domingo, 27 de junio de 2010

“Estaría bueno que la Justicia pregunte a Legrand lo que sabe de esos años"

Entrevista exclusiva con Julieta Panebianco, la sobrina nieta de la conductora de televisión. 
 
FOTO: Julieta tenía sólo cuatro meses cuando una patota chupó a sus padres, en el ’77. Su madre logró recuperar la libertad. (VALERIA NICCOLINI) Abajo Izquierda: Julio Panebianco tenía 22 años cuando se lo llevaron y militaba en la JTP. Abajo Derecha: Julieta y su hermano, de chicos. Los dos presenciaron cuando lo secuestraron.
 
El martes 15 de junio la señora Mirtha Legrand sacudió el solemne y acartonado almuerzo de su programa para confesar con cara de circunstancia que una sobrina suya había sido secuestrada junto a su marido durante la dictadura y que gracias a su gestión había logrado que la liberasen a las cuarenta y ocho horas. La conductora explicó al aire que le solicitó ayuda primero a los interventores de Canal 13 y después al ministro del Interior de Jorge Rafael Videla, el general Albano Harguindeguy. “A mi sobrina la liberaron, pero al marido no”, precisó.
La sobrina de la conductora tiene nombre y apellido: María Fernanda Martínez Suárez. Su hija, que tenía pocos meses de vida cuando secuestraron a sus padres, también: Julieta Juana Panebianco. Tiene 33 años y desde que su distante tía abuela dijese lo que dijo en su programa, un nuevo cimbronazo sacudió su vida. Miradas al Sur estuvo con ella en una taberna de San Telmo. Tenía ganas de repasar y contar su historia. Y no con cualquiera.
–¿Cómo te enteraste de las declaraciones de Mirtha Legrand?
–Leyendo los diarios al día siguiente. En un principio me quedé en blanco y después me puse muy nerviosa. Busqué en internet el video con las declaraciones. Yo no recuerdo que mi mamá haya dicho que había escuchado el sonido de trenes y, además, eso no lo declaró en sus testimonios.
La conductora había dicho que su sobrina, en cautiverio, había escuchado el pesado sonido de varios trenes.
–Mi mamá al principio pensó que habían estado en el Regimiento de Patricios por la distancia del trayecto desde nuestro departamento hasta su destino final, y porque todavía no estaba extendido el conocimiento de los centros clandestinos de detención. La detuvieron militares y conectó con ese regimiento donde hay militares. Mis dos abuelos, materno y paterno, enseguida hicieron los trámites de habeas corpus . Toda la familia se movilizó por mis padres, y sabían que Legrand había hecho gestiones con los milicos para que larguen a mi vieja, pero mi mamá no declaró en sus testimonios judiciales que le hayan dicho que la habían soltado por ser la sobrina de ella.
–¿Por qué pensás que habla ahora, más de treinta años después?
–No es casual. Hacía poco se había solidarizado con Ernestina de Noble y como está a punto de estallar todo por el aire con el caso de sus hijos apropiados, ahora se quiere despegar. Es obvio que al menos uno de esos chicos es apropiado. Fue una barrabasada solidarizarse con la Noble.
–¿Legrand tiene que declarar en la Justicia sobre sus dichos?
–Estaría bueno que la Justicia le pregunte qué sabe de todo lo que pasó en esos años. No sé si sabe mucho o no, o si les preguntó a los milicos qué hacían con las personas secuestradas. Pero claro que sí, que aporte todo lo que sabe porque cualquier cosa que sume nos sirve a todos nosotros para conocer mejor lo que pasó en la dictadura, un período de nuestra historia que todavía algunos quieren tapar.
–¿Qué te pasó a vos?
–Me impresionó mucho que se contara parte de mi vida en los medios. Igual tuve que salir a aclarar algunas versiones que se difundieron sobre mi papá ( NdelR : se había dicho que el cuerpo de su padre había sido identificado). Es real que Mirtha hizo gestiones por mi mamá, y con eso no puedo ser ingrata. Pero su rol de comunicadora a lo largo de los últimos veinticinco años, ante semejante genocidio, es reprochable. No está y nunca estuvo conectada con lo que realmente pasó en Argentina en los años de la dictadura. Y además desconoce lo que pasó con la búsqueda posterior de mi viejo y que nosotros nos enteramos que lo mataron en un enfrentamiento fraguado (Legrand, en sus declaraciones televisivas dijo: “Nunca más supimos de él”). Se ocupó del caso de mi mamá y quedó ahí. No me sorprende. Ya sabemos quién es y no se le pueden pedir peras al olmo.
Julieta es delgada, usa el pelo largo y llegó al bar abrigada con un sacón de lana de color violeta. Ahora, sentada junto a Miradas al Sur en un entrepiso con paredes de madera, gesticula con las dos manos al hablar. El corazoncito que lleva colgado del cuello le baila cuando se revuelve sobre la silla.
A los 23 años, tiempo después de haber terminado la secundaria en el progresista y palermitano Nicolás Avellaneda, se cargó una mochila al hombro y se fue a viajar por México con su pareja y su primer hijo en la panza. Se acercaba el fin del menemismo y ella necesitaba un rotundo cambio de aire. Sentía que acá algo estaba por explotar. Allá tenían techo y comida en la casa de la hermana de su padre, exiliada durante la dictadura. Julieta tocaba la batería y su novio el bajo. Durante un tiempo tiraron un paño con artesanías en plazas y parques. Más adelante, armaron una cuerda de percusión con la que vivieron momentos inolvidables. Luego, pusieron una sala de ensayo.
“Estuvo muy bien la experiencia mexicana, me gusta viajar”, cuenta. “Pero en un momento me di cuenta que quería volver para conectarme con mi historia.” Pisó suelo argentino a comienzos del 2004. Manú ya tenía cuatro años. Ese mismo año entró a trabajar en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad. Arrancó en el área de prensa y comunicación, con Oscar González, actual vicejefe de Gabinete de La Nación. “Fue él quien me motivó para que estudie fotografía”, detalla Julieta. Estudió fotoperiodismo en Argra y hoy es la encargada de lograr las imágenes institucionales de la Defensoría. A los pocos días de haber entrado a su nuevo trabajo, se realizó la histórica apertura de la Ex Esma. Ella quería ir pero no se animaba a pedir permiso. González llamó a la oficina y autorizó a todo el personal. “Era un día histórico y no daba para perdérselo”, recuerda. Ese mismo año se subió a un micro con destino a Jujuy. Por medio de un amigo se había acercado a la murga Los verdes de Monserrat , y casi sin conocerlos, no lo pensó dos veces. El viaje de los murgueros, que realizan todos los años, tenía un objetivo concreto: participar del homenaje que se hace todos los años a los obreros desaparecidos en el apagón del ingenio de Ledesma. En el viaje le contaron que el primer show de la murga había sido en el Club Atlético, el centro clandestino de detención y exterminio donde habían estado secuestrados sus padres. “Lo mío era el redoblante –aclara– no me daba para bailar.”
–El día que secuestran a tus viejos, ¿vos estabas ahí?
–Sí. Tenía cuatro meses. Fue el 2 de marzo de 1977. Fui reconstruyendo los hechos con mi familia. Vivíamos en un primer piso frente al Botánico, en Palermo. Estaba mi mamá, mi hermano mayor de cuatro años, mi bisabuela y yo. Una patota tiró la puerta abajo a eso de las ocho de la noche. Buscaban a mi papá. Como no estaba, lo esperaron. A nosotros nos encerraron en un cuarto. A mi mamá la esposaron y vendaron y también la guardaron en alguna parte de la casa. Los secuestradores eran muy jóvenes y estaban nerviosos, con miedo. En un momento uno de los tipos intercambió unas palabras con mi hermano, en tono confidente y cínico. Los hijos de puta le preguntaban cómo se llamaba. Cuando llegó mi papá lo tabicaron y se lo llevaron junto a mi mamá. Antes de irse, saquearon el departamento. Y nosotros, con mi hermano, tan chiquitos, vibrando toda esa mierda.
La historia completa del secuestro y posterior desaparición de su padre, Julieta la empezó a armar a los ochos años, cuando su madre la sentó y se la relató, mirándola fija a los ojos. En 1984, María Fernanda Martínez Suárez declaró ante la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep, legajo 2.781) que había estado detenida en una dependencia militar desde el 2 hasta el 4 de marzo de 1977. Y veintinueve años después volvería a testimoniar detalles de su cautiverio en el juicio oral que se le siguió al represor Jorge Carlos Olivera Róvere. “Mi mamá hizo las denuncias en todos los lugares que se abrieron para hacerlas y siempre aportó su testimonio para la verdad y la justicia.”
Julio Enzo Panebianco, Rulo , había nacido y crecido en Lomas de Zamora. De chico formó parte de un grupo de boys scouts . Cursando el colegio secundario decidió cambiar de tipo de organización y dio sus primeros pasos en la política al sumarse a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Conoció a la madre de Julieta en una de las tantas unidades básicas que afloraban como hongos a comienzos de la década del ’70 en la ciudad. Cuando lo secuestraron, Julio tenía 22 años. Ya militaba en la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) y trabajaba en la DGI.
Un ex detenido del Club Atlético compartió celda con Julio Panebianco. “Este hombre nos hizo llegar una carta”, cuenta Julieta, con los ojos vivaces y muy abiertos, “en la que contaba que a mi papá lo tiraron dentro de la celda a las tres de la mañana y que le habían dado con mucha saña y en todo el cuerpo”. La madre de Julieta, acurrucada en su celda, escuchó las torturas que sufría su marido.
–¿Cómo fue el tema del trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (Eaaf) en el caso de tu papá?
–Los antropólogos identificaron restos humanos de un caso de un enfrentamiento fraguado por los milicos. Los estudios certificaron que mi viejo había estado ahí, por unas huellas dactilares, y de ahí surge el dato de que lo habían matado junto a otros tres militantes, arriba de un Citröen. Fue en Parque Patricios, el 18 de marzo del ’77.
Corría el año 2004 cuando el Eaaf realizó la exhumación de los restos de aquel enfrentamiento fraguado. El trabajo se realizó en el cementerio de Chacarita y los análisis fueron contundentes: los restos pertenecían a una mujer, y no a Julio, el padre de Julieta. “No me movió un pelo que no hayan encontrado sus restos”, confiesa. “Si eran o no los restos de mi papá, a mi me daba lo mismo. Mi viejo estaba muerto desde el 18 de marzo del ’77, y de alguna manera me deja tranquila saber que su sufrimiento duró sólo catorce días.”
–¿Pensaste alguna vez que Legrand pudo salvar a tu papá?
–Nunca se me pasó por la cabeza reprocharle que no haya salvado a mi viejo.
Se nota que la acusación hacia la conductora televisiva se refiere a su rol ante la sociedad entera y no ante su familia en particular. Julieta no lo dice pero hay ahí un sentimiento muy especial: se sabe víctima de una masacre colectiva. No se trata de salvar individuos en particular, aunque sea su padre: se trata de un genocidio y del papel que jugó esa figura pública ante esa totalidad.
Julieta rescata algo positivo en las palabras de su tía abuela: “Al decirlo ella, hay mucha gente que se va a callar antes de decir pelotudeces sobre los desaparecidos. Yo misma escuché a algunas personas afirmar que los desaparecidos estaban en Europa. No sé si lo creían o lo decían para provocar, pero hoy la verdad también la dice Mirtha Legrand y toda esa gente, espectadora de ese mundo de mierda, ya no tiene lugar para decir boludeces. Que lo diga ella sirve para abrir la cabeza de los negadores. Y da cuenta también de que la verdad es innegable y que la lucha dio sus frutos”.
Julieta hace una pausa para mojarse los labios con un trago de cerveza. En lugar de retomar el hilo de la historia, prefiere condensarla en algunos papeles y fotos que saca de la cartera de hilo que tiene sobre las piernas. Ofrece los objetos en absoluto silencio. Un brazalete de cuero de la JP, una libreta de los campamentos a los que fue su papá con su grupo de exploradores, una foto en blanco y negro de Rulo , un carné que acredita su participación en el Operativo Dorrego formando parte de la JP, varias fotos de ella con su hermano, su mamá, su papá y su abuelo.
Julieta repite permanentemente que se siente muy conectada con su padre. Cuenta que hace algunos años se hizo una carta natal y que ahí le dijeron que había tres fechas claves en su vida. Dos ya habían pasado y la restante no. En ese momento advirtió que las dos primeras tenían que ver con el año que su mamá le contó lo que había pasado con su padre y con el momento que supo que lo habían fusilado en un enfrentamiento fraguado. La tercera fecha era mayo de 2010, y estaba acompañada por tres palabras: frutos, forma, orden. Se había olvidado de eso, hasta ahora. No fue exacta la fecha pero casi: mediando junio habló Legrand. Julieta saca la carta natal de la cartera, y la muestra. “Estoy terminando de armar el rompecabezas de mi papá, formando su historia. Y me agarra en un momento especial. Estoy preparada para enfrentar todo esto, tengo cosas para decir”.
LA DESMEMORIA DE LA DIVA DE LOS ALMUERZOS
En septiembre de 1978 Mirtha Legrand decía en su almuerzo televisivo que había una campaña organizada contra la Argentina en el exterior. Acompañada por una joven Susana Giménez que argumentaba que eso se debía a “la falta de cultura”, Legrand se quejaba porque se atacaba a la Argentina desde Europa. Y aseguraba que el problema era la falta de información. Sin embargo, Legrand sabía muy bien que no se trataba de una campaña orquestada ni mucho menos de una carencia de información, sino de voces que gritaban verdad. Lo sabía bien porque ella misma, un año antes, había intervenido en el secuestro y desaparición de su sobrina. Por eso, el testimonio televisivo de la ex actriz del 15 de junio último provocó la reacción de periodistas, activistas por los derechos humanos y funcionarios, indignados por el silencio que la conductora mantuvo durante más de treinta años. El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, se quejó por “la familiaridad con la que hablaba de los peores como Videla y todos estos siniestros personajes del mal llamado Proceso”. Y agregó: “No la veo preocupada por lo que estaba sucediendo en aquel momento porque los archivos la muestran de otra manera”. Lo cierto es que Legrand podría ser llamada a declarar como testigo en la mega causa que investiga los delitos de lesa humanidad ocurridos en el área del Primer Cuerpo de Ejército, a cargo del juez Federal Daniel Rafecas. El pedido lo presentó el abogado y periodista Pablo Llonto, representante legal de familias que actúan como querellantes en esa causa, reabierta por la Cámara Criminal Federal luego de que en agosto de 2003 el Congreso Nacional anulara las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final.

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