La obsesión por desestabilizar el país y destruir la Revolución tuvo en los años 60’ uno de sus capítulos más aborrecibles en la llamada “Operación Peter Pan”. A través de la misma, 14 mil niños cubanos fueron separados de sus hogares – utilizando el engaño como herramienta –, y trasladados a los Estados Unidos.
Debido a que las leyes propuestas por el Gobierno revolucionario en aquella época se estaban llevando a cabo con éxito y tenían un gran apoyo popular, los enemigos del proceso cubano idearon una propuesta que, según ellos, podría ser creída por la mayoría de la población. Así redactaron una falsa ley en la que el Gobierno revolucionario aparecía arrancando a los padres la patria potestad sobre sus hijos. Una mentira que se afincó en la mente de muchos padres cuando se hizo circular clandestinamente como un decreto sustraído de una dependencia gubernamental.
Se planteaba que la patria potestad de las personas menores de 20 años de edad sería ejercida por el Estado. Que todo menor de edad permanecería al cuidado de sus padres hasta que cumpliera la edad de tres años, pasados los cuales debería ser confiado para su educación física y mental, así como su capacidad cívica, a la Organización de los Círculos Infantiles (OCI), organismos que por ley quedaban facultados para disponer de la guardia y cuidado de la persona y en ejercicio de la patria potestad de esos menores.
También planteaba que la Organización de los Círculos Infantiles dictaría las previsiones necesarias para que todo menor de edad comprendido entre tres y diez años permaneciera en la provincia donde residieren sus padres, y procurado que tenidos en el domicilio de los mismos no menos de dos días al mes, para que no perdieran su contacto con el núcleo familiar. Pasados los 10 años todo menor podría ser asignado para su instrucción, cultura y capacitación cívica al lugar que más apropiado fuese para ello.
La Operación Peter Pan (también Operación Pedro Pan), fue una maniobra coordinada entre el Gobierno Federal de los Estados Unidos, la Iglesia Católica y los cubanos que se encontraban en el exilio. Tuvo lugar entre el 26 de diciembre de 1960 y el 23 de octubre de 1962. La operación fue diseñada para transportar a los niños de padres cubanos que se oponían al gobierno comunista, y luego se extendió para incluir a los hijos de padres que se encontraban preocupados con la posibilidad de que los niños fueran embarcados a campamentos juveniles en la Unión Soviética con fines de adoctrinamiento.
De acuerdo con declaraciones de Monseñor Byran O. Walsh, a finales de 1960 directivos de la Cámara Americana de Comercio en La Habana se le acercaron con la noticia de que algunos amigos cubanos querían enviar a sus hijos hacia Estados Unidos. Más tarde se desencadenaron las gestiones por diferentes personas e instituciones, tanto en Cuba como en los EE.UU., hasta que entre el 26 y el 31 de diciembre de 1960 arribaron 25 niños de la primera etapa de la Operación Peter Pan.
Con anterioridad había que abonar muy bien el terreno mediante una amplia campaña de mentiras. En el libro Operación Peter Pan, de los autores Ramón Torreira y José Buajasán, se lee:
…en la impresión y distribución de propaganda sobre la patria potestad participó, junto a la Iglesia Católica, una coalición de cinco organizaciones contrarrevolucionarias aliadas a la democracia cristiana: el MRP, el Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), el Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE), el 30 de Noviembre y el Movimiento Demócrata Cristiano (MDC). También estuvieron involucrados a esta actividad bandas de alzados en el Escambray".
Otra película que trata sobre el tema es:
Del otro lado del cristal (1995)
Un documental sobre la Operacion Pedro Pan, filmado en Cuba, relatos de ocho cubanas residentes en Puerto Rico y Estados Unidos que vivieron esta experiencia en su infancia.
Color 52 Minutos.
Del otro lado del cristal, dirigido por Guillermo Centeno, Marina Ochoa, Manuel Pérez y Mercedes Arce, es un emotivo film del ICAIC rodado en los Estados Unidos en 1995, que se hace eco de las consecuencias dramáticas que tuvo una de las muchas artimañas desestabilizadoras con que la reacción intentaba minar al gobierno revolucionario desde sus inicios.
En 1960, en plena campaña alfabetizadora, miles de escolares cubanos fueron enviados al campo durante cortos periodos de tiempo para enseñar a leer y escribir a una población que nunca antes había tenido acceso al estudio. Aquel acto puramente solidario dio lugar a que grupos derechistas y católicos de la isla y de los Estados Unidos difundiesen entre la población una falsa ley en la que se afirmaba que el Estado cubano iba a privar a los padres de la patria potestad de sus hijos. El rumor tuvo el efecto de alarmar en grado sumo a buena parte de una burguesía ya contrariada por el cambio, que a partir de 1961 decidió curarse en salud enviando a los Estados Unidos a más de 14.000 niños cubanos de entre seis y dieciséis años de edad, en un viaje que se suponía temporal («Fidel Castro no va a durar más de seis meses», decían) y que pasó a la historia con el nombre de «Operación Peter Pan». Pero un año más tarde los Estados Unidos rompieron sus relaciones diplomáticas con la isla, impidieron la emigración legal y aquellos niños se quedaron en tierra de nadie, sin sus familias y en un ambiente extraño
La sensibilidad de este film radica en que deja hablar a sus anchas a ocho de aquellas niñas cubanas, hoy adultas y residentes en diversos lugares de los Estados Unidos, que fueron víctimas inocentes del enfrentamiento de sus familias burguesas con la Revolución. No hay odio en ellas y sólo una se permite tratar a Fidel Castro de «cacique, macho recontramacho y padre de todos» y a afirmar que tiene miedo a volver a Cuba tras haber expresado abiertamente lo que piensa. Otra, en cambio, cuenta con sorna que uno de sus recuerdos infantiles más persistentes es de cuando su abuelo español –se adivina que lo era, pues la nieta imita el acento– se quedaba estupefacto ante los largísimo e ininterrumpidos discursos de Fidel y decía: «¿Este hombre no va al baño a orinar?». En todas ellas se vislumbra la huella imborrable que les dejó una situación incomprensible a su corta edad, la represión inconsciente del dolor durante largos años, el desamparo, la extrañeza del reencuentro con sus familias –no todos aquellos niños volvieron a ver a los suyos–, el caos familiar que la aventura acarreó. Los padres que se desprendieron de sus hijos mientras aguantaban en la isla a la espera de poder vender sus pertenencias no se dieron cuenta de que, al hacerlo, perdieron la patria potestad que tanto defendían y ahora sus hijas les reprochan amargamente que «los ladrillos de la cabrona casa eran más importantes que mi soledad en un país extraño». Lo curioso –la fuerza increíble de la «cubanidad»– es que estas ocho mujeres hayan conservado un español tan perfecto en un medio en que el espanglish hace estragos, pero todavía más curioso y enternecedor es que todas se definan a sí mismas como cubanas y extranjeras en una tierra donde han pasado la mayor parte de sus vidas. De hecho, dice una, ya no son de ningún sitio y la única ventaja de su situación es que los niños que no son de ningún sitio van al limbo, no al infierno.
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