“Ahora hago un cine mucho más radical que el que hacía antes”
A falta de una, el mítico cineasta de Ituzaingó
estrena a partir de hoy tres nuevas películas en el Cosmos-UBA. “Digo
‘tríptico’ porque estoy en una etapa bastante pictórica y mis últimas
películas tienen trabajados muy rigurosamente el encuadre y la luz.”
Por Oscar Ranzani
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-25099-2012-05-03.html
¿Un
obsesivo del trabajo o un amante incondicional del cine? Las dos
características reúne Raúl Perrone, el vecino más popular de Ituzaingó,
que desde hoy presentará no una sino tres películas en el Cine
Cosmos-UBA (Corrientes 2046): Luján, Los actos cotidianos –que participó
en la competencia oficial del Bafici 2010– y Al final la vida sigue,
igual. Si bien no es la primera vez que Perrone reúne tres largometrajes
bajo un mismo concepto artístico y estético, en esta oportunidad el
mentor de estas historias prefiere no agruparlas en una “trilogía” sino
que le gusta más el término “tríptico”. Así lo explica el propio
Perrone: “Digo `tríptico’ porque estoy en una etapa bastante pictórica y
mis últimas películas tienen trabajados muy rigurosamente el encuadre y
la luz. Y la verdad es que también me gustaba la palabra ‘tríptico’
porque tiene que ver con mi pasado de dibujante y de pintor”.
Los otros dos largometrajes fueron filmados en la casa de Galván, el suegro de Perrone, al que el cineasta ficcionalizó en la denominada “Trilogía de Galván”, con la que Luján tiene más de un punto de contacto. Si bien Galván falleció, la casa muestra a las nuevas generaciones que la habitan: en Los actos cotidianos presenta las situaciones rutinarias de dos hermanos, Bebo y Sole, quienes ahora tienen hijos y que actuaron en películas anteriores de Perrone. Esas rutinas marcan cómo es la vida de ellos hasta en lo más simple: desde mirar una novela en la tele a lavar la ropa. Por su lado, Al final la vida sigue, igual comparte esa mirada sobre las nuevas generaciones, aunque también está presente el mundo adulto. Y Perrone traza también retratos tomados de la vida cotidiana que van desde la aventura que se dispone a experimentar un adolescente en el día de la primavera en Buenos Aires hasta el predicamento de unos evangelistas.
–¿Cree que las tres comparten una mirada sobre la incomunicación, además de la soledad?
–De incomunicación no, porque, de alguna manera, los personajes están comunicados entre ellos. A su manera, se comunican. De todos modos, siempre trato de imprimir un poco de poesía y mi mirada. No bajo línea porque tampoco me gusta. Yo hago películas con la gente y para la gente.
–¿En Los actos cotidianos y en Al final la vida sigue, igual la casa de Galván es sólo un ámbito donde se desarrollan las situaciones?
–Siempre tengo necesidad de volver a la casa de Galván porque esa gente va creciendo. Entonces, de película en película, no sé si seguirá siendo así, quizá sí. Pero si uno viera todo el árbol genealógico de las películas del Galván desde 2002, cuando hice la primera, Late corazón, se va a dar cuenta de que aparecen los mismos personajes cuando eran chicos, cuando fueron creciendo y ahora tienen hijos. Esos pibitos ahora son grandes y tienen relaciones de amor. Yo pinto un documento y trato de que esa gente crezca con las películas.
–¿Qué redescubrió en la casa a partir de la ausencia de Galván?
–Que no es la misma casa. Pero también me parece brillante y hermoso que en una casa que no tiene más de dos habitaciones, un comedor y una cocina, siempre encuentre lugares para filmar y nunca sean parecidos. Si se ve en Los actos cotidianos y Al final la vida sigue, igual es la misma casa y no parece, más allá de ciertas cosas como las paredes verdes. Pero siempre encuentro una manera de poder contar esos mismos lugares de otra forma.
–¿Qué tiene de similar y de diferente el Luján real respecto del que protagoniza la película?
–No es así. Yo trato de que mis películas parezcan un documental y, sin embargo, está todo ficcionado. Se imaginará que ese hombre no está arreglando esa casa, tampoco está separado. Yo le invento una impronta. Eso es lo que más me importa en las películas: tratar de que la gente no sepa bien cuál es el hilo entre una cosa y la otra.
–¿El título Los actos cotidianos lo pensó de manera literal porque lo que sucede en la película son precisamente rutinas?
–No, Los actos cotidianos viene de una frase de Rohmer no la recuerdo ahora, pero decía algo así como que los actos cotidianos cuando se dignifican en una película ya son otra cosa. Pero creo que mis películas son todos actos cotidianos.
–Si Luján trabaja sobre un personaje veterano, Los actos cotidianos y Al final la vida sigue, igual les abre la puerta a los niños y los jóvenes. ¿Por qué esa diferencia generacional?
–Son cosas que no me propongo. Las pibas (ver recuadro) es una película sobre dos chicas de veintidós años y ahora estoy haciendo sobre una piba de diecisiete. No me propongo eso. Hago películas y no hago una estadística, ni me pongo a pensar fríamente. En mis películas siempre están los ancianos, los niños y los adolescentes. Jamás hay gente de mi edad.
–¿Por qué?
–Porque me aburren (risas).
–De las tres sólo Al final la vida sigue, igual tiene algunas escenas –muy pocas– en exteriores. ¿Esto tiene que ver con narrar situaciones de encierro? ¿Está ligado al tema de la inseguridad?
–Tiene que ver con que es un desafío que me propuse. También tiene que ver con mis fobias personales, con que hice muchas películas y transité por todos lados y me pareció un desafío hacer tres películas donde no haya exteriores, que los exteriores se escuchen únicamente a través del sonido. Y que, a su vez, no sean películas claustrofóbicas. Entonces, eso me pareció un desafío muy grande. Y eso me parece que es correr un riesgo. Muchos se llenan la boca diciendo que hacen un cine de riesgo. No hacen un carajo un cine de riesgo. El cine de riesgo es otra cosa. Es esto, sumamente radical y concreto. Y hay que bancarse una película únicamente en interiores y que, a su vez, tenga consistencia.
–Algo llamativo es que si bien todas sus historias transcurren en un mismo lugar, Ituzaingó, abordan temas universales antes que localistas. ¿Coincide?
–Absolutamente. De hecho, cuando se vieron mis retrospectivas en México, la gente estaba enloquecida con ellas y en Perú y Uruguay pasó lo mismo. Las películas son universales. No hablo de la Argentina, los personajes no bailan el tango.
–¿En sus películas busca hacer hincapié en el relato de situaciones cotidianas de un determinado sector social que no suele aparecer en los medios?
–Hablo de gente de la que no se habla. Y trato de hacer un cine y de mostrar historias que mucha gente no quiere ver, porque sucede en la vida y no quieren ver lo que en ella pasa. Y a mí me interesa mucho eso. Trato de hacer películas con la gente y que la gente hable como habla la gente. Eso es algo que me he propuesto y lo sigo desde que empecé y no lo voy a traicionar. Cada vez más creo en la gente que, a su vez, terminan siendo personajes.
–¿Por qué no utiliza recursos como la voz en off o la música? ¿Busca trabajar con la imagen en estado puro?
–Odio profundamente la voz en off. No puedo soportar una película donde haya un tipo que esté relatando lo que está pasando. Y en cuanto a la música, pienso que ésta solamente tiene que estar en función de los lugares. No pongo música para emocionar. Uso música únicamente porque suena de una radio o porque como lo que sucede con Luján a donde va. No uso música incidental. No trato de manipular a la gente emocionalmente a través de la música.
–En cambio, el sonido ambiente juega un rol fundamental. ¿Por qué lo piensa así?
–Me obsesioné con la imagen de tratar de llegar a ser muy riguroso en la puesta en escena; sobre todo en películas que parecen rápidas, urgentes e improvisadas hay un gran trabajo detrás de eso, porque si no voy con una cámara en mano, la muevo y me voy. Hay una puesta. Y el sonido es otra de las cosas que me obsesiona. Y me parece que con el sonido estoy contando también la película. Yo armo la banda de sonido, le pongo sonido a ese barrio, quiero que se sitúen en un lugar, pero en un lugar que no estén viendo. Entonces, me parece que es más poderoso no verlo.
–¿Cuánto de lo filmado sucede en el rodaje y cuánto está guionado?
–En realidad, yo no hago guiones. Yo hago bocetos de lo que quiero que pase. Hoy Luján se encuentra con la hija y van a hablar de por qué él no quiere volver. Y cuando llego al momento de filmar, invento lo que tiene que pasar. Es un trabajo en conjunto que hago con ellos mismos. Pero es la única manera en la cual puedo llegar a trabajar y en la cual me emociono. No podría tener un texto escrito porque me aburriría. Por eso no hago ensayos. Y casi siempre son tomas únicas. Pero antes de cada toma, hablo con ellos, no menos de una hora pidiéndoles lo que quiero.
–¿Es de elegir primero la historia que quiere contar o los personajes que van a ser los protagonistas?
–No, siempre elijo primero los personajes.
–¿Por qué?
–No sé. La verdad es que no encuentro respuestas a ciertas cosas por mi manera de laburar. Yo digo: “Quiero hacer una película con Luján”. Invento cosas, voy y la hago.
–¿Qué ve en las personas que no son actores? ¿Qué busca? ¿Cómo las elige?
–Veo algo maravilloso. Veo lo que no me da nadie. Un actor no podría dar lo que me dan estos pibes. Y desmitifico una cosa que me parece una gran pelotudez: toda persona que está delante de una cámara está actuando. Entonces, no jodamos con eso. Esto ya lo hacían Bresson y un montón de tipos. Yo no inventé nada. El neorrealismo italiano también lo hacía. Pero estos tipos no se preguntan, no tienen memoria emotiva, van y lo hacen.
–¿Qué ventajas y desventajas tiene trabajar con la cámara fija?
–En mi caso, es un estilo que adopté desde que hice Labios de churrasco. O sea que no es un invento de ahora. Y me parece que la ventaja que tiene es que no hay un actor que se pueda salvar. Estás viendo todo el tiempo lo que pasa: las miradas, lo que tienen que hacer. Hay muchos actores que en un plano secuencia no saben qué hacer con su cuerpo. Y esta gente sabe lo que tiene que hacer.
–¿Modificó en estos años algo del decálogo para hacer una película que escribió en 1998 o lo sigue a rajatabla?
–Lo modifiqué y ahora es mucho más radical que en aquel momento. Antes laburaba con ocho personas y ahora con dos.
–¿Por qué nunca filma fuera de Ituzaingó?
–Porque soy vago (risas).
–¿A qué atribuye que la mayor parte de su público sea joven?
–No tengo idea. A veces, me lo suelo preguntar. También pasa en mis talleres: quienes vienen cada vez son más chicos. Ahora, hay toda una banda de pibes de 16, 17 años que han descubierto la Trilogía. He visto en el Bafici que es un público muy joven el que me sigue y la verdad es que lo agradezco profundamente porque no lo he buscado, pero me ha sucedido siempre.
Luján, 2009.
Luján fue
obrero de la construcción. Tuvo catorce hijos, de algunos de los cuales
ya no recuerda el nombre. Está separado. Una vecina, Liliana, le da casa
y comida, a cambio de trabajo. Alguno de sus hijos lo reclama, pero él
no quiere volver, porque ya no es ni la mitad de lo que era. Esta
película inicia una nueva trilogía de Perrone, caracterizada por un
inusual trabajo plástico (sobre todo por el uso de la luz) y una
radicalización en la utilización del sonido como recurso musical.
Los actos cotidianos, 2010.
En
una casa de los suburbios viven dos hermanos, Sole y Bebo, con su
madre. Ellos también tienen hijos, a los que crían como pueden. La
película registra acciones simples, cotidianas, rutinarias: ver la
telenovela, cortarle el cabello a uno de los niños, lavar la ropa...
Siempre dentro de la casa, porque el mundo de afuera se percibe
peligroso. Ya muerto don Galván, Perrone vuelve a su familia. Una
película de planos fijos, que muestra al director más austero y
despojado que nunca.
Al final, la vida sigue igual, 2011.
Los
personajes que habitan en las calles de Ituzaingó vuelven otra vez y
Perrone los retrata instalando su cámara entre ellos, no para juzgarlos
sino para acercarnos retazos de vidas que siguen, igual a como las
dejamos en la última película. Volvemos a acercarnos a los protagonistas
de Los actos cotidianos. Pero hay una ausencia notable esta vez, ya que
no está Galván. El abuelo de los chicos que aparecen en la película y a
quien Perrone le reserva un plano para que lo veamos seguramente por
última vez, deambulando a través de una especie de bosque. Una aparición
fantasmal que lejos de provocar miedo transmite paz y serenidad.
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