"NO" es el título de la película de Pablo Larraín que narra el referéndum que acabó con el régimen de Pinochet. Esta historia se ha convertido en la primera película de Chile, candidata a un Óscar. Hoy el director y el protagonista, Gael García Bernal, la han presentado en Madrid.
http://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario/pablo-larrain-gael-bernal-presentan-pelicula-madrid/1685180/
El 5 de octubre de 1988, Pinochet se enfrentó a su pasado en las urnas. Y perdió. Convencido de que el pueblo chileno respaldaría su dictadura, el régimen había convocado un plebiscito para legitimarse y, contra todo pronóstico, salió humillado y derrotado.
La historia de cómo Chile perdió el miedo y dio un paso al frente es justamente la historia de NO, la tercera película de Pablo Larraín, candidata al Oscar a Mejor Película Extranjera, y la más luminosa de la trilogía que Larraín ha dedicado a radiografiar las heridas de un país en el que, pese a todo, siguen habitando los fantasmas de los muertos, el dolor y los crímenes. “Todo el mundo conoce cómo llegó Pinochet al poder, todo el mundo conoce el golpe de Estado de 1973, la muerte de Allende, el bombardeo de la Moneda, pero muy poca gente sabe cómo perdió el poder. Y es una historia que contiene una épica propia, no inventada por un guionista, sino por el propio pueblo chileno, que se movilizó para sacar del poder a un dictador. Y eso es lo llamativo de la historia, porque los dictadores normalmente no salen del poder por procesos democráticos”, explica Larraín a El Cultural.
Protagonizada por Gael García Bernal, y basada en la obra de teatro El Plebiscito, de Antonio Skármeta, cuenta la historia de la caída de Pinochet desde un punto de vista inédito: el del equipo de publicistas encargados de diseñar la campaña televisiva con la que la oposición a la dictadura pelearía por derrocar al gobierno, en su primera ocasión desde el golpe de estado de aparecer con voz propia en televisión.
Rodada con una cámara de vídeo UMATIC del año 1983, un formato en total desuso, la película establece un diálogo entre las imágenes de archivo y las de la ficción, prácticamente indistinguibles, que se unen en una especie de presente continuo que apunta a la pervivencia en el presente chileno de fantasmas todavía no resueltos de su historia.
“Hicimos muchos tests -explica el director- y nos dimos cuenta de que era imposible conseguir el resultado que queríamos filmando en HD y luego modificándolo en postproducción. Por tanto, era necesario hacerlo en un formato de la época, para que el material de archivo se integrara perfectamente en el relato y no hubiera una ruptura. Así, el material documental pasa a ser ficción y la ficción se acerca al documental”. Y añade: “Cuando me preguntan estas cosas me doy cuenta de que la película funciona, porque todo el material de archivo es real, no hay nada refilmado para la película. Todos los anuncios son reales”.
La película, que en su superficie es un relato épico de la caída de un tirano, contiene algunas bombas de relojería que pueden detonar en la cara de los espectadores más despistados. La más estremecedora es la demostración de cómo las mismas imágenes pueden servir para contar (y vender) una cosa y la contraria. Porque eso es justamente lo que hicieron los responsables de la campaña pro Pinochet: replicar los anuncios antigubernamentales dotándolos del contenido opuesto. Nada que no haya demostrado cualquier filme de remontaje y found footage. Frente al primer discurso que puede leerse en la película, el de las imágenes como vehículo de cambio, NO contiene otro menos militante, pero más perturbador: el de las imágenes como vehículo de manipulación y mentira, cuerpos vacíos que son capaces de albergar cualquier contenido. ¿La victoria de la publicidad por encima del mensaje político?
Como en otras películas de Larraín, el protagonista es un personaje algo despegado de la realidad que le rodea, un militante algo cínico y desencantado: “Es un personaje con poca implicación, pero quiere echar a Pinochet. Eso es lo que le mueve. Lo interesante es que repite su discurso tanto para sacar a Pinochet como para vender un producto publicitario. Y eso tiene que ver con que en Chile nosotros expulsamos a Pinochet pero también negociamos con él, nos quedamos con su modelo económico, abusamos de él, no fuimos capaces de juzgarlo. Pinochet murió libre y millonario, por eso cuando finalmente ganan siente una desazón muy grande”.
Larraín implicó en el rodaje de la película a algunos de los políticos protagonistas reales de la historia, que aparecen interpretándose a sí mismos, creando una extraña continuidad espacio-temporal entre el pasado y el presente, entre el documental y la ficción, entre el archivo y la recreación, con un salto de veinticinco años.
“Me pareció interesante hacer un ejercicio de memoria a través de esas personas también -matiza Larraín-. Tuvimos que rodar de nuevo cosas que ya habían sido filmadas. Lo que hacemos es volver a pensar lo pensado, a soñar lo soñado... En la película aparecen con la misma ropa que usaron entonces. Sólo cambian sus cuerpos, que son veinticinco años más viejos. Ese ejercicio era una de las cosas que más quería hacer”.
El gran cineasta chileno de la memoria, Patricio Guzmán, que en 1996 volvió a Chile para mostrar su película sobre el gobierno de Allende, La batalla de Chile, filmó las reacciones del público ante ese pasado casi desconocido, veinte años después, creando una nueva película, La memoria obstinada (1997) que reflexiona sobre la pervivencia del pasado en la actualidad.
NO también se plantea la posibilidad de que el pasado no sea más que una capa del presente, algo escondida por el polvo de lo cotidiano. “El propio Guzmán, en su última película, Nostalgia de la luz (2010), plantea una tesis fascinante: que todo es pasado, lo que nos obliga a revisarlo bien, a mirarlo con claridad y con foco. Las películas que miran atrás no sólo son necesarias sino que son revitalizadoras”, sentencia Larraín.
http://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario/pablo-larrain-gael-bernal-presentan-pelicula-madrid/1685180/
Pablo Larraín: "Los chilenos no fuimos capaces de juzgar a Pinochet"
Por GONZALO DE PEDRO
http://www.elcultural.es/version_papel/CINE/32284/Pablo_Larrain-_Los_chilenos_no_fuimos_capaces_de_juzgar_a_Pinochet
Si todo es pasado, Pablo Larraín ha interrogado el presente en 'NO', una original y fiel recreación del plebiscito de 1988 en el que el dictador Augusto Pinochet fue derrotado. Candidata al Oscar a Mejor Película Extranjera, está protagonizada por Gael García Bernal.
El 5 de octubre de 1988, Pinochet se enfrentó a su pasado en las urnas. Y perdió. Convencido de que el pueblo chileno respaldaría su dictadura, el régimen había convocado un plebiscito para legitimarse y, contra todo pronóstico, salió humillado y derrotado.
La historia de cómo Chile perdió el miedo y dio un paso al frente es justamente la historia de NO, la tercera película de Pablo Larraín, candidata al Oscar a Mejor Película Extranjera, y la más luminosa de la trilogía que Larraín ha dedicado a radiografiar las heridas de un país en el que, pese a todo, siguen habitando los fantasmas de los muertos, el dolor y los crímenes. “Todo el mundo conoce cómo llegó Pinochet al poder, todo el mundo conoce el golpe de Estado de 1973, la muerte de Allende, el bombardeo de la Moneda, pero muy poca gente sabe cómo perdió el poder. Y es una historia que contiene una épica propia, no inventada por un guionista, sino por el propio pueblo chileno, que se movilizó para sacar del poder a un dictador. Y eso es lo llamativo de la historia, porque los dictadores normalmente no salen del poder por procesos democráticos”, explica Larraín a El Cultural.
Protagonizada por Gael García Bernal, y basada en la obra de teatro El Plebiscito, de Antonio Skármeta, cuenta la historia de la caída de Pinochet desde un punto de vista inédito: el del equipo de publicistas encargados de diseñar la campaña televisiva con la que la oposición a la dictadura pelearía por derrocar al gobierno, en su primera ocasión desde el golpe de estado de aparecer con voz propia en televisión.
Rodada con una cámara de vídeo UMATIC del año 1983, un formato en total desuso, la película establece un diálogo entre las imágenes de archivo y las de la ficción, prácticamente indistinguibles, que se unen en una especie de presente continuo que apunta a la pervivencia en el presente chileno de fantasmas todavía no resueltos de su historia.
“Hicimos muchos tests -explica el director- y nos dimos cuenta de que era imposible conseguir el resultado que queríamos filmando en HD y luego modificándolo en postproducción. Por tanto, era necesario hacerlo en un formato de la época, para que el material de archivo se integrara perfectamente en el relato y no hubiera una ruptura. Así, el material documental pasa a ser ficción y la ficción se acerca al documental”. Y añade: “Cuando me preguntan estas cosas me doy cuenta de que la película funciona, porque todo el material de archivo es real, no hay nada refilmado para la película. Todos los anuncios son reales”.
La película, que en su superficie es un relato épico de la caída de un tirano, contiene algunas bombas de relojería que pueden detonar en la cara de los espectadores más despistados. La más estremecedora es la demostración de cómo las mismas imágenes pueden servir para contar (y vender) una cosa y la contraria. Porque eso es justamente lo que hicieron los responsables de la campaña pro Pinochet: replicar los anuncios antigubernamentales dotándolos del contenido opuesto. Nada que no haya demostrado cualquier filme de remontaje y found footage. Frente al primer discurso que puede leerse en la película, el de las imágenes como vehículo de cambio, NO contiene otro menos militante, pero más perturbador: el de las imágenes como vehículo de manipulación y mentira, cuerpos vacíos que son capaces de albergar cualquier contenido. ¿La victoria de la publicidad por encima del mensaje político?
Paisaje tras la dictadura
“Las razones que tiene el protagonista para no politizar el mensaje”, explica Larraín, “es que todo comentario político en aquel momento iba a generar más miedo y probablemente una reacción más violenta. Por eso decidieron hablar de cosas agradables, y prometer un país luminoso, que se iba a levantar después de una dictadura. Más que vaciar el discurso político lo llenaron de ideas positivas, de un optimismo que en Chile no existía. Cuando la campaña salió al aire fue muy impactante por lo original, fresco y novedoso. Nadie se había esperado una iniciativa así. Pero no creo que hubiera un vaciado, sino que llenaron el discurso político de cosas que tenían más que ver con la vida, la memoria, la esperanza, antes que con ideas puramente políticas. De lo que se trataba era de decir: Saquemos a este señor y luego ya veremos'. Eso es la alegría. Y lograron acabar con el miedo”.Como en otras películas de Larraín, el protagonista es un personaje algo despegado de la realidad que le rodea, un militante algo cínico y desencantado: “Es un personaje con poca implicación, pero quiere echar a Pinochet. Eso es lo que le mueve. Lo interesante es que repite su discurso tanto para sacar a Pinochet como para vender un producto publicitario. Y eso tiene que ver con que en Chile nosotros expulsamos a Pinochet pero también negociamos con él, nos quedamos con su modelo económico, abusamos de él, no fuimos capaces de juzgarlo. Pinochet murió libre y millonario, por eso cuando finalmente ganan siente una desazón muy grande”.
Larraín implicó en el rodaje de la película a algunos de los políticos protagonistas reales de la historia, que aparecen interpretándose a sí mismos, creando una extraña continuidad espacio-temporal entre el pasado y el presente, entre el documental y la ficción, entre el archivo y la recreación, con un salto de veinticinco años.
“Me pareció interesante hacer un ejercicio de memoria a través de esas personas también -matiza Larraín-. Tuvimos que rodar de nuevo cosas que ya habían sido filmadas. Lo que hacemos es volver a pensar lo pensado, a soñar lo soñado... En la película aparecen con la misma ropa que usaron entonces. Sólo cambian sus cuerpos, que son veinticinco años más viejos. Ese ejercicio era una de las cosas que más quería hacer”.
El gran cineasta chileno de la memoria, Patricio Guzmán, que en 1996 volvió a Chile para mostrar su película sobre el gobierno de Allende, La batalla de Chile, filmó las reacciones del público ante ese pasado casi desconocido, veinte años después, creando una nueva película, La memoria obstinada (1997) que reflexiona sobre la pervivencia del pasado en la actualidad.
NO también se plantea la posibilidad de que el pasado no sea más que una capa del presente, algo escondida por el polvo de lo cotidiano. “El propio Guzmán, en su última película, Nostalgia de la luz (2010), plantea una tesis fascinante: que todo es pasado, lo que nos obliga a revisarlo bien, a mirarlo con claridad y con foco. Las películas que miran atrás no sólo son necesarias sino que son revitalizadoras”, sentencia Larraín.
Rumbo al Oscar 2013: Nominados como Mejor Película Extranjera
http://cine.univision.com/oscar/nominados/article/2013-01-10/premios-oscar-nominadas-pelicula-extranjera
En la categoría de Mejor Película Extranjera cinco países se enfrentan en espera de llevarse este año el Premio Oscar.
'Amour', de Austria, 'Kon-Tiki', de Noruega, 'A Royal Affair', de Dinamarca, 'War Witch', de Canadá, y la película 'No', de Chile.
Una cinta dirigida por Pablo Larraín, que le da a este país su primer nominación en esta categoría, y que cuenta con el mexicano Gael García Bernal como protagonista.
Sin embargo la contienda no será fácil para esta historia que representa a los hispanos este año, ya que entre sus contendientes se encuentra 'Amour', del austriaco Michael Haneke, que ha sido mencionada como una de las grandes favoritas para llevarse la estatuilla.
'No', de Pablo Larraín
Pinochet y la gestión del dolor
Un debate sobre la formas y los medios (publicitarios) para obtener los éxitos, en el contexto del referendum que decidió la salida de Pinochet del Gobierno de Chile
MANUEL DE LA FUENTE.
http://www.valenciaplaza.com/ver/73810/--no--de-pablo-larrain---pinochet-y-la-gestion-del-dolor-.html
VALENCIA. 'No', el título de la película chilena que opta a los Oscar como mejor película extranjera, se estrenó el 8 de febrero en España gracias al tirón de esta candidatura y a la presencia de Gael García Bernal como protagonista. Se trata de una película que despertó una cierta expectación en Chile cuando se estrenó el pasado mes de agosto. Y el motivo es sencillo: la película narra la caída de la dictadura de Augusto Pinochet, un momento político muy delicado sobre el que aún quedan muchos puntos que aclarar en un país que siente que no ha realizado un proceso completo de transición a la democracia.
Esta sensación se debe a la existencia de una democracia más formal que rupturista, puesto que aún prevalece un sistema neoliberal muy agresivo que prima las promesas de enriquecimiento sobre la superación de las desigualdades sociales.
La película se centra en este principio de la transición, en 1988, cuando el dictador convoca un referéndum para que la población decida sobre su permanencia en el poder tras quince años de terror de un régimen asesino. En esta convocatoria tan extraña confluyeron dos factores: por un lado, las presiones internacionales ante las denuncias de violaciones sistemáticas de los derechos humanos; y, por el otro, la confianza de un régimen que se veía muy fuerte y que creía la victoria del plebiscito estaba más que garantizada, lo que le daría legitimidad en el escenario internacional.
En este caso, el contexto histórico funciona como eje narrativo, ya que García Bernal encarna a René Saavedra, un publicista que recibe el encargo de organizar la campaña del "No", es decir, pedir el voto negativo en el referéndum y desalojar, de este modo, a Pinochet del Palacio de la Moneda. Lo primero que hace Saavedra es reunirse con los representantes de los partidos políticos que piden el cambio y que están agrupados en la petición del no. El gobierno les ha otorgado un espacio de 15 minutos diarios en la televisión oficial para que, durante un mes, puedan hacer su campaña.
Saavedra ve la propuesta de campaña que han preparado los partidos y se lleva las manos a la cabeza: está compuesta por una serie de vídeos sobre las torturas, los desaparecidos y los crímenes de Pinochet, es decir, transmite una imagen negativa frente a la campaña del "Sí", que muestra un Chile que mira al futuro.
El publicista entiende de inmediato que Pinochet se ha apropiado de la idea de la democracia, que se ha erigido en el demócrata más grande desde Pericles, situando a la oposición en el pasado. La estrategia del equipo del dictador le ha dado la vuelta a la tortilla a la situación: las víctimas se han convertido en verdugos debido a que la dictadura las ha criminalizado. Las víctimas, al pedir responsabilidades judiciales y políticas por los crímenes estatales, sólo saben mirar al pasado, no creen en el futuro de Chile, impiden su progreso, según este punto de vista.
Tras constatar cuál es la estrategia comunicativa oficial, Saavedra decide combatirla con sus mismas armas: sus anuncios televisivos serán positivos y girarán en torno a una palabra, "alegría", con constantes imágenes bucólicas de chilenos sonriendo, jugando, trabajando y pasándoselo bien. Estas imágenes son las que promete la campaña del "No", una campaña que se basa también en mirar al futuro antes que en rendir cuentas con el pasado.
El debate que propone la película dirigida por Pablo Larraín resulta revelador al respecto de la gestión del dolor en unos tiempos dominados por una redefinición de los términos del debate público. De hecho, la película transcurre en unos años, la década de 1980, en los que se asienta la idea creada por los equipos de comunicación de Ronald Reagan: lo importante no es la realidad, sino cómo se narra.
Frente a los años de Richard Nixon en los que se mostraba una cierta violencia comunicativa (la sola presencia de Nixon y su gesto de enfado provocaba un amplio rechazo), lo importante era venderlo todo con una sonrisa y con ideas de fácil consumo y que apelan a la emotividad, como la grandeza de la patria, el afán de superación del pueblo y la misión divina de la nación. Por eso Reagan se presentaba como un padre protector, una imagen que intentó también labrarse Pinochet, la del venerable anciano, el abuelo preocupado y desvelado por el bien común.
Y esta gestión del dolor es el punto central que toca la película. Saavedra presenta su campaña por el "No" como una campaña más, como si fuera una campaña de refrescos y sirviéndose de las mismas imágenes. Todo ello acompañado de una canción tontorrona y pegadiza que habla de "alegría" y "futuro". En cuanto proyecta su primer vídeo a los representantes de los partidos, un represaliado abandona enfadado la sala de reuniones: no soporta que se banalice su dolor, que se sucumba a las estrategias comunicativas del enemigo y que el precio sea reducir la presencia de las víctimas en el debate público. Saavedra argumenta que lo importante es ganar el plebiscito y superar el miedo de las clases populares a votar, que el objetivo es acabar con la dictadura. Su apuesta resulta vencedora y el dictador tiene que asumir la derrota.
Sin embargo, ¿es justo el precio? Ahí radica un cierto descontento que ha provocado la película entre diversos círculos en Chile, acusada de no profundizar en un tema que se presenta de manera tangencial. Con todo, sí aparece una reflexión atroz aunque de manera implícita: tras el triunfo electoral, Saavedra sigue con su trabajo, publicitando una telenovela en un anuncio infame y ridículo, donde sólo se ve a mujeres posando en la azotea de un edificio.
Al final, ha llegado la democracia, sí, pero una democracia de celofán, recubierta de un envoltorio que esconde que el proceso de transición ha sido gestionado por una epresa de marketing, dado que una misma campaña de imagen (formada por sonrisas e imágenes alegres) sirve tanto para pedir el "sí" como el "no". No importan las razones, sino los artificios.
Qué más dará que Pinochet acabe siendo senador vitalicio del nuevo sistema si, al fin y al cabo, tenemos lo que queremos: un sistema denominado "democracia".
Películas como No o series de televisión como 'Los 80' abren una dualidad curiosa en Chile: en un extremo, tenemos una apertura del debate, la posibilidad de hablar mínimamente de un pasado que, hasta hace bien poco, estaba totalmente censurado.
Pero, en el extremo opuesto, nos encontramos con que este debate aparece viciado, ya que se plantea no en términos de reflexión sino de consignas como "hay que mirar al futuro". Mientras, el tiempo va pasando y nadie asume cuentas de nada.
Hay en la película una imagen muy curiosa de Pinochet, quien, en plena campaña y dirigiéndose a los ciudadanos por televisión, dice: "Si he hecho alguna cosa mala, perdóneme. Pero creo que, sumando y restando, tengo más a favor que en contra". ¿Son sinceras estas disculpas? Basta con escucharlas pensando en los elefantes de Botsuana para darnos cuenta de que en España no podemos presumir mucho sobre cómo hemos gestionado el dolor y la responsabilidad en nuestra propia transición. También con campañas de imagen y con parches antes que con reformas globales.
Ficha técnica: No (Chile, 2012)
Director: Pablo Larraín
Intérpretes: Gael García Bernal, Alfredo Castro, Antonia Zegers, Luis Gnecco
Argumento: En 1988, el dictador chileno Augusto Pinochet convoca un referéndum para someter a votación la continuidad de su mandato. Los partidos opositores deciden contratar a una empresa de publicidad para idear una campaña a favor del voto negativo en la consulta.
Basada en la obra "El plebiscito", de Antonio Skármeta
VALENCIA. 'No', el título de la película chilena que opta a los Oscar como mejor película extranjera, se estrenó el 8 de febrero en España gracias al tirón de esta candidatura y a la presencia de Gael García Bernal como protagonista. Se trata de una película que despertó una cierta expectación en Chile cuando se estrenó el pasado mes de agosto. Y el motivo es sencillo: la película narra la caída de la dictadura de Augusto Pinochet, un momento político muy delicado sobre el que aún quedan muchos puntos que aclarar en un país que siente que no ha realizado un proceso completo de transición a la democracia.
Esta sensación se debe a la existencia de una democracia más formal que rupturista, puesto que aún prevalece un sistema neoliberal muy agresivo que prima las promesas de enriquecimiento sobre la superación de las desigualdades sociales.
La película se centra en este principio de la transición, en 1988, cuando el dictador convoca un referéndum para que la población decida sobre su permanencia en el poder tras quince años de terror de un régimen asesino. En esta convocatoria tan extraña confluyeron dos factores: por un lado, las presiones internacionales ante las denuncias de violaciones sistemáticas de los derechos humanos; y, por el otro, la confianza de un régimen que se veía muy fuerte y que creía la victoria del plebiscito estaba más que garantizada, lo que le daría legitimidad en el escenario internacional.
En este caso, el contexto histórico funciona como eje narrativo, ya que García Bernal encarna a René Saavedra, un publicista que recibe el encargo de organizar la campaña del "No", es decir, pedir el voto negativo en el referéndum y desalojar, de este modo, a Pinochet del Palacio de la Moneda. Lo primero que hace Saavedra es reunirse con los representantes de los partidos políticos que piden el cambio y que están agrupados en la petición del no. El gobierno les ha otorgado un espacio de 15 minutos diarios en la televisión oficial para que, durante un mes, puedan hacer su campaña.
Saavedra ve la propuesta de campaña que han preparado los partidos y se lleva las manos a la cabeza: está compuesta por una serie de vídeos sobre las torturas, los desaparecidos y los crímenes de Pinochet, es decir, transmite una imagen negativa frente a la campaña del "Sí", que muestra un Chile que mira al futuro.
El publicista entiende de inmediato que Pinochet se ha apropiado de la idea de la democracia, que se ha erigido en el demócrata más grande desde Pericles, situando a la oposición en el pasado. La estrategia del equipo del dictador le ha dado la vuelta a la tortilla a la situación: las víctimas se han convertido en verdugos debido a que la dictadura las ha criminalizado. Las víctimas, al pedir responsabilidades judiciales y políticas por los crímenes estatales, sólo saben mirar al pasado, no creen en el futuro de Chile, impiden su progreso, según este punto de vista.
Tras constatar cuál es la estrategia comunicativa oficial, Saavedra decide combatirla con sus mismas armas: sus anuncios televisivos serán positivos y girarán en torno a una palabra, "alegría", con constantes imágenes bucólicas de chilenos sonriendo, jugando, trabajando y pasándoselo bien. Estas imágenes son las que promete la campaña del "No", una campaña que se basa también en mirar al futuro antes que en rendir cuentas con el pasado.
El debate que propone la película dirigida por Pablo Larraín resulta revelador al respecto de la gestión del dolor en unos tiempos dominados por una redefinición de los términos del debate público. De hecho, la película transcurre en unos años, la década de 1980, en los que se asienta la idea creada por los equipos de comunicación de Ronald Reagan: lo importante no es la realidad, sino cómo se narra.
Frente a los años de Richard Nixon en los que se mostraba una cierta violencia comunicativa (la sola presencia de Nixon y su gesto de enfado provocaba un amplio rechazo), lo importante era venderlo todo con una sonrisa y con ideas de fácil consumo y que apelan a la emotividad, como la grandeza de la patria, el afán de superación del pueblo y la misión divina de la nación. Por eso Reagan se presentaba como un padre protector, una imagen que intentó también labrarse Pinochet, la del venerable anciano, el abuelo preocupado y desvelado por el bien común.
Y esta gestión del dolor es el punto central que toca la película. Saavedra presenta su campaña por el "No" como una campaña más, como si fuera una campaña de refrescos y sirviéndose de las mismas imágenes. Todo ello acompañado de una canción tontorrona y pegadiza que habla de "alegría" y "futuro". En cuanto proyecta su primer vídeo a los representantes de los partidos, un represaliado abandona enfadado la sala de reuniones: no soporta que se banalice su dolor, que se sucumba a las estrategias comunicativas del enemigo y que el precio sea reducir la presencia de las víctimas en el debate público. Saavedra argumenta que lo importante es ganar el plebiscito y superar el miedo de las clases populares a votar, que el objetivo es acabar con la dictadura. Su apuesta resulta vencedora y el dictador tiene que asumir la derrota.
Sin embargo, ¿es justo el precio? Ahí radica un cierto descontento que ha provocado la película entre diversos círculos en Chile, acusada de no profundizar en un tema que se presenta de manera tangencial. Con todo, sí aparece una reflexión atroz aunque de manera implícita: tras el triunfo electoral, Saavedra sigue con su trabajo, publicitando una telenovela en un anuncio infame y ridículo, donde sólo se ve a mujeres posando en la azotea de un edificio.
Al final, ha llegado la democracia, sí, pero una democracia de celofán, recubierta de un envoltorio que esconde que el proceso de transición ha sido gestionado por una epresa de marketing, dado que una misma campaña de imagen (formada por sonrisas e imágenes alegres) sirve tanto para pedir el "sí" como el "no". No importan las razones, sino los artificios.
Qué más dará que Pinochet acabe siendo senador vitalicio del nuevo sistema si, al fin y al cabo, tenemos lo que queremos: un sistema denominado "democracia".
Películas como No o series de televisión como 'Los 80' abren una dualidad curiosa en Chile: en un extremo, tenemos una apertura del debate, la posibilidad de hablar mínimamente de un pasado que, hasta hace bien poco, estaba totalmente censurado.
Pero, en el extremo opuesto, nos encontramos con que este debate aparece viciado, ya que se plantea no en términos de reflexión sino de consignas como "hay que mirar al futuro". Mientras, el tiempo va pasando y nadie asume cuentas de nada.
Hay en la película una imagen muy curiosa de Pinochet, quien, en plena campaña y dirigiéndose a los ciudadanos por televisión, dice: "Si he hecho alguna cosa mala, perdóneme. Pero creo que, sumando y restando, tengo más a favor que en contra". ¿Son sinceras estas disculpas? Basta con escucharlas pensando en los elefantes de Botsuana para darnos cuenta de que en España no podemos presumir mucho sobre cómo hemos gestionado el dolor y la responsabilidad en nuestra propia transición. También con campañas de imagen y con parches antes que con reformas globales.
Ficha técnica: No (Chile, 2012)
Director: Pablo Larraín
Intérpretes: Gael García Bernal, Alfredo Castro, Antonia Zegers, Luis Gnecco
Argumento: En 1988, el dictador chileno Augusto Pinochet convoca un referéndum para someter a votación la continuidad de su mandato. Los partidos opositores deciden contratar a una empresa de publicidad para idear una campaña a favor del voto negativo en la consulta.
Basada en la obra "El plebiscito", de Antonio Skármeta
Basada en la obra "El plebiscito", de Antonio Skármeta
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