El director que sabía lo que contaba
Dentro de su filmografía impar, hubo un título que lo pintó de lleno: “Juan Moreira”. Con él no sólo rompió récords de concurrencia a los cines, sino que marcó un quiebre en su trayectoria como director.
Por Pablo O. Scholz
“Yo no soy un director peronista, soy un peronista que hago cine... En ningún momento planifico bajar línea a través de mi arte, porque tengo miedo de que se me escape la poesía”.
Entre las muchas, muchísimas cosas que nos deja Favio, además de su poesía fílmica, está su manera de entender los mitos populares y elevarlos a la consideración de su público. Algo que aprendió de sus padres postizos -sí, Perón y Torre Nilsson-. De su filmografía impar, porque no es única, ya que es excepcional, tomemos el caso de Juan Moreira (1973.) Una película que junto a Gatica, el Mono , se recortan sobre su cine en cuanto a que se centran en hombres de rasgos potentes, cuyo valor va más allá de sí mismos. Y son filmes que marcan una diferencia, por contraste, con Soñar, soñar o Aniceto , su última obra. Si hay un Favio más intelectual, como el de sus comienzos, con la trilogía en blanco y negro de Crónica de un niño solo , El romance del Aniceto y la Francisca y El dependiente , también aparecerá uno de cuño popular. Y Moreira , que supo estar entre las películas más vistas en la historia del cine argentino, en épocas en las que no existía la TV por cable, VHS, DVD ni Internet, supo combinar ambas vertientes.
Favio pensaba rodar el Moreira , del que tenía referencias por escucharlo en un radioteatro, aún antes de El dependiente (1969). Pero los costos resultaban imposibles. El folletín de Eduardo Gutiérrez iba a ser producido por Héctor Olivera para su sello Aries. Favio quería a Toshiro Mifune, que lo había impresionado en Los siete samurais, para interpretar al gaucho “vago y mal entretenido”. Finalmente, un barbudo Rodolfo Bebán encarnó al héroe.
En Juan Moreira conviven el sentido de rebeldía que impera como marca indeleble en los protagonistas de Favio. El del tipo bueno que es víctima de abusos y humillaciones, y sale a defenderse. El que se gana el respeto del pueblo a fuerza de honra y coraje. No es casual que el gaucho encuentre refugio entre los pobres indios, en sus tolderías, cuando lo persigue la Justicia. “No puedo contar lo que no conozco”, decía el realizador. La cámara no es detallista -igual que en Gatica - salvo cuando deba mostrar las armas y las expresiones de los rostros en medio de una pelea.
La sangre brotando, las malas palabras que sorprendían al público de entonces, el sonido de los disparos -los mismos de Los irrompibles - son imágenes y recuerdos de un cine que pervive. Favio le toma prestada a Bergman la escena en la que Moreira juega al truco con la Muerte. Y cómo olvidar el final, cuando lo toma de espaldas, y contra una tapia, que Moreira no llegó a saltar.
Moreira tuvo un público soñado por Favio. El del pueblo, los trabajadores que encontraron en el rebelde un ejemplo y modelo en el que identificarse en momentos aciagos.
Después de Aniceto (2008) Leonardo quería seguir filmando. Siempre se tomó su tiempo entre uno y otro título. El, en su departamento de Balvanera, rodeado de libros y discos, lo explicaba así: “soy un director lento y meticuloso”. Pero la enfermedad que lo obligaba a caminar con un bastón lo fue distanciando más de la cámara. Eso le generaba dolor.
“Pero es sólo una pierna -decía-. Sería jodido que me doliera el alma.” Como hoy nos duele a más de uno.
El arte de mirar a los ojos a los vecinos de la puerta de al lado
Por Adriana Schettini
Leonardo Favio hizo back up de lo vivido mucho antes de que existieran las computadoras. Rostros, diálogos, sabores, texturas, olores, todo lo fue guardando en su memoria. A mediados de los ‘90, pasé largos meses entrevistándolo para Pasen y vean. La vida de Favio , un libro publicado por la entonces Editorial Sudamericana. A medida que aparecían las preguntas sobre los personajes de sus películas, en sus respuestas se entronizaban, indemnes al paso del tiempo y el desgaste del olvido, los compañeros de la adolescencia; los vecinos de su natal Luján de Cuyo, en Mendoza; los payasos ignotos, enanos grandilocuentes, y malabaristas trasnochados del Parque Japonés, esa vitrina de fantasías prêt-à-porter que encandiló su mirada de provinciano recién llegado a Buenos Aires. En esos universos variopintos se inspiró su filmografía. Para ejemplo, un puñado de los tantos casos que él mismo me contó: A propósito de El romance del Aniceto y la Francisca , Favio explicó que el personaje del Aniceto (Federico Luppi) se parece mucho a su amigo de la adolescencia Raúl Di Marco: “La película es un poco la historia de él, sólo que Raúl no tenía gallos de riña. Pero su personalidad era muy semejante a la del Aniceto, sobre todo en esa actitud de estar con una piba y, de pronto, decirle chau y dar la historia por terminada porque le gustaba otra. Cuando era pibe, a mi me asombraba eso. ¿Cómo hace para desenamorarse?, me preguntaba. Yo pensaba que una persona se enamoraba y se quedaba enganchada hasta que se muriera”.
En El dependiente , la señorita Plasini (Graciela Borges) y el señor Fernández (Walter Vidarte) finalmente, se animan a tocarse en un coche fúnebre. “Ese tipo de franela yo la aprendí de los putitos de los cines”, dijo Favio, y habló del cine-bar La Bolsa, en Mendoza. “Ahí iban los olvidados de Dios. Ibamos todos los fugados del Patronato, los leprososos, los pelados, los piojosos. Dentro de la sala se tomaba café con tortitas (…), se fumaba tanto que tenías que entrar empujando el humo. (…) Era un lugar en el que los ladrones tenían vergüenza de entrar. En ese infierno, no sólo vi series fabulosas, que me quedaron grabadas para el resto de mi vida, sino que aprendí el tipo de franela que, años después, puse en la escena de El dependiente ”.
Mario, el Rulo es el personaje que compone Gian Franco Pagliaro en Soñar, soñar . “Está inspirado en un muchacho que conocí”, recordó Favio. “El me contó que tenía un enano al que metía en una valija. Entonces, él hacía de ventrílocuo, sacaba el enano de una valija y fingía que era el muñeco. Era un número de varieté. Desde que me contó esa historia, el personaje había quedado metido en mí”.
Una imagen de Gatica, el Mono : una mujer, Rosita, en la Misión Inglesa, gritando: “¡Viva la patria, viva Jesús, carajo!”. El personaje surgió a partir de una tal Rosita que “estaba siempre en la Torre de los Ingleses. Dormía en la plaza. Y a veces, en el Parque Japonés. Le agarraban ataques de ira: ‘¿Qué hacen, ustedes? Ladrones, hijos de puta. A mí me van a respetar, viva la Virgen María, viva la patria’, gritaba. Estaba loquita, loquita”.
Alguna vez, Federico Fellini confesó su gran sueño imposible: ver los rostros de todos los habitantes del planeta. Leonardo Favio no necesitó tanto: hijo de pueblo chico, le alcanzó con mirar a los ojos a los vecinos de la puerta de al lado para ser el que fue: un cineasta al que en Madrid, cuando le entregaron el premio Goya por Gatica, el Mono , José Sacristán presentó diciendo simplemente: “Señores, este hombre que ustedes están viendo es un genio”.
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