Luis Buero hace un análisis de la televisión argentina actual, los estereotipos que la atraviesan y la pobreza que caracteriza sus propuestas.
Por Luis Buero *
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-161167-2011-01-26.htmlHace ya varios años la Universidad de Morón publicó –una edición sin fines de lucro– mi libro Historia de la TV argentina contada por sus protagonistas (1951/96); luego escribí otro volumen pero ya dedicado exclusivamente a los guionistas, que puede bajarse gratuitamente de Internet y se titula Hablan los autores. Y a principios de 2011 la misma universidad editará la continuación del primer libro, es decir, la historia de nuestra televisión pero desde el ’97 hasta el año 2008. Varias veces he pensado “¡qué suerte que cuando me propusieron hacer la segunda parte, a fines de 2007, el período a considerar sólo incluyó desde el ’97 hasta el año 2008!”.
Nadie puede negar –al menos si se pone del lado del público– que la creatividad de la tele argentina está pasando por su momento más oscuro. Pobreza de ideas tal vez sólo comparable a los años de la dictadura, con la diferencia de que en ese momento la imaginación estaba cercenada por la censura y hoy hay, diríamos, casi una hemorragia de libertad expresiva.
Pensemos en las excusas que nos darían los programadores. Este medio se sostiene en cuatro patas: contenidos, tecnología, recursos (léase ingresos publicitarios) y contexto social. ¿Qué les estará fallando? ¿Por dónde se les suelta la cadena?
Si decimos que los contenidos no sobrepasan la mediocridad general, ¿a cuál de las otras cuatro patas le echamos la culpa? ¿Los que crean o deciden qué proyecto elegir son menos ingeniosos que la tabla del uno? Pasemos a algo más fácil de dimensionar. ¿Faltan recursos? Los ingresos publicitarios ya venían en decadencia desde mediados de la década del ’90 y sin embargo tuvimos productos creativos como Vulnerables, Tiempo final, El garante, Los Simuladores, Hermanos y detectives, Los exitosos Pells, telenovelas como Vidas robadas, etc...
Por otro lado, antes, en los ’80 democráticos, Situación límite se hacía con cuatro actores y una tarima, y a principios de los ’90, La familia Benvenuto era una comedia en vivo realizada totalmente en interiores. Y hoy los americanos producen el ficcional In Treatment con menos decorado que nuestro periodístico A dos voces; y en la exitosísima y super inteligente serie Dr. House siguen mostrando el plano general de la maqueta de la clínica, con la misma camioneta negra de juguete estacionada a la izquierda.
Mientras ellos, repito, los yanquis, aún en plena crisis, crean Lie to Me, Death Drop Diva, The Good Wife, The Big Bang Theory, etc... todas series de bajo presupuesto con detalles originales, nosotros ¿qué vemos?: Malparida, una historia otra vez basada en la venganza (¡pobre Montecristo!) con vericuetos infantiles, diálogos superfluos y actuaciones que –¿será culpa del texto?– parecen de alumnos de una muestra de teatro de primer año de estudios.
Por otro lado seguimos soportando la “tinellización” del resto de la pantalla, los ciclos parásitos (de chimentos, de archivo, de panel, es decir, los nuevos géneros que pululan desde que la falta de plata es la coartada de lo paupérrimo en ingenio) que reproducen los enfrentamientos de jurados y bailarines del programa de Tinelli, ese productor que se ha convertido en el sinónimo de la palabra televisión, gracias al porcentaje de menos de mil familias contratadas por Ibope que le dan los puntos de rating necesarios como para “representar el gusto de más de 40 millones de argentinos”.
Al mismo tiempo, otros conductores de la medianoche que antes lo criticaban (a Tinelli) y mientras tanto presentaban a los “ilustres desconocidos”: científicos, escritores, poetas, hoy llevan a su sofá a chicas mediáticas y les preguntan de qué manera les gusta practicar el sexo oral.
Y finalmente nos queda la guerra periodística entre multimedios (oficialismo vs. Clarín o viceversa) que ya ha facilitado las clases de todos los docentes de periodismo, que años atrás debían rastrear los medios para buscar ejemplos para sus alumnos, a fin de mostrarles los mensajes subliminales, y los procesos inadvertidos de socialización, y ahora los resaltan groseramente sin esfuerzo con sólo mirar los títulos, volantas, copetes, epígrafes.
Ahora ya nada es desapercibido, subrepticio. Todo es chapucero, evidente, provisional. Porque los que están en contra del Gobierno criticarían (en sus programas de entrevistas, noticieros o de almuerzos) hasta que la Presidenta invente la grajea de la inmortalidad, y los que están a favor les parece que todo lo que hacen los funcionarios K es maravilloso y providencial, perjudicando la imagen del mismo Gobierno con tanto chupamedismo.
Lo peor de todo lo expuesto es que, como escribió alguna vez Joan Ferrés, en la relación de la televisión con el público se invierte el efecto placebo. El placebo es un medicamento inocuo (un globulito de azúcar) que algunos médicos dan a sus pacientes hipocondríacos, los cuales los consumen creyendo que contienen una droga curativa y por sugestión se sienten mejor. La televisión, al revés, es consumida por el público pensando que no nos produce ningún efecto, y sin embargo, nos simplifica el pensar con estereotipos reduccionistas, nos afecta el buen gusto con productos baratos intelectualmente y hasta morbosos, nos da modelos de identificación muy criticables, y pretende enternecernos con sujetos ridículos, enfermos de narcisismo o directamente de apariencia psicótica.
Ojalá si los productos de la pantalla chica argentina no cambian nos animemos a decir y hacer como Groucho Marx: “La televisión es un invento muy educativo, cuando veo que alguien enciende un televisor, voy a la biblioteca y leo un libro”.
* Guionista, periodista, psicólogo social.
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