domingo, 18 de agosto de 2013

Cuando el cine trabaja para la justicia

Guatemala. La estadounidense Pamela Yates filmó el genocidio maya en Guatemala. En su documental Granito de arena: Cómo atrapar a un dictador se encontraron evidencias para juzgar a uno de los máximos represores de ese país.



Cuando Pamela tenía 20 años y entrevistó a Efraín José Ríos Montt, por entonces presidente de facto de Guatemala, nunca imaginó que 30 años después iba a volver a verlo sentado en el banquillo de los acusados siendo juzgado por el asesinato de más de 200.000 personas. Entonces era 1982, y Yates había entrado a la montaña para registrar los movimientos de la guerrilla. Luego, hizo lo mismo en los cuarteles del ejército para filmar la conducta militar. Cuando las montañas tiemblan fue el primer trabajo que Yates presentó en más de 25 países mostrando “lo que Estados Unidos estaba haciendo en Guatemala”. Uno de los testimonios más importantes de la película fue el de Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz 1992, pero hubo muchos otros que fueron claves para juzgar y encarcelar a los genocidas. Su trabajo estuvo prohibido en Guatemala por más de 20 años. El día que se exhibió, cambió la historia. Esta cineasta, que durante muchos años se cuestionó qué más podía hacer para colaborar con la sociedad guatemalteca, se dio cuenta de que su accionar fue fundamental para aportar ese granito de arena contra la violencia humana.

–¿Por qué eligió filmar el genocidio guatemalteco?

–Cuando comencé mi carrera en la década del ’70 trabajé en un periódico mexicano. En ese entonces hice viajes a Chile y Argentina. Ahí me enteré de lo que estaba pasando en Latinoamérica con las dictaduras. Cuando volví a los Estados Unidos empecé a colaborar con los movimientos de solidaridad y resistencia a los golpes militares. Al finalizar la universidad viajé a El Salvador y Nicaragua, y entonces me enteré sobre el genocidio de Guatemala. Como estadounidense me sentí responsable, porque sabía que la CIA y los Estados Unidos habían promovido el golpe de Estado de 1954 para derrocar al presidente (electo democráticamente) Jacobo Arbenz Guzmán. Me sentí comprometida, tenía el deber de contarle al mundo entero lo que estaba ocurriendo y sobre todo a mis conciudadanos.

–¿Le resultó fácil mostrar la película en los Estados Unidos?

–Sí. La presenté en 40 ciudades y tuvo bastante éxito. Pudimos exponerla allí y en 25 países más. Lamentablemente, en Guatemala la película fue prohibida por 20 años. Recién pude llevarla en el año 2003.

–¿Qué recuerdos tiene de su primer encuentro con la realidad guatemalteca?

–Me acuerdo que con el equipo de filmación estuvimos más de tres semanas encerrados en un cuarto de hotel esperando recibir una llamada que nos habilitara para ir a la montaña. Cuando finalmente pudimos reunirnos con la guerrilla fue como que cruzamos una línea imaginaria. Me sentí muy privilegiada. Viajábamos por la noche pasando cerca de las bases militares, tenía un poco de miedo, pero a la vez habíamos esperado tanto que estaba muy emocionada por colaborar con ellos. Otro momento clave fue la reunión con el contacto de los guerrilleros. El encuentro fue en McDonald’s. Recuerdo que yo pensaba: “Ahora va a llegar una persona maya, bajita, morocha, y se reunirá conmigo: una gringa, blanca, que habla un español malísimo. Es muy obvia la situación”. Pero me equivoqué y finalmente llegó Naomi, una estadounidense rubia de ojos azules, que hablaba en inglés. La guerrilla fue muy inteligente, me protegieron todo el tiempo.



–¿Cómo llegó a contactarse con la guerrilla?

–Hicimos contactos con guatemaltecos en el exilio y por ellos llegamos a Naomi, que fue nuestra intermediaria. Los primeros dos meses en Guatemala nadie hablaba, ni la guerrilla porque era clandestina, ni la sociedad civil porque tenía miedo, ni el ejército militar.

–¿Cómo consiguió entremezclarse con los militares?

–Desarrollé una estrategia, iba a la base de la fuerza aérea cada mañana y hablaba con los soldados. Empecé haciéndome amiga, compartiendo cigarrillos. De a poco fui conociendo su gente hasta llegar a sus superiores.

–¿Así llegó a entrevistar a Ríos Montt?

–Fue dificilísimo llegar a él, era muy loco y malhumorado. Nunca estuvo comprometido con la entrevista. Creo que me dio el reportaje porque, en ese entonces, el gobierno de Guatemala quería reabrir la ruta militar con los Estados Unidos, que fue cortada durante el gobierno de Jimmy Carter. Cuando ganó las elecciones Reagan en 1980, el ejército guatemalteco vio la posibilidad de reabrir la venta de armas. A él le convenía quedar bien con una periodista gringa y tender un micrófono a los Estados Unidos.

–¿En ese momento se dio cuenta de que estaba hablando con un genocida?

–No, en ese momento no supe ver el grado de responsabilidad que él tenía. Lo que recuerdo es que me sentí menospreciada. Evadía mis preguntas y me trataba informalmente. Me subestimó, debe haber pensado “¿quién es esta gringuita?”.

–Fue la gringa que usó ese reportaje como evidencia y declaró en su contra. ¿Cuándo se dio cuenta de que ese material servía legalmente para juzgarlo?

–En el año 2003, al presentar en Guatemala la película Cuando las montañas tiemblan. Entre los espectadores había una abogada en derecho internacional que se acercó y me preguntó si tenía guardado el material de todos los testimonios que filmé. Ella me explicó que estaba investigando a dos generales que aparecían en el largometraje. Por suerte tenía todo guardado en una bodega en Nueva Jersey. Empezamos a ver el material inédito y nos sorprendió encontrar la entrevista a Ríos Montt donde quedaba muy en claro cómo era la cadena de mandos y su grado de responsabilidad ante el accionar de los soldados. Yo aparecía en cada toma, la cámara me enfocaba al comenzar las escenas, eso hizo que pudiera ser testigo en el juicio porque se me veía junto a la evidencia. A raíz de todo esto seguí filmando todo el proceso, desde el genocidio hasta los tribunales. Y así armé el documental Granito de arena, donde conté la experiencia en primera persona.

–¿Volvió a Guatemala después del genocidio? ¿Volvió a cruzarse con Ríos Montt?

–Durante diez años no fui a Guatemala. Recién volví con los refugiados de México cuando Rigoberta Menchú ganó el Premio Nobel de la Paz. Ella pudo interceder y abrir un espacio para que los exiliados regresaran a su país, desde esa oportunidad comencé a viajar más seguido. Y con Ríos Montt me reencontré durante el juicio, lo tuve cara a cara. ¡Él no me reconoció, claro, si hizo miles de entrevistas! Pero cuando salió del tribunal le dijo a la prensa local que no recordaba ese reportaje, pero que jamás lo olvidaría.

–¿Cree que el ingreso de Rigoberta en escena mundial y los juicios a dictadores latinoamericanos ayudaron a la causa del genocidio guatemalteco?

–En realidad, es muy poco lo que se sabe sobre el genocidio que hubo en América en todo el siglo XX, por esa razón fue que hicimos la película, para comunicarlo. El juicio a Pinochet causó un efecto cascada con el resto de los dictadores. Los tribunales internacionales ayudaron para que luego se pueda juzgar a nivel local, es que resulta más fácil para los jueces o fiscales enfrentarse con personas del poder de su mismo país si tienen causas en otras naciones. El juicio a Ríos Montt, el veredicto y la sentencia internacional generaron que pudiera ser juzgado en Guatemala. Fue la primera vez en quinientos años que una persona fue condenada por genocidio contra los pueblos indígenas en Latinoamérica.

–¿Cómo se siente por el aporte que dio a la causa?

–Es una gran satisfacción haber colaborado, la vida no da segundas oportunidades para ayudar y yo la tuve. Durante muchos años me pregunté si había hecho lo suficiente para frenar la violencia y después de mucho tiempo, tuve otra oportunidad para realizarlo.

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