No recuerdo por qué llegamos tarde ese día de algún mes de 1980. La Filmoteca de la UNAM inauguraba una maravillosa casa en el mejor barrio de Ciudad de México: Coyoacán. Y lo hacía con un seminario sobre cine latinoamericano. Con un expositor de lujo traído desde Lima. La generosidad de Humberto Ríos se pondría otra vez a prueba presentando a uno de sus mejores amigos. Cuando entramos, él ya estaba hablando y cuando lo vio al Negro le hizo un guiño cómplice que me quedaría grabado mucho tiempo. No se veían desde que ambos abandonaran la Argentina de la dictadura. Canoso, con una elegancia austera, más de un Quijote que de un dandy. Y cuando Humberto me presentó a Octavio en el almuerzo, me mató ese acento entre castizo de León y el trato de “tú”, entre español y peruano, que luego empezaría a mexicanizarse.
Así conocí a Octavio Getino. Así el exilio me deparaba una nueva sorpresa: conocer al codirector de La hora de los hornos. Pasaron muchos años antes de que pudiera contarle la conmoción que me produjo esa peli. Y cómo la vi. Con mis hermanos y mi viejo nos cortábamos el pelo en lo de Rúben (acentuado en la “u”). Y esa especie de Fidel Pintos de nuestro barrio un día se me acercó a la oreja y susurró: “El sábado dan una película que tenés que ver”.
El lugar era el taller de cerámica que el Michi Aparicio y su mujer Irene (la hija del legendario fotógrafo Anatole Saderman) tenían ahí cerca. Llevaré para siempre en mis oídos el ruidito del proyector de 16 mm y la voz de Eva Perón resonando. Pero más en mi retina el blanco y negro de las movilizaciones populares a la Plaza de Mayo. Ya nada sería igual. Ni para mi formación. Y mucho menos para el cine político argentino y latinoamericano.
Para mi suerte, Octavio y Susana Velleggia decidieron radicarse en elghetto argentino de Villa Olímpica, en el DF mexicano. Y la generosidad de Susana me permitió regar una amistad que me regaló dos incunables. Una copia a mimeógrafo reescrita de Hacia un tercer cine, el marco teórico que Getino y Solanas habían escrito como base conceptual para Cine Liberación. Y otra copia recién salida del horno que me ocupé de “engargolar” (término mexicano por anillar) de Cine y dependencia, el primer trabajo de Getino como investigador, que tenía dos virtudes notables: era la primera historia económica del cine argentino con una fenomenal lectura cultural de cada uno de sus períodos.
Esas tenidas mexicanas me obsequiaron un par de regalos más: la visión del Gallego Getino del mundo peruano profundo con sus comunidades aborígenes. Y el relato que en esos lugares Octavio y Susana empezaban a desarrollar con las tecnologías del video, que tendrían su marca en la Argentina casi una década después.
Envidiable fue el carácter latinoamericano que Susana logró darle a la casa del regreso, en la calle Liverpool de Parque Chas. El Octavio investigador ya empezaba a cruzar fenómenos de nuestro continente con lógicas de la Comunidad Económica Europea y de esas comparaciones surgirían los primeros conceptos de Espacio Audiovisual: nacional y latinoamericano. Mirar los fenómenos del cine, la TV, la radio y las industrias culturales como un objeto único de estudio. Y como diría Rodolfo Kusch: pensar desde América.
De estas épocas es su Cine latinoamericano. Economía y nuevas tecnologías que, no por casualidad, estaba en la colección de Editorial Legasa dirigida por Aníbal Ford. Allí publicarían grandes como Heriberto Muraro, José María Pasquini Durán, Oscar Landi, Margarita Graziano, entre otros. Se escribe fácil, pero pasarán décadas hasta que aparezca una delantera similar. Investigadores de los márgenes. Observadores de lo profundo. Buscadores de identidad. La argentinidad al palo.
En esas épocas, Octavio desarrolló dos capacidades notables. Por un lado, su intercambio con las nuevas generaciones que quedó en evidencia cuando –sabedor de la importancia de las nuevas tecnologías– fue abanderado y guía del Movimiento del Video Latinoamericano, un híbrido de cine y televisión que tendría un gran desarrollo en Chile (herramienta esencial en las campañas contra Pinochet), Uruguay y Brasil y que en forma tardía llegara a la Argentina, pero que tendría una serie de cultores de enorme talento. ElGallego fue un verdadero adelantado en entender las nuevas tecnologías de la comunicación. Ejemplo de ello es su blog, un verdadero instructivo de su obra y un lugar privilegiado de debate.
La otra capacidad de Getino fue adelantarse e intuir la importancia de ciertos procesos. Y darle siempre una lectura continental. De estas épocas es su reencuentro con la Revolución Cubana. Superados distanciamientos por pequeñeces y sectarismos, el Gallego hizo de su vinculación con la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana un lugar de visita permanente. Y del Observatorio del Nuevo Cine fue fundador e impulsor permanente. Hoy queda como una de sus grandes obras. Los mensajes de condolencia desde México, Perú, Panamá, Republica Dominicana, son prueba de ello.
En el año 2004 pudimos agradecerle desde el Museo del Cine todo lo que Octavio había aportado. Terminaba de escribir junto a Susana una de sus mejores obras, El cine de las historias de la revolución,una formidable visión del cine político de los ’60 y ’70. La exposición fue una muestra de cómo se puede homenajear la memoria desde documentos, fotos y tapas de libros
Octavio nunca dejó de poner el cuerpo si era necesario. En noviembre de 2008 le escribió a Néstor Kirchner una carta donde denunciaba que “en la noche del día 18 de noviembre, se proyectó en Canal TN, y en el programa nocturno Palabras más, palabras menos –a cargo de Ernesto Tenembaun y Marcelo Zlotogwiazda– un fragmento del documental histórico Perón: Actualización política y doctrinaria para la toma del poder, el mismo que fue registrado en Puerta de Hierro, Madrid, a mediados de 1971. El programa se dedicó a ridiculizar las jubilaciones estatales” y un Getino indignado decía que “al manipular su imagen sustituyendo las palabras del General en la entrevista, por otros textos grabados por terceros dedicados a tergiversar y ridiculizar de manera obscena un testimonio que a todas luces debería ser respetado”.
Octavio nunca dejó de poner el cuerpo si era necesario. En noviembre de 2008 le escribió a Néstor Kirchner una carta donde denunciaba que “en la noche del día 18 de noviembre, se proyectó en Canal TN, y en el programa nocturno Palabras más, palabras menos –a cargo de Ernesto Tenembaun y Marcelo Zlotogwiazda– un fragmento del documental histórico Perón: Actualización política y doctrinaria para la toma del poder, el mismo que fue registrado en Puerta de Hierro, Madrid, a mediados de 1971. El programa se dedicó a ridiculizar las jubilaciones estatales” y un Getino indignado decía que “al manipular su imagen sustituyendo las palabras del General en la entrevista, por otros textos grabados por terceros dedicados a tergiversar y ridiculizar de manera obscena un testimonio que a todas luces debería ser respetado”.
Queda de Octavio su obra cinematográfica y su obra escrita. Una pasión por investigar América latina. No por mero economicismo ni por un denuncismo crónico, sino una necesidad de que nuestras imágenes tuvieran las pantallas que se merecían.
Pero deja también un patrimonio intangible. Su pasión por el debate. Una austeridad traída de la España de la guerra civil y la pobreza, y una forma de beber vino con amigos. Y su mirada del movimiento nacional y popular: siempre abrir los márgenes. Todos contra el enemigo principal. No es poco en tiempos de tanto whisky importado.
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