Un hombre en el laberinto de su cabeza
Con un grado de ferocidad y una eficiencia cómica poco habituales en el cine argentino, la película de Solarz sigue los caminos de Javier, un guionista misántropo al que el abandono de su mujer, entre otras cosas, no parece afectarlo demasiado.
Por Horacio Bernades
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-22014-2011-06-16.htmlA Juntos para siempre, ópera prima como realizador de Pablo Solarz –guionista de Historias mínimas, Quién dice que es fácil y Un novio para mi mujer– van a lloverle acusaciones de misoginia. ¿La razón? El protagonista lo es, y en estos casos es muy común que cierta corrección política, poco dada a los matices, no diferencie el punto de vista del protagonista del del narrador. Habrá quien se percate de que no son las mujeres las que salen mal paradas de la película de Solarz, sino todos: hombres, mujeres, madres y niños. Sobrevendrá allí otra acusación: la de misantropía. Como si eso fuera un defecto y no un punto de vista. Lo que importa es que el enfoque no es, en este caso, algo que se imponga forzadamente al relato, sino un punto de llegada, al que la propia lógica de los personajes conduce.
Trailer "Juntos para Siempre" por yuanpatric
Siendo su protagonista un guionista, es perfectamente pertinente que el hecho mismo de narrar sea uno de sus ejes. Está el relato que Javier escribe, que la película va poniendo en imágenes, y están además el relato que presenciamos y también el recuento de su separación, que lleva a cabo en el consultorio de su analista. Figuras de ese paisaje mental, jamás sabremos cómo son “en realidad” su siniestra mamá (Mirtha Busnelli, inmejorable) y ese arquetipo (¿o estereotipo?) de rubia tarada que es Laura, su nueva novia (a Florencia Peña el papel le sale de taquito), porque la única “realidad” que conocemos es, como en las películas escritas por Charlie Kaufman, la de su mente. Pero en esas películas (¿Quieres ser John Malkovich?, El ladrón de orquídeas, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos) los procesos mentales son el verdadero protagonista, mientras que aquí el tema pasa por la disociación entre el cerebro del creador de historias y el mundo externo. No por nada en la escena de títulos la cabeza de Javier está cortada.
De esta diferencia deviene también que Juntos para siempre sea una comedia más clásica –más sencilla, más lineal, menos asfixiante– que las escritas por Kaufman. Habrá quien halle en el muy neurótico, narcisista y psicoanalizado Javier Gross un doble de Woody Allen. No parece ser el caso: mientras que Woody crea héroes que lo representan (de allí la frecuente autoindulgencia), Javier es la clase de héroe que nadie quisiera ser. Tal vez se parezca más al Larry David de Curb Your Enthusiasm o, por qué no, de Que la cosa funcione. Con un grado de ferocidad y una eficiencia cómica poco habituales en el cine argentino (la lectura del menú de un restorán tilingo de Palermo no desentonaría en un episodio de Seinfeld), Juntos para siempre hace algún ruido, sí, cuando Solarz se deja tentar por ese pecado de guionista que son los diálogos demasiado escritos.
Demasiado escritos y, a veces, demasiado bien sincronizados: en dos o tres escenas, el prolijísimo ping pong dialéctico suena a teatro. Es un riesgo inevitable, en tanto el teatro de boulevard es vecino de toda sitcom, y Juntos para siempre es, finalmente, eso: una sitcom envenenada, que en lugar de 22 minutos dura una hora y media y que en lugar de en inglés es en castellano. Pero ojo: quien crea que en términos estéticos el de la sitcom es un formato intrínsecamente conservador, hará bien en prestar atención al plano de apertura de Juntos para siempre. En él, Javier aparece sentado frente a cámara, hierático, mudo e inmóvil, sin un maldito contraplano que ayude a entender qué está pasando. En el resto de la película, el desconcierto no proviene tanto de la puesta en escena, tan simple y funcional como toda sitcom, sino de la ambigüedad de enfoque de Solarz, llamada a despertar discusiones, irritaciones y malentendidos.
JUNTOS PARA SIEMPRE
Argentina, 2011
Dirección y guión: Pablo Solarz.
Fotografía: Rodrigo Pulpeiro.
Música: Nicolás Diab.
Intérpretes: Peto Menahem, Malena Solda, Florencia Peña, Mirta Busnelli, Luis Luque, Silvia Kutica, Marta Lubos.
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