miércoles, 10 de noviembre de 2010

OCIO: una película de Juan Villegas y Alejandro Lingenti

COMO LLEVAR OCIO DEL PAPEL A LA PANTALLA GRANDE

“En términos capitalistas, es una película improductiva”

Sin que ello signifique un film autobiográfico, Casas, Villegas y Lingenti reconocen sus historias en la de Andrés, el pibe que, al modo de un Bartleby conurbano, prefiere pasar las tardes escuchando a Manal y Pescado Rabioso o colgado con sus amigos.



Por Oscar Ranzani
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-19874-2010-11-10.html

El pasaje de la adolescencia a la adultez es uno de los tópicos temáticos de Ocio, la novela que Fabián Casas publicó en 2000. Pero también es uno de los ejes de la película con el mismo título que realizaron el cineasta Juan Villegas (Sábado y Los suicidas) y el periodista Alejandro Lingenti –debutante detrás de cámara– que se estrena mañana en el Cine Cosmos, reinaugurado ayer (ver recuadro). Ocio presenta la historia de Andrés (Nahuel Viale), quien vive en el barrio de Boedo junto a su padre y su hermano. No hay una comunicación fluida entre los tres. Casi podría decirse que lo que hay es incomunicación. Al parecer, la causa es la angustia: acaba de morir la madre de Andrés y su hermano. Y ese hecho marca el rumbo de Andrés que, paradójicamente, parece estar viviendo en una nebulosa, como sin rumbo. Sin trabajo, sin estudio y con poco diálogo con su familia, Andrés pasa sus días escuchando Pescado Rabioso y Manal, tomando cerveza con sus amigos o leyendo a Camus. Su alma parece estar suspendida en algún lugar de la mente. ¿Pérdida de tiempo o aprovechamiento del mismo de una manera diferente a la que busca imponer el sistema? Es un dilema que la película esboza... y resuelve.

Antes que una novela cinematográfica, Villegas señala que el impulso para hacer esta película fue, por el contrario, un desafío, ya que implicaba una dificultad cinematográfica: “Es una novela que tiene una voz muy fuerte, muy personal, que arma todo el relato. Y el interrogante era cómo traducirla al cine sin recurrir a la resolución más fácil que era la voz en off. Nuestra búsqueda tenía más que ver con la creación de atmósferas, de climas, y buscamos generar eso a través de imagen y sonido”, comenta Villegas en la entrevista con Página/12, en la que también participan Lingenti y Casas. Según Lingenti, Ocio es una película que “tiene un entorno muy familiar: el entorno del barrio, la situación de esa familia un poco disfuncional. Es un entorno que yo conozco perfectamente. Los protagonistas pertenecen a la misma clase social que yo. Entonces, sentí una fuerte empatía de entrada con la novela”.

"Una adaptación lineal de una novela es una imposibilidad fáctica, porque nadie puede traducir exactamente de un lenguaje a otro.”
Imagen: Pablo Piovano






–¿Qué tan fiel es la película a la novela?

Fabián Casas: –Lo que más me gusta de la película es que no es fiel a la novela. Es como una reescritura del trabajo de ellos mismos. Mezclan historias personales dentro del relato principal. Toman en un momento la línea de la novela, pero después hacen lo que quieren. Eso fue lo que más me gustó. Me hubiera parecido contraproducente una película que reflejara lo que yo escribí.

–¿Fue una especie de adaptación libre?

Juan Villegas: –Sí, yo había hecho antes otra adaptación de una novela y ninguna de las dos veces me planteé adaptar la novela en el sentido tradicional de esa idea de llevarla a la pantalla, sino crear algo nuevo a partir de un disparador, que es muy fuerte. Pero también puede ser muy fuerte una anécdota personal que dispara la idea de hacer una película. En este caso, fue un disparador muy fuerte a partir del cual uno extrae todo un universo y le da una mirada nueva, porque somos otras dos personas. Obviamente, hay una compatibilidad y una empatía con el mundo de Fabián, pero también somos otras dos personas.

Alejandro Lingenti: –Una adaptación lineal de una novela es una imposibilidad fáctica, porque nadie puede traducir exactamente de un lenguaje a otro. Pero, además, podríamos haber tomado las coordenadas de la novela, pero me hubiera resultado aburrido. Ocio es más lo que a mí me generó la novela de Fabián. Y eso me parece mucho más novedoso y es más interesante que ver una transcripción literal que, como dije anteriormente, es imposible.

–¿Entienden al ocio como algo bueno o malo? ¿Y cómo lo ven en el caso del protagonista?

F. C.: –La edición alemana del libro me llamó la atención porque el título es Elogio de la pereza. No se llama Ocio. Y yo lo veo como algo productivo, como dice Heidegger: uno en el estado de aburrimiento siente por primera vez el ser. Así que yo lo entiendo de esa manera. Me parece que es como una sensación productiva: aunque siempre estamos dentro de las líneas del mercado, es salirse un poco y bajarse de esa alienación. Es un momento irrepetible en la vida de una persona: uno está en su casa, escuchando los discos que le gustan, masturbándose, no sabiendo qué hacer con su vida pero, a su vez, también con un montón de cosas que se pueden ver en el horizonte y que pueden llegar a pasar. Para mí, ese tipo de ocio es un momento super interesante.

J. V.: –En el caso del protagonista se cuenta un momento de su vida (que yo también viví y me imagino que Alejandro también): es cuando salís de la adolescencia, hasta de la responsabilidad de esa etapa que implica ir al colegio y todo eso, y todavía no entraste al momento de la adultez ni de la responsabilidad de la adultez, y que te permite ese momento de ocio. Y para mí es un momento de mucha riqueza, porque es un tiempo de transición y de limbo. La película alemana La segunda patria es de un chico más o menos de la edad del protagonista de Ocio que se va de su pueblo a la ciudad para estudiar y construye su “segunda patria”. Es un nuevo universo. Y este personaje está a punto de abandonar el mundo de su familia. Y el duelo por la muerte de su madre es como el comienzo del irse de su familia para construir su propio mundo. Todo eso tiene un proceso muy largo, que es lo que intenta contar la película.

A. L.: –Estoy en sintonía con lo que decía Fabián: es el único momento de la vida en que una persona está afuera de la maquinaria, del mundo del trabajo. En este caso, está adentro del mundo de la familia, pero a punto de salirse. Y eso es superproductivo, porque el otro universo es el de la alienación, el que estamos viviendo nosotros.

–Con el concepto que acuñó el capitalismo, la idea de progreso se enfrenta a la idea de pérdida de tiempo, que es lo que entiende este sistema por el ocio. ¿Cómo funciona ese concepto en la vida del protagonista? ¿Qué sería progresar para Andrés?

F. C.: –En la película no hay una progresión, sino otra marca de las posibilidades narrativas que puede tener. Una posibilidad narrativa que es una especie de trabajo en círculo de relaciones con amigos, de viajes, de dar vueltas, de volver a la casa de la madre, de mirar las cosas y las relaciones familiares. Es como una forma de andar en círculos. Ahora, con respecto a lo que marca el capitalismo, yo creo que lo que este sistema quiere es que siempre te definas. Y, aparte, el capitalismo tiene la estructura de la naturaleza. Y la naturaleza pretende que las personas tullidas mueran. Yo estoy en contra de todo eso. Cuando uno se considera una persona de izquierda, no piensa que el más débil de la manada tenga que ser sacrificado. Al contrario, pienso que hay que encontrar lugares para que esa persona pueda vivir y ser feliz.

J. V.: –Coincido con eso. También creo que la toma de posición narrativa de la película de no contar un progreso del personaje tiene un sentido ideológico, en el mismo sentido que decía Fabián. Es coherente con eso mismo. Creer que en una narrativa tiene que haber un progreso en un personaje es seguir la misma manada que indica que una persona tiene que progresar económicamente. Aunque parezca un poco tirada de los pelos, yo veo una relación entre la elección de cómo narrar este personaje y cómo nosotros vemos el mundo.

F. C.: –En términos capitalistas, es una película improductiva. Eso está buenísimo. No se sabe para dónde va, dónde termina. Es como un fresco de un momento. No se sabe en qué época sucede. El capitalismo te pide que digas quién sos, dónde estás y para qué...

–Pero de algún modo la escenografía remite a los ’80.

A. L.: –Probadamente. Lo que pasa es que la exigencia de una dramaturgia clásica es una idea muy conservadora. Para mí está ambientada en un tiempo que es indefinible, en una especie de pasado mítico que puede remitirnos a muchos de nosotros a los ’80, por la edad que tenemos. Toda nuestra educación sentimental se forjó en esos años. Entonces, en algún punto, puede remitir. Pero deliberadamente tiene elementos totalmente anacrónicos, justamente para no situarla en ningún lugar. No tiene un progreso dramático y es simplemente la radiografía de un momento del personaje. Un momento de estupor muy importante porque es aquel en que se produce nada menos que la muerte de la madre, y de un duelo que él no puede desarrollar porque lo esté ocluyendo su propia familia, sobre todo su padre.

–Si bien tiene algunos rasgos porteños, por lo que usted dice, ¿es, entonces, una película que podría suceder en cualquier lado?

A. L.: –Sí. El tema de la muerte es el más universal del género humano. Podría suceder en cualquier lado. Sucede en un barrio (Boedo) porque nosotros somos personas que venimos de ahí. Pero lo que le pasa al pibe de Ocio podría suceder en cualquier lugar del planeta.

F. C.: –La lectura de más pereza que hay sobre la película y también sobre lo que yo escribo a veces es que habría que considerar estas cosas como naturalismo, costumbrismo o populismo. Me parece una estupidez total. Es la lectura más conservadora.

–¿De qué manera Ocio reflexiona sobre la pérdida de la adolescencia? ¿Andrés es un joven que se ve obligado a entrar repentinamente en el mundo adulto?

J. V.: –La película no hace una reflexión explícita sobre algún conflicto adolescente como pueden hacerlo otros films. Hace una representación de un estado de ánimo muy ambiguo. Pueden ser muchas cosas. Hay como una especie de nostalgia anticipada de lo que está dejando. El visita lugares que está a punto de dejar como si estuviera volviendo después de veinte años. Eso es una sensación que me gusta de la película. Para mí eso es lo que más se muestra de la adolescencia. El adolescente tiene esa cosa contradictoria: por un lado, es alguien que debería estar en su plena vitalidad, y tiene también una tendencia melancólica y nostálgica tal vez exagerada. Enseguida, ya está extrañando lo que acaba de dejar. Cuando uno se va volviendo más grande, ya eso le deja de pasar. La película lo refleja.

–¿Y Andrés padece la soledad?

J. V.: –La padece y sabe disfrutarla. Yo me sentí identificado con mi momento de soledad escuchando música en mi cuarto solo o leyendo. Son cosas que ahora que tengo hijos, cada vez puedo hacer menos. Lo extraño y me parece que son cosas que se disfrutan. Pero, a la vez, tampoco hay un elogio de la soledad. Por ejemplo, para Andrés el vínculo con su amigo es muy importante, más allá de que al final parece que lo pierde.

–¿El vacío del personaje es solo producto de la muerte de la madre?

A. L.: –Bueno, la relación con el padre tampoco es muy buena.

J. V.: –La muerte de la madre es un detonante, pero tampoco creo que sea un vacío. Me parece que el personaje tiene una vida interior más fuerte. Es una vida interior que, tal vez, le cuesta transmitir y compartirla con otros. Pero yo la presiento.

A. L.: –También hay muchas cosas curiosas. Por ejemplo, por qué la gente piensa que hay un vacío existencial tan poderoso en las personas, cuyas actividades son mucho más interesantes que las de los que dicen que hay vacío: escucha música, lee. Me parece mucho vacío ir todos los días a trabajar en una oficina.

F. C.: –En términos creativos, su duelo es completamente productivo, ya que está escuchando, hablando, caminando las calles con los amigos. Desgraciadamente, yo ya no camino más las calles con mis amigos ni miro lugares. Buenos Aires tiene pasadizos, lugares extraordinarios. Y cuando viajo por otros lugares, hago eso. Y en la ciudad uno lo perdió. Con mis amigos es como dice Manal: “Fumar y dibujar”. Ibamos creciendo y era un conocimiento que lo hacíamos caminando. Eso tiene ocio también. No hay nada más hermoso que estar trepado a los techos y mirar desde allí la ciudad.

 
 
El Libro
OCIO de Fabián Casas
 
Fuente: http://clubdecatadores.wordpress.com/2010/04/22/ocio-fabian-casas/
 
El protagonista de esta novela breve de Fabián Casas pasa encerrado en su cuarto, casi incomunicado. En su casa vive con su padre y su hermano. Su madre, que era quien ponía cierto orden a las vidas de todos y las comunicaba, ha muerto. Ahora cada uno anda por su lado. El protagonista sólo quiere pasar acostado escuchando música (adora la segunda parte de “Abbey road”, sobre todo el llamado medley que termina en “The end”), leyendo o, también, escribiendo algunos textos que ansía publicar en una revista literaria que podría ver la luz con algunos de sus amigos. Con esos amigos, con los que en realidad el contacto suele ser superfluo muchas veces, salen de noche, toman drogas, especulan con la posibilidad de venderla, incluso. Etcétera, etcétera, etcétera. Digo tres veces “etcétera” porque este tipo de historias de pseudo iniciación en la adultez me parece tan común en el Río de la Plata que ya creo que estoy leyendo de nuevo varias novelas publicadas aquí y del otro lado. Me refiero a ese tipo de narrativa con un narrador protagonista hastiado del mundo, descreído del (o defraudado por) amor, la familia y eso que llamamos la búsqueda de un lugar propio en el mundo. Este realismo agrisado, emporio de los “losers”, suele ser también el escondite de un impulso narrativo fláccido que se hace uno con la sustancia de la que trata. Una narrativa que se ocupe de un personaje triste y que no pega una no tendría que ser necesariamente una narrativa triste y que no pega una. Este es el solipsismo llevado a su extremo, porque no es tan sólo el hecho de pensar que lo que a uno le parece importante le resulte importante a los demás. No. La literatura ha demostrado que cualquier modelo de vida, hasta el más repugnante para uno, puede llegar a ser tan absorbente para uno como lector hasta el grado de encontrarse con empatías desconcertantes. “Ocio” falla tanto por su brevedad como por su apresuramiento en la resolución de las escenas, que es lo mismo, además de ofrecer una sintaxis demasiada áspera para el “oído” lector. Pero falla, incluso, por distraerse del lector, del hecho de tener que sacar a un lector de su situación peculiar y rebajarlo por un instante ante el dolor de otro, para que ese “otro” pueda después de todo derramarse en la experiencia común del propio lector.
Esta edición de “Ocio” cierra con un cuento titulado “Veteranos del pánico”, que había sido publicado por Eloísa Cartonera en 2005. “Veteranos del pánico” es otra cosa, y levanta bastante el nivel. Es un cuento sencillamente hermoso, lleno de escenas bien resueltas y con un final que lo deja a uno con una sonrisa de ternura auténtica. Creo, en realidad, que “Veteranos del pánico” podría haber sido mucho más extensa y que hubiera sido igual de disfrutable. O sea, para hablar del tema de la extensión (cuando la extensión en realidad es un vehículo, es un recurso), “Veteranos del pánico” carece de la extensión que le hubiera hecho tan bien y que a “Ocio”, en cambio, le jugó tan en contra.
Olvidé al gordo cuando vi que Roli se aprestaba a picarse de nuevo. Me pidió que le sostuviera la goma para buscarse la vena. La sostuve. Se inyectó muy despacio. El silencio que se genera en esos momentos es similar al de la comunión cristiana. Me volvió a ofrecer un pico y le dije que no. Jalé unas líneas y volví al sillón. Roli corrió al baño porque le entraron arcadas. Era como la risa del diablo. Me quedé tumbado sobre el sillón hasta que sentí un ardor en la espalda. Al rato me picaba todo el cuerpo. En eso Roli volvió del baño y prendió el televisor. Yo me paré y fui al baño. Prendí la luz y vi en el espejo roto del botiquín la cara de un tipo parecido a mí. En realidad era mi cara después de una explosión nuclear. Los que quedábamos en el planeta nos habíamos convertido en monstruos. Salí del baño y me paré frente a Roli. “El increíble Hulk”, me dijo. Nos tomamos un taxi. Como Roli vivía en Independencia y Entre Ríos, en un tiro estuvimos en el Ramos Mejía. Nos sentamos en la guardia, frente a una puerta donde, cada veinte minutos, salía una enfermera y hacía una seña para que pasara el siguiente. Antes que yo estaba una vieja rodeada por sus hijos. Por lo que pude escuchar -los hijos hablaban en voz alta- se había empezado a sentir mal por la mañana. Parecía una india sioux. Era viejísima. Me causó gracia que los hijos pensaran que podía estar enferma. Simple y lógicamente, se estaba muriendo.
Calificación: Regular
Editorial: Santiago Arcos editor, Buenos Aires, 2006.
ISBN: 987-1240-23-6

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