“Me ayudó a comprender a mis padres”
A partir de la historia de sus padres, militantes de los ’70 que pasaron a la clandestinidad y escaparon por muy poco del exterminio, el director de Solos en la ciudad intentó realizar “un homenaje a toda una generación, a partir del tema de los sobrevivientes”.
Por Oscar Ranzani
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-35611-2015-05-24.html
La ópera prima de Diego Corsini, Solos en la ciudad (2010), abordaba la reflexión de dos jóvenes acerca de hacia dónde irían sus vidas tras una discusión de pareja. En su segundo largo, Pasaje de vida –que se estrena el jueves–, hay un joven que reflexiona, pero mucho más profundamente, sobre la historia de sus padres, militantes en los ’70. La historia está inspirada en la vida familiar de Corsini: sus padres militaban en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y trabajaban en la automotriz Chrysler. Cuando la JTP pasó a formar parte de Montoneros, el padre se involucró aún más. Cuando murió un compañero, la madre de Corsini decidió mantenerse al margen. Pero ya era tarde: su novio estaba marcado. Lo fueron a buscar a la casa, pero ese día no estaba. La pareja vivió dos meses en la clandestinidad hasta que pudo salir del país y se exilió en España entre 1976 y 1984. Corsini nació allí en 1981. Parte de esta historia cuenta Pasaje de vida. En principio, el film lo hace metiéndose en la mente de Miguel, que está enfermo, y luego es su hijo, Mario, el que reconstruye la historia. Pero el joven no es un alter ego del director. A medida que la enfermedad de Miguel se intensifica, las claves que Mario va descubriendo se vuelven más complejas. El elenco incluye a Miguel Angel Solá, “Chino” Darín, Carla Quevedo, Javier Godino (el español que interpretó al asesino en El secreto de sus ojos) y Alejandro Awada.
Pasaje de Vida - Estreno 28 de mayo de 2015
Una película de Diego Corsini
producida por Cineworld SRL y Hazlotú SLU
protagonizada por Chino Darín, Miguel Ángel Solá, Carla Quevedo, Javier Godino, Marco Caponi
Carolina Barbosa, Alejandro Awada, Manuel Callau, Marta Petraglia, Beatriz Dellacasa, Lionel Rubio López
El debut cinematográfico de Andrea Frigerio
con Silvia Abascal y Diego Alonso
con la colaboración especial de Charo López
y la participación especial de Mario Pasik
Una película de Diego Corsini
producida por Cineworld SRL y Hazlotú SLU
protagonizada por Chino Darín, Miguel Ángel Solá, Carla Quevedo, Javier Godino, Marco Caponi
Carolina Barbosa, Alejandro Awada, Manuel Callau, Marta Petraglia, Beatriz Dellacasa, Lionel Rubio López
El debut cinematográfico de Andrea Frigerio
con Silvia Abascal y Diego Alonso
con la colaboración especial de Charo López
y la participación especial de Mario Pasik
Corsini explica qué significó el drama del exilio al ser tan chico. “Soy español, vine a los tres años”, recuerda. “Y todavía tengo nacionalidad española porque hay un convenio que no me permite tener la doble ciudadanía si vengo de España. Cuando se festejaba el 25 de mayo yo era el malo porque era el español colonizador. Pero lo que más me afectó fue que mi mamá quedó enamorada de España, fue el lugar donde encontró tranquilidad, donde nací yo y donde fue más feliz. Mi papá estuvo más aferrado a la Argentina y volver fue como una especie de canto de victoria. Como si dijera ‘No lograron matarme. Aquí estoy’. Soy una especie de extranjero en mi propio país, España o Argentina: me siento muy propio de acá pero me tira España, y cuando voy a España soy el argentino”, analiza Corsini.
–¿Y cómo fue vivir una infancia diferente?
–No la sentí diferente hasta más adelante. Sabía que si me preguntaban por qué había nacido en España, tenía que decir que mi mamá se había ido con una beca. No tenía que mencionar la militancia. Creo que hasta los Kirchner todavía había miedo de decir que habían sido militantes en los ’70. En los ’90 era imposible, pero en los ’80 todavía estaba el miedo de que los militares podían volver, como lo intentaron los carapintadas. Y hay un montón de cosas reflejadas que para mí eran juegos pero que tenían que ver con una cuestión de protección, como la cuenta hasta diez y tener claro el registro de dónde estaba. Algunas cosas me quedan, que tenían un sentido y ahora ya no. Todavía uso pañuelos de tela porque de chiquito iba a las manifestaciones con mis viejos y si había algún alboroto con gases lacrimógenos, lo mojaba donde fuera y podía respirar. O cuando voy a un bar trato de sentarme atrás mirando la puerta. Son cosas que para mí eran naturales, pero tienen que ver con una cuestión de ser hijo de militantes.
–¿Cómo nació la idea de la película?
–Empezó en un pequeño viaje que hice con mi mamá, aunque la política siempre atravesó toda mi vida. Mis viejos se juntaban con sus amigos a discutir de política. Pero era más una bajada de línea ideológica. Pero lo que me pasó en ese viaje a los veintipico, como mi viejo estaba operado de tres bypass, fue que empecé a hablar solamente con mi mamá. Y pasó de lo ideológico a contarme lo anecdótico, la historia de cómo se habían conocido, que trabajaban en la misma fábrica, pero se conocieron a través de la militancia, que tenían nombres de guerra pero ya sabían dónde trabajaba cada uno. Y me empezó a contar cosas que les fueron pasando y yo dije: “Tarde o temprano esta historia la tengo que contar”. No me animé a que fuera mi primera película porque es muy ambiciosa, pero después de haber hecho Solos en la ciudad me pareció un momento ideal.
–¿Qué tan fiel es la ficción a la historia real?
–Casi todo son cosas que pasaron. Cambiamos momentos: la clandestinidad y la muerte de algunos compañeros fueron en distintas circunstancias y yo traté de unificarlos para que fuera más contundente, pero los hechos son a partir de narraciones reales. La mayoría fueron de mis viejos y otras de compañeros. La investigación fue muy extensa. Tratamos de buscar lo que más reflejara el espíritu de la época.
–¿Le costó tomar distancia?
–Al principio traté de que fuera más distanciada pero sentí que el guión tenía más peso cuando decidí dejar de lado eso y dije “Vayamos a algo más pasional, más intuitivo”. Al principio no quería que quedara claro dentro de qué agrupación militaban, algo que también tenía que ver con protegerlos. Cuando les preguntaba cosas a veces mi papá o mi mamá me decían: “No, pará”, “Por teléfono no”. Todavía tienen miedo. Pero cuanto más estuvo empapado de realidad, más contundencia tuvo el guión.
–¿Siente que hacer esta película le ayudó a asimilar su historia?
–Me acercó a mis viejos. Tengo una muy buena relación con ellos, pero conocí muchas cosas, los entendí mucho más. Y cierro con una dedicatoria a ellos, no como mis papás sino como militantes de esa época. “A Simón y Gloria”, que eran sus nombres de guerra: se llaman Néstor y Alicia.
–Se hicieron muchas películas sobre la dictadura. ¿El mayor aporte de la suya es abordar la figura del sobreviviente?
–Hay muchas películas sobre desaparecidos, sobre gente que no sabía, sobre los hijos de... Yo me meto en el plano directo del militante. Creo que no hay ninguna peli que se haya jugado a decir: “El protagonista es un montonero”, siempre era alguien que tocaba de costado. Es un cambio de punto de vista muy fuerte porque es meterte en la cabeza del pibe que a los 25 años estaba decidiendo militar al punto de estar dispuesto a morir por un ideal. El tema de los sobrevivientes para mí es lo que termina de transformarlo en un homenaje a toda esa generación, a mis viejos y a sus compañeros también. Si bien se avanzó muchísimo en cuanto a la memoria, al reconocimiento de los desaparecidos, los nietos recuperados, los hijos, para mí falta todavía un eslabón y espero que esto dé un pasito en ese sentido y le meta una ficha más a la gente que pasó por todo eso, pero logró sobrevivir y zafar, y tuvo que reinventarse varias veces.
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