miércoles, 21 de diciembre de 2011

CRÍTICA DE “ESTA ES MI VILLA”, EL NUEVO PROGRAMA DE TN: UNA MALICIOSA POSTAL DE LA POBREZA, ESCRIBE MARÍA IRIBARREN

UNA MALICIOSA POSTAL DE LA POBREZA

La acción transcurre en la Villa 1-11-14, en Bajo Flores. Hasta allí llegó el equipo de realización de Esta es mi villa, un ciclo periodístico en el que Julio Bazán “recorre las villas y asentamientos de todo el país para conocer las historias de la gente que sale adelante a pesar de la pobreza” (TN, sábados y domingos a las 17). El cronista saluda a la dueña de casa. Entra a la cocina, se sienta, vuelve a levantarse (“Las mujeres primero”, dice), hace una reverencia y ambos toman asiento. Comparte el mate con Tina, la almacenera que será su guía a través de los pasillos del barrio. Durante la conversación, ella profiere una frase enigmática: “Antes, cuando éramos pobres todos, éramos más felices.” Terminan el mate y comienza la expedición.

Ya en la calle, una cámara documenta la acción: muestra a un segundo camarógrafo y al sonidista empuñando sus instrumentos, mientras caminan hacia atrás para capturar el andar de Tina y de Bazán. “Hay una información sobre la Villa 1-11-14 que dice que es la más peligrosa. Pero ahora, nosotros estamos caminando y parece que es todo normal”, afirma el cronista a su anfitriona y, por elevación, a los espectadores. Congelemos la imagen aquí.
La impudicia de la escena es su clave ideológica: no tanto por lo que se pronuncia allí sino por lo que no se llega a decir. Una colección de prejuicios implícitos transpira en la idea de normalidad que expone el periodista. ¿Qué hay de normal en ese barrio de chapa y cartón? La pobreza más extrema, ¿puede ser “normal” como lo son una mariposa o las tormentas?

La contradicción entre lo que “dijo” la imagen y lo que dijeron las palabras es otra clave. Desmontemos el procedimiento: por un lado, la producción del programa decide que el espectador contemple el dispositivo en plena faena: el hombre de prensa, la entrevistada, los camarógrafos con sus equipos al hombro, más los asistentes dando vueltas por ahí. Como se comprenderá, la irrupción en el barrio de un grupo de tareas de esa índole es motivo suficiente, por lo menos, para dejar en suspenso la rutina y espiar quiénes son y a qué vienen los forasteros. En el manual del documentalista se enseña que la reacción ante la cámara, prácticamente, resulta en una actuación espontánea de los testigos, un acto reflejo que se columpia entre el deseo de proteger la intimidad invadida y el de protagonizar un suceso significativo. Digámoslo así: lo que Bazán tildó de “normal” resultó, por segunda vez, lo anormal: la máquina de la TV apremiando a los vecinos a representar el papel de (buenos) vecinos.

Como ocurre en ciclos afines (Calles salvajes), aquí el conductor imposta su acercamiento a un universo que le es ajeno: “Estamos mostrando la vida cotidiana en la villa. Hay mucho prejuicio. La gente piensa que son todos malos.” Implanta una supremacía distante al privilegiar la posición de escolarizado (“¿De esta villa salió algún abogado, algún doctor?”, “¿Y vos no fuiste a la facultad?”, “¿Vas a llegar a ser odontólogo?”, “Si hubieras estudiado, ¿pensás que tu vida hubiera sido diferente?”). De un capítulo a otro, la imagen dibuja la misma secuencia valiéndose de idénticos elementos: el basural, la calle de tierra, los pasillos angostos, el vagabundeo de los perros, el rostro en primer plano de las criaturas. La cumbia y el cuarteto completan el estereotipo.

He ahí la postal maliciosa de la pobreza, enunciada desde un cuerpo y una lengua extraños a esa condición. Un tour clasista, políticamente correcto y reaccionario, incluidos los comentarios en off del grupo periodístico (“¿Nos están gritando a nosotros no?”). Maliciosa también porque evita la exploración crítica, honesta, de la dirección política de toda pobreza. Postal más siniestra todavía, cuando normaliza lo que al mismo tiempo se empeña en señalar como abominable.

Por María Iribarren
Fuente: Tiempo Argentino
Más información: http://tiempo.infonews.com


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