Daniel Hendler, el uruguayo más argentino. Acaba de estrenar Fase 7. Dice que es un actor sin clichés. Hace cine pero no lo convocan para teatro. Votó a Mujica y le gustaría hacerlo en el país.
Por Bruno Lazzaro
http://www.elargentino.com/nota-130550-Me-divierte-jugar-al-heroe.html
Desde “Walter” –la publicidad que realizó hace diez años en la que interpretaba a un joven al que descongelan luego de dos décadas, para investigar sus reacciones ante los avances tecnológicos– hasta Coco –el tipo perezoso que de un día para otro debe convertirse en héroe familiar en la reciente comedia fantástica Fase 7–, Daniel Hendler trabajó en casi 20 películas, protagonizó una tira diaria por Telefé –Aquí no hay quien viva–, dirigió un corto –Perro perdido– y un largometraje –Norberto apenas tarde–, coguionó un film –El nido vacío– y hasta se dio el lujo de alzarse con un Oso de Plata, en el Festival Internacional de Berlín 2004 por su labor en El abrazo partido. Una carrera maratónica y vibrante para un actor que suele destacarse en la pantalla grande por su poder de inexpresión –marca registrada que lo llevó a experimentar una gran cantidad de papeles similares con resultados variopintos–. Y aunque todo tiene una explicación, al actor le resulta complicado dar con las razones que lo llevan a aceptar personajes que lo pintan como un hombre sencillo, monocorde y con un dejo de duda latente. “El hecho de no haber trabajado mucho en televisión resguarda mi imagen y no la hace tan pública, por lo que me sitúa en un lugar de tipo normal”, asegura sin convencimiento.
–¿Y eso qué significa?
–Que, a veces, los actores les provocan miedo a los directores. Yo oculté algunos clichés de actor y creo que por eso piensan que se van a sentir cómodos conmigo.
–Su promedio de dos películas por año certifica que no es un profesional que ocasione miedo.
–Lo que sí comprobé con el tiempo es que no elijo películas o proyectos especulando si me convienen o no. Las pocas veces que lo hice me salió mal. No la pasé bien y no hice bien mi trabajo. No me queda otra que elegir películas que me gusten y que tengan directores que me caigan bien.
–La mayoría de sus películas son óperas primas. ¿Qué le provoca inmiscuirse en el universo de una persona que desconoce?
–Lo más raro es que siempre me eligen para hacer alter egos. Ya puedo decir que soy un especialista en alter egos.
–En Fase 7 vuelve a realizar un alter ego en una película poco común para el cine local. ¿Qué fue lo que le llamó la atención del guión?
–Es poco común porque es una mezcla de géneros. Hay comedia, cine fantástico y mucha acción. Es una película que va transformando el género a medida que avanza. Hace humor sobre sí misma. Y a mí me divierte más jugar al héroe que jugar al galán.
–El film plantea un escenario apocalíptico. Una situación exagerada de lo que se vivió hace casi dos años con la gripe A. ¿Cómo recuerda esa época?
–Nunca llegué a entrar en pánico. Pero, ¿quién se acuerda de la gripe A? Eso fue hace dos años y en este, que es de elecciones, los medios encontrarán otra especie para generar miedo en la población.
–¿Cómo fue trabajar con actores tan dispares como Federico Luppi y Yayo?
–Fue muy interesante, justamente por lo ecléctico del elenco. Esa convivencia fue lo que me generó curiosidad desde el inicio. Es lo que la convierte en una película impredecible. Yayo se puso en la piel del personaje de inmediato. Y verlo trabajar a Luppi fue un placer porque muchas veces me pregunto si voy a poder actuar de veterano. Si me voy a animar, si voy a disfrutarlo.
–¿Y qué piensa?
–Y... después de ver a un tipo como Luppi te entusiasma, porque va con toda su sabiduría, le gusta trabajar y le gusta ser dirigido. Y encima no pide más respeto que el que se le da. Es un ejemplo de laburo.
–En Uruguay es uno de los actores más reconocidos por la prensa y en la Argentina también se hizo su lugar a partir del reconocimiento internacional de El abrazo partido. ¿Cómo analiza el impacto del prestigio?
–Como una ventana, una simple ventana. Alguna vez me tocó estar en un jurado y sé que son relativos. Muchas veces ganan los que menos molestan, porque los que gustan generan división. Hay que saber que los premios tienen algo de accidental. Aparte, el prestigio se destruye y se construye muy rápido.
–¿Cuántas veces lo destruyó?
–En algún momento gocé de un prestigio prematuro que fue castigado. Cuando se me reconoció rápidamente surgió la contracara que delataba que yo era un actor sobrevaluado. Y el tiempo habló por sí solo. No importa la sobrevaloración o la subvaloración, lo importante es que uno va profundizando su laburo a medida que trabaje en lo que le gusta.
–Hace dos años protagonizó Aquí no hay quien viva, una tira diaria a la que no acompañó el rating. ¿Le gustaría intentar de nuevo con la tele o se sacó las ganas?
–La tele es refrescante y tiene una dinámica bien distinta a la del cine. Permite una menor concentración y te entrena para eso. Pero no es algo que elija yo. Este año me hubiese encantado hacer teatro, pero no me llegaron propuestas.
–¿Por qué cree que no lo llaman?
–No encontré mucha entrada en el teatro, y el teatro independiente es muy familiar. Yo no pertenezco a ninguna de las familias del teatro.
–¿Y cómo lo maneja? Si no llega el ofrecimiento, ¿espera u opera para conseguir lo que quiere?
–Se da naturalmente. No me sale eso de operar para que me llamen, pero a veces te terminás juntando con personas y salen cosas.
Hendler está radicado en el país desde que se casó con la directora de cine argentina Ana Katz –Una mujer errante–, con quien tiene una hija de tres años llamada Helena, en honor a Helena de Troya. Dice que extraña cosas de Uruguay, su país natal, pero que ya se acostumbró a la vida porteña. “Hay cosas que están buenas y cosas que no. Acá hay un mayor consumo, una necesidad de expandirse en otras cuestiones. Y la salida al mar tiene mucho que ver con eso.”
–...
–Y mientras lo digo me parece una boludez (risas). Pero cuál era la pregunta.
–¿Cuáles son las diferencias que más nota en lo cotidiano entre un país y el otro?
–El ruido, la velocidad, la inmediatez. El uruguayo prefiere quedarse calmo y hacer lo menos posible. El porteño no tiene otra que hacer lo más posible. Debo reconocer que me he vuelto un poco más acelerado y productivo.
–¿Cómo evalúa el proceso político que se está llevando a cabo en Uruguay a partir de la asunción José Mujica?
–Es prematuro evaluar. Pero como dijo el otro día, a él le está yendo mejor que al gobierno. Y la verdad, que a él le vaya bien no me importa mucho. Hay que tener en cuenta que es un tipo que logró ser querido o por lo menos no ser odiado por nadie. Y a veces ser tan alabado te ata un poquito. Yo lo voté y no me arrepiento.
–¿Le interesa la política local?
–Claro. Tengo mi DNI extranjero. No sé si puedo votar, pero cuando pueda lo haré ya que estoy comprometido con la realidad de acá. No es que comulgue mucho con la idea del voto porque creo más en otras cosas. Pero si me dejan hacerlo lo haré con ganas.
–Ya pasaron diez años de Walter, aquel personaje que lo hizo famoso. ¿Cómo recuerda ese trabajo?
–Me da pena que cada vez haya menos de Walter en mí ya que fue un personaje que no me hizo daño, ni me obstaculizó el camino pese a que al principio temí que esto sucediera. Pero gracias a Walter llegué hasta acá.
–Es poco común porque es una mezcla de géneros. Hay comedia, cine fantástico y mucha acción. Es una película que va transformando el género a medida que avanza. Hace humor sobre sí misma. Y a mí me divierte más jugar al héroe que jugar al galán.
–El film plantea un escenario apocalíptico. Una situación exagerada de lo que se vivió hace casi dos años con la gripe A. ¿Cómo recuerda esa época?
–Nunca llegué a entrar en pánico. Pero, ¿quién se acuerda de la gripe A? Eso fue hace dos años y en este, que es de elecciones, los medios encontrarán otra especie para generar miedo en la población.
–¿Cómo fue trabajar con actores tan dispares como Federico Luppi y Yayo?
–Fue muy interesante, justamente por lo ecléctico del elenco. Esa convivencia fue lo que me generó curiosidad desde el inicio. Es lo que la convierte en una película impredecible. Yayo se puso en la piel del personaje de inmediato. Y verlo trabajar a Luppi fue un placer porque muchas veces me pregunto si voy a poder actuar de veterano. Si me voy a animar, si voy a disfrutarlo.
–¿Y qué piensa?
–Y... después de ver a un tipo como Luppi te entusiasma, porque va con toda su sabiduría, le gusta trabajar y le gusta ser dirigido. Y encima no pide más respeto que el que se le da. Es un ejemplo de laburo.
–En Uruguay es uno de los actores más reconocidos por la prensa y en la Argentina también se hizo su lugar a partir del reconocimiento internacional de El abrazo partido. ¿Cómo analiza el impacto del prestigio?
–Como una ventana, una simple ventana. Alguna vez me tocó estar en un jurado y sé que son relativos. Muchas veces ganan los que menos molestan, porque los que gustan generan división. Hay que saber que los premios tienen algo de accidental. Aparte, el prestigio se destruye y se construye muy rápido.
–¿Cuántas veces lo destruyó?
–En algún momento gocé de un prestigio prematuro que fue castigado. Cuando se me reconoció rápidamente surgió la contracara que delataba que yo era un actor sobrevaluado. Y el tiempo habló por sí solo. No importa la sobrevaloración o la subvaloración, lo importante es que uno va profundizando su laburo a medida que trabaje en lo que le gusta.
–Hace dos años protagonizó Aquí no hay quien viva, una tira diaria a la que no acompañó el rating. ¿Le gustaría intentar de nuevo con la tele o se sacó las ganas?
–La tele es refrescante y tiene una dinámica bien distinta a la del cine. Permite una menor concentración y te entrena para eso. Pero no es algo que elija yo. Este año me hubiese encantado hacer teatro, pero no me llegaron propuestas.
–¿Por qué cree que no lo llaman?
–No encontré mucha entrada en el teatro, y el teatro independiente es muy familiar. Yo no pertenezco a ninguna de las familias del teatro.
–¿Y cómo lo maneja? Si no llega el ofrecimiento, ¿espera u opera para conseguir lo que quiere?
–Se da naturalmente. No me sale eso de operar para que me llamen, pero a veces te terminás juntando con personas y salen cosas.
Hendler está radicado en el país desde que se casó con la directora de cine argentina Ana Katz –Una mujer errante–, con quien tiene una hija de tres años llamada Helena, en honor a Helena de Troya. Dice que extraña cosas de Uruguay, su país natal, pero que ya se acostumbró a la vida porteña. “Hay cosas que están buenas y cosas que no. Acá hay un mayor consumo, una necesidad de expandirse en otras cuestiones. Y la salida al mar tiene mucho que ver con eso.”
–...
–Y mientras lo digo me parece una boludez (risas). Pero cuál era la pregunta.
–¿Cuáles son las diferencias que más nota en lo cotidiano entre un país y el otro?
–El ruido, la velocidad, la inmediatez. El uruguayo prefiere quedarse calmo y hacer lo menos posible. El porteño no tiene otra que hacer lo más posible. Debo reconocer que me he vuelto un poco más acelerado y productivo.
–¿Cómo evalúa el proceso político que se está llevando a cabo en Uruguay a partir de la asunción José Mujica?
–Es prematuro evaluar. Pero como dijo el otro día, a él le está yendo mejor que al gobierno. Y la verdad, que a él le vaya bien no me importa mucho. Hay que tener en cuenta que es un tipo que logró ser querido o por lo menos no ser odiado por nadie. Y a veces ser tan alabado te ata un poquito. Yo lo voté y no me arrepiento.
–¿Le interesa la política local?
–Claro. Tengo mi DNI extranjero. No sé si puedo votar, pero cuando pueda lo haré ya que estoy comprometido con la realidad de acá. No es que comulgue mucho con la idea del voto porque creo más en otras cosas. Pero si me dejan hacerlo lo haré con ganas.
–Ya pasaron diez años de Walter, aquel personaje que lo hizo famoso. ¿Cómo recuerda ese trabajo?
–Me da pena que cada vez haya menos de Walter en mí ya que fue un personaje que no me hizo daño, ni me obstaculizó el camino pese a que al principio temí que esto sucediera. Pero gracias a Walter llegué hasta acá.
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