No me gusta
la palabra documental. Es como el club de Groucho: “No deseo pertenecer
a un club que acepta entre sus socios a alguien como yo”.
Por Andrés Di Tella *
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-25666-2012-06-28.html
El vocablo
documentalista trae a la mente un auxiliar administrativo que revisa
expedientes en una dependencia municipal. O, en el mejor de los casos,
una especie de cazador filantrópico que avista ballenas (o indígenas)
con un teleobjetivo. En algún sentido, el documental parece ubicarse en
un polo opuesto al del cine.
“Cine” evoca toda una sucesión de palabras
que empiezan con f de ficción: fantasía, fábula, fascinación, frenesí,
fantasma, felicidad, film. Documental, en cambio, trae otra serie de
asociaciones, términos que empiezan con t de testimonio: tema, trabajo,
tesis, teoría, tarea, tristeza... tedio.
Se ha dicho que en la ficción se escribe antes de filmar (el guión) mientras que en el documental se escribe después de filmar (el montaje). Se trata sin duda de una simplificación. Yo creo, más bien, que cualquier distinción remitiría a las diferentes tradiciones, o “familias”, de películas. Esa caracterización ayuda, de todos modos, a explicar la potencia actual de la corriente documental dentro del cine argentino.
La ficción depende demasiado de la imaginación del que escribe el guión, de sus limitaciones, de sus prejuicios, incluso de los estereotipos genéricos de un argumento. La escritura de un documental, del buen cine documental, refleja la experiencia, siempre singular, siempre imprevisible, de una investigación, de un rodaje, de un encuentro con el mundo. El resultado, si no ha de traicionar el proceso, no puede ser otra cosa que único. En el documental están las historias que un guionista difícilmente pudo imaginar.
En estos últimos años se está produciendo una mudanza cultural que ha transformado la manera de concebir el documental, tanto por parte de los espectadores como de los hacedores, cambiando acaso el signo de la palabra maldita. Gracias, también, al apoyo decidido del Instituto de Cine –que simplemente dejó de ignorarlo– han florecido mil flores.
Para dar una idea de la vitalidad del género en la actualidad, basta pensar que en toda la década del ’80 apenas asomaba un esporádico Juan, como si nada hubiera sucedido (Carlos Echeverría, 1987) y no sé si alguna otra cosa de interés. Ahora, para limitarse sólo a la programación del último Bafici, explotan en un mismo año todas juntas: Papirosen de Gastón Solnicki, El etnógrafo de Ulises Rosell, La casa de Gustavo Fontán, Dioramas de Gonzalo Castro, La chica del sur de José Luis García, Escuela normal de Celina Murga...
Y estas películas de los colegas de ADN que no he visto, pero que no tengo dudas se sumarán a lo que ya constituye uno de los fenómenos más importantes de los años 2000.
* Cineasta, fundador del Bafici.
Familia numerosa
Durante muchos años –desde mediados de los noventa– hubo varias explicaciones para describir la fenomenal explosión del cine documental. El desarrollo de las cámaras digitales, la multiplicación de escuelas de cine, la aparición de canales especializados en el tema, junto a la nueva experiencia de mercados de desarrollos de proyectos explicaron el fenómeno en ese momento.
Por David Blaustein *
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-25667-2012-06-28.html
Hoy la situación ha mutado nuevamente y podría decirse que las
políticas públicas son motor importante y central en este nuevo salto.
No sólo la aparición de nuevas vías de fomento en el Incaa sino la
aparición de nuevas experiencias comunicativos donde la creación del
Canal Encuentro debería estar en primer lugar. Porque ha establecido un
mínimo piso de calidad notable en la producción y en la temática. Pero
también porque ha incorporado a la producción audiovisual decenas de
universidades públicas nacionales permitiendo la federalización de los
contenidos.
A esto debe agregarse la aparición de nuevos y jóvenes realizadores que a través de los nuevos contenidos digitales Incaa - Ministerio de Planificación son una gran corriente de aire fresco con miradas diversas, identidades culturales y regionales y una gama de perspectivas temáticas más que interesantes.
Los realizadores nucleados en ADN ofrecen un panorama de profesionales ya consolidados, pero que en su momento renovaron nuestro mundo documental aportando perspectivas distintas y contenidos novedosos.
En la Semana que se abrirá esta noche combinan la persistencia de Nicolás Prividera (Tierra de los padres) por el debate y la polémica con la originalidad de Sebastián Schindel en contar historia urbanas (El rascacielo latino) o una historia globalizada como la de Hernán Belón con Beirut-Buenos Aires-Beirut. Por fin alguien pudo contar la historia de Jack Fuchs (El árbol de la muralla, de Tomás Lipgot) y el peronismo nos ofrece una nueva historia a través de Eduardo Sánchez (El precio de la lealtad), entre otras.
Esta notable paleta de colores representa una generación intermedia de sólidos cineastas, en un país en el que Ulises de la Orden resiste semanalmente en el Malba con su admirable Tierra Adentro, el maestro Pino Solanas no deja de filmar, Carmen Guarini sigue activa y Tristán Bauer nos entrega una magnífica versión del Che.
Un país sin documental es una familia sin fotos, dijo Patricio Guzmán.
La nuestra es numerosa, variada, prolífica y con memoria. Por suerte.
* Cineasta.
A esto debe agregarse la aparición de nuevos y jóvenes realizadores que a través de los nuevos contenidos digitales Incaa - Ministerio de Planificación son una gran corriente de aire fresco con miradas diversas, identidades culturales y regionales y una gama de perspectivas temáticas más que interesantes.
Los realizadores nucleados en ADN ofrecen un panorama de profesionales ya consolidados, pero que en su momento renovaron nuestro mundo documental aportando perspectivas distintas y contenidos novedosos.
En la Semana que se abrirá esta noche combinan la persistencia de Nicolás Prividera (Tierra de los padres) por el debate y la polémica con la originalidad de Sebastián Schindel en contar historia urbanas (El rascacielo latino) o una historia globalizada como la de Hernán Belón con Beirut-Buenos Aires-Beirut. Por fin alguien pudo contar la historia de Jack Fuchs (El árbol de la muralla, de Tomás Lipgot) y el peronismo nos ofrece una nueva historia a través de Eduardo Sánchez (El precio de la lealtad), entre otras.
Esta notable paleta de colores representa una generación intermedia de sólidos cineastas, en un país en el que Ulises de la Orden resiste semanalmente en el Malba con su admirable Tierra Adentro, el maestro Pino Solanas no deja de filmar, Carmen Guarini sigue activa y Tristán Bauer nos entrega una magnífica versión del Che.
Un país sin documental es una familia sin fotos, dijo Patricio Guzmán.
La nuestra es numerosa, variada, prolífica y con memoria. Por suerte.
* Cineasta.
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