lunes, 8 de octubre de 2012

DESDE ESTE JUEVES, LA TERCERA EDICION DEL FESTIVAL DE CINE ESCANDINAVO


Para zambullirse en los mares nórdicos

El ciclo que ocupará las salas del Village Recoleta viene a cubrir los huecos que deja la escasa exhibición comercial del cine de Dinamarca, Islandia, Finlandia, Noruega y Suecia. El director Kaijser da Silva analiza el panorama actual.
Por Diego Brodersen



Aunque no se trate de un asunto de estado, allá en el norte de Europa suele discutirse el significado del término Escandinavia, qué incluye y qué excluye esa palabra de orígenes lejanos y difusos alcances. Por estos pagos el uso de la expresión “países nórdicos” no suele generar clase alguna de duda respecto de sus integrantes: Dinamarca, Islandia, Finlandia, Noruega y Suecia. El primero y el último de esos cinco estados supieron conseguir, durante las décadas del ’10 y del ’20 del siglo pasado, una industria cinematográfica de enorme potencial artístico y comercial, con nombres detrás y delante de las cámaras que incluyen a Carl Dreyer, Mauritz Stiller, Benjamin Christensen, Victor Sjöstrom, Lars Hanson, Greta Garbo, Asta Nielsen y siguen las firmas. Años más tarde, Suecia cobijó a uno de los cineastas más reverenciados en la historia del séptimo arte: Ingmar Bergman. Más cerca aún de estos tiempos, figuras como Lars von Trier y Thomas Vinterberg (de Dinamarca), los hermanos Kaurismaki (Finlandia), Baltasar Kormákur (Islandia), Lukas Moodysson (Suecia) o Bent Hamer (Noruega), por citar sólo a algunos de los realizadores más relevantes de las nuevas generaciones, dan indudable cuenta de unas cinematografías que nunca se han ausentado por completo de las pantallas del mundo. Y que además, por cercanía y deseos de compartir luchas, éxitos y fracasos, suelen caminar de la mano: un repaso por la filmografía escandinava durante los últimos años deja en claro que las coproducciones entre dos o más de esos países están a la orden del día. Y ello a pesar de hablar idiomas completamente diversos.
A diferencia de lo que ocurría en otras épocas, en la Argentina los ejemplos de cine nórdico exhibidos comercialmente son bien escasos. La tercera edición del Festival de Cine Escandinavo que comienza este jueves viene a paliar, al menos en parte, ese vacío dejado por las condiciones del mercado de la exhibición local. En las salas del Village Recoleta podrán verse, durante siete días, trece largometrajes recientes, en su mayoría inéditos o que han sido proyectados en contadas ocasiones y por fuera del circuito comercial. Es el caso de Antichrist (2009), el film-polémica de Lars von Trier que narra la desintegración de una pareja luego de la trágica muerte de su hijo. Que la película coquetea con el horror más visceral es cosa sabida, y tal vez por ello los organizadores no se han olvidado de incluir en el programa una advertencia para aquellos espectadores más sensibles. Un poco, apenas, más suaves, son las imágenes de Valhalla Rising (2009), el film que el danés Nicolas Winding Refn rodó inmediatamente antes de su exitosa Drive, salto definitivo a las grandes ligas del cine internacional. Nunca proyectada en la Argentina, su historia recrea un mundo antiguo y salvaje, el de los vikingos del norte de las islas británicas y sus incursiones marítimas hacia terra incognita, ese otro “descubrimiento” de América que antecede en cuatro siglos al famoso primer viaje de Colón.
Como contrapartida a este par de violentos títulos contemporáneos, también se presentará en el festival, a veinticinco años de su estreno, el clásico de la gastronomía cinematográfica La fiesta de Babette, que con dirección de Gabriel Axel resultó la ganadora del Oscar a Mejor Película del año 1987, el primero (mas no el último) en la historia del cine danés. La decena de películas que completan la programación incluye dramas, comedias, películas de acción y hasta un largometraje de animación. Tal vez se trate de una suerte de declaración de principios de los curadores, un intento por mostrar la diversidad de temas y estilos. Lo cierto es que Stockholm East (2011), otro film inédito en las pantallas locales, sí parece corresponderse perfectamente con cierto arquetipo de drama nórdico, con su estructura de culpa, calvario y redención recorrida por la dupla protagónica con estoicismo y esperanza. Su director, Simon Kaijser da Silva, tuvo algunos minutos para responder por correo electrónico a las preguntas de Página/12, apenas algunas horas antes de tomar el vuelo que lo trasladó desde Estocolmo hacia Buenos Aires.
El sueco debutó en el largometraje con este duro drama intimista, centrado en la particular relación que se establece entre una mujer cuya hija ha muerto en un accidente de tránsito y el hombre que causó esa tragedia. Podría pensarse que su historia de culpas y expiación forma parte de una larga tradición en el cine de su país, particularmente si se tienen en cuenta los dramas existenciales que Bergman hizo famosos en todo el mundo. Pero Kaijser da Silva se apura en afirmar que “si bien Suecia tiene una reputación ganada en cuanto a sus dramas de calidad internacional, la inspiración de Stockholm East no tiene tanto que ver con una tradición. De hecho, creo que este tipo de drama romántico, o melodrama, no está bien representado en Suecia. El punto de partida fue crear una historia de amor donde el amor en cuestión no es la recompensa del héroe, sino el centro del relato, la idea de que esa clase de amor que cambia la vida puede encontrarse bajo diversas formas, no es fácil de reconocer y requiere de mucho coraje para sostenerlo. La tragedia que une a los amantes, una idea brillante de la guionista Pernilla Oljelunds, abrió el relato a muchos otros temas, como la culpa, el perdón y la identidad parental. Esos temas están, creo, más en la línea de esa tradición que mencionábamos. Pero para nosotros el núcleo del film siempre fue la historia de amor. Lo gracioso es que mucha gente en Suecia consideró al film como muy poco sueco”.


–El éxito de film depende en gran medida del trabajo con los actores. ¿Cómo fue esa relación antes de y durante el rodaje?
–Diría que la mitad del trabajo de dirección de actores tiene lugar antes del comienzo del rodaje. Elegir el reparto adecuado es probablemente el elemento más crítico en un film de estas características. Deben ser creíbles en sus actuaciones y, al mismo tiempo, atravesar de alguna manera la pantalla. Es una historia de amor, tanto los hombres como las mujeres deben entender la atracción en ambas direcciones. Fui muy afortunado al poder contar con Iben Hjejle y Mikael Persbrandt, creo que están perfectos en sus roles. Ambos poseen una presencia en pantalla que hace creíble la más absoluta de las sutilezas en la actuación. O tal vez debería decir no-actuación, ya que la historia tiene que ver con las emociones reprimidas; conversamos mucho sobre la necesidad de que los personajes casi no expresen sus emociones. Durante el rodaje se trató de darle una sintonía fina a este acercamiento a la actuación.
–¿Cuál es su mirada sobre el cine sueco contemporáneo, en particular, y el cine nórdico en general? ¿Cree que existe una suerte de movimiento generacional o renacimiento?
–Sí, creo realmente que el cine sueco está atravesando un renacimiento. En mi opinión, esto comenzó hace unos quince años con Fucking Åmål (el film de Lukas Moodysson estrenado en nuestro país con el título Descubriendo el amor). Hemos tenido altos y bajos, pero en general estos años han visto la aparición de films y directores mucho más interesantes. Pero dudo que algún realizador se considere parte de un movimiento, por lo menos no es mi caso. Suecia, desde ya, ha tenido un gran éxito internacional con lo que algunos llaman el “policial sueco”, tanto en el terreno del largometraje como en los films y series de TV. Esto genera una confianza en la industria, pero al mismo tiempo crea una suerte de conformismo en los productores, siempre a la búsqueda del éxito comercial. El verdadero desafío para la industria cinematográfica sueca es encontrar el éxito comercial en films menos comerciales, más arriesgados. Dejando de lado las excepciones, hasta el momento hemos fallado, en gran medida por el miedo y la falta de riesgo de los distribuidores y exhibidores.



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