“Todavía hay una negación en una parte de la sociedad”
La antropóloga y documentalista, que ha construido su obra alrededor del tema de la memoria, estrena el próximo jueves su film más reciente, dedicado a las baldosas que recuerdan a los desaparecidos durante la dictadura cívico-militar.
Por Oscar Ranzani
Si hay algo que distingue a la filmografía de la antropóloga y documentalista Carmen Guarini es su permanente compromiso por la memoria, que fue indagando en sus diversas modalidades a lo largo de su extensa trayectoria cinematográfica. Su último largometraje, Calles de la memoria, ya desde el título señala que no es la excepción. El documental, que se estrena el próximo jueves 4 de julio en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), acompañado de una retrospectiva de la directora (ver recuadro), nació como consecuencia de un taller de cine que la propia Guarini brindó a estudiantes extranjeros. Les propuso trabajar sobre las baldosas que se instalan en las veredas de la ciudad para recordar a los de-saparecidos durante la dictadura cívico-militar.
“Fue una propuesta vertical”, admite Guarini a Página/12. “Yo les bajé el tema porque era un taller acelerado de dos meses y no iba a haber tiempo para que cada uno propusiera algún tema distinto. Además, siendo extranjeros, también les iba a costar mucho tiempo encontrar un tema. Entonces, se me ocurrió este tema de las baldosas que había empezado a interpelarme. A medida que recorría mi propio barrio, veía cada vez más baldosas. Y empecé a interesarme. Lo propuse y ellos comenzaron la investigación. De algún modo, yo quería que fueran ellos los primeros que comenzaran a acercarse a los grupos que hacían baldosas. Y recién después fui yo”, comenta la directora.
–¿Cómo eran las reacciones de los jóvenes extranjeros? ¿Encontraban relaciones entre lo sucedido en la Argentina respecto de las dictaduras en sus países?
–Fueron variadas. A algunos les pareció muy interesante y pudieron vincularlo con sus propias historias. Por ejemplo, el caso de los españoles, con temáticas recientes que hacían al hecho de no querer revisar todas las muertes que hubo en la Guerra Civil Española y esos juicios que nunca se han hecho, sumados al hecho de que empezaron a aparecer tumbas de NN, que eran de los muertos de la guerra civil. Inmediatamente, ellos encontraron puntos que no eran comunes pero que tenían alguna similitud. Fueron distintas reacciones. El caso de la joven chilena fue muy interesante, porque teniendo un pasado bastante común, al ser de otra generación, ella hablaba de la impotencia de estas nuevas generaciones de ver que todo estaba a la vista, pero que nada se hacía en Chile. No es el caso de Argentina, donde están los juicios en curso y es otra historia lo que ha ocurrido con el reclamo por los desaparecidos y asesinados por el terrorismo de Estado. El caso de la brasileña fue muy lindo, porque es una chica que se comprometió afectivamente con la temática. Era algo que ella jamás había pensado y, sin embargo, vemos a lo largo de la película cómo se transforma y se conmueve con este tema.
–¿Cómo observó la interacción de los vecinos con los jóvenes extranjeros? En la película se ven situaciones muy diversas...
–Esto también es interesante. Hay un discurso que, por un momento, parece como parte del vocabulario común que pertenece al tema de la memoria que tenemos los argentinos. Y están desde los lugares comunes hasta el reflejo de generaciones que desconocen lo que pasó. Muchas veces ni siquiera tienen la posibilidad de sensibilizarse hacia la temática porque directamente en sus casas no se habla. Un chico me dijo: “Yo no sabía” o un señor mayor también dijo: “A mí no me interesa”. Pero hay muchos testimonios que no aparecen en la película y que reflejan la preocupación de gente mayor. Hay una escena (que finalmente no quedó) de tres mujeres grandes que, precisamente, tienen divergencias en relación con lo sucedido pero que, sin embargo, están muy conscientes de lo que pasó, de los vuelos de la muerte. Y algunos dicen: “No hay que mirar para atrás, hay que mirar para adelante”. Es otra frase común del imaginario social del olvido, como si mirar para adelante no fuera también mirar hacia atrás porque justamente el adelante está conformado por ese pasado. Esto es algo que me interesa abordar mucho en las películas: que la gente no es consciente de que lo que vivimos hoy es parte de lo que nos pasó. Todavía hay una negación en una buena parte de la sociedad que no quiere entender que lo que pasó, también le pasó a ella. También le pasó a esa parte de la sociedad que niega.
–Algo significativo de la construcción de las baldosas es que se realizan colectivamente. No es una sola persona quien las confecciona sino que, incluso, participan jóvenes de colegios. ¿Cree que es un ejemplo de la transmisión de la memoria entre generaciones?
–Absolutamente. Uno de los logros de esta actividad es justamente que lo conseguido por los miembros de Barrios X Memoria y Justicia es que sean los mismos familiares, amigos, ex militantes o actuales jóvenes generaciones quienes abordan esa tarea, esa cuestión de materializar la memoria en una baldosa. Y a partir de poner las manos en ese material es que aparece inmediatamente esta cuestión de la tradición. Y eso me parece un logro absoluto. La idea no es convertirse en una fábrica de baldosas, como a veces decimos, sino que cada baldosa tenga su propia historia. Y no solamente la tiene por cada nombre, sino porque cada baldosa tiene su propia historia de fabricación: a veces, son amigos, a veces son militantes, a veces son familiares, a veces son docentes que vienen a pedir una baldosa. Y eso implica un proceso de elaboración de cada baldosa hasta su colocación, que es única para cada una. Parece que es lo mismo, pero no lo es.
–¿Cómo definiría estas baldosas?
–Las baldosas simbolizan una conmemoración de vida, no de muerte. Nunca han tenido la intención de transformarse en epitafios o tumbas. Es un recordatorio que implica que justamente el ciudadano común también se sienta concernido, porque el hecho de pasar y pisar esas baldosas implica una absorción, incluso, de modo inconsciente de ese pasado. No es solamente que la baldosa esté allí, amén de que hay muchísima gente que se para, se detiene, las lee. Y aunque no puedan elaborarse del todo siempre significa una marca de un pasado que está ahí y que va a perdurar para siempre.
–Un representante de organismos de derechos humanos señala que si marcan los pasos de sus compañeros también marcan los propios. ¿Este es también el espíritu del emplazamiento de las baldosas memoriales?
–Sí, totalmente. Al marcar los pasos por donde estos compañeros desaparecidos estuvieron, nos marcamos todos. Es una marca social. Por lo tanto, nos implica y nos abarca a todos.
–La película recupera debates que se generan en cada instalación de las baldosas. ¿Con estos actos se producen discusiones que habría sido interesante que se produjeran mucho antes?
–El tema es que, a veces, los tiempos en que los debates pueden darse son impredecibles. Una sociedad necesita un tiempo para madurar ciertas cosas. Incluso, creo que todavía hay debates que no han podido darse y que, tal vez, se den en un futuro. Esto es también lo interesante de estos procesos. Nosotros, como sociedad, hemos tenido una actitud madura muy tempranamente respecto del pasado. Primero, porque gracias a las Madres, las Abuelas, los Hijos, los Familiares, nunca se ha dejado de reclamar verdad y justicia por ese pasado, por lo ocurrido durante el terrorismo de Estado. Pero también han permitido que se introdujeran diferentes tipos de debates. Esos debates no fueron lineales ni exentos de tensiones, de conflictos, aún en el interior mismo de los organismos. Pero precisamente estos puntos de conflicto son los que me parecen más interesantes. Y justamente son los menos visibles. Hacia afuera aparece la acción ya consolidada: una marcha, un discurso, una muestra. Pero, ¿cómo se construye todo esto? Esto se construye gracias a las tensiones que, a veces, implican un debate de conceptos, de concepción hacia el momento histórico, de cómo se ve hoy el pasado, de cómo se lo analiza, de qué posición se toma frente a ese pasado. Y justamente me parece que es lo más interesante de mostrar en una película. Y no la cuestión de que todo está bien, está lindo y que todo funciona, porque no es así.
–Usted se pregunta al comienzo de la película por qué estas marcas de la memoria suceden ahora. ¿Llegó a alguna conclusión?
–Es una pregunta retórica la que yo formulo. No espero una respuesta, espero que la gente se sienta interpelada por esto. Y tiene que ver con que son procesos que no van a acabar nunca. No es posible decir: “Hasta acá nos ocupamos de esto”. O como algunos comunicadores reclaman: “Basta ya de hablar del pasado”. No hay un “basta”, no hay un momento que uno pueda decir: “Ya está, revisamos todo, ya se acabó”. No es así. Es imposible. Si no, tampoco seguiríamos hablando del Holocausto, por ejemplo. Son tan fuertes los crímenes, hubo tanta injusticia y todavía la hay, a pesar de los juicios. Pero los juicios no van a llegar a todos. Hay mucha gente que queda o ha quedado impune para siempre. Muchos civiles que han sido partícipes de los crímenes, directa o indirectamente, nunca van a ser juzgados. Son procesos inacabados. Por lo tanto, es muy paradójica toda esta situación. Por eso digo, no es que uno pueda responderse esa pregunta. En realidad, es una pregunta que se formula para interpelar a quien escucha.
OPINION
¿Por qué hacemos las baldosas?
Por Barrios X Memoria y Justicia (Almagro)
“No desaparece quien deja huella.”
Adagio japonés
Adagio japonés
Las baldosas son, ante todo, nuestra forma de hacer que el “nunca más” supere una expresión de deseos. Cada uno de los pasos que seguimos para hacerlas supone recuperar la presencia de los compañeros detenidos-de- saparecidos o asesinados por el terrorismo de Estado. De aquellos compañeros que sufrieron todas las negaciones: fueron negados al ser secuestrados, negados en su condición humana, negados sus cuerpos cuando los asesinaron, negadas (ocultadas o demonizadas) su inserción social, su pertenencia, su militancia, su identidad ideológica.
Hacemos las baldosas, entonces, para contrarrestar todas esas negaciones, que son la esencia misma del terrorismo de Estado. Cada baldosa le da una presencia material a una historia (o más) y se constituye en una “marca” en el espacio urbano. Así, convoca a una memoria colectiva que, lejos de venerar una memoria estéril o estática (de museo), trace un puente entre generaciones distintas y se ponga al servicio del presente y del futuro.
“Los pueblos que olvidan repiten su historia”, escribió Sigmund Freud. Sin memoria, quedamos condenados a una eterna (y siniestra) repetición. Es que la memoria colectiva no es un dato natural, sino un acto social que se construye. Las baldosas son un modo de volver acontecimiento a la memoria, de hacerla potente para cambiar la realidad y la subjetividad de los individuos.
En su fabricación, donde participan familiares, amigos y compañeros, esa transformación se expresa en una creación colectiva de sujetos activos que se pronuncian frente a lo que les pasa y se relacionan entre sí a partir de una práctica consciente.
En los actos de colocación de las baldosas, recuperamos las historias de vida de los compañeros y las hacemos públicas. Además de colaborar con el conocimiento de la verdad y la justicia, ese acto repercute con fuerza tremenda en las familias (víctimas, también, del terrorismo de Estado), al reparar negaciones y darles un espacio (material y social) a la memoria y al dolor subjetivos.
Pero además, una vez colocadas, las baldosas pasan a ser elementos del espacio urbano y del sistema social. Son interferencias visuales en la calle (el lugar donde se entretejen todos los componentes del tejido social) y no están aisladas, sino que interactúan con personas, comportamientos y objetos. Al marcar los pasos de nuestros compañeros desaparecidos, al materializar una huella de su vida, las baldosas funcionan como mecanismo de concientización política y alteran el discurso hegemónico en el espacio público, ya que pueden generar nuevas reacciones y nuevas reflexiones.
Hacer las baldosas, entonces, es para no- sotros una práctica de transformación que apunta a la memoria colectiva: una vez que la sociedad se apropie de ella, no habrá marcha atrás.
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