domingo, 12 de septiembre de 2010

El cine argentino y la libertad


Tras la caída del peronismo, habilitada por el golpe de estado cívico-militar acontecido el 16 de septiembre de 1955, Leopoldo Torre Nilsson junto con otros referentes del arte cinematográfico de la época, como Carlos Hugo Christensen y Daniel Tinayre, comienzan gestiones entre sus colegas para reclamar al nuevo gobierno la pronta sanción de una ley de fomento al cine. Dicha ley recién vería la luz en enero de 1957, el año y medio que separa el golpe del 55 de la implementación de la Ley estuvo signado por una paralización de la producción cinematográfica debida a la suspensión de los créditos otorgados por el Banco industrial y al reacomodamiento de los hombres y mujeres de la industria cinematográfica que padecían una perversa renovación de listas negras: los artistas prohibidos por el peronismo regresaban al país, mientras los artistas ligados al peronismo emigraban huyendo de prohibiciones políticas y laborales. Es en este contexto sociopolítico que Leopoldo Torre Nilsson brinda un discurso para concientizar a sus colegas sobre la responsabilidad artística que les cabía, en ese momento, ante la posibilidad de crear en libertad. Aquí transcribimos íntegramente el discurso declamado por Nilsson ante los artistas de la industria cinematográfica el 6 de octubre de 1955.

Escuchemos a Nilsson:
“Cuando hace dos años Vittorio de Sica visitó nuestro país, en rueda de periodistas se le preguntó qué pensaba del cine argentino. Contestó que se trataba de una expresión puramente industrial o comercial, sin fisonomía propia.
Yo hubiera querido estar presente. Quizá me hubiera atrevido a preguntarle qué había sido del cine italiano hasta 1945; qué habían podido hacer hombres de talento como él, [Cesare] Savattini, [Giuseppe] De Santis o [Federico] Fellini. Quizá le hubiera recordado que uno de los pocos intentos de cine con fisonomía propia, como 'Obsesión' [Ossessione, 1943], de Luchino Visconti, había sido prohibido por el estado fascista de [Benito] Mussolini.
Historio brevemente el cine argentino anterior a 1943. Es posible destacar que entre 1936 y 1942 su industria tuvo una pujanza que le permitió dominar los mercados sur y centroamericanos, sacando casi de la nada un poderoso medio técnico y algunas expresiones de desigual pero promisorio contenido. Un análisis más profundo, que no me propongo ahora, revelaría que ese cine no enfrentó del todo la realidad del país. La realidad se le escapó de las manos y recibió directamente la influencia de otros cines.

Pero reconozcamos que hacia 1940 nuestro cine tuvo cierta fuerza industrial. El índice es que funcionaban ocho estudios.
Cerca del cine desde la infancia, por razones familiares, yo he sido testigo de la posterior desintegración de la inquietud de los hombres que se asomaron a ese cine desde 1936 con películas como 'La fuga' [1937], de Luis Saslavsky; 'La vuelta al nido' [1938], de mi padre, Leopoldo Torres Ríos, o 'Prisioneros de la tierra'[1939], de Mario Soffici. Poco después apareció Lucas Demare, que dio dos firmes muestras de cine épico: 'La guerra gaucha' [1942] y 'Su mejor alumno' [1944].

Algunos de esos hombres fueron escarnecidos y sacados de nuestro ambiente por prohibiciones absurdas; otros vapuleados por el fantasma económico, y otros absorbidos por la trampa oficialista. En 1945 se afianzó un gobierno bastante consciente del significado social del cine, consciente al revés. Al frente del organismo represor, conductor del cine, figuró un hombre obscuro y mediocre: Raúl Alejandro Apold, que tomó en sus manos la ex Subsecretaría de Informaciones y Prensa de la Presidencia de la Nación e hizo después lo que quiso.

El cine nuestro sufrió dos dictaduras. Una general, la que solapadamente se fue metiendo en la conciencia de un pueblo, ablandándola hacia una inercia que afortunadamente no fue definitiva, corrompiéndolo sutilmente con la mostración de un estado económicamente descompuesto por los chantajes, las delaciones, las bolsas negras; y otra particular, la de ese siniestro subsecretario de Informaciones con su camarilla de privilegiados y su vasta red de delatores.

Las listas negras operaron como factor coercitivo; si no se podía hacer una broma, si no se podía opinar en rueda de amigos, cuánto menos se podría realizar una película con auténtico contenido social o humano, ya que lo humano, en cualquier expresión auténtica, puede significar un repudio a la opresión. El cine entró directamente en situación de embrutecimiento. Jorge Luis Borges, en una comida que le dieron los escritores en 1946, después de haber sido dejado cesante de un cargo de tercer bibliotecario en una biblioteca de la Municipalidad de Buenos Aires, por disposición de un avieso funcionario de cultura, dijo lo siguiente: 'Las dictaduras fomentan el chantaje, la mentira, oprimen, escarnecen; hay algo más terrible, las dictaduras fomentan la estupidez'. Eso pasó en nuestro cine.

El gobierno del ex-presidente Perón protegió al cine, obligó a las salas a exhibir todos los meses una película nacional en las de estreno y dos en las de barrio, a porcentajes establecidos, y abrió crédito en el Banco Industrial a los productores hasta el setenta por ciento del costo de cada película. ¿A cambio de qué? De que en las películas apareciera de un modo u otro la propaganda oficial, pero, sobre todo, exigió la realización de un cine anodino y banal. Y el cine argentino se lo devolvió con creces, con mínimas excepciones. Ingresó al desprestigio internacional. Entre las películas que se expusieron al papelón en el exterior debe abrírsele paso a la excepción de 'Las aguas bajan turbias' [1952], de Hugo del Carril, que ciertamente interesó a la crítica europea. Otros films no pudieron salir, retenidos en virtud de órdenes disimuladas; se temía que una pizca de la realidad estuviera filtrada y se conociera afuera del país.

En síntesis, el gobierno, que ha caído protegió al cine pero lo esterilizó, lo anuló, lo puso a su servicio. Nuestro cine, socialmente no expresa nada, artísticamente muy poco, pero a la vez representa un estado de cosas. Tenemos que estarle agradecidos por su pasiva reacción a lo largo de todos estos años: lo trágico hubiera sido que bajo una dictadura hubiera tenido fuerza y un valor de expresión. Pero ahora ha llegado el momento de la libertad, y es necesario saber qué vamos a hacer con el cine y la libertad.
El estado de libertad no coloca mágicamente al cine en manos del creador, ni le da un arma para que pueda testimoniar en imágenes su concepción de las cosas. Porque desaparecido su gran enemigo, el estado opresor, le queda otro enemigo, el capital, y todas las secuelas que éste apareja: trust de exhibición, altos costos, vallas para la producción independiente. Pero tenemos en nuestras manos un arma indudable y podemos luchar. Debemos luchar. En primer lugar es necesaria la colaboración con un estado inteligente que proteja a la industria cinematográfica contra los trusts de la exhibición. Los exhibidores tienen la obligación de exhibir nuestras obras. Nosotros tenemos la obligación de hacer obras honestas. Sobre esa base debe nacer la construcción del cine futuro.

El estado democrático debe fiscalizar que no existan ni el monopolio de la producción ni el monopolio de la exhibición. Eso lo conseguirá eliminando la contratación en block de películas y dando salida a todas las películas que lo merezcan a medida que egresan de los laboratorios. Si hay una ley de fomento que prevea un fondo de subvención, que pagaremos todos en forma de impuesto, ese fondo no debe ir a parar a manos de cualquier engendro que se produzca por el mero hecho de tener mano de obra sino que debe ser discriminado entre películas que se lo merezcan. Y por sobre todas las cosas, que la libertad sea absoluta en materia social, política, moral y religiosa.

Ha llegado el momento de los grandes temas. No importa que la técnica sea perfecta. Nuestro cine ha superado el momento de los rulos impecables, las mamposterías enyesadas, los travellings sobre la nada. Debe salir a enfrentar la realidad. Ahí están, esperándolos, los barrios construidos con bolsas y zinc, donde diez mil familias viven en diez centímetros de agua; ahí están los estudiantes torturados y reprimidos que merecen su himno; ahí los obreros desaparecidos y los cadáveres no identificados de la avenida General Paz; ahí los heroísmos frustrados, las familias condenadas a la muerte económica o civil, nuestras juventudes pervertidas por la coima y el chantaje esperando ser redimidas por el estudio y el trabajo; ahí las dádivas agraviantes que vaya a saber qué retribución exigían de algunas de nuestras jóvenes estudiantes; ahí los jerarcas huyendo, llevándose el producto de sus tristes botines; ahí los trabajadores de nuestro campo cargados de maquinarias compradas con créditos que nunca podrían levantar, malvendiendo sus cosechas...

En verdad ha llegado el momento de los grandes temas. Si nuestro cine en dos años no tiene su 'Roma, ciudad abierta' [Roma, città aperta, Roberto Rossellini, 1945], su 'Lustrabotas' [Sciuscià, Vittorio de Sica, 1946], su 'Los inútiles' [I vitelloni, Federico Fellini, 1953], su 'Alejandro Nevsky' [Aleksandr Nevskiy, Sergei Eisenstein y Dimitri Vasilyeu, 1939], su 'Octubre' [Oktyabr, Sergei Eisenstein, 1928], su 'Lo que no fue' [Brief encounter, David Lean, 1945] su 'Crimen en París', será cuestión de ir pensando seriamente qué otros avatares terribles nos signan.
Tenemos la libertad, es necesario que ahora sepamos usarla.” 
Leopoldo Torre Nilsson
(conferencia en el teatro de los independientes,
6 de octubre de 1955)
Transcripto del libro: “Torre Nilsson por Torre Nilsson”
Selección y prólogo de Couselo, Jorge Miguel (pp. 44 a 47)

No hay comentarios:

Publicar un comentario