esa dureza,  de ese encierro, siempre hay otra cosa. Son mecanismos, ni siquiera son  máscaras. Son casi reacciones instintivas. Si te pinchan, te cerrás para  protegerte. Eso es lo que hace Rubén. Lo que pasa es que, a veces, uno  se cierra y no se abre nunca más. Entonces, me interesaba explorar eso.
–La puerta que se le abre a Rubén es la presencia de la beba que lo hace reencontrarse con el sentido de la paternidad, ¿no?
–Claramente.  Aparte, es un paternidad que para él es algo especial, porque Rubén  tiene un agujero con el tema de la paternidad. El ya es padre y ahí  tiene algo no resuelto, algo que no sabemos exactamente qué pasó, pero  sí sabemos que ahí el tipo tiene un dolor grande y que eso es el motor  de todo. Entonces, claramente es la que dispara esa transformación. Yo  quería hablar de la paternidad, de la importancia de tener una familia.  Para mí son cosas esenciales al ser humano. Si no, uno está incompleto.
–Indaga en la soledad y la paternidad, pero Las acacias también reflexiona sobre el amor...
–Claramente,  porque todo esto que estamos hablando tiene que ver con los distintos  tipos de amor. Por un lado, el amor paternal, pero también el amor de  pareja y el amor de familia. Y también con el reencontrarse con sí  mismo. Cuando uno se encuentran consigo mismo, está abierto a poder amar  a los demás y a recibir, porque lo que le pasa a él, al principio, es  que no puede ni dar ni recibir. De esa coraza no entra ni sale nada. Y  creo que esto es una de las claves de por qué la película funcionó tan  bien en lugares tan distintos como Ucrania, Eslovaquia, Londres,  Toronto, Perú, Asunción. Incluso las dos proyecciones de los otros días  en el Festival de Mar del Plata fueron muy buenas. Y siempre los  comentarios son muy parecidos, tanto de los jurados, de los críticos  como del público. En distintos lugares he asistido a la conexión que el  público establece con la película. Y Las acacias es una historia de  amor, una historia popular, una historia para el público. No es una  película festivalera y nada más. Nos fue muy bien en festivales, pero  para mí es una película popular.
–En  relación con eso, los espectadores acostumbrados a un cine más  comercial pueden llegar a catalogar a Las acacias como un film con falta  de ritmo, pero eso es justamente lo que le servía a usted para contar  lo que pretendía, ¿no?.
–Estoy  totalmente de acuerdo con lo que dice. Mi película tiene determinado  ritmo y en una parte no tiene muchos diálogos, pero porque tiene que ver  con eso: hay alguien que no puede decir lo que le pasa, al que le  cuesta expresar lo que le sucede y está encerrado en sí mismo. Para mí  hay una diferencia importante con algunas películas más contemplativas o  minimalistas. Yo siento que Las acacias no es una película  contemplativa, sino narrativa. Y los silencios que hay son silencios  dramáticos. Y ésa es una gran diferencia. Creo que Las acacias es una  película clásica. Alguien me decía el otro día: “Tu película es como un  western moderno: el cowboy duro se va ablandando en un viaje. En vez de a  caballo, anda en camión”. Siento que hay algo de eso.
–Las  acacias es también una película arriesgada: tiene pocos diálogos, una  sola locación, fue filmada en movimiento y con un bebé. ¿Por qué eligió  el camino más difícil?
–Creo  que no lo elegí: se fue dando. O sea, lo que elegí fue contar una  historia que necesitaba contar. Yo diría que todo el proceso fue una  necesidad. Hacer una película y, cuando hacerla, además, te toma tantos  años, es muy difícil sostener ese deseo, esa idea durante tanto tiempo,  excepto si tenés la necesidad de hablar de eso. Y creo que eso fue lo  que me trajo hasta acá, porque en estos últimos cinco o seis años no  hice otra cosa. No fue elegir un camino más fácil o difícil, sino la  necesidad de hablar de algo. Y la historia te va apareciendo un poco de  ese modo. Y tenés una instinto que te dice “Hay que seguir”. Por eso, al  principio hablaba de un largo proceso de maduración. Fueron etapas. Y  cada etapa fue muy distinta.
FILMAR ARRIBA DE UN CAMIÓN
Filmar  en la cabina de un camión es de por sí difícil. Y si a eso se le suma  la presencia de un bebé, la cosa se complica. Es de suponer, entonces,  que el rodaje de Las acacias no fue simple. “La filmación fue muy  dificultosa y, al mismo tiempo, muy placentera”, expresa Giorgelli. “Fue  una filmación muy amorosoa y muy armoniosa.” Y lo justifica a través de  diversos aspectos: “Uno tiene que ver con la planificación. El rodaje  estuvo muy planificado por Juan Pablo Miller, que fue el director de  producción. Y la verdad es que planificar este rodaje era algo  logísticamente complicado porque había que moverse, viajar. Había cuatro  camiones, autos. Y básicamente lo que hicimos fue planificar el rodaje  mayormente siguiendo a la beba, siguiendo sus tiempos, esperándola,  adaptándonos a sus estados de ánimo. De acuerdo con su humor hacíamos  una cosa u otra. Ibamos saltando de escena en función de cómo estaba el  bebé. Y eso era complicado porque nos obligaba a saltar de escenas. Y no  sólo fue complicado para los actores, sino también para mí. Pero  previamente habíamos ensayado bastante la película. Entonces, todos  teníamos muy claro lo que había que hacer”, asegura Giorgelli.
EL LARGO Y SINUOSO CAMINO DE UN DIRECTOR
Pablo  Giorgelli debutó con 43 años como director. Además de las razones  personales que comenta en la nota, sostiene que siempre pensó que su  primera película iba a llegar antes. “Yo estudié en la primera camada de  la FUC con Pablo Trapero, Ariel Rotter, Rodrigo Moreno, e hice mis  cortos en ese momento. Luego necesité trabajar. Y cuando tenés que  laburar y ganarte el pan en el día, a veces se te va el tiempo ahí:  trabajé en la tele, en publicidad, en teatro, puse un bar. Y todo ese  tiempo fui montador de algunas películas y siempre fui escribiendo mis  guiones”, relata Giorgelli. “No sé por qué no llegó antes, pero sospecho  que por razones personales, familiares, laborales.” Pero al momento del  debut detrás de cámaras, Giorgelli ya tenía un background importante  como editor. A la hora de mencionar si esto fue una ventaja, señala que  “fue mucha”. Y admite: “Siempre me sentí más un director disfrazado de  editor. Y cuando editaba películas de otros, me ponía un poco en lugar  del director. Desde la universidad me sentí siempre así. Y desde el  secundario quería ser director, sólo que me tomó tiempo. Hasta que me  animé. Pero aprendí muchas cosas: siendo editor es que aprendí cómo  funciona el lenguaje cinematográfico. Y siendo editor aprendí qué cosas  me gustan y cuáles no”, analiza Giorgelli.
Por Oscar Ranzani
Fuente: Página 12
Más información: www.pagina12.com.ar
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CRÍTICAS
RESEÑA CRÍTICA 1: 
El  plano inicial es imponente. En un contrapicado virtuoso se ve un bosque  majestuoso. De allí sale la madera que el protagonista, Rubén, un  camionero que recorre el país, tendrá que llevar desde Paraguay hasta  Buenos Aires. Correspondiendo al favor de un amigo, en este viaje, a  contramano de sus costumbres, llevará a una mujer llamada Jacinta y a su  hija de ocho meses, Anahí. En un principio será una travesía  silenciosa, pues la soledad y la parquedad constituyen el carácter de  Rubén, que tiene un hijo mayor en Mendoza al que no ve y una hermana a  la que le dejará un regalo en una de las paradas de su itinerario, pero  ante la pregunta de si tiene familia responde que no. Lo que en un  principio parece una road-movie de Lisandro Alonso matizada por un  humanismo cándido que remite al cine de Sorín, termina siendo una  película amable y cuidadosa sobre un posible romance entre un hombre  adulto y una madre soltera oriunda de Paraguay. Giorgelli debe haber  trabajado mucho en el registro y en los tiempos del montaje. Se trata de  un filme de gestos mínimos en donde una bebé de meses, a través de sus  expresiones y berrinches, va conquistando a un hombre curtido y cansado.  Formalmente impecable, Giorgelli, con planos fijos desprovistos de  música y piruetas estéticas, cimenta en su austeridad y precisión  narrativa una mutación sentimental discreta pero extraordinaria de sus  personajes: un hombre, una mujer y una criatura bastan para hacer una  gran película. En este sentido fue lógico que se llevara la Cámara de  Oro en Cannes.
Por Roger Alan Koza
RESEÑA CRÍTICA 2: TRES EN LA CARRETERA
Las  acacias es una película cuya estructura es absolutamente convencional,  sus temas son de género –road movie, por mencionar uno- y sus códigos  pertenecen en muchos aspectos al cine más comercial. Sin embargo, la  película es un prodigio de minimalismo y ascetismo bien entendidos. Con  muy pocos personajes –esencialmente tres- y con escasas líneas de  diálogo en la primera parte del relato, los temas de la película se  expresan con absoluta claridad y una profunda ternura. Las acacias es  una de esas películas en las cuales si el espectador se queda afuera del  relato o se aburre, no es para nada culpa de la película sino del  espectador. La historia es sencilla y el planteo es tan básico como  atractivo. Un camionero, Rubén, recibe el encargo de su jefe de llevar a  una mujer paraguaya desde Asunción hasta Buenos Aires. Cuando llega el  momento del encuentro, el camionero descubre que la mujer, Jacinta,  viene con un bebé, Anahí. Hombre de pocas palabras, Rubén acepta en  silencio y con extrema dureza la situación. Lo que sigue es el largo  camino de los tres y el proceso que provocará profundos cambios en la  mirada que cada uno tiene del otro. Como toda road movie que se precie,  Las acacias no sólo cuenta un desplazamiento en el espacio –en este caso  Asunción-Buenos Aires- sino también un recorrido interior. Ese  recorrido está en los ojos de los personajes, en particular en los de  Rubén, quien debe hacer el camino interior más largo y modificar la  forma en la que se comporta con respecto a Jacinta. Y como todo film  minimalista logrado, Las acacias describe el mundo a partir de los  detalles. Y no hay que caer en la trampa conformista de decir que en la  película no pasa nada, porque pasa de todo. Porque el mundo se muestra  frente a nuestros ojos y sólo hay que saber mirar. Y no sólo con los  ojos del corazón, porque si bien estos deberían ser una buena guía, no  hay que ser tan voluntarista. Hay que observar con la mirada atenta e  inteligente de un espectador capaz de darse cuenta de que las palabras  más importantes pocas veces se dicen en la vida real, y hay que  adivinarlas en los infinitos gestos de las personas. El director Pablo  Giorgelli no mira a los personajes desde la butaca director, sino con la  mirada humanista que a un buen realizador le permite entender en serio a  los personajes. Tampoco pone en sus labios frases de guión, sino  genuinas expresiones de personas movilizadas por un sentimiento, pero  limitadas por su pudor y su timidez. Un regalo extra es el personaje del  bebé, cuya mirada abre el corazón de cualquiera sin que de esto abuse  el director o la cámara. Qué un cine tan inteligente y sofisticado –hay  hallazgos de puesta en escena que merecerían un artículo aparte- no  renuncie a la emoción y la ternura es una gran noticia. Que esto último  no le impida ganar en el festival de Cannes uno de los premios más  importantes, es también motivo de alegría. Y finalmente, que los  sentimientos de las personas no sean explotados de forma vulgar y falsa  como lamentablemente solemos ver en el cine más comercial, es lo que  termina de exponer los méritos de Las acacias. Una película que a pesar  de ser minimalista, es uno de los estrenos más grandes del año.
Por Santiago García
Fuente: www.leercine.com.ar
 
 
 
Me imagino que filmar arriba del camión debe haber sido uno de los desafíos y como todo desafío, tiene un color especial. Me gusta mucho ver el "detrás de escena" de las pelis. Y más cuando son estrenos en Argentina porque es como que antes de ver la peli en sí, ves cómo la hicieron. Copado!
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