domingo, 1 de marzo de 2015

Tres directores en la cima del mundo ¡Viva México!

La reciente victoria de Birdman en los Oscars potencia el impacto de tres notables cineastas mexicanos en el cine global del siglo XXI. Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu juegan y ganan en las grandes ligas con un estilo visual-narrativo original, sobre historias de profundo impacto emocional. Qué hay detrás de uno de los fenómenos culturales que América latina ofrece al mundo hoy.

¡Viva México!
Como nunca sucedió, la industria cinematográfica mundial tiene a tres directores latinos en la cresta de la ola. Se trata de Alejandro González Iñarritu, Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, mexicanos de pura cepa. Forman una camada única, con edades y orígenes similares y visiones profundamente críticas del negocio del cine –“está jodido desde que nació, porque es industria y es arte”, afirma Iñárritu. 
Todos ellos, además, exhiben en público su mexicanidad. Pese a estar afincados afuera, cuando visitan su país natal denuncian en público sus problemas medulares. Y en el extranjero, nunca renuncian a sus raíces. 
El propio Iñárritu lo dejó claro. Subido en el escenario del Teatro Dolby de Los Angeles, ante una audiencia mundial, en ese momento de gloria que depara tener un premio Oscar en la mano, pidió no solo un “gobierno que México se merezca” sino un trato justo y digno para sus compatriotas, mil veces estigmatizados más allá del Río Bravo. 
Y aunque a Cuarón e Iñarritu el Oscar les sonríe, no hay que descartar el impacto que hoy día ejerce el estilo cinematográfico de Del Toro, definitivamente más orientado al cine fantástico ya sea como director, guionista y productor, en un amplio rango que va de El laberinto del Fauno y El espinazo del diablo a la saga El Hobbit Titanes del Pacífico, pasando por las infantiles Kung Fu Panda y la magnífica El libro de la vida. 
Aclaración necesaria : el talento es mexicano, pero las películas son financiadas, en su mayoría, por capital extranjero. Estos tres hombres de una generación dorada de cineastas son inmigrantes. Se formaron en su país, pero se ganan la vida (vaya que lo hacen) en donde el gran dinero del cine manda, que no es en América latina precisamente.
México, como país, nunca ha ganado un Oscar. Ninguna película en su representación ha sido la vencedora, ni siquiera cuando El laberinto del fauno. fue candidata a seis estatuillas. Pero desde un tiempo a esta parte, y no solo por la cantidad de nominaciones o premios obtenidos –no solo los Oscars, aquí cabe incluir aquí los demás galardones de la industria cinematográfica estadounidense, así como los grandes festivales del mundo–, los tres directores acumulan prestigio y cifras contundentes (aquello de “industria y arte”). Dirigen a grandes estrellas del primer mundo y aún así no pierden el sabor de un cine creativo, visual y narrativamente original, siempre transmisor de emociones. 
En 2014, Alfonso Cuarón ganó el Óscar a mejor director por Gravedad. No fue casual ni sorpresivo: la película, concebida casi como una obra de teatro puesta en escena por dos actores (Sandra Bullock y George Clooney) ubicados a miles de kilómetros del planeta Tierra, con el impactante silencio del espacio como única (obvia) banda de sonido, resultó un prodigio cinematográfico. El domingo pasado, con los premios Óscar a mejor director, mejor guion original y mejor película –también obtuvo mejor fotografía, que correspondió a otro mexicano, Emmanuel Lubezki– por Birdman, González Iñárritu confirmó la tendencia. Su obra, cuyo elocuente subtítulo es “la inesperada virtud de la ignorancia”, es otra clase de pequeña gran obra, además de sus virtudes técnicas (cuya responsabilidad principal recae en el mencionado Lubezki, y en otro compatriota, Martín Hernández, nominado por la edición de sonido). Es una obra en la que se acumulan capas: el teatro y sus egos (y el cine, y el arte); la industria como maquinaria de productos banales y la dicotomía entre el cine adulto y el de impacto juvenil; las posibilidades y las imposiciones de las redes sociales; la paternidad ausente; la verdad de las interpretaciones y su método; las dudas del creador; las miserias de los críticos. En fin, la conciencia artística en toda su extensión. 
Con los triunfos globales de Cuarón e Iñarritu, México tiene su hito cultural en el siglo XXI. Y de paso se confirma la percepción sobre la versatilidad de estos directores, capaces de saciar los gustos de la industria más importante del mundo. 
El diferencial de los mexicanos en Hollywood se encuentra en su sello de autor y en una mirada crítica, un arrojo formal y una ambición artística que muchos otros cineastas en Estados Unidos no tienen. En todo caso, para encontrar un parámetro estético-narrativo de la misma entidad en aquel país, habría que pensar, tal vez únicamente en Paul Thomas Anderson (Magnolia, Petróleo sangriento, The Master), Christopher Nolan (Batman, El Origen, Interstellar) y Wes Anderson (El gran hotel Budapest, Los excéntricos Tenembaum, Vida acuática). Al margen de las comparaciones, el atrevimiento, el tratamiento de temas muy presentes en la cultura latina (como la familia o la religión) y un gusto por la fantasía influenciado por el realismo mágico resultan también clave para entender este fenómeno cultural. En medio de una crisis sociopolítica de imprevisibles consecuencias, México tiene de qué estar orgulloso.
La conexión argentina
Cuando los anunciaron ganadores del premio al mejor guión, cuentan que se levantaron de sus butacas para denunciar el error. Pero de repente sus compañías –una de las cuales dio mucho que hablar en tabloides porteños– los empezaron a besar y abrazar y ahí asumieron que habían triunfado Armando Bo Jr., nieto de Armando Bo --el actor, productor, director que introdujo el desnudo en el cine argentino con su musa Isabel Sarli-- y Nicolás Giacobone acompañaron a González Iñárritu en la “locura” de trabajar en una película que empezó con una imagen que el mexicano tenía en la cabeza: la de un hombre levitando en posición de loto... En calzoncillos. Bo y Giacobone son primos y trabajaron juntos en el guión de El último Elvis (2012), ópera prima de Bo, y en el guión de Biútiful (también dirigida por González Iñárritu). Bo, declarado fanático de la saga Tonto y retonto y Zoolander, es un destacado director publicitario reconocido en América latina: hizo más de 120 avisos y obtuvo una cincuentena de premios. Tanto él como Giacobone viven en Estados Unidos. 
“Fue muy arduo porque cuando Alejandro dijo que quería hacer la película sin cortes, con planos-secuencia, puso la presión de que casi el 90% o el 100% de lo que pusiésemos en las páginas se iba a ver después en la pantalla. Pasamos del pánico a la alegría en tres años”, declaró Giacobone, ansioso por ver la repetición de entrega del premio en YouTube porque aún no lo podía creer. 
Sobre la reacción de los actores, todas estrellas de Hollywood, dijo: “Se sorprendieron... Enseguida sentían que tenía algo especial, que para ellos era nuevo y que podían explorar. Todos los días era un descubrimiento. Con escenas de 10 minutos sin corte, había actores detrás de una puerta esperando salir. Sabían que si decían mal la línea arruinaban la toma completa. El guión dio mucho que hablar y para nosotros eso fue bueno porque hay interés en saber quiénes somos”.
Bicampeones
en 2014 Alfonso Cuarón  se convirtió en el primer cineasta latinoamericano en ganar el oscar a “mejor dirección”, por su película Gravedad (que además ganó otros 6 premios). este año, Alejandro González Iñárritu  obtuvo el mismo premio por Birdman, que además se llevó tres estatuillas más.

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