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Sucedió hace 120 años en un viejo hangar de Lyon, reconvertido hoy en museo y cinemateca. Aconteció tal día como ayer, hacia el final del invierno de 1895, cuando los hermanos Lumière tomaron su nueva invención y rodaron los primeros 46 segundos de la historia del cine: Salida de los obreros de la fábrica Lumière. A estas alturas, la historia es tan conocida que hasta parece innecesario volver a detenerse en ella. ¿Qué se puede añadir todavía sobre la proeza de esos dos hermanos que filmaron a los operarios que salían de la fábrica familiar?
“En realidad queda mucho que decir, porque sigue existiendo mucha ignorancia al respecto”, rebate Thierry Frémaux, responsable del Instituto Lumière, director artístico del Festival de Cannes y también comisario de Lumière. El cine inventado, nueva exposición que les rinde homenaje en el Grand Palais de París a partir del próximo viernes. "Por ejemplo, los Lumière nunca dijeron, como se suele creer, que el cine no tenía futuro. La invención del cine es comoEl hombre que mató a Liberty Valance: puede que la leyenda sea más bonita, pero no está mal conocer la realidad”, añade Frémaux entre montañas de películas, que visiona a contrarreloj en la recta final de la selección para Cannes.
La exposición está pensada para despejar incógnitas e invalidar algunos de esos mitos. Por ejemplo, el aspecto documental de esa primera película es en realidad bastante relativo. Los hermanos Lumière filmaron por lo menos tres versiones distintas antes de darse por satisfechos, y no dudaron en dirigir a sus figurantes, exigiéndoles que no miraran a la cámara. Terminaron escogiendo la única en la que se observaba a esa masa proletaria abriendo y cerrando la puerta. Conferían así un principio y un final a su relato. El cinematógrafo dejaba de ser pura tecnología para convertirse también en narración.
“Otra idea loca es creer que los Lumière fueron genios solitarios, que se levantaron una mañana y dieron con lo que sería el cine. La invención de la imagen animada fue una aventura compartida, que obsesionó a casi todos los hombres de su época. Antes que los Lumière estuvieron Marey, Muybridge, Demeny o Edison, que inventó el kinetoscopio cuatro años antes”, apunta Frémaux. Pero el invento de Edison era un proyector individual, mientras que el cinematógrafo de los Lumière estaba pensado para las proyecciones en grupo. No solo dieron origen a una innovación técnica, sino también a un ritual social. “Si los hermanos ganaron la partida, fue solo porque entendieron la dimensión colectiva del cine. Ir al cine implica salir de casa y compartir una misma emoción con un grupo desconocidos”, opina el comisario.
Cada cinéfilo tiene una historia íntima con estos hermanos. Para el mismo Frémaux, todo cambió en 1982. Siendo un joven periodista aficionado de una radio libre de Lyon, acudió a la rueda de prensa de presentación del Instituto Lumière, cinemateca y casa-museo impulsada por el cineasta Bertrand Tavernier para preservar y valorizar la herencia de los hermanos. “Al final del encuentro, pasaron las imágenes de la salida de la fábrica. Las debía de haber visto antes, pero nunca de esa manera”, rememora con emoción. Entró de becario y ya nunca se marchó. “En un mundo que nos incita a desconfiar de quien no es igual que nosotros, el cine supone un buen remedio. Ver una película es todo lo contrario: hace que nos interesemos por quienes son distintos. El cine nos hace más curiosos, generosos y ricos”, agrega.
Henri Langlois, pionero de la conservación fílmica y cofundador de la Cinemateca Francesa, habló en uno de sus textos más conocidos sobre los orígenes del séptimo arte. “Hubo un tiempo en el que el cine surgía de los árboles, emergía del mar, en el que el hombre de la cámara mágica se detenía en las plazas, entraba en los cafés y las pantallas abrían una ventana al infinito. Ese fue el tiempo de Louis Lumière”, dejó escrito. La exposición que abre sus puertas en el Grand Palais —vestigio del París de entresiglos y donde se celebró la exposición universal de 1900, en la que los hermanos fueron invitados de excepción— también celebra esa dimensión algo feérica.
Su suntuosa escenografía, que seguía terminando ayer el decorador Jacques Grange, célebre por sus colaboraciones con Yves Saint Laurent, es un viaje por el pasado, el presente y el futuro del cine. En el interior del salón de honor del museo, se ha reconstruido el Salón Indio del Grand Café de París, donde el 28 de diciembre de 1895 se organizó la primera proyección con público. En las múltiples pantallas de la muestra, se proyectarán juntas por primera vez las más de 1.400 películas dirigidas por Lumière. “Se conserva un 98% del total. Solo faltan 18 por localizar. Además, 200 han sido restauradas para la ocasión”, apunta Nathalie Morena, de la Asociación Hermanos Lumière, fundada por sus herederos para gestionar los derechos de sus películas.
La muestra también recupera las placas autocromas, espectaculares instantáneas en color sobre cristal, un semidesconocido invento patentado por los hermanos en 1903, y se detiene en nuestro vínculo actual con el celuloide, a través de una serie fotográfica de William Klein capturada en los cines neoyorquinos. Además, pasa revista a los distintos remakes de la salida de la fábrica, encargados por el Instituto Lumière a directores como Quentin Tarantino, Michael Cimino, Pedro Almodóvar o Paolo Sorrentino. A partir del mes de julio, la exposición abandonará París y recorrerá Italia, Rusia, Estados Unidos, Canadá, Argentina, Corea del Sur y Brasil, antes de terminar su periplo en Lyon, el lugar donde esta aventura empezó.
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