martes, 21 de junio de 2011

Operación Troxler: la vida de película de un lúcido militante de la resistencia

Fingió ser cadáver y se salvó de los fusilamientos de junio de 1956 en José L. Suárez pero murió acribillado por las bandas de López Rega en septiembre de 1974. Su vida es recreada en una película dirigida por Marcela Sluka. 
 
  Tuvo una vida de película, y hasta intervino en varias. Pero nunca había sido elegido como protagonista de una hasta ahora. Julio Troxler fue uno de los militantes más lúcidos y activos de la resistencia peronista desde el golpe de Estado de 1955, cuando empezó a conspirar contra la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu, y durante las dos décadas posteriores trabajó para el retorno de Juan Perón al poder. Hasta el 20 de septiembre de 1974, día en que una banda de la Triple A lo acribilló a balazos en un callejón de Barracas, a pocas cuadras de la estación de Constitución.

En realidad, Troxler tiene varias particularidades. Si Operación Masacre es el modelo de investigación periodística por excelencia, considerado el primer gran relato de no ficción anterior por varios años a lo de Truman Capote en A sangre fría, bien puede decirse que Julio es el responsable de que ese tremendo libro haya existido, por haber sido fuente fundamental de Rodolfo Walsh para que el escritor rescatara aquella masacre en los basurales de José León Suárez en la madrugada del 10 de junio de 1956. Pero además, ofrece otro costado trágico y a la vez curioso: es alguien al que fusilaron dos veces. Que escapó de la primera en el basural, y a las pocas horas volvió desesperado por buscar a algún compañero sobreviviente.

Que actuó de sí mismo en Operación Masacre, filmada en la clandestinidad por Jorge Cedrón en 1972, aún sabiendo que su nombre integraba una lista de blancos de la derecha que después derivaría en el grupo comandado por José López Rega y el comisario Alberto Villar. Que aceptó durante los ’70 ser subjefe de la policía de la provincia de Buenos Aires –la misma que le había tirado a matar– para limpiarla de corruptos y asesinos, y de la que tuvo que irse al darse cuenta que los enemigos de afuera y de adentro del peronismo eran demasiado grandes. Que no hablaba, o hablaba poco, pero un par de frases justas pronunciadas desde sus dos metros de altura le alcanzaban para ser siempre el centro de las reuniones. Que una vez le contó al General que el Brujo, su chirolita macabro, grababa a escondidas las charlas que tenían con él los que lo querían de verdad, los cuadros de la JP, sin importarle que Lopecito se vengara por el cuento. Y que finalmente, esa jornada del ’74 no pudo escapar como la vez anterior, porque los tipos del Peugeot 504 negro que lo tiraron en el Pasaje Coronel Rico eran tres, y el callejón estaba vacío, y había mucha claridad como para esconderse en algún rincón, y está bien que él era indestructible, pero nadie es indestructible cuando a uno le escupen una ráfaga de ametralladora a dos metros de distancia, y lo rematan con cuatro plomos directos a la cabeza.







La “cocina” de la resistencia. Reconstrucción de un militante está dirigida por Marcela Sluka, que prefiere hablar de “documental de autor” para describir un trabajo que arrancó en 2010, y posiblemente se estrene antes de fin de año.

“Troxler me interesó desde el primer momento en que leí el libro de Walsh hace muchos años –cuenta–, y siempre tuve en la cabeza la idea de hacer una película sobre él. La historia se cuenta a través de dos caminos paralelos: su vida, con la palabra de amigos, familiares y compañeros de militancia; y el seguimiento judicial alrededor de su asesinato.” La investigación de lo ocurrido en Barracas y los datos del expediente, tratados en el film por un experto en reconstrucción virtual, fueron las cosas “más difíciles de cerrar –explica–, porque de a poco, todos los responsables del crimen se fueron muriendo, y las carpetas estuvieron paradas durante mucho tiempo en tribunales. La causa se movió un poco cuando detuvieron al ex oficial Eduardo Almirón, uno de los implicados, y en épocas de la extradición de López Rega desde España. Llegó a tener 42 cuerpos, pero con el fallecimiento de los responsables, cayó todo en el olvido. Hay un dato muy poco conocido que agravó el esclarecimiento del atentado, y fue la desaparición de Julio López. Muchos testigos que declararon retiraron su versión por miedo, y eso complicó el panorama para que esa causa se siguiera desarrollando.”

Con un equipo que también componen Alejandro Morales (investigación periodística), Rodolfo Durán (producción) y Yael Szmulewicz (ayudante de dirección), la película repite desde el aire y con un helicóptero el recorrido que Troxler y Carlos Villagra hicieron el 20 de junio de 1973 en Ezeiza; recurre a la voz y la imagen de Julio en el film de Cedrón, y en los otros dos donde participó (La Hora de los Hornos y Los Hijos de Fierro, de Fernando Solanas, en este último haciendo el papel del Hijo Mayor, un trabajo memorable); rearma aquello de Barracas; toca sólo como referencia los fusilamientos del basural (“porque esa historia ya está contada, ¿qué le vamos a agregar nosotros a la maestría de Walsh?”, aclara Sluka); y se sostiene en la fuerza de varios memoriosos que hablan a cámara. Sobre todo Mabel Di Leo, otra histórica militante peronista, en cuya casa Troxler y su hermano Bernardo se escondieron dos años, esquivando balas y burlando intentos de secuestro.

Inmediatamente después de José León Suárez, los hermanos escapan de la Revolución Fusiladora, como la llamara Walsh, y se exilian en Bolivia junto a un amigo de la infancia de Julio, Reynaldo Benavídez. Y es Di Leo la que le abre la puerta al regresar al país, para “guardarlo” entre 1958 y 1959. Sluka eligió la cocina de Mabel para la entrevista, porque “es ahí donde Troxler trabajaba todo el día para el Movimiento, preparando informes y redactando documentos en una vieja máquina de escribir que todavía está en ese lugar, intacta. Cuando llegó el primer día, lo primero que hizo fue revisar y estudiar el escenario, para imaginarse posibles estrategias de escape por si llegaba la policía. La de Mabel se puede decir que fue la verdadera ‘cocina’ de la resistencia”.

“Morenitos patichuecas”. El 9 de junio de 1956, Troxler es uno de los que organiza el golpe contra Aramburu en la zona bonaerense de Florida, y que cuesta el fusilamiento del general Juan José Valle y una serie de civiles y militares que venían trabajando para que Perón volviera al gobierno. “Veintinueve años tiene Troxler –dice Walsh en Operación Masacre-. Dos hermanos suyos están en el Ejército, uno de ellos con el grado de mayor. él mismo siente quizás cierta vocación militar, mal encauzada, porque donde al fin ingresa como oficial es en la Policía Bonaerense. Rígido, severo, no transige sin embargo con los ‘métodos’ –con las brutalidades– que le toca presenciar y se retira en pleno peronismo. A partir de entonces vuelca su disciplina y capacidad de trabajo en estudios técnicos. Lee cuanto libro o revista encuentra sobre las especialidades que le interesan –motores, electricidad, refrigeración–. Justamente es un taller de equipos de refrigeración el que instala en Munro y con el que empieza a prosperar. Troxler es peronista, pero habla poco de política. Cuantos lo trataron, lo describen como un hombre sumamente parco, reflexivo, enemigo de discusiones.” Y ya en la descripción de la matanza en el basural, agrega: “Julio Troxler se ha escondido en una zanja próxima. Espera que pase el tiroteo. Ve alejarse los vehículos policiales. Entonces hace algo increíble. ¡Vuelve! Vuelve arrastrándose sigilosamente y llamando en voz baja a Benavídez, que escapara con él del carro de asalto. Ignora si se ha salvado. Llega junto a los cadáveres y los va dando vuelta uno a uno –Carranza, Garibotti, Rodríguez–, mirándoles la cara en busca de su amigo. Con dolor reconoce a Lizaso. Tiene cuatro tiros en el pecho y uno en la mejilla.”

Admirador de los republicanos españoles, a Troxler le gustaba cambiar aquella frase de la tortilla, y consideraba al peronismo como la única herramienta capaz de “dar vuelta la sartén” para “lograr la verdadera felicidad de los morenitos patichuecas”. En el exilio boliviano organizó el Comando Autónomo, y otra vez en la Argentina formó parte de los intentos de boicot a cada dictadura que se sucedía. Al ocuparse el frigorífico Lisandro de la Torre fue detenido en San Martín, y después picaneado brutalmente en Lanús, condenado por el Plan Conintes, perseguido en la zona norte bonaerense –lo que le obligó a no dejar la clandestinidad– y elegido como figurita difícil del tenebroso Alberto Díaz Hamilton, un teniente coronel pichón de Suárez Mason que en un Curso de Guerra Revolucionaria lo condenó a muerte, incluyéndolo en un diagrama con otros miembros de la resistencia que conformaban la “situación general subversiva terrorista”. En 1973 el gobernador provincial Oscar Bidegain lo designó subjefe de la Policía Bonaerense, puesto que dejó cuando entendió que era muy tarde para cambiar algo. Al día siguiente de la renuncia le balearon la casa. Ya había sido marcado por Ramón Camps, y la Triple A, que esperó la muerte de Perón para perfeccionar la cacería, pulió aquella lista de Díaz Hamilton y lo incluyó en los primeros asesinatos .

“Todo lo que Troxler vive –sostiene Morales, encargado de la investigación periodística de la película–, en lo personal y en lo político, es muy cinematográfico. Por eso, más que el recurso documental y las escenas ficcionadas, el proyecto se maneja con una especie de pesquisa policial, tratando de interactuar con los entrevistados.”

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