Un espacio vacío y una tribuna que ya no tira papelitos
A lo largo de más de cuatro décadas, el dibujante y
humorista gráfico supo sintonizar con lo más genuinamente popular de sus
lectores. Creador de personajes inolvidables, como Clemente, Bartolo y
la Mulatona, Caloi es un referente para varias generaciones.
Por Andrés Valenzuela
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/18-25164-2012-05-09.html
Ayer
murió Caloi. El creador de Clemente tenía 63 años y llevaba un buen
tiempo dándole largas al cáncer, quizá para poder darse el gusto de ver
en cines Anima, un largometraje de animación en el que había participado
junto a otros dibujantes a los que admiraba. Era porteño como pocos,
aunque nació en Salta y vivió y formó familia en Mármol, al sur del
conurbano bonaerense. Desde allí y a lo largo de más de cuatro décadas
de trabajo, supo sintonizar con lo más genuinamente popular de sus
lectores. Tenía todos los rasgos esperables en un peronista a la vieja
usanza: era apasionado del fútbol (hincha de River), le gustaba la
política y disfrutaba del tango. Sufrió la censura en distintas
ocasiones y con los años aprendió a gambetearla deslizando sutilmente
sus ideas entre las viñetas. Pasa que –el lector disculpará la
expresión– era un humorista del carajo. Uno que reflejó con inteligencia
y agudeza la idiosincrasia argentina en general y porteña en
particular, destacando rasgos y contradicciones. También fue difusor
indispensable de la animación de autor, con su ciclo televisivo Caloi en
su tinta, que lo convirtió en referente a nivel mundial y que hoy
resulta clave para explicar la pervivencia de la disciplina en
Argentina.
Ayer murió Caloi. Si el ambiente de la historieta y el humor gráfico
ya andaba cabizbajo recordando la partida del guionista Carlos Trillo,
casi un año atrás, enterarse del fallecimiento de Carlos Loiseau bastó
para oscurecer por completo la jornada.46 años a tinta
Dibujó desde chico, fascinado con la imagen impresa, cuando todavía se llamaba Carlos Loiseau. Solía contar que comenzó siendo un cronista de su propia casa y luego de su barrio. Tenía las influencias de sus lecturas de niño, que eran las principales publicaciones historietísticas de su niñez, que coincidía con la época de oro de la historieta argentina. Más adelante incorporaría el impacto decisivo de Oski y Copi, legados visibles en su emblemático Clemente, del primero por sus pajarillos, del segundo por sus figuras redondeadas.Su primera publicación profesional llegó pronto, en 1966, cuando recién tenía 17 años. Tras un breve peregrinar por las publicaciones del sector, Caloi se encontró con un generoso Landrú y comenzó a publicar en la emblemática Tía Vicenta, que por entonces acompañaba al diario El Mundo (donde también aparecía Mafalda, de Quino). No tuvo que esperar mucho para conocer la censura: uno de los primeros decretos del entonces flamante golpista Onganía mandó cerrar la revista cuando ésta lo presentó en su portada dibujado como una morsa.
La experiencia en Tía Vicenta le había durado dos números, pero fueron suficientes para meterlo en el mundillo del humor gráfico, que jamás abandonaría. Pronto siguieron las revistas Análisis, El Gráfico, Primera Plana, Satiricón y Siete Días, entre otras, y finalmente el matutino porteño Clarín, donde haría la mayor parte de su extensa carrera.
En Clarín encabezó la renovación de la sección de humor, hasta entonces ocupada por autores extranjeros. Empezó con una tira diaria y le pidieron que convocara a colegas jóvenes. Así armó un seleccionado “de amigos”, entre los que se destacaban Bróccoli, Crist y Roberto Fontanarrosa.
En Clarín volvió a encontrarse con la censura. En una entrevista reciente para el programa Qué fue de tu vida contaba que cuando Joaquín Morales Solá decía “no va”, la tira no se publicaba y había que rehacerla, que no bastaba con un simple cambio al texto. Algunas de esas tiras fueron publicadas luego en la vieja revista La Maga.
No fue el único encontronazo del dibujante con el multimedio, ya que –afirmaba– jamás consiguió “trabajar en un medio con el que acordara ideológicamente”. Así, coló referencias a los estudios de ADN en plena discusión sobre el origen de los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble y se negó a acompañar con su tira la “tapa blanca” del diario.
Pese a los cortocircuitos con el diario, la suya era una tira fundamental y jamás perdió su lugar. Tan relevante resultó Clemente que enfrentó a Caloi con José María Muñoz, el locutor oficial del Mundial ’78, de la última dictadura militar. Mientras Muñoz pedía que no se arrojaran papelitos en las canchas, para que los argentinos no dieran “imagen de sucios” en el exterior, Clemente animaba a las tribunas a multiplicar los papelitos, que llegaron a blanquear el césped cuando la Selección Nacional jugó en Rosario. Caloi solía contar que oscilaba entre la decisión y el temor, las ganas de contestarle a un propagandista de la dictadura y el julepe propio de una época “en la que no se jodía”. Las tribunas zanjaron la cuestión cantando “Muñoz, Muñoz, Clemente te cagó”.
De los papelitos a las pantallitas
Clemente llegó a la pantalla con varios ciclos animados y es difícil pensar un mundial de fútbol sin los cortos en los que el personaje se ataba vinchas celestes y blancas y se colgaba banderas argentinas a la espalda, mientras arengaba una tribuna de “clementes” plurinacionales. Tal fue el suceso del personaje que en 2004 fue declarado Patrimonio Cultural de la Ciudad por la Legislatura porteña y su autor Personalidad Destacada de la Cultura. Cinco años más tarde, el mismo organismo lo reconocería como Ciudadano Ilustre de Buenos Aires. Pero el mayor reconocimiento al personaje proviene de los mismos lectores, que multiplicaron su ilustración. No hay una sola murga porteña en la que al menos uno de sus integrantes no lleve la imagen en su levita, ni cuadro de fútbol que no haya hecho su propio Clemente como hincha, aunque el autor militara por la banda roja atravesada (tanto, que dibujó el leoncito que también identifica a la escuadra riverplatense).
Como si no bastara tanto legado, Caloi fue otro de los que confirmó que a veces el talento es hereditario, sea por los genes o por el ambiente compartido. Su hijo, Matías Loiseau, es el joven y reconocido humorista gráfico Tute, quien suele recordar las tertulias de dibujantes a las que acompañaba a su padre, lo mismo que todo el espacio y ánimo que le dio para que desarrollara su propio estilo gráfico. Y aquí habría que detenerse unos instantes, hacer un aparte y señalar que Tute desarrolló muchas de las inquietudes de su padre, y que no se quedó sólo en la gráfica. Tute también habla del barrio y sus valores y, a su modo, se hizo cronista de su ciudad, del mismo modo que compone y canta tangos y escribe poemas.
Volviendo a Caloi, un cálculo rápido sugiere que en las cuatro décadas y media de trayectoria realizó no menos de 17.000 chistes. 17.000 y considerando solamente las tiras diarias y un estimativo muy discreto de cuanto publicó por fuera de Clarín, con lo cual el número final excede esa cifra. Gran parte de esa obra se recopila en cuarenta libros que aparecieron entre 1968 y 2006. Pero la cantidad de dibujos debería dispararse, pues Loiseau fue un fervoroso difusor del cine animado y participó en varios proyectos de animación. Aunque su obra más reconocida siempre será el humor gráfico, tuvo impacto en esa otra disciplina que también dependía de los lápices.
Entre 1990 y 1999 creó y condujo el ciclo Caloi en su tinta en la pantalla de Canal 7. Entre 2001 y 2003 el programa pasó al cable, en Canal A y volvió en 2005 a la televisión pública.
La influencia de Caloi en su tinta es mayor de la que podría imaginarse. No sólo supuso un rinconcito de cultura deliciosa en plena administración Sofovich del canal estatal, sino que también consiguió crear un espacio que se fue transformando en referente a nivel mundial para el género. Una de las pruebas que ratificaban la calidad de una animación de autor era su emisión en el programa.
El crecimiento del espacio motivó a Caloi y a su esposa, María Verónica Ramírez (directora del ciclo y artista plástica con amplia trayectoria en el medio) a crear en 1995 una productora a la que llamaron del mismo modo que el programa. Desde allí desarrollaron contenidos para televisión y conjugó nuevos ciclos para difundir la animación nacional y extranjera. En 2006 tuvo su propia sección en el Festival de Cine de Mar del Plata, que dedicó a homenajear al Festival Internacional de Cine de Annecy, especializado en la disciplina, y que en 2010 recibiría a una delegación de autores argentinos coordinada justamente por su equipo.
En los últimos años estuvo abocado a la realización de Anima Buenos Aires, un largometraje animado, dirigido por su esposa y en el que participaban Carlos y Lucas Nine, Florencia y Pablo Faivre, Pablo Rodríguez Jáuregui y Zaramella y Rulloni. La cinta se estrenó el jueves pasado y retrata uno de sus temas predilectos: la ciudad.
Hoy Caloi ya no está y los personajes de tinta tienen más aceitunas para repartirse. En algún lado está la Mulatona, que por una vez no puede danzar al escuchar los ritmos tropicales. Hoy hay un espacio vacío en el humor gráfico argentino y una tribuna en silencio, que ya no tira papelitos.
Los restos de Caloi son velados desde anoche en el Salón de los Pasos Perdidos de la Cámara de Diputados de la Nación.
Los orígenes de Clemente
Clemente nació como un personaje secundario de Bartolo, la tira que Caloi comenzó a publicar en el diario Clarín en 1968. Bartolo era el conductor de un tranvía y solía cruzarse con la característica fauna porteña. Sin embargo, solía contar Loiseau, con el tiempo lo ganó la sensación de que el maquinista y su boina estaban anclados en el tiempo y que ofrecían una mirada muy nostálgica de Buenos Aires, una mirada que había que renovar. Tras larga búsqueda, en 1973, y apenas un día después de la asunción presidencial de Cámpora, llegó ese personaje de forma ininteligible, sin manos, amante de las aceitunas y (luego) de la Mulatona. Pronto le ganó el espacio al hombre del tranvía (“era mucho trabajo hacer un tranvía en cada cuadrito”, bromeaba el dibujante), que empezó a aparecer cada vez menos. La tira pasó a llamarse Bartolo y Clemente primero, Clemente y Bartolo después para, final y sencillamente, llamarse Clemente.
Su Buenos Aires herido
Caloi
publicó Mi Buenos Aires querido en 1977, por Ediciones del Pájaro y el
Cañón. Un libro de los tantos que publicó el dibujante y que reúne
chistes –a veces de una viñeta, otras de dos páginas enteras de
cuadritos en secuencia– sobre los temas que lo desvelaban: el fútbol, el
tango y la ciudad. Y también, dentro del registro humorístico y el
estilo persistente de su trazo, la amplitud del abanico en la que sabía
jugar. Hay chistes despojados de casi todo agregado y otros con tanto
detalle que hacen falta largos minutos para captar cada guiño. Hay
dibujos de trazo muy suelto, otros construidos a fuerza de tramas y no
faltan ni los de línea clara y precisa ni los de tinta sucia. Hay
chistes que son mera imagen y otros donde juega intencionalmente con las
palabras, que cargan la fuerza del humor.
Hay tantos trabajos y tan variados que cuesta creer que los hizo
todos el mismo tipo. Es, claro, un trabajo de puro talento, de un
dibujante todavía en plena expansión y que para la fecha acaba de
cumplir su primera década como profesional, pero ya disfruta del éxito
de Clemente y de todo el oficio que le supone hacer una tira diaria y
varios chistes semanales para distintos medios.
Lo más interesante es que se nota que Caloi disfrutaba mucho los
temas que tocaba. Le gustaba la figura del compadrito y el farol (hay
cantidad de faroles doblados, florecidos y arrancados de cuajo en el
libro), bromeaba con los borrachos (hay cantidad de chistes con ellos),
sabía hacer secuencias enteras jugando con los versos más conocidos del
2x4 y conocía muy bien los códigos de fútbol. En este punto no es
difícil imaginar que muchos de los chistes que tanto él como el Negro
Fontanarrosa hacían por la época surgían tras cenas compartidas,
discutiendo las alternativas de River, Rosario Central o el equipo que
terciara en el momento.
Hay tiras ambientadas en cafés porteños, en ascensores y en plazas.
Pero fundamentalmente, hay muchas calles dibujadas. Veredas y veredas,
gente (mucha gente), costumbres y modas. Hay todo eso que es una ciudad.
Su Buenos Aires querido.
Lo importante es compartir
Por Juan José Panno
En la
casa de vacaciones del Negro Caloi y de la Flaca María, en los
suburbios de Cariló, casi en el límite con Valeria del Mar se está
dorando un pez limón. Se lo pone a la parrilla sólo de un lado y casi al
final se lo cubre con una asadera. Huele riquísimo. El Negro sirve y
explica: “Esto hay que comerlo caranchado”. Y lo pone en una fuente, en
el medio de la mesa. Sencillo, simple. Símbolo de un modo de vida que se
podría resumir en cuatro palabras: lo importante es compartir.
De la genialidad del dibujante/humorista/historietista/paisajista/ pintor/maestro quedan testimonios indelebles, indestructibles. Ahí están Clemente, Bartolo, la Mulatona, Mimí, el filósofo Doliníades, la revista Viva, el libro de los avisos de Parliament, que hizo en el ’70, a los 22 años y que Diego Parés colgó en su página www.eloficiodelplumin.blogspot.com.ar, los libros, los programas de Caloi en su tinta, las contratapas de Clarín, la película Anima Buenos Aires, que por paradojas del destino nació cuando el Negro se moría y que habría que verla una vez por día para extender el homenaje.
El Negro había nacido en Salta, pero tenía metido en la sangre el espíritu canchero, bonachón, melancólico y siempre popular de la ciudad que lo adoptó y que lo convirtió merecidamente en ciudadano ilustre. Tal vez anticipándose a la desgraciada noticia de su muerte el cuarto capítulo de la película estrenada la semana pasada se titula Mi Buenos Aires herido.
Este fin de semana habría que meter un pescado a la parrilla. Y comerlo caranchado.
Como el Negro manda.
Saludo al pájaro
Por Juan Sasturain
“Je te salue / oiseau marrant / oiseau rieur /
et je m’allume / en ton honneur”
et je m’allume / en ton honneur”
Yo te saludo, pájaro burlón,
y en vos a todos los que, de atorrantes
aún tienen –porque tuvieron antes–
para toda la vida, el corazón.
Yo te saludo, pájaro cagón,
que en todo te cagaste, de estudiante
y de grande, en todo lo importante,
con tu vuelo sin alas y el cañón
siempre cargado para el chiste.
Yo te saludo, pajarito, hoy,
aunque es un día demasiado triste.
Fijate cómo estás y cómo estoy.
Y encima, te quedaste sin alpiste:
se murió el negro Caluá, digo: Caloi.
Mi tira sobre el Negro
Por Miguel Rep
Estoy pensando mi tira sobre el Negro.
O si lo muestro como el joven que fue en los primeros setenta, cuando realizaba uno de sus trabajos predilectos míos, la campaña publicitaria dibujada para los cigarrillos Parliament.
O si recuerdo cuando me abrió la puerta de su casa en la calle Pampa, y yo con mis 15 años mirando su cuadro de Evita, notorio, en plena dictadura. Si cuento cuando me aceptó entre sus amigos, dispuesto a hablar como un par, y eso sucedió cuando Caloi fue muy lector de Página/12 en el convulsionado fin de año del 2001, buscando un tratamiento distinto a la crisis, y la encontró en mi tira.
Nunca fuimos súper amigos, pero nos alegrábamos cuando nos veíamos. Tendría que haber sido más seguido, carajo.
Pero ahora tengo que hacer la tira del día después. La que van a ver en la contratapa del diario de hoy.
El humor inteligente
Por Rudy
Caloi
perteneció a una generación que renovó el humor. Esa generación, en la
que estaban Roberto Fontanarrosa, Les Luthiers, Jorge Guinzburg, Carlos
Abrevaya, Alejandro Dolina, entre otros, explota a finales de los ’60 y
principios de los ’70 con un humor muy inteligente. Yo me sentí
totalmente identificado con ese humor. Caloi era inteligente, cómplice
con el lector u oyente. En 1972 explota la revista Satiricón, que creo
que tenía que ver con el momento en que se vivía. Recuerdo unos dibujos
de Caloi de una campaña publicitaria que eran cómicos y muy grandes, y
que estaban en toda la Ciudad. Su humor se tiñe con la política. Y
Clemente tenía esa mirada rea y al mismo tiempo verdadera. Si hablamos
de su legado no puedo dejar de recordar Caloi en su tinta, un programa
en el que con cierta generosidad él compartía con el público sus
trabajos. Mi contacto con Caloi fue más como público interesado. Fue
como un maestro. Alguien que transmitió mucho desde su obra y desde su
programa.
Otras voces
*Carlos Nine (dibujante, pintor y escultor):
Siento el dolor de la pérdida de un amigo. Yo quiero mucho a Caloi. Lo
voy a tener cerca de mí como lo tengo al Negro Fontanarrosa, que viven
con uno, porque son compañeros de toda la vida. Estuvimos hace unos días
trabajando juntos. El, de alguna manera se veía venir el final. Y
seguir trabajando le dio una templanza para evitar el sufrimiento. El
legado de Quino va a quedar vacante por un buen tiempo. Con sus trabajos
ha logrado resaltar las cualidades que tenemos como argentinos, como
porteños. Clemente era un fanático de Boca y Caloi era de River. Su
trabajo manifestaba el alma popular. Lo importante que tienen sus
personajes es que tienen que ver con el humor nacional, específicamente
de acá. El rasgo principal de sus trabajos es subrayar lo que nos
caracteriza como argentinos. Es difícil que Clemente se entienda en
otras partes del mundo porque es bien de acá.
* Max Aguirre (dibujante): Caloi fue un historietista fundamental e inevitable, no sólo de la Argentina. Fue una gran persona, muy desprendido, nada pedante, ni amarrete con sus saberes y con todo lo que podía ayudar a sus colegas. Para mí es muy difícil, se murió el padre de mi amigo. Como historietista, para mí y para un montón de gente, fue uno de los faros.
* Crist (dibujante e historietista): En este momento estoy en Brasil. A pesar de conocer el doloroso trámite de la enfermedad, el desenlace siempre impacta. Fuimos muy amigos, nos conocimos en la redacción de Rico Tipo. Yo estaba trabajando en la mesa de dibujo de Heredia, el creador de Perro Mundo. Como siempre, estaba de paso por Buenos Aires. Divito me había pedido una página para la revista de fin de año y estaban cerrando, así que me puse a dibujar donde pude. En eso veo entrar a dos tipos, uno flaco y alto con una melena hasta los hombros y otro más bajo y gordito, de anteojos. Y Heredia me los presentó. Eran Caloi y Broccoli. Teníamos menos de veinte años y ya empezábamos a yirar por las redacciones. Los dibujantes somos así, no nos importa de dónde salimos, nos reconocemos por las huellas. Yo también era un pibe flaquito que vivía en Córdoba, era un poco más tímido y los traté de usted. Recuerdo que a Broccoli le pregunté si él era Histerio. Ya lo sabía pero igual se lo pregunté para empezar una conversación. Así firmaba en Tía Vicenta y el Negro ya firmaba Caloi. Todos eran fanáticos de la pluma. Yo dibujaba a pincel y eso les llamaba la atención. Nos hicimos amigos a pesar de la distancia. Nos había picado el mismo bicho. Una vez fui al estudio del Negro y nos pusimos a hablar de Durero. Sacó un par de libros antológicos que parecían biblias, también una botella de ginebra Llave, claro, en esa época teníamos el hígado nuevito. Los hemanos Peters no pudieron con nosotros. En la primera bienal del humor y la historieta, en Córdoba, nos volvimos a juntar, esta vez con el Negro Fontanarrosa. El nos contó que Clarín estaba armando una página de humor con autores locales. Podíamos elegir hacer una tira o un chiste unitario, “chau federalismo”. Elegimos con Fontanarrosa el chiste unitario, después nos enteramos que a esa especialidad en el exterior la llaman Cartoonist. Hicimos un viaje inolvidable a Estados Unidos. Conocimos a Sergio Aragonés, dibujante de la mítica revista Mad. Previo paso por México, Caloi llegó unos días después porque, como siempre, tenía que dejar un adelanto de tiras para viajar. Siempre me agradeció que lo acompañara a ver nuevamente los murales de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Sabíamos los nombres como si fuera la delantera del equipo de los sueños. El Negro no sabía que no fui por hacerle un favor. Hubiera vuelto diez veces si fuera necesario. Caloi era un tipo tremendamente afectivo. Te daba todo lo que tenía, era familiero, peronista de la primera hora, defensor de esa definición popular: “nunca me metí en política, siempre fui peronista”. Se podía hablar con él de cualquier tema. Tengo noches imborrables en su casa junto a Tute, María, Aldana, Tobías, Juanita, Tomi. En otras épocas, con Cristina, acompañados por el señor Cabernet Sauvignon. Clemente hablaba como el Negro, era su alter ego. El poeta aparecía en las páginas de los domingos. No sólo el poeta, también el pintor y el observador que todos los de este oficio tenemos a mano listo para desenfundar como el colt de Clint Eastwood. Ahora andará por ese mundo de nubes hechas con muchas rayitas, barcos de papel que navegan los arroyos que corren junto al cordón de la vereda, o tal vez, en un submarino amarillo por el Mar Negro, negro de tinta china, por supuesto.
Producción: María Luz Carmona.
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