El lazo de Foucault con el séptimo arte
En el libro "Foucault va al cine", los ensayistas franceses Patrice Maniglier y Dork Zabunyan estudian la relación que el filósofo tenía con el séptimo arte y cómo usó muchas películas -siendo espectador- para hacer avanzar diversos aspectos de sus conceptualizaciones.
En los tres volúmenes de "Dits et Ecrits" aparecen algunos de los textos que están en esta compilación, pero la mayoría estaban inéditos en castellano, algunos publicados en Tel Quel, la revista de Sollers y Kristeva, y otros en Cahiers du cinema.
El libro, publicado por la casa Nueva Visión, forma parte de la colección Claves que en ese sello dirige Hugo Vezzetti, un intelectual que supo formar parte del Club de Cultura Socialista a mediados de los 80.
Maniglier es profesor agregado en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Essex, en Inglaterra y Zabunyan profesor agregado en Estudios Cinematográficos en la Universidad de Lille 3, en Francia.
"Es un hecho, la `cine-filosofía` está de moda (...) Este entusiasmo es masivamente dominado por una actitud que consiste en buscar en los filmes ilustraciones de tesis filosóficas", aseguran los autores.
Y agregan. "Encontraremos la caverna de Platón en la `Matrix" de los hermanos Wachowski o el psicoanálisis de Jacques Lacan en las angustias de Alfred Hitchcock".
Y apuntan: "Si el juego puede tener virtudes de entretenimiento o pedagógicas, no se ve bien lo que puede suministrar que sea realmente nuevo: los aspectos propiamente fílmicos son desdeñados en beneficio del hecho narrativo".
Para los autores es imprescindible "pensar distinto", según la frase canónica de Foucault: si en la historia del cine podrán verse películas que ilustran algunas de sus tesis sobre la locura, la enfermedad, etcétera, otra era la idea del autor de "El uso de los placeres".
"Foucault buscaba ante todo otra manera de hacer historia, una historia que sin someterse a la linealidad de una narración, tendería a poner de manifiesto `acontecimientos`", según Maniglier y Zabunyan.
Porque para él "se trataba de decir lo que estaba en el `borde` de nuestro presente, aquello de lo que eventualmente éramos contemporáneos, sin, no obstante, ser sus héroes".
El ensayista, además, hace de soporte teórico para mediados de los 70, cuando Cahiers du cinéma, impulsada por Serge Daney, Pascal Bonitzer y Serge Toubiana, empiezan a quitarse el lastre maoísta en la que había hecho entrar a la revista el mismísimo Jean-Luc Godard.
Ese punto de inflexión, del que Foucault es actor central, es la entrevista (publicada en Cahiers), titulada "Anti-Retro", donde el filósofo destroza sin piedad filmes paradigmáticos de esa época de transición hacia el cine de `qualité`, como "Lacombe Lucien", de Louis Malle, y "Portero de noche", de Liliana Cavani.
Finalmente, argumentos más sofisticados son los que usa para criticar "el amor al poder" que despliegan ciertos cineastas que se reivindican disidentes: así, critica "Saló", de Pier Paolo Pasolini, y el "Hitler", de Syberberg, encarnizándose contra "la estetización del poder".
Y haciendo las preguntas clave que un intelectual libertario debe hacer públicas: "¿Cómo amar el poder?, ¿cómo aprehender ese deseo que se tiene por el poder?, ¿qué nos hace amar lo que a la vez nos aliena y nos da el sentimiento de gozar de él?", como para terminar de una vez con la ingenuidad de que el estado es la sede de todas las opresiones, desde las clasistas a las sexuales.
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