Básicamese dividen en dos las reacciones de quienes ya leyeron/hojearon The collaboration. Hollywood’s pact with Hitler (o La colaboración. El pacto de Hollywood con Hitler) antes del lanzamiento previsto para octubre próximo, a cargo de la editorial de la Universidad de Harvard. Para algunos, el libro de Ben Urwand supone un aporte sin precedentes a la investigación académica que analiza el vínculo entre el Reich nazi y la llamada “era dorada” de la industria cinematográfica estadounidense. Otros, en cambio, rechazan el uso del término ‘colaboración’, por considerarlo afín al concepto de ‘colaboracionismo’ y consecuentemente por entender que la equiparación entre Hollywood y, por ejemplo, el régimen de Vichy es pura difamación.
The
Collaboration
Hollywood's
Pact with Hitler
En la síntesis que subió a su sitio web, la Editorial de Harvard aclara que el polémico sustantivo remite a su equivalente alemán ‘Zusammenarbeit’ (cuya traducción literal -agregamos aquí en Espectadores- es “trabajo conjunto”). En una conversación telefónica que mantuvo con el New York Times, y que el periódico transcribió en este artículo publicado ayer miércoles, el propio Urwand explica que la palabra ‘collaboration’ y su homóloga germana “aparecen repetidamente en los documentos elaborados por ambas partes”.
Según la autora de la nota Jennifer Schuessler, su interlocutor “se eriza ante la sugerencia de que Hollywood presenta mejores antecedentes antinazis que otras grandes industrias norteamericanas, sin mencionar al Departamento de Estado que de manera sistemática bloqueó los esfuerzos por expedir visas a judíos refugiados”. Si bien reconoce que “el desempeño del Departamento de Estado fue atroz”, el entrevistado también señala que este brazo del Poder Ejecutivo norteamericano “no financió la fabricación nazi de armamento ni distribuyó propaganda cinematográfica filonazi en Alemania, ni asistió a reuniones con oficiales nazis para pactar acuerdos secretos”. Enseguida Urwand vuelve a defender el uso del sustantivo ’colaboración’: “era lo que hacían los estudios; ellos mismos lo describían así”.
La Editorial de Harvard también anticipa que el libro gira en torno a la figura misma de Adolf Hitler, que estaba obsesionado con el cine por reconocerle una gran capacidad persuasiva.
La síntesis cuenta que “en diciembre 1930, el Partido Nacional-Socialista boicoteó el estreno berlinés de Sin novedad en el frente, lo cual desencadenó una serie de decisiones y eventos desafortunados. Temerosos de perder acceso al mercado alemán, Hollywood empezó a ceder a las exigencias del gobierno de ese país, y cuando Hitler asumió el poder en enero de 1933, los estudios -en su mayoría dirigidos por empresarios judíos- empezaron a tratar directamente con los voceros del Führer“.
Según esta misma información promocional, Urwand demuestra que el vínculo se prolongó durante toda la década del ’30. Al parecer, los representantes de los estudios se encontraban regularmente en Los Ángeles con el cónsul alemán Georg Gyssling y editaban o cancelaban películas según solicitaba el funcionario. Paramount y Fox invertían las ganancias extraídas del mercado germano en la filmación de noticieros pro-nazis, mientras la Metro Goldwyn Mayer financiaba la fabricación teutona de armamento.
En su nota del NYT, Schuessler asegura que el revisionismo de Urwand alcanza incluso a Jack Warner, a quien Groucho Marx elogió por llevar adelante “el único estudio con algo de coraje” tras asistir al estreno de Confesiones de un espía nazi en 1939. Asimismo la periodista revela que, siempre según el libro anunciado, en junio de ese mismo año MGM invitó a diez editores de diarios nazis a un “tour de buena voluntad” por los estudios de Los Ángeles.
El artículo periodístico también transcribe la opinión de quienes relativizan el gran aporte que supone La colaboración. Por ejemplo el historiador Thomas Doherty de la Universidad de Brandeis advierte que muchas películas de esa época contenían algún subtexto antinazi que el público sabía reconocer.
En la Universidad de Carolina del Sur, Steven J. Ross está redactando un libro sobre la historia -”muy poco conocida”- de una extensa red de espionaje antinazi que comenzó a operar en Los Ángeles en 1934, y que habría sido financiada por los mismos estudios complacientes con los oficiales nazis. “Los magnates que fueron castigados por privilegiar los negocios por encima de la identidad y lealtad judías en realidad estaban trabajando de manera encubierta para salvar judíos” asegura este otro académico.
Dos semanas antes de que el New York Times publicara el artículo de Schuessler, Tablet Magazine comentó (aquí) el libro de Urwand. Concebida en los Estados Unidos para difundir noticias, ideas y la cultura judías, esta revista online no dismula su admiración por la obra del joven académico.
El autor de la nota, David Mikics, sostiene que “a medida que uno avanza en la lectura entiende con consternación que ‘colaboración” es la única palabra capaz de describir la relación entre Hitler y Hollywood en los años ’30″. Como su colega del NYT, este periodista también reconoce que el tema no es nuevo pero destaca que los otros historiadores (cita a Doherty y a su libro Hollywood and Hitler, 1933-1939) “no tuvieron acceso a los documentos que Urwand sí pudo consultar” y por lo tanto no pudieron abordar el grado de connivencia entre el régimen nazi y los ejecutivos hollywoodenses.
“Como la mayoría de los predecesores de Urwand -explica Mikics- Doherty avala el autorretrato de Jack Warner como un ferviente antinazi que rompió su vínculo comercial con Alemania en repudio al maltrato que allí sufrían los ciudadanos judíos. Pero tal como alega Urwand, no fue Warner quien rechazó a los nazis, sino al revés: de hecho, Hitler interrumpió relaciones con la Warner Bros después de que el estudio fallara a la hora de realizar los cortes solicitados por el cónsul Gyssling a la película Captured!, ambientada en tiempos de la Primera Guerra Mundial. En 1934, la Warner Bros fue echada de Berlín, y el resto de los estudios abandonaron la ciudad por miedo”.
A continuación, Espectadores transcribe más revelaciones de Tablet Magazine sobre el contenido de La colaboración:
Las distribuidoras de Hollywood debieron negociar la situación laboral de los empleados judíos que se desempeñaban en sus sucursales alemanas: terminaron echando a una mitad a cambio de conservar la otra. En 1936, los judíos alemanes que trabajaban para la industria cinematográfica norteamericana fueron forzados a abandonar el país. Esto no disminuyó el entusiasmo de los estudios por mantener acuerdos redituables con Hitler.
Los estudios hollywoodenses exportaban anualmente unas cuantas docenas de sus películas a la Alemania de los años ’30, y a menudo les iba muy bien con la taquilla germana. Las películas que más gustaban a los nazis eran aquéllas que proclamaban la necesidad de un líder fuerte.
El Hollywood de los años ’30 difícilmente haría una película que reivindicara la democracia en detrimento del fascismo, dada la presión de Alemania de Hitler, cuyo mercado lucrativo nadie quería resignar. En 1936, MGM tuvo la intención de adaptar una novela de Sinclair Lewis sobre un imaginario golpe de Estado fascista en los Estados Unidos: It can’t happen here o No puede suceder aquí. Cuando Louis B. Mayer canceló el proyecto apenas iniciada la producción, los nazis le anunciaron su satisfacción.
Mientras los judíos eran sistemáticamente excluídos de la vida social en Alemania, la 20th Century Fox estrenó en 1934 The house of Rothschild. La película giraba en torno a una familia judía cuya cabeza -el codicioso y vil patriarca Mayer Rothschild- se las arreglaba para controlar las finanzas de Europa e incluso llegaba a influir en decisiones gubernamentales relativas a la guerra y la paz en el viejo continente. Es un film que los nazis habrían podido encargar. De hecho, el largometraje les gustó tanto que incorporaron una escena a la antisemita por excelencia Der ewige Jude, de producción propia.
En 1937, Jack Warner habría acordado con el cónsul Gyssling que ningún personaje pronunciaría la palabra “judío” en La vida de Emile Zola, biopic que recrea parte del caso Dreyfus. La Warner Bros también le aseguró al funcionario que Alfred Dreyfus apenas aparecería en el film. Incluso los estudios firmaban “Heil Hitler!” en algunos de sus comunicados a Berlín.
Hollywood se mantuvo indiferente a la persecución de judíos incluso durante la guerra y aún cuando los estudios ya habían abandonado Alemania (MGM y Paramount habían permanecido hasta 1940). A pesar de los esfuerzos del guionista Ben Hecht para concientizar sobre el Holocausto mientras estaba sucediendo, sólo hubo una referencia en el cine hollywoodense en tiempos de guerra: una sequencia de cinco minutos en el drama de 1944 None shall escape, donde los nazis disparan contra un grupo de prisoneros judíos que se resisten a subir a un tren para ser deportados.
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