domingo, 30 de diciembre de 2012

Paz en una nación armada por Michael Moore.

Domingo 30 de diciembre 2012







Amigos:

Luego de presenciar la deschavetada y mentirosa conferencia de prensa de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), el viernes pasado, me quedó claro que la profecía maya se ha cumplido. Excepto que el único mundo que ha terminado es el de la NRA. El poder fanfarrón que le ha permitido dictar la política sobre armas de este país se ha acabado. A la nación le repugna la masacre en Connecticut, y los signos están en todas partes: un entrenador de basquetbol en una conferencia de prensa después de un partido; el republicano Joe Scarborough; el dueño de una casa de empeños en Florida; un programa de recompra de armas en Nueva Jersey; y el juez conservador y dueño de armas que condenó a Jared Loughner.

Aquí está, pues, mi brindis decembrino para ustedes:
Estas masacres con armas de fuego no terminarán pronto.
Siento decir esto, pero muy en el fondo todos sabemos que es cierto. No significa que no debamos seguir presionando: después de todo, el impulso está de nuestra parte. Sé que a todos nosotros, yo incluido, nos gustaría que el presidente y el Congreso promulgaran leyes más estrictas sobre armas. Necesitamos que se prohíban las armas automáticas y semiautomáticas y los magacines que contienen más de siete balas. Necesitamos mejores revisiones de antecedentes y más servicios de salud mental. Necesitamos regular las municiones también.

Pero, amigos, me gustaría proponer que si bien todo lo anterior reducirá las muertes por armas de fuego (pregúntenle al alcalde Bloomberg: es prácticamente imposible comprar una arma en Nueva York y el resultado es que el número de homicidios por año se ha reducido de 2 mil 200 a menos de 400), en realidad no pondrá fin a estos asesinatos en masa ni atacará el problema esencial que tenemos. Connecticut tenía una de las leyes más severas sobre armas en el país, y no sirvió de nada para prevenir la matanza de 20 niños el 14 de diciembre.

De hecho, seamos claros sobre Newtown: el asesino no tenía antecedentes penales, así que jamás habría aparecido en una revisión en archivos policiales. Todas las armas que empleó fueron adquiridas legalmente; ninguna encajaba en la definición legal de arma de asalto. El asesino parecía tener problemas mentales y su madre lo hizo buscar ayuda, pero fue inútil. En cuanto a medidas de seguridad, la escuela Sandy Hook fue cerrada con candados antes de que el homicida se presentara esa mañana. Se habían realizado simulacros precisamente contra ese tipo de eventos. De mucho que sirvió.

Y he aquí el hecho sucio que ninguno de nosotros los liberales quiere discutir: el asesino sólo se detuvo cuando vio que los policías llegaban en tropel a la escuela, es decir, hombres armados. Cuando vio llegar las armas, detuvo el baño de sangre y se mató. Las armas de los policías impidieron que ocurrieran otras 20, 40 o 100 muertes. A veces las armas funcionan. (Sin embargo, hubo un alguacil armado en la escuela preparatoria de Columbine el día de la matanza y no pudo o no quiso detenerla.)
Lamento ofrecer esta verificación de realidades en nuestra muy necesaria marcha hacia un montón de cambios bienintencionados y necesarios –pero a la larga, cosméticos en su mayoría– en nuestras leyes sobre armas. Los hechos tristes son estos: otros países donde abundan las armas (como Canadá, donde hay 7 millones de armas en sus 12 millones de hogares, la mayoría de caza) tienen una tasa de homicidios más baja. Los chicos de Japón ven las mismas películas violentas, y los de Australia practican los mismos juegos violentos de video (El Gran Robo de Autos fue creado por una firma británica; el Reino Unido tuvo 58 asesinatos por arma de fuego en una nación de 63 millones de habitantes). Esta es la pregunta que deberíamos explorar en lo que prohibimos y restringimos las armas: ¿quiénes somos?

Trataré de contestar esta pregunta.
Somos un país cuyos líderes oficialmente aprueban y cometen actos de violencia como medio para lograr un fin a menudo inmoral. Invadimos países que no nos atacaron. Ahora usamos drones en media docena de países, y con frecuencia matan civiles.

Puede que esto no sea sorpresa para nosotros, siendo una nación fundada en el genocidio y construida sobre las espaldas de esclavos. Nos causamos 600 mil muertes en una guerra civil. Conquistamos el Salvaje Oeste con una revólver de seis tiros y violamos, golpeamos y matamos a nuestras mujeres sin piedad y a un ritmo asombroso: cada tres horas se comete el asesinato de una mujer en Estados Unidos (la mitad de las veces por su pareja actual o su ex); cada tres minutos hay una violación, y cada 15 minutos alguna mujer recibe una golpiza.

Pertenecemos a un grupo ilustre de naciones que aún aplican la pena de muerte (Corea del Norte, Arabia Saudita, China, Irán). No nos causa mayor conflicto que decenas de miles de nuestros ciudadanos perezcan cada año porque carecen de seguridad social y por tanto no ven a un médico hasta que es demasiado tarde.

¿Por qué hacemos esto? Una teoría es que es simplemente porque podemos. Existe un nivel de arrogancia en el espíritu estadounidense, amistoso por lo demás, que nos persuade de creer que poseemos algo excepcional que nos separa de todos esos otros países (sí tenemos muchas cosas buenas; lo mismo puede decirse de Bélgica, Nueva Zelanda, Francia, Alemania, etcétera). Creemos ser número uno en todo, cuando la verdad es que nuestros estudiantes están en el lugar 17 en ciencias y el 25 en matemáticas, y ocupamos el lugar 35 en expectativa de vida. Creemos tener la democracia más grandiosa, pero nuestra participación en urnas es la menor de cualquier democracia occidental.

Somos lo más grande y lo mejor en todo, y exigimos y tomamos lo que queremos. Y a veces tenemos que ser unos violentos hijos de puta para obtenerlo. Pero si uno de nosotros no capta el mensaje y muestra la naturaleza psicótica y los brutales resultados de la violencia en Newtown, en Aurora o en el Tec de Virginia, entonces todos nos ponemos tristes, nuestros corazones están con los familiares y los presidentes prometen adoptar medidas significativas. Bueno, tal vez en esta ocasión este presidente lo diga en serio. Será mejor que así sea. Una enfurecida multitud de millones no va a dejar caer el tema.

Mientras discutimos y demandamos lo que se debe hacer, me permito pedir que nos detengamos a echar una ojeada a los que creo que son los tres factores extenuantes que podrían responder a la pregunta de por qué los estadunidenses tenemos más violencia que casi nadie más:

1. Pobreza. Si hay algo que nos separa del resto del mundo desarrollado, es esto: 50 millones de nuestros compatriotas viven en pobreza. Uno de cada cinco estadounidenses tiene hambre en algún momento del año. La mayoría de quienes no son pobres viven al día. No hay duda de que esto crea más crimen. Los empleos en la clase media previenen el crimen y la violencia. (Si no lo creen, háganse esta pregunta: si su vecino tiene empleo y gana 50 mil dólares al año, ¿qué probabilidades hay de que se meta en su casa, les meta un tiro en la cabeza y se lleve el televisor? Ninguna.)

2. Miedo/racismo. Somos un país terriblemente miedoso, si se considera que, a diferencia de la mayoría de las otras naciones, jamás hemos sido invadidos. (No, 1812 no fue una invasión: nosotros la empezamos.) ¿Para qué diablos necesitamos 300 millones de armas en nuestros hogares? Entiendo que los rusos estén un poco amoscados (más de 20 millones de ellos murieron en la Segunda Guerra Mundial). Pero, ¿cuál es nuestro pretexto? ¿Nos preocupa que los indios del casino nos hagan la guerra? ¿Que los canadienses parezcan estar amasando demasiadas tiendas de donas Tim Horton a ambos lados de la frontera?
No. Es porque muchas personas blancas tienen miedo de las personas negras. La gran mayoría de las armas en Estados Unidos se venden a personas blancas que viven en suburbios o en el campo. Cuando fantaseamos con ser asaltados o con que nuestra casa sea invadida, ¿qué imagen nos formamos del perpetrador en nuestra mente? ¿Es el chico pecoso que vive en nuestra calle, o alguien que es, si no negro, al menos pobre?

Creo que valdría la pena:

a) esforzarnos por erradicar la pobreza y recrear la clase media que teníamos,

y b) dejar de promover la imagen del hombre negro como el coco que va a hacernos daño. Cálmense, personas blancas, y desháganse de sus armas.

3. La sociedad del yo. Creo que la norma del cada quien para su santo de este país es lo que nos ha puesto en el hoyo en que nos encontramos, y ha sido nuestra perdición. ¡Ráscate con tus uñas! ¡No eres mi problema! ¡Esto es mío!

Sin duda, ya no cuidamos de nuestros hermanos y hermanas. ¿Está usted enfermo y no puede costear la operación? No es mi problema. ¿El banco le embargó su casa? No es mi problema. ¿No tiene dinero para ir a la universidad? No es mi problema.
Y sin embargo, tarde o temprano se convierte en nuestro problema, ¿o no? Si quitamos demasiadas redes de seguridad, todos comenzamos a sentir el impacto. ¿Quieren vivir en una sociedad así, en la cual sí tendrán una razón legítima para sentir miedo? Yo no.

No digo que en otros lados sea perfecto, pero en mis viajes he notado que otros países civilizados ven un beneficio nacional en cuidar unos de otros. Cuidado médico gratuito, universidades gratuitas o de bajo costo, atención a la salud mental. Y me pregunto, ¿por qué no podemos hacer esto? Creo que es porque en muchos otros países las personas no se ven como separadas o solas, sino juntas en la senda de la vida, en la que cada una existe como parte integrante de un todo. Y uno ayuda a otros cuando tienen necesidad, no los castiga porque han tenido una desgracia o una mala racha. Tengo que creer que una de las razones por las que los asesinatos con armas de fuego son tan raros en otros países es porque hay menos mentalidad de lobo solitario entre sus ciudadanos. La mayoría son educados con un sentido de conexión, si no de abierta solidaridad. Y eso hace más difícil matarse unos a otros.

Bueno, pues he ahí algo en qué pensar mientras disfrutamos de las festividades. No se olviden de darle mis saludos a su cuñado conservador. Hasta él les dirá que si no pueden acertarle a un ciervo en tres disparos –y afirman necesitar un cargador de 30 tiros– es que no son cazadores, y no tienen nada que hacer con una arma en la mano.

¡Disfruten las fiestas!

Su amigo, Michael Moore.

Aquí les dejo la película de Michael Moore: bowling for columbine en español 
Es el documental que trata sobre lo que ocurrió en el colegio colombine y sobretodo hace una critica a la sociedad estadounidense en sentido de que se pueden conseguir armas facilmente, del modo en el que manipulan a la sociedad con miedo y mas asuntos interesantes.

Merece la pena ver la pelicula porque esta muy bien y se aprende mucho.




CYNTHIA OTTAVIANO, DEFENSORA DEL PUBLICO EN LA COMUNICACION AUDIOVISUAL


“Esta es una herramienta de transformación superior”

La periodista dejó “en pausa” su carrera para ejercer el cargo surgido en la Comisión Bicameral del Congreso. Y se propone “trabajar para que no haya discriminación ni violencia mediática contra las mujeres, y se respeten los derechos de niñas, niños y adolescentes”.
 Por Emanuel Respighi
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/19-27430-2012-12-30.html
Es la defensora de los 40 millones de habitantes que tiene el país. Aunque parezca exagerado, y suene a un slogan más propio de una superheroína que de una funcionaria, Cynthia Ottaviano es la encargada de defender los derechos de todos los televidentes y oyentes de radio. Una tarea para nada sencilla, teniendo en cuenta que es quien debe velar porque los canales de TV y las emisoras de radio no vulneren los derechos esenciales de los receptores de sus mensajes. Algo que, desde una aproximación meramente perceptiva, parecería estar pisoteado casi minuto a minuto en los medios audiovisuales. Todavía acomodándose en el rol al frente de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, Ottaviano delinea aquí sus objetivos primordiales en el organismo creado por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Periodista por vocación y profesión, Ottaviano fue hasta hace menos de dos meses jefa del equipo de investigaciones del diario Tiempo argentino. Con conocimientos en el área audiovisual (realizó varios trabajos documentales), la mujer que no titubeó nunca en expresar su apoyo al gobierno nacional decidió poner en suspenso su carrera periodística para pasar a poner en gestión estatal sus inquietudes y conocimientos. “Creo que vivimos un momento fundacional en la Argentina, que implica la profundización de la democracia, camino a 30 años de su recuperación”, reflexiona la primera persona en estar al mando del nuevo organismo. “Somos muchos y muchas los que trabajamos por la ampliación de derechos, y cuando el viento de la Historia pasa, no podés decir que no. Hay una frase de Malraux que dice algo así como que el hombre no se conoce a sí mismo en sus pensamientos, sino cuando es llamado a la acción. Así que cuando me dijeron “¿Viste todo lo que decís? Bueno, ahora vení y hacelo”, acepté el de- safío.
–La Defensoría del Público es una figura que no existía y que inaugura la nueva LSCA. ¿Cuáles van a ser los ejes de su gestión?
–Voy a trabajar para empoderar a la ciudadanía, difundiendo y promoviendo la ley porque nadie puede reclamar por un derecho que no conoce. Vamos a hacer una tarea pedagógica muy fuerte entre trabajadoras y trabajadores de la comunicación, porque entre todos estamos construyendo un nuevo mapa comunicacional en la perspectiva de los derechos humanos. Y esto es nuevo porque hasta hace no mucho la mayoría de los medios de comunicación fueron el aparato de propaganda de una dictadura genocida, concebidos bajo la doctrina de la seguridad nacional; más tarde bajo el designio de las corporaciones, porque hasta hace tres años esa misma ley de la dictadura con la firma del genocida Videla había sido emparchada con la firma de los presidentes, no hay duda, pero también de las corporaciones. Llegó el momento en que es el Estado el que salvaguarda el derecho a la información y dicta, en ese sentido, leyes antimonopólicas, como la LSCA. Voy a crear una biblioteca para centralizar la información y la producción sobre comunicación audiovisual en la Argentina, porque hay mucho conocimiento en pocas manos. Será de mucha accesibilidad como la Defensoría y vamos a trabajar muy fuerte para defender los derechos del público, en pleno cumplimiento de la ley.
–¿Cómo evalúa a la TV y las radios actuales? ¿Cuáles son los principales problemas que, según su criterio, signan a la comunicación audiovisual?
–Aún prevalecen criterios del paradigma neoliberal, en el que donde hay un chico se ve un negocio, donde hay una mujer se ve un objeto de dominación y donde hay una persona sólo se piensa en una parte de un punto de rating. Ahora comprendemos que todos somos sujetos de derecho y tenemos que ser respetados como personas, tenemos que tener igualdad de acceso a los medios y a las nuevas tecnologías. La ley nos convoca a trabajar para que no haya discriminación en la radio y la televisión, para que no haya violencia mediática contra las mujeres y para que se respeten los derechos de las niñas, niños y adolescentes. Si hay discriminación, violencia mediática y no se respeta a los chicos, entonces es claro todo el trabajo que tenemos por delante.
–Históricamente, el mapa mediático argentino mostró a privados fuertes y a un Estado débil o complaciente. La LSCA cambió esa tendencia, convirtiendo al Estado en un actor regulador y promotor. ¿Cómo cree que van a recibir los actores comerciales este cargo nuevo, que tiene la potestad de canalizar y representar reclamos cuando se ven vulnerados los derechos del público? ¿Ya tuvo reuniones con privados?
–La primera reunión que tuve fue con la Coalición por una Comunicación Democrática, con quienes planteamos una agenda común de trabajo; luego con la Cositmecos, la Confederación Sindical de Trabajadores de los Medios de Comunicación Social; con las chicas de la Red PAR, que trabajan por una comunicación no sexista; con el defensor del Pueblo de la Nación; con el interventor del Inadi, Pedro Mouratian, y con los representantes de diferentes sectores que trabajan muy fuerte para que la comunicación en la Argentina sea más inclusiva; tengo varias reuniones pendientes y una de ellas será con el sector privado. La construcción de esta Defensoría será una construcción colectiva, como lo fue la LSCA. Hasta ahora todos han tenido una excelente predisposición y hemos dialogado incluso sobre sus expectativas, porque muchos de ellos trabajaron para que esta Defensoría exista. No tengo dudas de que trabajaremos en conjunto.
–Usted fue propuesta por la Comisión Bicameral del Congreso, a través de representantes del Frente para la Victoria. ¿Medirá con la misma vara las faltas de los medios estatales como las de los privados?
–Voy a ser imparcial, defendiendo siempre al público y a la ley. Pienso en la defensa del derecho a la comunicación de los 40 millones de argentinos, un derecho inalienable y que su cumplimiento no puede estar en manos de un grupo económico. No creo que nadie me pague el sueldo para que defienda a un privado ni a un medio estatal: mi tarea es la de defender al público, no al medio, ni a sus directivos ni propietarios.
–Algunos criticaron su postulación al cargo porque ha hecho público su apoyo al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y a la LSCA. ¿Qué opina al respecto?
–Esos fueron los argumentos del Grupo Clarín SA para impugnarme. La única impugnación que tuve fue de ese grupo y se sostenía precisamente en mis opiniones, mis artículos periodísticos y en que publiqué una investigación sobre Papel Prensa y que los denuncié ante la SIP, la Sociedad Interamericana de Prensa, por persecución sindical. Se me impugnó por pensar como pienso, cuando en la Argentina no hay delito de opinión. Se le hizo mucho daño al pueblo cuando se perseguía a las personas por cómo pensaban. Es cierto que, poco después de que fueran los únicos que me impugnaran –recibí 800 adhesiones de universidades, organismos de derechos humanos, trabajadores de diferentes redacciones, personalidades de la cultura y demás–, ese mismo grupo económico pidió que metieran presos a un grupo de periodistas y funcionarios justamente por sus opiniones. Jamás oculté lo que pienso, ni pienso en ocultarlo. Defiendo la trascendencia de que la sociedad sepa qué piensan los funcionarios, los periodistas y no le escondan o disfracen sus verdaderos intereses. Pero eso de ninguna manera será un obstáculo para que ejerza la defensa del público de la radio y la TV con la imparcialidad que requiere.
–¿Cree que le será complejo diferenciar su posición política con el rol institucional que cumple desde hace un mes?
–Tengo clarísimo que tengo que defender al público. Durante muchos años tuve mi columna de Defensa de los Consumidores y los Usuarios en Radio Nacional para cooperar en la defensa del avance permanente de las corporaciones sobre los derechos de las personas. La diferencia es que ahora no defiendo a consumidores ni usuarios, sino a sujetos de derecho, y que no lo haré como periodista, sino como funcionaria pública, con un grado de responsabilidad mucho mayor, pero también con una herramienta de transformación superior.
–Uno de los grandes problemas que hasta ahora tuvo el medio es que las sanciones o multas por infracciones eran muy difíciles de aplicar. Incluso, en la mayor parte de los casos, el Estado terminaba conmutando esas sanciones por segundos de publicidad (algo que la nueva ley prohíbe taxativamente), en una suerte de “moratoria”. ¿Ahora están dadas las condiciones para que el peso de la ley caiga sobre los infractores y corrija los “desvíos”?
–No creo que las sanciones por sí mismas o en sí mismas sean el camino de transformación que necesitamos para que los medios de comunicación argentinos sean plurales, diversos, inclusivos, plenamente democráticos. Creo que el mejor camino es la tarea colectiva, la pedagogía, la reflexión, la apertura al debate... El verdadero cambio lo haremos colectivamente, pero aplicando, está claro, la ley con toda su fortaleza. Que no quepa la menor duda de que voy a actuar con toda la fuerza que la ley manda.
–Dentro de cuatro años, ¿con qué objetivos logrados se daría por satisfecha respecto de su rol al frente de la Defensoría?
–Con que la gran mayoría del pueblo sepa que cuenta con la Defensoría, que ese es su espacio de defensa de sus intereses y derechos, con que las niñas, niños y adolescentes participen activamente también, con que los trabajadores y trabajadoras de la comunicación la consideren como una herramienta para mejorar su tarea, con la incorporación del debate y la reflexión permanente a la vida cotidiana de la sociedad de la comunicación y con el cumplimiento de la LSCA por parte de todos los licenciatarios, autoridades y profesionales. Sueño con una Argentina con una comunicación plural y diversa que refleje la infinita riqueza cultural de nuestro pueblo. Mi deseo es que, en cuatro años, te vuelva a encontrar y te pueda decir que pude hacer mi aporte, por más pequeño que haya sido, para que nuestros medios de comunicación sean todo lo democráticos que necesitamos.

Las vías para denunciar


En poco más de un mes en funciones y con escaso conocimiento de parte de los televidentes y oyentes de su funcionamiento, la Defensoría recibió varias denuncias, de muy variado tenor.

“Estoy trabajando en la resolución de todas ellas”, se compromete la periodista. “Esta semana logramos que una denunciante de Jujuy que aseguraba no tener acceso a los medios de comunicación para contar una problemática seria, que afectaba según sus dichos al barrio y a una escuela, lograra comunicarlo a nivel nacional. Salió por la radio y contó su historia y la de otros damnificados”, explica.

 Aunque en otros países es común (existe el “garante” en la legislación italiana o el “defensor del Oyente y del Telespectador” de Radio Televisión de Andalucía), la novedad de la figura de defensor requiere para su aceitada puesta en marcha el conocimiento de toda la ciudadanía. ¿Cómo hace la gente, entonces, para realizar una denuncia? “La denuncia de Jujuy –cuenta Ottaviano– me la dieron personalmente, cuando terminó una charla que di en la provincia. Por eso estoy trabajando en la creación de la página web, el 0800 y la casilla de correo para que tod@s puedan realizar sus denuncias, reclamos o consultas desde cualquier lugar de la Argentina, de manera sencilla, totalmente gratuita y sin necesidad de dármela personalmente.”

La necesidad de un equipo


La LSCA crea en su artículo 19 la figura de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, el organismo que tiene entre otras funciones “recibir y canalizar las consultas, reclamos y denuncias del público de la radio y la TV y demás servicios regulados”, “teniendo legitimación judicial y extrajudicial para actuar de oficio, por sí y/o en representación de terceros, ante toda clase de autoridad administrativa o judicial”.

Además, el ente se encargará de llevar un registro y seguimiento de los reclamos y denuncias presentados, convocar a audiencias públicas y formular recomendaciones públicas a los titulares, autoridades o profesionales de los medios, a la vez que puede realizar presentaciones administrativas o judiciales para ordenar que se ajusten a lo que dicta la ley. 

Para llevar adelante con eficiencia una tarea titánica, Ottaviano señala que cuenta con un equipo “de veinte personas” que integran la Defensoría interdisciplinaria. “Hay –enumera la funcionaria– una dirección de relaciones con las audiencias, dedicada a vincularse con el público, no a ‘atenderlo’, sino a recibir sus denuncias, reclamos o consultas y responderles hasta que quede cumplido el objetivo de protección de sus derechos; otra dirección, justamente, de protección de derechos y asuntos jurídicos; otra de investigación, monitoreo y análisis; y otra de capacitación y promoción de la ley, fundamental para conseguir cambios a largo plazo. Un equipo de trabajo sólido que irá ampliándose en la medida de las necesidades.”



sábado, 29 de diciembre de 2012

La figura de Manuel Puig, a 80 años de su nacimiento


El escritor que soñó con Hollywood en la pampa solitaria

Es uno de los mayores renovadores de la literatura argentina a la que enriqueció con formas propias de la cultura de masas. El cine y sus divas fueron una material inagotable para su ficción.

http://tiempo.infonews.com/2012/12/29/cultura-93603-el-escritor-que-sono-con-hollywood-en-la-pampa-solitaria.php




No está mal decir que Manuel Puig es el más argentino de los mejores escritores argentinos. Tampoco sería descabellado afirmar que es también el más universal de ellos. Es que Manuel Puig, quien hubiera cumplido ayer 80 años, descubrió en la cultura de masas y sobre todo en el cine un material inagotable para enriquecer la ficción, renovando el mapa de la literatura argentina. Siempre retratando ambientes, paisajes y personajes reconocible y cotidianamente argentinos, pero con la inteligencia y el talento de no olvidar tender puentes hacia el infinito (y por qué no también más allá). 

"Por ciertas formas despreciadas, ciertos géneros populares, tengo un especial gusto”, solía afirmar Puig. “Creo que estos géneros menores pueden ser tratados con cierto rigor artístico y valorizados. El hecho de que sean populares a mí no me molesta, al contrario. He intentado siempre una forma de novela popular", declaraba tímidamente en una entrevista durante los setenta.

Pero su sueño era dedicarse al cine: su descubrimiento, esencial en la vida de Puig, se produjo durante su infancia en General Villegas, provincia de Buenos Aires. Enseguida las películas de Hollywood se convirtieron en el paraíso que le permitía escapar de la monotonía y el autoritarismo de la vida pueblerina. Mientras intentaba escribir una introducción para un guión cinematográfico, casi sin darse cuenta gestó en 1962 su primera novela, La traición de Rita Hayworth, publicada seis años después. De contenido autobiográfico, ahí narra la historia de un niño que escapa de la realidad refugiándose en las películas. Tanto éste como su siguiente libro, Boquitas pintadas (1969), se ambientan en el pueblo imaginario de Coronel Vallejos, de fácil asociación con General Villegas. 

Tras la publicación de The Buenos Aires Affair (1973) recibió amenazas y partió para siempre rumbo al exilio, donde desarrollaría el resto de su obra. Residió en Roma, Londres, París, Buenos Aires, Ciudad de México, Nueva York, Caracas, Río de Janeiro y Cuernavaca, donde falleció el 22 de julio de 1990. 

La primera novela que publicó en el exterior fue El beso de la mujer araña (1976), que le dio prestigio internacional. Puig se encargó de adaptarla a la pantalla grande para el film dirigido por Héctor Babenco, con Raúl Juliá, Sonia Braga y William Hurt, quien ganó un Oscar por su interpretación del homosexual Luis Molina. El libro que narra la convivencia del preso político Valentín Arregui y Molina en una celda de prisión, también tuvo versión musical y teatral. 


La obra de Puig, integrada por ocho novelas, se completa con Pubis angelical (1979, llevada al cine por Raúl de la Torre), Maldición eterna a quien lea estas páginas (1981), Sangre de amor correspondido (1982) y Cae la noche tropical (1988). En ellas suele hacer uso de recursos como la polifonía y también de un narrador casi borrado, con lo que los personajes parecieran responder a un impulso propio. 


"Puig fue más allá de la vanguardia; demostró que la renovación técnica y la experimentación no son contradictorias con las formas populares", destaca Ricardo Piglia. 

El hombre que soñaba con ser cineasta ya fue traducido a las más diversas lenguas, su figura vuelve a concitar hoy la atención de la crítica. Como si el destino le hubiera deparado a Puig el mismo final feliz que a las heroínas de Hollywood que tanto admiró desde un cine perdido en la Pampa (DPA). «







jueves, 27 de diciembre de 2012

BLACKIE Una Vida en Blanco y Negro en el Cine Gaumont

A partir de hoy 27 de diciembre, "Blackie: una vida en blanco y negro" se proyecta en el Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635) en dos funciones: 13:25 y 20:25hs. 

Además continúa en el MALBA los domingos a las 18hs durante todo enero. 


EL CINE ARGENTINO VOLVIÓ A PERDER ESPACIO DURANTE 2012


Cantidades astronómicas de un producto con poca salida

Durante el año se estrenaron 130 largometrajes argentinos, pero sólo cinco o seis consiguieron cifras de espectadores aceptables. El debate que se abre ante esas cifras. Las más vistas fueron “Dos más dos” y “Elefante blanco”.
Por Horacio Bernades
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-27411-2012-12-27.html
Según cifras oficiales, durante el año se estrenaron 300 largometrajes en las salas de cine de todo el país. De acuerdo con las estadísticas difundidas por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, 130 de esos 300 largos fueron argentinos. Ni Francia ni Corea del Sur, dos de los escasísimos países donde el cine local pelea de igual a igual con el de Hollywood, logran porcentajes similares de cartelera en relación con el total de estrenos. De guiarse por esos números, en el año que termina el cine argentino habría rozado una cifra casi digna del Guinness. Pero claro, a esa ecuación le está faltando un pequeño detalle: de nada sirve producir en cantidades astronómicas un producto que no se vende. O que se vende muy poco. Y eso es lo que sucede, desde hace años, con el cine argentino.
De esas 130 películas, sólo cinco o seis redondearon cifras de concurrencia entre buenas y aceptables. Y punto. La porción argentina con respecto a la torta total del mercado continuó empequeñeciéndose, como lo viene haciendo año tras año. En 2009, El secreto de sus ojos mediante, esa porción alcanzó un 15 por ciento. En 2010 bajó al 12 por ciento, en 2011 al 9 por ciento y este año estuvo ligeramente por debajo de ese porcentaje. La conclusión es de Perogrullo: el cine argentino produce cada vez más películas para cada vez menos espectadores. Teniendo en cuenta que se trata de una actividad subvencionada por el Estado (como sucede en todos los países del mundo, salvo los Estados Unidos), un cálculo económico elemental aconsejaría repartir el monto total de créditos y subsidios oficiales entre menos comensales. Que se filmen menos películas con mayores valores de producción, para que resulten más atractivas y para que, a la vez, la cantidad de films producidos mantenga una correlación algo más lógica con las demandas de mercado.
A esa concentración parecerían apuntar las medidas anunciadas por Cristina Fernández de Kirchner a mediados de año, cuando junto con la fundación del Polo Audiovisual se difundió un aumento de topes que venía siendo largamente reclamado por el grueso de la industria. Claro que ese aumento de topes, que da la posibilidad de aumentar el rédito industrial, beneficia a las grandes productoras, que solas o en asociación están en condiciones de cubrir esos costos (ver columna de opinión de Juan Vera). No sucede lo mismo con las medianas o pequeñas, que podrían producir cine de calidad de presupuesto medio, si esos topes no se cortaran por encima de sus posibilidades de inversión (ver columna de Agustina Llambí Campbell).

Hecha la ley...

Un caso paradigmático de la categoría “Productor mediano de películas de calidad” es el de Hernán Musaluppi, alma mater de Rizoma Films, compañía que a lo largo de la última década produjo desde Los guantes mágicos hasta Medianeras, pasando por Whisky, No sos vos, soy yo, Un novio para mi mujer y El custodio. A mediados de año, Musaluppi publicó un libro llamado El cine y lo que queda de mí, que por su honestidad brutal causó mucho revuelo en el ambiente. Allí, Musaluppi denuncia el estado de soledad y las trabas de todo tipo con que un productor mediano (animado, como él, de las mejores intenciones) debe lidiar película a película, en la Argentina de hoy. Es llamativo que su colega Agustina Llambí Campbell manifieste exactamente lo mismo en la columna que acompaña esta nota.
En El cine y lo que queda de mí Musaluppi hace otra denuncia, y es grave: año a año, una enorme cantidad de películas argentinas se producen por razones espurias. Amparados por la Ley de Cine vigente, que asigna un monto fijo a cualquier película filmada en 35 mm que se estrene en una sala del circuito oficial (por obra del llamado subsidio de medios electrónicos), a muchos “productores” les basta con conseguir una sala por una semana para hacer un lindo negocio. Aunque la película terminen viéndola treinta o cuarenta incautos. Sobre todo si previamente se “inflaron” los costos, otra práctica inmemorial de la industria cinematográfica criolla. De resultas de ello, casi todas las semanas se estrenan, en una o dos salas de capital y/o interior del país, películas que no reúnen las condiciones mínimas exigibles.
Obviamente no es ése el caso de Tierra de los padres, El etnógrafo, El Impenetrable, Abrir puertas y ventanas, La araña vampiro, Los salvajes, El notificador o La casa (que, estando entre las mejores del año, tampoco llevaron precisamente multitudes a las salas), sino de esa clase de estrenos subrepticios, de los que en más de una ocasión ni los propios críticos de cine se enteran a tiempo. No sea cuestión de que se difundan. 
Para poner algunos ejemplos, ¿alguien recuerda de qué trataban, cuándo se estrenaron o quiénes actuaban en películas como Pastora, No te enamores de mí o Un amor de película? ¿Alguien vio El circuito de Román, Hombre bebiendo luz o La mala verdad? ¿Hay quien sepa qué son Uteros: Una mirada sobre Elsa, SMO, el batallón olvidado o El provocador, primeiro film en portuñol?
¿A quién beneficia que todos los años se produzca y se estrene medio centenar de películas que nadie recuerda, nadie va a ver, nadie sabe siquiera que existen? Hay quienes se benefician: ésa es la cuestión.

El país de las películas-fantasma

Esas películas benefician a unos pocos y perjudican al conjunto. Basta que un solo espectador “se clave” una tarde viendo una película argentina impresentable para que de allí en más se limite a ver sólo las que le ofrecen garantía absoluta de que, al menos, van a estar bien producidas, actuadas, escritas y narradas.
En otras palabras, las que cuentan con estrellas que el espectador conoce y aprecia, las que están dirigidas por uno de los tres o cuatro realizadores que supieron ganarse un nombre o, con muchísima suerte, las que logran hacerse un boca en boca, en ocasiones “palanqueadas” por algún premio o nominación. Repásese el listado de las diez más vistas y se verá que todas ellas –desde Dos más dos hasta Todos tenemos un plan, pasando por Elefante blanco, ¡Atraco! o Infancia clandestina– responden a uno o varios de estos prerrequisitos. De la décima para abajo, ajo y agua. A joderse y a aguantarse. Trátese de los dinosaurios que ya nadie traga (Soledad y Larguirucho), los lanzamientos de aspiraciones comerciales que terminan siendo poco comerciales (La pelea de mi vida) o las películas con atractivos potenciales, que no llegan a generar el boca en boca que necesitarían (Días de vinilo, El último Elvis, Diablo).
Se impone, como siempre en estos casos, una aclaración: muchas de las que quedan por debajo (muy por debajo, a veces) de las 10 o 20 más vistas no aspiran a la masividad (es el caso de las mencionadas unos párrafos más arriba, a las que bastaría sumarles el minisuperéxito de Papirosen para tener las mejores del año). Esas películas aspiran, sí, a ser vistas por la mayor cantidad de espectadores posibles. Lo cual no se hace nada fácil, teniendo en cuenta que el mercado local sólo cuenta con bocas de expendio masivas, las de las multisalas, careciendo casi por completo de un circuito comprometido con el cine de calidad, de no ser por el Malba, la Lugones y el Cosmos. Salas que, además y curiosamente, el Incaa no reconoce como oficiales, producto de una Ley de Cine que pide a gritos una actualización.
Al amparo de esa ley, tampoco pueden aspirar a subsidio oficial alguno las películas argentinas estrenadas en soporte digital, en momentos en que ese soporte está por sustituir definitivamente al celuloide. ¿Un ejemplo? Cómo no: El estudiante, batacazo por excelencia de la temporada 2011. Salta a la vista que son muchas tuercas las que quedan por ajustar, si se quiere que el cine argentino empiece a funcionar como debería.

Las películas bien hechas


Por Juan Vera *
Hace un par de años, a poco de estrenarse Igualita a mí, película que escribí y produje, fui a tomar un café con una amiga. A ella le gustan los cuentos que escribo, cuentos inéditos que sólo leen mis amigos. Le pregunté si había visto la película. Me dijo que no, y luego agregó, mirándome severa: “¡Vos tenés que filmar tus cuentos y no esas películas pedorras!”. ¡Y lo dijo sin haber visto la película!
Pensé que, en parte, su prejuicio es el mismo en el que se debate y se pierde el cine argentino. Le contesté que cuando escribo cuentos, no me importa nada. Somos yo y mi computadora. No involucro a nadie. Pero, cuando escribo o analizo un proyecto a filmar, nunca pierdo de vista que hay gente que pone mucho dinero. Una empresa, una persona física y también el Incaa. ¡Y el dinero hay que devolverlo! Entonces no puedo hacer lo mismo que hago con los cuentos. Porque, aunque no nos guste, el cine es un negocio. Entonces tengo que ser responsable y armonizar mis gustos con las ecuaciones comerciales. Cuando analizo un guión me pregunto: ¿Por qué iría la gente a ver esta película y no otra? ¿De qué trata? ¿Es clara? ¿Está bien escrita? ¿Quiénes son los actores? ¿Es realizable, en términos de producción, para los estándares del cine argentino?
De los 45 millones de tickets vendidos en 2012, sólo el 9 por ciento correspondió a alguna película argentina. Y se estrenaron más de cien. Algo no funciona bien. ¿Hay lugar para todas? Sé que es un problema de difícil solución, porque la producción se incrementa año a año. Pero mientras pensamos cómo se arregla este lío, desearía que todos los años hubiera, al menos, diez películas argentinas que sean de calidad y busquen al público. En el actual panorama, el verdadero cine marginal es el cine industrial. Este año en Patagonik produjimos cinco películas. Todas con el apoyo del Incaa y de inversores privados. Dos de ellas, Dos más dos y Elefante blanco, convocaron entre ambas a un millón ochocientos mil espectadores. Son películas muy distintas, en su concepción, en su género y en su temática.
No creo que tenga que hacerse un tipo de cine específico. Creo en las películas bien hechas. Como Infancia clandestina, ¡Atraco! o Peter Capusotto y sus 3 dimensiones, que también llevaron mucha gente a las salas. Me gustaría que se generen las condiciones para que el sector privado sea seducido para invertir en cine y que el cine argentino produzca más películas de mayor rigor profesional, que estén bien contadas y bien filmadas. En ese marco, las buenas películas de experimentación, a las que hay que proteger, encontrarían un campo más fértil. Así mi amiga estaría contenta. Y yo también.
* Guionista y productor.

Los temas pendientes


Por Agustina Llambí Campbell *
Despedimos el 2012 con anuncios que auguran un futuro próspero para el quehacer cinematográfico local: el cine reconocido como industria, la creación de un Polo Audiovisual, el incremento del tope de subsidios, el proyecto de digitalización de salas. En diciembre, Ventana Sur, el mercado de cine latinoamericano organizado por el Incaa, tuvo record de acreditados internacionales.
Sin embargo, a los jóvenes directores y productores, algo de ese futuro prometedor parecería esquivarnos. Integro junto a Santiago Mitre, Alejandro Fadel y Martín Mauregui un proyecto de producción que llamamos La Unión de los Ríos. Hemos realizado dos películas y tenemos una tercera en proceso de postproducción. Contamos actualmente con un par de proyectos bajo el brazo y si bien el camino que hemos recorrido nos abrió puertas económicas y financieras a explorar, en el ámbito local el panorama no es más alentador que cuando empezamos.
Que el cine recupere en cuanto industria la capacidad de generar trabajo es digno de festejar. Pero los nuevos topes de subsidio sólo son un alivio para películas con cierto potencial comercial. El subsidio por otros medios, que garantiza la producción de películas de riesgo artístico, que sin tener un gran recorrido en la taquilla construyen una identidad cultural, sigue dependiendo de un Costo Medio de Película Nacional de septiembre de 2011. Realizarlas es casi una odisea. Y para productores como nosotros, acceder a recorrer esa odisea tampoco es fácil. Por no haber sido estrenadas en 35mm y durante siete días consecutivos, nuestras películas no son consideradas como antecedentes para acceder a los beneficios de la Ley de Cine. Beneficios que para nuestros proyectos futuros podemos obtener sólo si nos asociamos a un productor de mayor trayectoria.
El Incaa brinda apoyo a nuestras películas en el exterior y promueve su difusión local en los Espacios, pero a la hora de apoyar su producción y realización, el camino es incierto, por no decir arduo. Y sigue dependiendo del esfuerzo e inteligencia de los particulares. Si se logra el objetivo político que intuimos de que el cine argentino produzca menos películas pero de mayor audiencia, si el cine finalmente se convierte en una industria, las películas de riesgo formal y narrativo van a tener que encontrar la manera de subsistir y reinventar los nichos para exhibirse. Ese es nuestro desafío y estamos dispuestos a afrontarlo. Confiamos en que nuestro trabajo y el hacer películas cada vez mejores ayudará a que los caminos se vuelvan claros.
* Productora de El estudiante y Los salvajes.

Primer Concurso de Cortos sobre derechos humanos “Enrique Juárez”


El Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) junto al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) presentaron el Primer Concurso de Cortometrajes “Enrique Juárez”, en homenaje al cineasta, guionista, director y militante montonero desaparecido en la ESMA durante la última dictadura cívico militar.



Se pueden presentar hasta el día 5 de marzo de 2013.

El 12 de diciembre, se realizó el lanzamiento del primer Concurso de Cortometrajes sobre Derechos Humanos "Enrique Juárez" incluyó una jornada de información y reflexión sobre el cine como herramienta de concientización, transformación y  promoción de las políticas de derechos humanos. De la actividad -realizada en el Archivo Nacional de la Memoria (ANM)- participaron Martín Fresneda, secretario de Derechos Humanos de la Nación; Liliana Mazure, presidenta del INCAA; Carlos Pisoni, representante de la Secretaría de Derechos Humanos en el Espacio Memoria; Camilo Juárez, hijo de Enrique Juárez; y José Martínez Suárez, cineasta y compañero de Enrique.

Durante la actividad, Fresneda hizo hincapié en la importancia de utilizar distintos recursos que ayuden a la promoción de las políticas de derechos humanos: “Hace tiempo que se viene trabajando con el INCAA sobre la incorporación de las perspectivas de los derechos humanos en la construcción de materiales audiovisuales con la posibilidad de comunicar a todos los argentinos, a través de esta herramienta, información sobre nuestras políticas de derechos humanos”. El secretario de Derechos Humanos explicó además que el lanzamiento de este concurso está ligado al encuentro de distintos sentidos de construcción de la memoria y de las políticas de derechos humanos. Y agregó: “Es importante que las nuevas generaciones puedan hacer su aporte en función de su perspectiva y de su vivencia de ese pasado, pero también desde el presente, para construir una memoria poderosa que perdure en la historia y en el futuro de nuestra patria. Esta iniciativa va a enriquecer este proceso de colectivizar cada vez más la memoria con distintas visiones”, concluyó Fresneda.

Mazure manifestó que “este tipo de actividades permiten cumplir con el sueño que tenían nuestros compañeros que luchaban por una sociedad más justa e igualitaria. Estamos haciendo honor a la vida y a la memoria de cada uno de ellos”. La presidenta del INCAA afirmó que este concurso es muy importante ya que las producciones audiovisuales van a aportar distintas miradas sobre la historia política, social y cultural de la Argentina.

Por su parte, Pisoni destacó que “realizar estas acciones permiten resignificar este espacio que, durante el terrorismo de Estado, funcionó como centro clandestino de detención tortura y exterminio”.
“Recuerdo a mi viejo con alegría y orgullo. Este es el mejor homenaje que le hicimos porque estamos cumpliendo el sueño que él tenía que era poder utilizar el cine como herramienta para transformar la realidad”, expresó Camilo Juárez, muy emocionado al recordar a su padre.

El concurso de cortos “Enrique Juárez” busca promover la producción audiovisual en diversos géneros  que aborden las temáticas de memoria y derechos humanos, en relación a la última dictadura argentina, con énfasis en las luchas por la memoria, la verdad y la justicia, la militancia, la democracia, la identidad y la ampliación de derechos.

Los materiales audiovisuales deberán ser presentados en formato cortometraje de género documental, ficción, animación y/o experimental. 

Las bases del concurso se encuentran disponibles en www.espaciomemoria.ar.

Los cortos ganadores serán difundidos durante marzo de 2013 en el Mes de la Memoria, a través de las herramientas y canales de difusión del INCAA y del Espacio Memoria y DDHH.

En el marco del lanzamiento del concurso, se realizó además un seminario de cine organizado por el Espacio Memoria junto al INCAA, con el fin de promover ámbitos de reflexión sobre la importancia del cine como herramienta en toda batalla cultural y en la promoción de los valores de la memoria, la verdad y la justicia. El seminario contó con la presencia de los directores Coco Blaustein (Cazadores de Utopías), Benjamín Ávila (Infancia Clandestina), Albertina Carri (Los Rubios), Pablo Solarz (Historias Mínimas) y Lucía Murat, de Brasil.
También estuvieron presentes en la actividad, Ramón Torres Molina, presidente del Archivo Nacional de la Memoria; Leonardo Fossati, integrante del Directorio de Organismos de Derechos Humanos del Espacio Memoria; Judith Said, coordinadora general del Archivo Nacional de la Memoria; y representantes de organismos de derechos humanos.

http://www.espaciomemoria.ar/noticia.php?not_ID=137&barra=noticias&titulo=noticia

miércoles, 26 de diciembre de 2012

MEDIOS Y COMUNICACION Eficacia de la razón narrativa

Utilizando el ejemplo de la serie televisiva The booth at the end para mostrar otras formas de construir historias, Ricardo Haye sostiene que la Argentina haría muy bien en detenerse a observar arquitecturas argumentales como ésta porque son las que permiten argumentar que el relato conlleva posibilidades de transferir información, proponer temas en debate o dar a conocer puntos de vista.


Por Ricardo Haye *
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-210573-2012-12-26.html
Desde General Roca, Río Negro
El tipo se pasa toda la serie sentado en la misma mesa de bar. Se trata de un bar mediocre, de esos que funcionan en un viejo ómnibus reciclado.
Pero no solo el protagonista permanece allí todo el tiempo. También lo hace la cámara, en abierto desafío a los paradigmas establecidos de relato audiovisual.
En The boot at the end no hay variedad de locaciones y mucho menos efectos especiales espectaculares. Ni siquiera vemos persecuciones vertiginosas, incendio de coches o edificios, balaceras o gente enfrentándose a los golpes.
Y, sin embargo, es muy difícil abandonar su relato intrigante.
Originalmente la historia de Christopher Kubasik se desarrollaba en 62 miniepisodios concebidos para la web, pero el suceso que alcanzó determinó que la señal televisiva estadounidense de cable FX (filial de la cadena Fox) se interesara por el producto y lo incluyese en su programación en la forma de diez capítulos de alrededor de 12 minutos cada uno.
La singularidad de The booth... es la simpleza casi minimalista de su puesta en escena. Todo lo que se muestra ocurre en un mismo ambiente: el interior de ese bar sin muchas pretensiones, junto a la carretera. En la mesa del fondo se sienta un hombre al que recurren personas que buscan cumplir un deseo. El hombre, del que no sabemos nada, los escucha y les promete que podrán hacerlo siempre y cuando paguen el precio. Lo que les pide a cambio es que ejecuten alguna acción inconcebible en la que hasta allí venía siendo su vida cotidiana y que lo mantengan minuciosamente informado sobre los pormenores de ese trayecto en el que sacrifican su moral.
Un padre está desesperado por salvar a su hijo enfermo; una anciana quiere recuperar a su esposo que está hundido en las tinieblas del Alzheimer; una monja plantea que quiere volver a escuchar a Dios para sostener su fe; una muchacha explica que quiere ser más bonita; un hombre solo sueña con casarse con una modelo escultural; un policía intenta conseguir el afecto de un hijo rebelde.
Para alcanzar lo que pretenden tendrán que matar a un niño, poner una bomba en algún sitio público, embarazarse, robar un banco, cuidar de alguien o proteger a un colega corrupto.
A nadie se obliga a nada. Pero a todos se los confronta con el interrogante de qué tan lejos están dispuestos a llegar para obtener lo que quieren. Y también al de si luego sus conciencias podrán soportar la crueldad de los actos cometidos.
Ante el pacto fáustico que se le propone, uno de los personajes inquirirá:
–¿Cómo puedo saber que no eres el diablo?
La respuesta que recibe no lo tranquiliza ni acerca certezas a los espectadores:
–No puedes.
La serie concluye sin que se sepa si ese hombre misterioso e inalterable es un mago, una entidad angélica o el mismo demonio.
Aunque no muestra ninguna escena violenta, The booth at the end sugiere climas inquietantes que predisponen al terror filosófico.
Esa lógica invulnerable que los sajones expresan anteponiendo el “to show” (mostrar) al “to tell” (contar), encuentra aquí una formidable excepción a la regla. El texto representacional cede protagonismo al puro relato, que solo puede sostenerse sobre una base de ideas originales, planteos interesantes y diálogos inteligentes.
No hay exteriores y no se muestra ninguna de las acciones que se encomiendan a los “clientes”. La fuerza expresiva de la serie descansa en la conversación entre la persona que desea y la que concede. Los acontecimientos solo pueden ser imaginados a partir de las palabras que los narran, en una muy lograda contravención de aquella máxima que sostiene que la televisión es imagen en movimiento. Mientras tanto, el hombre de la mesa del fondo registra escrupulosamente los detalles que le van acercando sus interlocutores.


The booth at the end es un ejemplo extraordinario de cómo se puede edificar una historia cautivante con un mínimo presupuesto y confiando en la potencia de la palabra.
Un país como la Argentina, que en las vísperas de su transición definitiva hacia la digitalización televisiva se debate acerca de cómo construir una consistente y necesaria industria audiovisual, haría muy bien en detenerse a observar arquitecturas argumentales como ésta porque son las que justifican el énfasis con que muchos pensadores han reivindicado el valor de la “razón narrativa”: el relato conlleva posibilidades eficacísimas de transferir información, proponer temas en debate o dar a conocer puntos de vista.
Aprovechándose de esas fortalezas, Kubasik nos pone a pensar en cierto relativismo epocal que propicia el desplazamiento progresivo de las barreras morales y nos confronta con aquel interrogante perturbador: ¿hasta dónde somos capaces de llegar para conseguir algo?
Es mucho más que lo que suelen plantearnos tantas propuestas zonzas que nutren las pantallas.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.

MEDIOS Y COMUNICACIÓN La libertad, esa tensión..

Marta Riskin recorre el camino de las ideas y los debates sobre libertad de expresión y libertad de información, experiencias y situaciones para aportar otra mirada sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y la contribución que, al margen de los debates jurídicos, ya hizo a la sociedad argentina alentando diálogos ciudadanos desde la diversidad.


Por Marta Riskin *
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-210572-2012-12-26.html
Desde Rosario
La primera imprenta de Buenos Aires fue la de los Niños Expósitos. Allí se editaron, entre otros, el Himno Nacional, la Gazeta de Mariano Moreno y el Correo de Comercio de Manuel Belgrano, pero no todas sus páginas fueron gloriosas.
El 19 de julio de 1821, La Gazeta de Buenos Ayres festejaba que “murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos”.
También por entonces, los buitres eran buena compañía para ciertos connacionales y, en 1824, todavía gracias a Rivadavia, la vieja imprenta fue enviada a Salta para evitar expresiones patrióticas.
Con el tiempo, sus tipos de plomo serían fundidos y convertidos en balas, pero aun así, sus restos perduraron y formaron parte de nuevas instalaciones gráficas.
Quien apoya la dependencia nacional a alguna corona considera al Estado un cómplice o un subordinado y enemigo a gobiernos como el de don Martín Miguel de Güemes, que no se someten a sus intereses. Aún visten máscara republicana y condicionan la libertad pública al diseño de sus negocios y usan intrigas y cautelares a medida. Un buen ejemplo al respecto es la instalación de la confusión mediática entre libertad de expresión, libertad de imprenta y libertad de prensa.
La libertad de expresión es reconocida universalmente como derecho humano a la libertad de pensamiento y la palabra. La libertad de prensa alude a la existencia de garantías ciudadanas para editar contenidos impresos sin censura previa y la libertad de imprenta es el derecho de cualquier persona a poseer, operar y dedicarse al oficio de la imprenta, si posee los medios materiales para hacerlo.
No son sinónimos. El primer derecho es inseparable de la condición humana, el segundo del trabajo y el último de la propiedad privada; pero sobre todo, la libertad de prensa e imprenta no incluyen al espectro radioeléctrico, es decir las frecuencias de radio y televisión transportadas por el espacio aéreo y soberano de la Nación, propiedad y administración exclusiva del Estado Nacional.
La ley de medios audiovisuales sólo reglamenta la distribución de frecuencias y sus contenidos, pero se la acusa de coartar las libertades de expresión, prensa e imprenta. La obstinación en la mentira demuestra que el monopolio de la palabra, la deconstrucción de los recuerdos y la institucionalización de los olvidos son condiciones ineludibles para lograr el canje de las ideas por el consumo de baratijas.
La búsqueda de la libertad de John Locke tiene poca relación con el “... liberalismo agresivo, que es un dogma y ahora una ideología de guerra”2, y cuyos cortesanos, por dinero o por ilusión de pertenencia a “clases superiores” de intelecto o linaje, suministran guiones; aunque no puedan “aceptar que la democracia tiene tres poderes” sin asegurarse la servidumbre de alguno o afirmen que “la sociedad padece importantes problemas olvidados por sus gobernantes” y silencien las causas.
Sin embargo, tanto detrás del rechazo como del reclamo popular por la plena vigencia de la ley de medios, crece y se extiende una certeza clave: la información, la educación y la cultura no son mercancías de lujo, sino derechos humanos lisos y llanos y más temprano que tarde, las injusticias e infamias, simplemente... se ven.
Como en un cuadro de Caravaggio, el largo conflicto por la aplicación de la Ley 26522 ha desplegado frente a la opinión pública aquello “de lo que no se habla” y “qué defiende cada quien”.
La aparición de voces alternativas ya permitió el reencuentro de acciones con discursos.
La ciudadanía comprueba los intereses sectoriales que se venden como colectivos, a los magistrados que de lo jurídico sólo lucen la toga, y a los representantes de trabajadores o funcionarios que eluden las leyes.
También, los propietarios de vidas y haciendas sinceran sus opiniones preiluministas: desde la predilección por el voto calificado y la convicción de ser fuentes divinas de toda verdad y justicia hasta la cosmovisión de mundo inequitativo que proponen los raptores de la Fragata Libertad, el juez Griesa y los pajarracos locales.
La práctica social es de suma imperfecta.
En el cruce de verdades relativas se fortalece al colectivo democrático. Es todo un cambio. Se puede, como aquel protagonista del cuento de García Márquez, estar “tan resignado a morir, que acaso muera de resignación” o incorporarse al desafío; pero ya no se trata de un acto reflejo sino de una elección consciente.
La libertad de expresión posee larga historia y costumbres de paciencia y espera. Espera de esperanza.
Las balas siempre se transforman en palabras.
* Antropóloga. Universidad Nacional de Rosario
1 Elías Canetti: La provincia del hombre, Cuaderno de notas, 1942-1972.
2 Merleau-Ponty: Humanismo y terror.

lunes, 24 de diciembre de 2012

EL DOCUMENTAL SOBRE EL SUEÑO NAZI DE FILMAR TITANIC


El Tercer Reichberg

Suena increíble, pero es sólo otra de esas cosas increíbles de la Segunda Guerra: en 1943, con el firme propósito de producir una inmensa alegoría del fracaso de la ambición capitalista anglosajona, el Reich alemán destinó recursos exorbitantes la filmación del hundimiento del Titanic. Hundida durante años en el olvido, esa película –y la asombrosa historia detrás– es rescatada ahora por The History Channel.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-8476-2012-12-24.html
La de James Cameron no fue la primera versión cinematográfica del hundimiento del Titanic en romper records presupuestarios. Más de medio siglo antes, en 1943, otros megalómanos ya le habían asignado recursos casi ilimitados, y un presupuesto que, indexado, hoy equivaldría a unos 180 millones de dólares. El objetivo: la producción de un drama de proporciones épicas basado en la misma historia real –ocurrida en 1912, hace un siglo– aunque con otros propósitos. Entre estos “artistas” que también quisieron ser los Reyes del Mundo, se encontraban el joven director alemán Herbert Selpin y el hombre que le asignó la misión: Joseph Goebbels. La historia de la realización de este film que hoy los historiadores conocen como El Titanic Nazi se cuenta con abundante material de archivo (incluidas películas caseras de Selpin) en un especial que la versión local de The History Channel estrenó la semana pasada y repetirá durante el mes próximo.
Esta no era la primera vez que el cine alemán abordaba la célebre historia catástrofe del RMS Titanic: ya en 1912, apenas unos meses después del hundimiento, se filmó en estudios In Nacht und Eis, un mediometraje también “épico” de media hora de duración, que se creyó perdido durante años y hoy puede verse en YouTube. 
Pero este nuevo proyecto, concebido en 1941, cuando el Reich todavía consideraba viable la posibilidad de derrotar y ocupar Inglaterra, era sencillamente lo que el alto mando nazi entendía como un “esfuerzo de guerra”. Una pieza propagandística destinada a probar la superioridad del pueblo germano a la vez que la codicia del capital británico como fuerza demoníaca detrás del desastroso incidente que se cobró 1500 vidas.

Tal como se cuenta en esta suerte de making of que propone el especial de The History Channel, la película empezaba con el empresario británico Joseph Bruce Ismay. Personaje que en la vida real fue presidente y director de la línea de barcos de vapor White Star Line y factótum de ese transatlántico moderno, velocísimo y con espacio para pasajeros de diverso poder adquisitivo que debía ser el Titanic. Ismay encabezaba en las escenas iniciales del film una reunión de accionistas de la compañía, a los que les presentaba su plan para salvarla de la caída de sus acciones. El Titanic iba a estar preparado, les decía, para llegar a América en tiempo record, y pronto todos serían asquerosamente ricos. Como estímulo, le prometía cinco mil dólares al capitán por llegar a destino en el tiempo estipulado y mil dólares más por cada hora adicional que consiguiera adelantarse. Esta línea argumental partía de una pequeña licencia de la producción, ya que la White Star Line no cotizaba en Bolsa.
En la historia real no hubo ningún oficial alemán a bordo del fatídico barco, pero el guión escrito por Walter Zerlett-Olfenius se encargó de inventar uno, el oficial Petersen, reclutado a último momento cuando su colega inglés caía enfermo. Tipo sagaz y responsable, diseñado para convertirse nada menos que en el héroe del relato cuando todo se fuera al diablo, Petersen es el único que vislumbra la catástrofe hacia la que se dirige la nave y así se lo hace saber a Ismay, quien no le hace caso. A la hora del iceberg y los precipitados acontecimientos posteriores, Petersen y los pasajeros alemanes que viajaban en tercera clase se comportaban con auténtica valentía. Mientras que el sobreviviente Ismay, que ya había sido demonizado por la prensa de su época y por las anteriores versiones cinematográficas –por haber saltado a un bote salvavidas dejando atrás a muchas mujeres y niños– acá se convierte sin más en la encarnación definitiva del Mal: la codicia y la ambición corporativas de Occidente.
A pesar de los recursos dispuestos para la superproducción –mientras la población alemana sufría severas restricciones en el suministro de alimentos y energía–, la realización fue caótica y estuvo plagada de contratiempos. El director Selpin, nazi menos por convicción que por conveniencia, ya había hecho un par de películas amables con el régimen, pero esta vez iba por la gloria y sus exigencias destinadas a sostener las ambiciones épicas de su Titanic pronto se volvieron desmedidas. Primero le pareció que el modelo a escala de unos seis metros de largo que le habían dado para filmar los planos abiertos del transatlántico no le harían justicia al monstruo de la codicia británica que se había propuesto retratar. Se sabe que Goebbels le proveyó un barco de la armada nazi, el Cap. Arcona, para rodar los interiores, así como cientos de militares como asesores y como extras. Pero eventualmente parte de estos “materiales” que se le habían otorgado se le terminaron volviendo en contra a Selpin: rodeados de lujos extravagantes para tiempos de guerra, envueltos prácticamente en una burbuja, los oficiales navales dedicaban más tiempo a darle a la botella y tratar de levantarse a las actrices que a trabajar en el asesoramiento técnico del film, mientras que los actores, que tampoco se estaban tomando muy en serio su parte, se presentaban en el set sin saberse sus parlamentos. En crisis, Selpin convocó una reunión en el hotel en el que se alojaba el equipo, donde se quejó sin filtro de cómo iban las cosas, de la falta de disciplina de los hombres de la Marina, y hasta del rumbo que había tomado todo el “esfuerzo de guerra”. El guionista Zerlett, que era amigo de Selpin, pero era más amigo todavía de los capos nazis, lo denunció ante Goebbels. Como resultado, Selpin fue arrestado y sometido por semanas a múltiples interrogatorios por las autoridades de la Gestapo, mientras se le permitía volver al set para continuar con el rodaje. Finalmente, con la producción casi lista, a fines de julio de 1942, se lo condujo a un tête-à-tête con el mismísimo Goebbels, ante quien se mostró brutalmente honesto, desnudando su verdadero parecer sobre el régimen. Un día después, apareció colgado en su celda, en lo que el ministro de propaganda de Hitler decidió describir como un “suicidio”. La película fue terminada por otro director, no acreditado, Werner Klinger.
La première debió ocurrir a principios del ’43, pero la sala de cine que se le había destinado fue bombardeada la noche anterior al evento por la Fuerza Aérea británica. Finalmente, el estreno tuvo lugar en noviembre de ese año en París, seguido de otras ciudades ocupadas, en las que al parecer fue bien recibida por el público. Pero las cosas habían cambiado, los bombardeos aliados sobre Berlín eran cada vez más frecuentes y a Goebbels ya no le parecía buena idea mostrar escenas de pánico masivo ante el público alemán al que originalmente había estado destinada su carísima superproducción y decidió que no se estrenaría en su propio país.
En sus últimos días, el Cap. Arcona, el buque que había servido de escenografía para este film que pronto se hundiría en la oscuridad por décadas, terminó de sellar la historia con una nota brutal. Ante la inminente derrota y temiendo dejar sueltos a potenciales testigos de sus crímenes de guerra que pudieran testificar en su contra en los juicios que sobrevendrían inexorablemente, los SS subieron a bordo del Arcona a más de cinco mil prisioneros de los campos de concentración y los enviaron sin rumbo mar adentro, donde pronto los alcanzaron las bombas de la Royal Air Force.
El Titanic Nazi se da en History Channel y también se puede ver en YouTube.