domingo, 22 de febrero de 2015

Entrevista. Pablo Larraín. director de "El Club" pelicula ganadora en el Festival de Cine de Berlín

“No estoy aquí para decidir lo que está mal y lo que está bien”

“No estoy aquí para decidir lo que está mal y lo que está bien”
El cineasta chileno Pablo Larraín es el flamante ganador del Oso de Plata del prestigioso Festival de Berlín por su más reciente película, El Club , que aborda con elegancia uno los temas más polémicos y tenebrosos de la Iglesia Católica a escala global. En una casa de campo del pueblo de La Boca, en la desembocadura del río Rapel (comuna de Navidad, VI región de Chile), un grupo de sacerdotes que llegó hasta allá por “razones múltiples y sumamente complejas” comparte una vida cotidiana sin (aparentes) sobresaltos. Hay quienes cometieron abusos y fueron relegados por las autoridades eclesiásticas. Los hay enfermos, que tienen padecimientos mentales, problemas existenciales o sólo están viejos o cansados. Cualquiera sea la causa del arribo, eso sí, se trata de gente aislada de la sociedad. 
El título del filme, confirma su realizador, bien pudo ser “El club de los curas perdidos”. “Encontré interesante armar un grupo de curas que no sabes si son peligrosos o no. Tampoco sabes muy bien qué es lo que quieren”, dice Larraín, que en 2012 optó al Oscar en la categoría de mejor película en idioma extranjero con No, una brillante crónica de cómo un publicitario ayudó a derrotar al dictador Pinochet en el referéndum de 1988. 
Ahora, con esta película y el envión internacional que significa ganar en Berlín, este realizador chileno de 38 años asoma a la gran vidriera internacional de los directores latinos, una troika que encabezan los mexicanos Alejandro González Iñarritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro
Sin embargo, Larraín está convencido de que “la reacción natural” de los sectores eclesiásticos ante su película será el silencio. La Iglesia , “cuando es atacada, cuando es puesta en un lugar de peligro, cuando es señalada, cuando es nominada de cualquier manera, lo que hace es no referirse al tema”, pues lo contrario sería darle “más bombo y más prensa”. “Finalmente tiene aparentemente más miedo a la prensa que al infierno”, asegura el cineasta. En este sentido, señala que “hoy día, el tipo que maneja la prensa en el Vaticano es casi tan poderoso como el Papa y eso es algo que no ha pasado nunca antes”, pero al mismo tiempo, eso “le da una gran oportunidad al papa Francisco de hacer algo”. El deseo de Larraín es que la película se distribuya en muchos países, que circule y que su imaginario, sus deseos, aquello que querían decir, sea visto y escuchados por distintas personas y culturas en todo el mundo. “Ese será el verdadero premio”, asegura.
–Usted ha mencionado que en torno al tema de la película hay un recorte de periódico... ¿Podría contar más sobre cómo surgió la idea?
–Básicamente, se remonta a mis años en el colegio. Yo fui educado en colegios católicos. Y conocí a muchos curas, muchos de esos curas eran buenas personas. Curas respetables. Después conocí a curas que hoy en día están en la cárcel, o en procesos judiciales, y después me enteré de que hay curas que están desaparecidos, están perdidos. Y esa es la inquietud. ¿Dónde están esos curas? ¿Por qué de­saparecieron? ¿Adónde los mandan? Y esas preguntas empezaron a surgir a partir de la investigación de la película. Por eso decimos que éste es El Club, el club de los curas perdidos. Nos dimos cuenta de que la Iglesia tiene una manera sistemática de trabajar basada en el secretismo y en el silencio. Cuando estos curas tienen algún problema, en vez de llevarlos ante la Justicia civil, los llevan a un lugar desconocido en donde purgarán sus pecados por siempre.
–¿Qué cree que pudo llevar a la Berlinale a seleccionar esta película?
–Ignoro qué le habrán visto los programadores, pero si tuviera que aventurarme, creo que puede haber pasado por el tratamiento de materiales narrativos y dramáticos que están hoy en boga: hay mucha gente haciendo cine, series y literatura en torno del tema. Y en Chile, puntualmente, nos afecta más todavía porque es algo que ha explotado recientemente en muchos casos de sacerdotes involucrados en casos judiciales.
–¿Usted es o fue católico?
–Después de estudiar en un colegio católico, cuando me hice adulto me desvinculé completamente. Hoy no me considero católico. Me considero entre agnóstico y ateo.
–Aparte de que se presentó la ocasión, ¿qué le hizo empujar el proyecto?
–Me parece que hay preguntas que tienen que ver con la esencia de lo que me llama la atención de la religión, que en alguna forma es la necesidad de redención y cómo esa redención es, en el fondo, una resistencia a la cotidianidad. Eso produce una fricción muy interesante, sobre todo si se trata de personas que están aisladas. Es un poco lo que pasa con cualquier grupo que se ve forzado a vivir en comunidad, sean presos o mineros bajo tierra. Cualquier grupo humano obligado a vivir en comunidad, se organiza y empieza a entender el mundo de una manera determinada, y ese lugar permite que se pongan en dudas muchas cosas. (…) Y la pregunta que me hago es si este club se refiere estrictamente a la casa, o si es la Iglesia. Si se refiere a toda la Iglesia como un gran club. Eso es lo que la película plantea, pero que cada quien saque sus conclusiones. 
–¿Cómo opera aquí la relación con la historia, tan presente en Tony Manero No
–Me produce una fascinación, más que la historia en sí, la historia incompleta. La idea de aproximarse a hechos que, por muy investigados que estén, al final van a ser siempre espacios desconocidos. Por ahí uno puede meterse. Puede tomar cosas de la realidad, transformarlas y hacerlas propias. Hay cosas que han pasado que me sorprenden, que me han fascinado siempre y en esta película hay cosas que han pasado en los últimos 50 años, pero están metidas en un relato contemporáneo.
–Aunque ha subrayado que no es una denuncia, su película es una crítica social a esta actitud de la Iglesia de esconderlo todo, incluso crímenes...
–Es un comentario. Nosotros hacemos cine, no periodismo. No estamos acá para decirle a la gente lo que está bien y lo que está mal. No­sotros sólo trabajamos con materiales que nos parecen interesantes, que nos parecen poderosos. Con lugares humanos en donde hay peligro, en donde hay humanidad. Y por supuesto que aquí hay todos esos elementos. Entonces, es fascinante poder tomarlo, transformarlo y reutilizarlo en una película.
–La Iglesia Católica ha sido criticada por provocar daños en muchas sociedades de América latina. ¿Considera que eso también sucedió en Chile?
–En la medida en que no ha sido capaz de asumir sus propios errores, en que no ha sido capaz de castigar bien a quienes cometen atrocidades dentro de la Iglesia y en nombre de Dios, se ha transformado en una Iglesia alejada de la gente. Una Iglesia que no produce confianza y una Iglesia que se supone que es el canon moral, pero que, cuando comete el pecado, no pide perdón. Por tanto se produce una distorsión muy profunda y creo que la película da cuenta de eso.
–¿El actual Papa tendría que emprender profundas reformas en la Iglesia si quiere conservar a sus fieles?
–Yo creo que el Papa tiene un gran desafío por delante, y por lo que veo, ya ha hecho cambios interesantes, pero no son profundos ni estructurales. Si el Papa quiere realmente cambiar el destino de la Iglesia, debe hacer cambios muy profundos. Cualquier cosa que haga que sea tibia, que no sea realmente relevante, no tendrá ninguna significación en el tiempo.
–¿Cree que la Iglesia está lista para eliminar uno de sus tópicos más polémicos, como es el celibato?
–La Iglesia reinstauró el celibato hace algunos siglos atrás y eso es quizás uno de los errores históricos más poderosos que ha cometido la Iglesia. La idea de que el sexo es sólo un acto con un objetivo reproductivo es una aberración de la condición humana porque elimina el deseo y no se puede eliminar el deseo de nuestro cuerpo. O se organiza o se administra bien. Pero bloquearlo, intentar anularlo, si se deja el sexo como un acto reproductivo, es pedirle lo imposible a un cuerpo que tiene pasión, que tiene deseo, que necesita el sexo.
–En la película no hay ninguna escena de sexo, salvo una, en la que el espectador no es testigo del disfrute carnal, sino que es una escena de sexo enfermizo. ¿Eso ha sido algo intencional?
–Queríamos mostrar a la “víctima” en una aproximación sexual, un encuentro sexual fallido. Es una persona que ha sido abusada tantas veces que a la hora de enfrentar una relación sexual normal no puede y pasa lo que pasa en la película. Es tanta la distorsión de ese hombre que ha sido educado y abusado por sacerdotes que a la hora de tener una relación sexual normal sencillamente no puede y la película da cuenta de eso.
–¿Cómo trabajó con los actores? Ha mencionado que no les dio el guión completo sino que les fue dando su parte cada día, con el objetivo de dotar los diálogos de cierta frescura...
–Así fue como trabajé. Intentamos un método que no sabíamos si iba a funcionar o no, pero fue ése. No les conté verbalmente el argumento a los actores, más o menos lo hice de manera bastante ambigua, y luego íbamos leyendo las escenas durante el rodaje. Si la escena era corta, el mismo día, si era larga, la noche anterior. Lo que me permitió algo muy particular. Los actores, en primer lugar, son gente con mucho oficio. Enfrentaban la escena con una frescura muy particular. Este método nos permitió capturar eso. Aunque ninguno de los personajes sabía quien era el otro, ni sabían por qué estaban ahí, cuando estaban juntos parecía que llevaran 50 años juntos, y eso lo capta la imagen. Hay que aprender a conocer las posibilidades del cine. No digo que ésta sea la única manera de hacer cine, por favor. Hay grandes actores que han hecho grandes papeles preparándolos por meses y hay muchos métodos posibles. Pero éste es uno de ellos y también funciona.
–Se ven diálogos muy ingeniosos, con mucho sentido del humor, con los que los personajes se burlan de la Iglesia. Usted ya mencionó que se divirtieron al hacer la película. ¿Hasta qué punto estos diálogos se improvisaron, fueron aportados por los actores?
–Yo diría que hay un 80% escrito en el guión y un 20% que fue improvisado por los actores en el set.

Dos hitos de un cineasta original

TONY MANERO (2008). Crónica antisentimental de una sociedad en crisis, el Chile del ’78. Una película que aborda la crítica social a través de la parábola de un imitador del famoso personaje de John Travolta.
Santiago de Chile, 1978 
En medio del complejo contexto social provocado por la dictadura de Pinochet, Raúl Peralta, un hombre de cincuenta años, está obsesionado con la idea de ser lo más parecido posible a "Tony Manero", el personaje de John Travolta en "Fiebre de Sábado por la Noche". 
Raúl lidera un pequeño grupo de bailarines que regularmente actúan en un bar ubicado en los barrios bajos de la ciudad. Cada sábado en la noche, él desata su pasión por la música de la película, imitando a su ídolo. Su sueño de ser reconocido como una estrella del entretenimiento está próximo a hacerse realidad cuando Televisión Nacional anuncia el concurso de imitadores de "Tony Manero". Su necesidad de reproducir la atmósfera de la película lo lleva a cometer una serie de crímenes y robos para así crear la ilusión. 
Mientras tanto, sus compañeros de baile, quienes están involucrados en actividades secretas en contra del régimen, son perseguidos por la policía secreta del gobierno. 
"Tony Manero" es una historia sobre la pérdida de identidad y obsesión en la historia reciente de Chile. Fuente:http://es.cinechile.wikia.com/wiki/To...

Dirección: Pablo Larraín 
Guión: Pablo Larraín, Alfredo Castro, Mateo Iribarren 
Fotografía: Sergio Armstrong 
Producción: Juan de Dios Larraín 
Año: 2008 
Duración: 98 min. 
Formato Original: Super 16mm 
Elenco: Alfredo Castro (Raúl), Amparo Noguera (Cony), Héctor Morales (Goyo), Paola Lattus (Pauli), Elsa Poblete (Wilma)
NO (2012). Un publicista nada politizado dirige la campaña de oposición a Pinochet en el plesbicito de 1988. Con un llamativo registro visual y narrativo, cuenta con maestría un momento histórico en Chile.

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