domingo, 27 de junio de 2010

APUNTES SOBRE MIRTHA LEGRAND

APUNTE 1

Almorzando con Harguindeguy

Familiares de víctimas de la represión durante la última dictadura militar reclamaron al juez federal Daniel Rafecas, a cargo de la investigación sobre ilícitos en la órbita del Cuerpo I del Ejército, que cite a declarar como testigo a la conductora televisiva Mirtha Legrand. El pedido lo concretó el periodista y abogado Pablo Llonto, representante legal de familias que actúan como querellantes en esa megacausa. El letrado pidió que Legrand sea citada a declarar a raíz de comentarios realizados el martes en el programa Almorzando con Mirtha Legrand, relacionados con el secuestro de una sobrina y el marido de ésta, durante el último gobierno de facto.
“Yo pedí ayuda en ese momento”, dijo la conductora. Y afirmó que realizó gestiones personales ante el ex ministro del Interior Albano Harguindeguy y que eso habría permitido la libertad de su sobrina. “Esas afirmaciones –expuso Llonto ante Refecas– indican que su testimonio es importante” para el sumario penal. Como Legrand no reveló identidades, el abogado señaló que el testimonio de la conductora podría servir para saber dónde estuvieron detenidos. Llonto agregó que también “se podría determinar la responsabilidad de Harguindeguy y otros funcionarios en las privaciones ilegales de la libertad, tormentos y homicidios ocurridos en la zona correspondiente al Primer Cuerpo del Ejército”.
 
APUNTE 2

Mirtha, una tía especial

Por qué ahora revela el secuestro de su sobrina desaparecida.
Era llegar de la escuela, ir derecho a encender el Zenith para ver a Los Tres Chiflados y después aceptar la decisión de mi madre y de todas las madres para poner Almorzando con Mirthalegrand, así todo junto, porque todavía no era Mirtha, ni La Señora.
Y en blanco y negro descubrimos la rosas rococó rosadas, aprendimos de sus modales, sus criterios estéticos, sus valores y la manera correcta de ser argentinos. Eran tiempos en que el Ser Argentino era el gran dilema a desentrañar, y Mirtha lo desentrañaba.
Ella fue el argentino que pedía Orden en los años bravos, que pedía mano dura cuando la mano venía mal, que invocaba la valentía y el coraje cuando la valentía y el coraje (la improbable valentía de aquellos militares) eran valores superiores al de la democracia. Y es que la democracia era lo más parecido a la anarquía, al viva la pepa. La democracia era ese sistema donde cada uno hacía lo que quería, en tiempos en que era insoportable lo que una parte de la población quería. Parafraseando a Aldo Rico, la democracia era la jactancia de los países cultos y poderosos.
Y Mirtha no parecía diferente a esos millones que aceptaban las calles acuchilladas por tanques, fálcones y patrulleros que tenían una tarea difícil por hacer: limpiar la sociedad de los grupitos de antisociales que querían imponer un estilo de vida anti-argentino. Pero Mirtha sí era diferente, era un megáfono glamoroso que decía aquello que muchos querían escuchar para tranquilizar sus dudas. Esas dudas que podrían traducirse en “¿Será cierto que los torturan y después los tiran al río?”. No, señora, quedesé tranquila, esa es la mentira que utilizan esos subversivos que no tienen límites. Que son capaces de inventar esas historias macabras para desprestigiarnos a todos, cuando en realidad están escondidos en Europa tocando la guitarra y planeando la manera de destruir nuestros valores.
Año 2010. Mirtha ya no es masiva como supo serlo durante tantos años, no es masiva pero sigue manteniendo parte de la representatividad que la hizo masiva, famosa y rica. Por eso sigue teniendo importancia lo que dice, porque lo que dice es lo que muchos piensan, pensarán o tienen ganas de pensar pero no se animan. Ella fue la única que se atrevió a expresar aquella duda existencial de “¿Se viene el zurdaje?”. Aquel “se viene el zurdaje” que ella se lo endosó a “lo que dice la gente” fue el testimonio de su más honda concordia con los valores de la dictadura militar y el conservadurismo con spray en la cabeza.
Y aunque sea tentador pensar que el endoso a la gente fue una manera de no hacerse cargo, lo cierto es que Mirtha sintoniza bien con su público, y es su público –y su público y ella tenían buenas razones para temer el regreso de ese fantasmagórico zurdaje– que finalmente Mirtha tuvo que soportar, con sus políticas y discursos que exhumaron cuestiones como las luchas sociales, lo nacional, las políticas populistas, los derechos humanos, el Estado que si bien no es plenamente benefactor es sin dudas –y si me permiten– ciudadano friendly, todo esto sazonado con algo de camporismo que pone los pelos de punta –de espanto o de entusiasmo–. Pero el mal mayor de este –su– zurdaje es que exhumó nuestra historia reciente.
Y entonces Mirtha vuelve a combatir al grupito que llegó para destruir nuestros valores, dice tenerles miedo, dice que son totalitarios, que cercenan libertades, que roban, que destruyen, que son el Mal. Hasta que un día, hace público un relato que ella suponía privado aunque los delitos nunca lo son: la historia de Mirtha, su sobrina y el marido secuestrados. Ella que habla con Harguindeguy. Harguindeguy que se la salva. Mirtha que cuenta la historia ahora. Y el marido de su sobrina que ahora sigue desaparecido.
Si uno la escucha atentamente se detecta el respeto que todavía tiene por aquel General de la Nación, un hombre que hacía su trabajo tal y como la Patria –en peligro– se lo demandaba. La Argentina acechada por una juventud violenta y cautivada por fuerzas extra-nacionales. Su sobrina que es parte de esa juventud, y ella que actúa como la tía Rosa (Rosa María Juana Martínez Suárez), traicionando el compromiso político de la ciudadana, la pública, Mirtha Legrand. Mirtha obligada por lazos y afectos familiares, que muchas veces nos hacen actuar en contra de nuestras convicciones.
Mirtha combate a los montoneros, pero la tía Rosa salva a su sobrina. Ya no están Los Tres Chiflados, ni el Zenith, ni mi madre, pero Mirtha sí y después de todo este tiempo nos cuenta esta historia de su sobrina. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Por qué nos revela que ya en 1977 ella supo que torturaban y desaparecían personas? ¿Para qué participarnos?
Quizá sea tautológicamente para eso: para participarnos, para hacernos partícipes de la crueldad que ella toleró y ayudó a tolerar y a comprender como necesaria. La crueldad que tantos negaban porque la negación es la mejor manera de tolerar. Pero Mirtha pasó de la tolerancia al respaldo entusiasta. Sus almuerzos fueron una pedagogía de lo siniestro, el doméstico televisor desde donde nos decía y nos sigue diciendo que somos argentinos, que somos su público, que somos como ella y que debemos ser como ella.
Mirtha nos cuenta y cuenta con nosotros, que si la miramos nos vemos a nosotros mismos en un espejo que nos dice que tendremos suerte. Porque su programa trae suerte.

APUNTE 3

El Rulo, un paradigma de su generación

Julio Enzo Panebianco, de 22 años, a quien sus amigos llamaban Rulo , fue secuestrado junto a su esposa, María Fernanda Martínez Suárez (hija del director del Festival de Cine de Mar del Plata, José Martínez Suárez, hermano de Mirtha) el miércoles 2 de marzo de 1977 a la noche en un departamento frente al Jardín Botánico. Ambos fueron conducidos al centro clandestino de detención conocido como Club Atlético (Mirtha dijo al aire que su sobrina creía haber estado en una unidad militar de Palermo), una dependencia de la Policía Federal ubicada en Paseo Colón entre San Juan y Cochabamba donde descollaban torturadores tan vesánicos como El Turco Julián (Julio Simón), Colores (Juan Antonio del Cerro) y Cobani (Samuel Miara). María Fernanda fue liberada días después por orden del ministro del Interior, general Albano Hardindeguy. Ante el juez Baltasar Garzón declaró que en esos dos días pudo escuchar cómo torturaban a su marido. Dos semanas después, el 18 de marzo, Julio fue asesinado. Sus captores lo condujeron junto a otros tres desaparecidos, dos chicas y un muchacho, a la calle Labardén al 300, cerca de la cancha de Huracán, los metieron en un Citröen 3 CV amarillo de otro desaparecido y los ametrallaron. Fingieron así un “enfrentamiento”, por lo que se labraron actuaciones en la seccional. Según éstas, uno de los intervinientes en el tiroteo fue “el auxiliar de inteligencia Rogelio Guastavino”, que era el alias de Raúl Guglielminetti. Los cuerpos fueron sepultados clandestinamente como NN en el cementerio de Chacarita, donde todos fueron ubicados e identificados, excepto el de Julio. Hace seis años, parecía habérselo ubicado: se exhumó un esqueleto pero tiempo después el Equipo de Antropología Forense confirmó que no pertenecía a Julio.
Criado en Lomas de Zamora, Julio cursó estudios secundarios incompletos en el Nacional de Temperley, donde se hizo amigo entrañable de Carlos Alberto Lito Chiapollini, que fue secuestrado por una patota de la Armada cinco días antes que él. Para entonces, Chiapollini ya había muerto en la Esma (bebió agua de un inodoro después de una sesión de picana). Rulo y Lito comenzaron a militar en la JP en la Circunscripción 13 (Montserrat) en 1972. Su primer responsable fue Enrique Keny Berroeta, cuyos rastros se perdieron en la Esma cuando tenía 23 años y cuatro hijos. Otro miembro de aquél ámbito fue Claudia García Iruretagoyena, futura esposa de Marcelo Gelman, cuyos restos todavía son buscados en Uruguay. Rulo y Lito militaron luego en la JP de la Circunscripción 12 (San Telmo). Según Cristina Muro, viuda de Lito , Rulo conoció a María Fernanda en el departamento de la Negra Alicia País, en Parque Lezama. Alicia y su marido, Enrique Quique Juárez estaban vinculados con el mundo del cine, y Alicia era amiga de María Fernanda. Juárez, jefe nacional de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) fue secuestrado a fines de 1976 y permanece desaparecido. Alicia, presa en la cárcel de Villa Devoto, murió de un ataque de asma a fines de 1977. Al parecer, Julio también revistó en las filas de la UES durante un fugaz intento de terminar su secundario en un colegio cercano a Plaza Constitución, posiblemente el Nacional Nº 1 Bernardino Rivadavia. Lo cierto es que al momento de ser secuestrado militaba en la JTP de la DGI, donde trabajaba. En síntesis: Rulo Panebianco era un joven optimista, valiente, pícaro y gracioso, que creía tan sinceramente como el Che en la revolución: un arquetipo de su generación.

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