La Enerc está cumpliendo 45 años y un puñado de egresados notables fue convocado por Página/12 para que recuerde sus experiencias de aprendizaje y para que proponga ideas pensando en el futuro. Itinerario de un centro de enseñanza gratuita que apuesta a más.
Por Oscar Ranzani
La Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (Enerc) es uno de los bastiones públicos donde se formó buena parte de los actuales cineastas argentinos, como por ejemplo Tristán Bauer, Lucía Puenzo, Lucrecia Martel, Sandra Gugliotta, Jorge Gaggero, Vanessa Ragone y el recordado Fabián Bielinsky, entre otros nombres destacados. Por estos días, está cumpliendo 45 años de vida. Dependiente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), esta escuela ofrece formación en diferentes especialidades, como Realización, Montaje, Guión, Fotografía, Producción y Sonido. Frente a la nueva y cambiante realidad de las necesidades de la industria cinematográfica, la Enerc promueve la formación teórica y práctica para que sus egresados puedan estar a la altura de las demandas en el campo laboral. Más de cuatro décadas formando profesionales –cada uno con su particular mirada sobre el cine– no es poco. Es por eso que Página/12 consultó a cuatro cineastas para que opinen sobre su formación en la Enerc, cómo ven el panorama de la institución en la actualidad y qué debería contemplar la escuela a futuro.
Director de largometrajes como Iluminados por el fuego y Cortázar, entre otras, Tristán Bauer formó parte de las primeras generaciones de estudiantes de cine, ya que anteriormente los cineastas eran autodidactas. El director no recuerda si entró al CERC (como se llamaba antes la Enerc) en 1978 o 1979. Sí resulta claro que se trataba de la época de la dictadura, con lo cual “se sentía allí el clima de represión. El Instituto estaba tomado por la Fuerza Aérea”, señala. Pero al margen de una de las tantas atrocidades cometidas por la dictadura, Bauer rescata “una muy buena formación en cuanto a lo técnico. Era una etapa en la que el video no existía y hacíamos todas las prácticas en 35 mm. Esto nos daba una solidez muy buena en todo el manejo técnico del cine”.El cineasta cordobés Santiago Loza –director de La invención de la carne y Extraño, entre otros largometrajes– ingresó a la ENERC en otra época complicada pero por motivos diferentes a los que expone Bauer: “Yo entré en 1995, y fue complicado porque nos agarró la intervención de Julio Mahárbiz, durante el gobierno de Carlos Menem. Cuando entramos, o al tiempo, se intervino la escuela”. Loza estudió la carrera de Guión y reconoce que, más allá de la intervención, “hubo cosas buenas como el encuentro con algunos compañeros y algunos profesores en particular, pero la escuela estaba complicada: los profesores cambiaban, no había continuidad”, describe.
Vanessa Ragone es una experimentada productora: las últimas películas que produjo fueron Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro, y El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, reciente ganadora del Oscar al Mejor Film Extranjero. “Fue buenísima”, dice Ragone acerca de su formación como cineasta. Su idea era estudiar para directora de fotografía, pero justo cuando ingresó su camada se quitaron las especialidades, situación que luego volvió a modificarse con el tiempo (en la actualidad hay varios rubros). “Todo lo que aprendí de cine, lo aprendí en la Enerc. Yo entré en 1986, el curso de ingreso era de un año. Eramos 900 postulantes y entrábamos 16 alumnos”, señala Ragone sobre la exigente modalidad de ingreso. También comenta que vino a estudiar desde Santa Fe y que fue compañera de Julia Solomonoff y Fernando Martín Peña. “Originalmente fui realizadora, me dediqué a hacer documentales”, señala. En tanto, Sandra Gugliotta, directora de Un día de suerte y Las vidas posibles, siente “una identidad muy fuerte con la escuela y tengo una relación de cariño con ella”, según manifiesta, ya que en 1988, cuando comenzó a estudiar, “era el momento en que empezaba a acercarme al cine. La formación de la escuela tenía (y tiene) que ver con pensar sobre el cine. No era una formación que apuntara a lo técnico, sino que era una formación global”, describe la cineasta.
A la hora de analizar cuáles deben ser los fundamentos de una escuela de cine y en qué medida la Enerc los tiene, Loza señala que “la escuela de hoy no tiene nada que ver con la de nuestra época. Mejoró muchísimo, no solo en términos edilicios. Hoy, un pibe de la Enerc recibe una situación de privilegio. Eso no era así cuando yo estudié”. Loza cree que una escuela de cine sirve para ordenar ciertos conocimientos, para estimular, y, sobre todo, “la Enerc tiene el privilegio de que te dan materiales para poder trabajar, y es gratuita”. Sobre este último punto, Gugliotta señala que lo primero que hay que defender de la Enerc es su condición de estatal. “El hecho de que el Estado tenga escuelas e instituciones de ese nivel –argumenta– es de un valor enorme.”
Gugliotta resalta que la Enerc tenía nivel, y en la actualidad “tiene muchísimo más. Es un lugar de excelencia”. Ragone, por su parte, asegura que la propuesta de la Enerc “por su especialidad en distintas técnicas es más interesante y más propia de nuestras necesidades en la industria del cine”. La productora admite que el cine argentino necesita mayor especialización en guión, fotografía, montaje y producción antes que una carrera global que termine siendo un mix de todo eso. Por otro lado, “la perspectiva de la Enerc de tener una cantidad de alumnos limitada es una propuesta buena y necesaria”, reconoce Ragone.
Las posibilidades a futuro admiten distintas miradas. Bauer resume así su idea: “Debe combinar dos elementos. Por un lado, una formación en lo humanístico, en lo artístico, muy sólida. Y simultáneamente, un conocimiento de la técnica cinematográfica, tanto en los aspectos de la realización como de la tecnología, que cada vez es más cambiante y despliega un proceso de transformación permanente a partir de la digitalización”. Sobre este punto, Ragone comenta que la Enerc “es un centro de experimentación y funciona correctamente. No sé qué otras cosas necesitaría. Seguramente, la mayor cantidad de prácticas posibles, porque el cine es una actividad que uno aprende practicando. Siempre será bueno y útil una mayor cantidad de prácticas para los alumnos”. Gugliotta, en tanto, asegura que le gustaría que la Enerc “tenga mayor visibilidad en cuanto a las producciones que se realizan allí. Que adquiera visibilidad en distintos espacios públicos, como por ejemplo en el Bafici, en el periodismo, quizá con la publicación de alguna revista”. Por su parte, Loza entiende que es importante contemplar “la parte de experimentar el lenguaje. La posibilidad de probar cosas que quizás en tu futuro profesional no lo podrás hacer por no tener el espacio o porque tendrás un proyecto costoso. Una escuela de cine debería ser un campo de prueba”. El director cordobés dice que antes la Enerc no era así. “Ahora lo es un poco más. Y ojalá termine siéndolo totalmente. Si de estudiante no te permitís una libertad que quizá después no tengas, una escuela no sirve.” Bauer, en tanto, manifiesta “un enorme cariño por esta escuela. He ido a enseñar cuando tenía más tiempo, participé también en algunas charlas. Me parece que es fundamental que siga creciendo y desarrollándose de la mejor manera”, confía.
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