TIM ROBBINS ANTE EL ESTRENO DE 1984 EN EL TEATRO SAN MARTIN
“Esta obra es más relevante hoy que cuando se publicó”
El actor y director estadounidense presenta la adaptación teatral de la clásica novela de George Orwell, con la interpretación de su grupo The Actors’ Gang. “Me interesaba hacer el recorrido por Sudamérica ya que acá está muy presente el recuerdo de las dictaduras”, dice.
El texto de 1984 es como un buen vino tinto: el paso del tiempo no sólo no reduce un ápice su calidad sino que, por el contrario, le sienta de maravillas, aumentando sus tonalidades y amplificando los matices. Tanto es así que una lectura a la luz de la actual coyuntura social, cultural y política mundial deja como saldo la imposibilidad de creerle al opus máximo del británico George Orwell sus 64 velitas. Cabría preguntarse, entonces, cómo trasponer su temática, implacable en la resma, a una obra teatral; cómo aprehender sus conceptos esenciales, cómo recorrer sus vericuetos. Las respuestas se verán desde el jueves hasta el sábado a las 20.30 en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín (Corrientes 1530), cuando desembarque la adaptación dirigida por el actor estadounidense Tim Robbins e interpretada por su grupo de teatro. El protagonista de Río Místico pasó por la Argentina para presentar la obra, dictar un seminario para actores y acompañar la retrospectiva de sus principales películas que culmina hoy en la Sala Lugones del mismo complejo.
Sociedades vigiladas por una entidad ubicua (el popularísimo Gran Hermano), totalitarismo, manipulación informativa e ideológica, la reducción intelectual a través del menosprecio crónico del lenguaje, el sometimiento personal, el poder invisible de los medios; todo eso y mucho más se entrevé en la máxima distopia literaria del siglo pasado. “Orwell escribió esto en 1948 y en las cartas a otros escritores les decía que era sobre el comunismo y el totalitarismo. Creo que en los últimos sesenta años hemos visto varios ejemplos de gobiernos excediéndose por izquierda y otros por derecha. Una de las razones por las que quería hacer la obra ahora es porque es más relevante hoy que cuando se publicó”, reconoció Robbins ante los periodistas. Su vínculo con la adaptación del libro de Orwell se remonta hasta 2005, cuando palabras como Guantánamo o Abu Ghraib recién asomaban en el vocabulario cotidiano de la sociedad estadounidense.
Ese año tomó el guión Michael Gene Sullivan, mandamás de una compañía teatral de San Francisco, pero encontró cambios notorios respecto del texto original. O al menos eso creyó, hasta que volvió a las fuentes. Ahí no sólo reconfirmó que la esencia orwelliana estaba más vigente que nunca, sino que la fidelidad de Sullivan había sido prácticamente total. “Es una adaptación volcada sobre todo al contenido y no tanto a lo visual. Es imposible hacerlo de otra forma, más con nuestro presupuesto. Soy un gran creyente del teatro simple y no me gusta mucho el que prioriza lo escenográfico. Me parece buenísimo que el teatro funcione como un lugar para relajarse y divertirse; es muy legítimo, pero a mí me interesa más lo visceral. Sin embargo, desde el principio pensé en no encerrarme demasiado. No me gusta cuando una obra pone un muro y se convierte en un acto intelectual. No importa el formato, siempre tiene que ser una forma de encuentro con el público. Respecto de la puesta, obviamente hay que ver la obra para saber cómo la adapté. Sólo puedo decir que traté de encontrar la esencia y de concentrarme en los actores”, adelanta más tarde Robbins en la entrevista con Página/12.
Ya con el visto bueno de Sullivan y el actor, sólo quedaba poner el flamante texto al servicio del grupo teatral fundado por el protagonista de Sueños de libertad hace más de tres décadas, The Actors’ Gang (así, con apóstrofe después de la “s”). “La empecé con un grupo de amigos en la Universidad de California, en Los Angeles. Nuestras obras siempre se basaron más en la tradición europea que en la realista norteamericana. Siento una gran admiración por los actores de nuestra tradición, pero creo que funciona mejor en el cine. Nosotros estamos interesados en hacer un teatro que trate sobre las grandes ideas, que refleje la condición humana en el mundo contemporáneo y que nos haga preguntarnos acerca de él”, recordó antes de abordar su acepción personal sobre el trabajo en las tablas. “Es una experiencia distinta a todas; una comunidad construida junto a extraños durante dos o tres horas. Es la única forma de arte que no se puede robar de Internet, lo que hace que el teatro sea algo cada vez más vital para la sociedad. Cuando las posibilidades de tener un contenido adulto y maduro disminuyen en el cine, crecen en el teatro”, reflexiona el actor, quien llegó a la Argentina luego de su paso por el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, que culminó el domingo.
Pero el teatro, asegura, también se trata de una forma de “mantenerse honesto” más allá del reconocimiento. Es que si bien Robbins lleva más de treinta años al mando de su grupo, sus más de 190 centímetros de altura son mundialmente conocidos por sus trabajos cinematográficos (ganó un Oscar como actor de reparto por Río Místico a comienzos de 2004) y su matrimonio durante 23 años con Susan Sarandon, de quien se separó en 2009. “Muchas veces hacerse famoso implica un aura de superficialidad muy grande que hace perder el foco y uno empieza a creerse la imagen que construyen los otros sobre uno y a perder el vínculo con el público. Lo más cercano es pasar por la alfombra roja y saludar. Entonces nada te pone más los pies sobre la Tierra que el teatro. Hay que estar presente, sumergido en el personaje y ser muy humilde para lograr eso”, reflexiona el actor.
–Existen dos películas previas de 1984, una de 1956 y otra realizada justamente en el año 1984. ¿Le sirvieron de alguna forma inspiración visual?
–No he visto las dos, sólo una. Creo que no es la forma en la que yo la hubiera hecho. Para mí es demasiado gris y muy oscura. Cuando Orwell habla de las telepantallas luminosas, eso es un entretenimiento muy vistoso, así que yo hubiera creado un mundo más claro y brillante. Creo que una de las cosas más interesantes es ver cómo puede existir un mundo distópico aun con las imágenes vistosas que él creó.
–¿Comparte la visión pesimista sobre el futuro que propone el libro?
–No creo que sea pesimista. Si uno lee el apéndice se dará cuenta de que no es así. El lo puso ahí por una razón. Esa parte del libro está escrita en un tiempo verbal que sugiere un futuro y que aún no sucedió todo o que no funcionó y que no pudieron obtener el control total. El concepto de libertad sobrevive a los censores. Generalmente, cuando el novelista termina, termina. Pero acá no. En el apéndice cita solamente a una persona, que es Thomas Jefferson, uno de los precursores norteamericanos del concepto de libertad.
–Desde su estreno en 2006 en Los Angeles, la obra se presentó en lugares tan distintos como España, Hong Kong, Colombia y ahora Argentina, entre otros. ¿Cuál es el efecto que genera una obra como ésta, teniendo en cuenta las diferentes realidades sociales, políticas y culturales de los públicos?
–Fueron efectos muy distintos. En Hong Kong, por ejemplo, fue más bien de asombro o de paralización, porque lo que se narra en el libro es un fenómeno muy vigente allí. En cambio, en España era mucho más libre porque habían vivido bajo la dictadura de Franco y todos tenían algún recuerdo sobre cómo era vivir bajo un régimen totalitario. Todo eso le dio una energía muy palpable a la obra. En Bogotá tuvimos una respuesta más o menos similar. Creo que el espectáculo tiene un mensaje para todas las sociedades y me interesaba mucho hacer el recorrido por Sudamérica, ya que acá está muy presente el recuerdo de las dictaduras y los gobiernos totalitarios, incluso más que en España.
–En 1984 está latente la cuestión del miedo como forma de imponer el poder. ¿Cómo ve esa relación actualmente?
–Creo que ya no se trata de la conquista de tierras, sino de la apropiación de recursos para que las elites sigan en el poder y las clases medias y bajas permanezcan igual. Eso y la dominación se logran en gran parte a través del miedo. En el libro se habla de un enemigo indestructible. Una guerra perpetua sólo puede llevarse adelante a través del miedo, y el enemigo que tenemos ahora es el terrorismo; es decir, un concepto. Entonces la maquinaria de guerra funciona constantemente porque no se puede derrotar a un concepto. Las guerras ya no son como antes, cuando se conquistaba tierra, se ganaba y todo terminaba. Ahora es algo que dura para siempre.
–En ese sentido, Michael Gene Sullivan dijo que Estados Unidos nunca había estado tan ciego por el miedo. ¿Coincide?
–Probablemente. Cada vez que fuimos a la guerra hubo miedo y muchos fueron presos por oponerse a eso. La situación es bastante mala porque la gente tiene bastante miedo del terrorismo. Basta tomar un avión para darse cuenta de eso. Yo trato de reírme, pero es terrible.
–El libro no sólo habla sobre la guerra, sino también sobre la fantasía de que se está cada vez mejor. ¿Eso está también en la obra?
–Claro, las telepantallas siempre dicen que la vida es buena, que aumentó la producción, que subió la calidad de vida. Eso sigue pasando en la actualidad cuando escuchamos cosas en la televisión que no son verdad. Orwell habla de los dos minutos de odio en los que todos se paran frente a una gran pantalla y se enojan con el enemigo durante ese tiempo. Hace un par de años me di cuenta de que yo, de alguna forma, hacía lo mismo y me deshice de la televisión. Yo participaba en las dos horas de odio mirando los noticieros y enojándome con Bush o con quien sea. Y un par de meses más tarde me di cuenta de que durante esas dos horas me sentaba, ponía un disco y escuchaba música. Por eso hay que darse cuenta de que es totalmente innecesario involucrarse en ese odio. Ya sé lo que siento, estoy informado, sé lo que pasa en el mundo, sé cómo voy a votar y no necesito todo ese odio en mi vida. De hecho, es ese odio el que nos desestabiliza. Fijate que mientras la izquierda y la derecha pelean entre sí, no se dan cuenta de todo lo que tienen en común. Creo que el propósito de la televisión es mantenernos divididos.
–Usted habla del odio de la televisión, y tanto aquí como en varias partes del mundo el programa Gran Hermano es un éxito. ¿Cómo ve que ese fenómeno que tanto temía Orwell hoy sea una realidad?
–Además de todo lo anterior, la televisión y los reality shows nos deshumanizan. No les interesa la pasión, la poesía, el arte ni nada de lo mejor de nosotros como seres humanos, sino simplemente ver comportamientos bastante asquerosos: alguien que se divorcia, que está borracho y llora. Los ratings más altos corresponden a los programas con peores comportamientos, y eso dice mucho acerca de nosotros, de por qué queremos ver eso. Pero tengo esperanza acerca de esto. Por ejemplo, ¿cuánta gente ve aquí esos programas?
–Varios millones. Incluso fue durante varios años uno de los programas más vistos.
–Bueno, son esos varios millones contra toda la población de este país, así que todavía hay esperanza.
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