Por Ken Loach. Director de cine
El famoso cineasta critica el programa partidario de la formación política liderada, en su momento, por Tony Blair
Todos los días publica The Guardian historias de pobreza desesperada y ataques al suministro de servicios del bienestar. Conocemos los bancos de alimentos, los aprietos de los discapacitados y la crisis de la vivienda. Conocemos la propaganda que convierte a la gente más pobre en chivo expiatorio del fracaso económico. Y nos damos cuenta de la hipocresía de la “misión moral” de Cameron.
Sabemos que las ayudas a la vivienda van a los caseros ricos, que las prestaciones para los pobres con trabajo subvencionan a patronos que pagan salarios de miseria. Leemos que el fraude en prestaciones es una fracción minúscula del presupuesto total del Bienestar, bastante menos que las prestaciones que no se reclaman, y no es nada comparado con la cantidad que se pierde a causa de la evasión fiscal. Pero cuando despotricamos contra la injusticia e hipocresía, no llegamos a hacernos la gran pregunta. ¿Dónde está nuestro contraataque? Debería dirigirlo el Partido Laborista, pero ahí reside el problema.
Los partidos de la coalición proclaman la importancia de la economía de mercado. El laborismo hace otra tanto. La coalición reduce las empresas públicas y priorizan los intereses de las grandes corporaciones y las empresas privadas. Lo mismo hizo el último gobierno laborista. Cuando los trabajadores se organizan para defender empleos, salarios o condiciones, ¿quién les apoya? No será Ed Miliband u otros líderes laboristas. La carta abierta de “intelectuales” laboristas a Miliband publicada en el Guardian esta semana [el 23 de marzo] resulta tan periférica como engreída.
Las exigencias del mercado competitivo carecen de remordimientos: reducir el coste del trabajo, privatizarlo todo, eliminar la protección de la clase trabajadora y mantener una reserva de desempleados para disciplinar a los que tienen la suerte de tener trabajo. Hay que poner trabas a los sindicatos mientras se corteja a los opulentos con la esperanza de que encuentren una mano de obra maleable y flexible que resulte fácil de explotar.
Las consecuencias las vemos no sólo en el puesto de trabajo sino en nuestro servicio sanitario, en la educación, en todos los aspectos de la atención social que indican una sociedad civilizada. Lo vemos en la indiferencia hacia el medio ambiente, como en la actual presión para iniciar la fracturación hidráulica en busca de gas de esquisto, sin considerar sus repercusiones. Lo hemos visto en las guerras ilegales e invasiones imperialistas de gobiernos recientes. Nada de esto es nuevo. Pero, ¿dónde está nuestra representación política?
La retórica laborista puede que sea más suave que la de los tories, pero su posición básica está limitada por el mismo imperativo: el beneficio está antes que todo lo demás. ¿Se puede recuperar el Partido Laborista? ¿O rehacerlo de nuevo para que represente los intereses populares?
La historia sugiere que no se puede. Hace mucho que desapareció la pleamar de 1945. Los muchos e inmensos logros de ese gobierno han sido en buena medida desmantelados, bien con la colusión del laborismo o directamente por el partido cuando ha estado en el poder. La izquierda laborista prácticamente ha desaparecido y hasta la voz de Tony Benn ha quedado, tristemente, en silencio. Un gobierno de Miliband no revertirá ninguna de las privatizaciones del servicio sanitario u otras. No devolverá los ferrocarriles a la propiedad pública –pese a la popularidad de esa medida– ni reclamará siquiera el servicio de Correos, el Royal Mail.
El Partido Laborista es parte del problema, no la solución. Los Verdes tienen muchas políticas admirables, pero en vano se buscará un análisis concienzudo para un cambio fundamental. Necesitamos una nueva voz, un nuevo movimiento... un nuevo partido.
Hay miles de campañas en favor de causas dignas –contra el cierre de hospitales, para apoyar a los sin techo, contra la destrucción ambiental, para proteger a los discapacitados, en favor de los derechos humanos y las libertades civiles, para ayudar a los que pasan necesidad–, la lista es infinita. Los sindicatos representan todavía a millones de trabajadores. Hay una unidad de intereses entre todos estos grupos. Imaginémonos lo que podría conseguirse si todos actuáramos juntos.
Left Unity (Unidad de la Izquierda) se formó hace pocos meses para trabajar en pro de esa cooperación. La tarea es considerable. Estamos acostumbrados a trabajar y hacer campaña en el seno de nuestras pequeñas organizaciones. La proliferación de periódicos radicales también atestigua esto. Pero la necesidad es urgente. Si no actuamos juntos, empeorará la pobreza, la explotación y la alienación. Dónde está la rabia, se pregunta David Hare. Está ahí, de acuerdo. La gente, desde luego, se siente bastante enojada. Pero necesita un liderazgo político que les dé esperanza.
El laborismo ha adoptado como lema propio “una nación”, acuñado por un tory decimonónico, Benjamin Disraeli. Disraeli no tenía intención alguna de llevar a cabo los cambios que pudieran hacerlo realidad. Y tampoco la tiene la actual dirección laborista, adherida a una economía capitalista que crea divisiones de clase. El programa laborista de 1945 resultaría mejor inspiración. Prometía “un partido socialista y orgulloso de ello. Su propósito último... estriba en el establecimiento de la comunidad socialista, libre, democrática, progresista, de espíritu cívico, organizados sus recursos materiales al servicio del... pueblo”.
El gobierno laborista de 1945 prefirió no ser ese partido o no llevar a cabo esa ambición. Sus reformas estaban destinadas a proporcionar una infraestructura a una economía capitalista, no a cambiar la sociedad. La tarea consiste hoy en convertir las palabras del programa en una realidad. Afirmar el bien público contra la avaricia privada. ¿Tenemos capacidad para hacer que eso suceda?
Un partido nuevo ha de ser democrático, ha de tener principios y estar adecuadamente organizado. Necesita un análisis de la política contemporánea con un conjunto de exigencias inmediatas: una estrategia laboral para crear empleos verdes, un salario mínimo reglamentado, un programa de vivienda pública y un tope a los alquileres de particulares, y que se acabe la privatización del servicio de salud.
Se trata de una lista que muchos pueden recopilar, pero sin representación política es un ejercicio fútil. ¿Quién la llevará a efecto? Levantar un partido democrático con activistas voluntarios supone una tarea abrumadora. Pero si salimos de los márgenes y finalmente trabajamos juntos podría ser simplemente posible.
El famoso cineasta critica el programa partidario de la formación política liderada, en su momento, por Tony Blair
Blair. El ideólogo de la tercera vía coptado por el neoliberalismo. |
Todos los días publica The Guardian historias de pobreza desesperada y ataques al suministro de servicios del bienestar. Conocemos los bancos de alimentos, los aprietos de los discapacitados y la crisis de la vivienda. Conocemos la propaganda que convierte a la gente más pobre en chivo expiatorio del fracaso económico. Y nos damos cuenta de la hipocresía de la “misión moral” de Cameron.
Sabemos que las ayudas a la vivienda van a los caseros ricos, que las prestaciones para los pobres con trabajo subvencionan a patronos que pagan salarios de miseria. Leemos que el fraude en prestaciones es una fracción minúscula del presupuesto total del Bienestar, bastante menos que las prestaciones que no se reclaman, y no es nada comparado con la cantidad que se pierde a causa de la evasión fiscal. Pero cuando despotricamos contra la injusticia e hipocresía, no llegamos a hacernos la gran pregunta. ¿Dónde está nuestro contraataque? Debería dirigirlo el Partido Laborista, pero ahí reside el problema.
Los partidos de la coalición proclaman la importancia de la economía de mercado. El laborismo hace otra tanto. La coalición reduce las empresas públicas y priorizan los intereses de las grandes corporaciones y las empresas privadas. Lo mismo hizo el último gobierno laborista. Cuando los trabajadores se organizan para defender empleos, salarios o condiciones, ¿quién les apoya? No será Ed Miliband u otros líderes laboristas. La carta abierta de “intelectuales” laboristas a Miliband publicada en el Guardian esta semana [el 23 de marzo] resulta tan periférica como engreída.
Las exigencias del mercado competitivo carecen de remordimientos: reducir el coste del trabajo, privatizarlo todo, eliminar la protección de la clase trabajadora y mantener una reserva de desempleados para disciplinar a los que tienen la suerte de tener trabajo. Hay que poner trabas a los sindicatos mientras se corteja a los opulentos con la esperanza de que encuentren una mano de obra maleable y flexible que resulte fácil de explotar.
Las consecuencias las vemos no sólo en el puesto de trabajo sino en nuestro servicio sanitario, en la educación, en todos los aspectos de la atención social que indican una sociedad civilizada. Lo vemos en la indiferencia hacia el medio ambiente, como en la actual presión para iniciar la fracturación hidráulica en busca de gas de esquisto, sin considerar sus repercusiones. Lo hemos visto en las guerras ilegales e invasiones imperialistas de gobiernos recientes. Nada de esto es nuevo. Pero, ¿dónde está nuestra representación política?
La retórica laborista puede que sea más suave que la de los tories, pero su posición básica está limitada por el mismo imperativo: el beneficio está antes que todo lo demás. ¿Se puede recuperar el Partido Laborista? ¿O rehacerlo de nuevo para que represente los intereses populares?
La historia sugiere que no se puede. Hace mucho que desapareció la pleamar de 1945. Los muchos e inmensos logros de ese gobierno han sido en buena medida desmantelados, bien con la colusión del laborismo o directamente por el partido cuando ha estado en el poder. La izquierda laborista prácticamente ha desaparecido y hasta la voz de Tony Benn ha quedado, tristemente, en silencio. Un gobierno de Miliband no revertirá ninguna de las privatizaciones del servicio sanitario u otras. No devolverá los ferrocarriles a la propiedad pública –pese a la popularidad de esa medida– ni reclamará siquiera el servicio de Correos, el Royal Mail.
El Partido Laborista es parte del problema, no la solución. Los Verdes tienen muchas políticas admirables, pero en vano se buscará un análisis concienzudo para un cambio fundamental. Necesitamos una nueva voz, un nuevo movimiento... un nuevo partido.
Hay miles de campañas en favor de causas dignas –contra el cierre de hospitales, para apoyar a los sin techo, contra la destrucción ambiental, para proteger a los discapacitados, en favor de los derechos humanos y las libertades civiles, para ayudar a los que pasan necesidad–, la lista es infinita. Los sindicatos representan todavía a millones de trabajadores. Hay una unidad de intereses entre todos estos grupos. Imaginémonos lo que podría conseguirse si todos actuáramos juntos.
Left Unity (Unidad de la Izquierda) se formó hace pocos meses para trabajar en pro de esa cooperación. La tarea es considerable. Estamos acostumbrados a trabajar y hacer campaña en el seno de nuestras pequeñas organizaciones. La proliferación de periódicos radicales también atestigua esto. Pero la necesidad es urgente. Si no actuamos juntos, empeorará la pobreza, la explotación y la alienación. Dónde está la rabia, se pregunta David Hare. Está ahí, de acuerdo. La gente, desde luego, se siente bastante enojada. Pero necesita un liderazgo político que les dé esperanza.
El laborismo ha adoptado como lema propio “una nación”, acuñado por un tory decimonónico, Benjamin Disraeli. Disraeli no tenía intención alguna de llevar a cabo los cambios que pudieran hacerlo realidad. Y tampoco la tiene la actual dirección laborista, adherida a una economía capitalista que crea divisiones de clase. El programa laborista de 1945 resultaría mejor inspiración. Prometía “un partido socialista y orgulloso de ello. Su propósito último... estriba en el establecimiento de la comunidad socialista, libre, democrática, progresista, de espíritu cívico, organizados sus recursos materiales al servicio del... pueblo”.
El gobierno laborista de 1945 prefirió no ser ese partido o no llevar a cabo esa ambición. Sus reformas estaban destinadas a proporcionar una infraestructura a una economía capitalista, no a cambiar la sociedad. La tarea consiste hoy en convertir las palabras del programa en una realidad. Afirmar el bien público contra la avaricia privada. ¿Tenemos capacidad para hacer que eso suceda?
Un partido nuevo ha de ser democrático, ha de tener principios y estar adecuadamente organizado. Necesita un análisis de la política contemporánea con un conjunto de exigencias inmediatas: una estrategia laboral para crear empleos verdes, un salario mínimo reglamentado, un programa de vivienda pública y un tope a los alquileres de particulares, y que se acabe la privatización del servicio de salud.
Se trata de una lista que muchos pueden recopilar, pero sin representación política es un ejercicio fútil. ¿Quién la llevará a efecto? Levantar un partido democrático con activistas voluntarios supone una tarea abrumadora. Pero si salimos de los márgenes y finalmente trabajamos juntos podría ser simplemente posible.
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